martes, 4 de mayo de 2010

6 LA MUJER DEL CÉSAR

6    “LA CHISPA 

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.

LA MUJER DEL CÉSAR

       Los gobiernos pueden ser malos; la Oligarquía un cáncer incurable; los políticos y burócratas una lacra social; pero todo eso no tendría importancia, porque en último término, bien podemos decir: ¡qué carajo!, solo son simples mortales capaces de cuanta ruindad es posible. ¡Pero otra cosa es la Iglesia! Los hombres podemos perder la fe en los hombres; de hecho, ya solo nos queda muy poca o ninguna. Pero siempre hemos tenido el amparo seguro y firme de la única institución social que jamás había sido cuestionada moralmente en nuestro país: la Iglesia. Pero ahora resulta que ese último bastión de la integridad y rectitud costarricense se encuentra en la palestra; herida mortalmente su confiabilidad, y en tela de juicio la probidad de algunas de sus autoridades. ¿Se trata solamente de buscar y señalar culpables de los recientes escándalos de la Iglesia y sus aventuras radiofónicas? ¡Claro que no! Se necesitan medidas mucho más drásticas que eso, pues tal actitud vendría a ser igual a la que, en política, se utiliza con los corruptos: se les señala, se les hace un pequeño alboroto periodístico y luego se esperan los cuatro años de rigor para que su delito “prescriba” y salgan en libertad, aunque continúen siendo reos morales ante la ciudadanía. Ese no puede ni debe ser el procedimiento empleado por la Iglesia para recuperar el respeto y la confianza de los feligreses. La Iglesia no puede convertirse en prisionera del juicio ético de los ciudadanos, por culpa de algunos de los miembros de su jerarquía. Jamás la Iglesia se había apartado de sus principios cardinales y nunca había permitido el “estrellato” periodístico o televisivo de sus sacerdotes. Tampoco ha sido su costumbre establecer acusaciones absolutas y condenatorias en contra de nadie, pues sus líderes modernos saben muy bien que esa etapa inquisitoria quedó archivada siglos atrás. La Iglesia siempre ha sido cautelosa, prudente, ecuánime, sin exabruptos ni poses mesiánicas o apocalípticas. Y es debido a esa serenidad, equilibrio y a esas características ecuménicas, que resulta confiable para unos y otros; incluso para aquellos que la juzgan “tibia” y que no comulgan con la totalidad de sus postulados o con sus enfoques sociales.
      Bien sabemos que la violencia verbal solo puede engendrar consecuencias de su misma naturaleza; y quien hace uso de ella no puede alegar, moralmente, inocencia ante los resultados directos o INDIRECTOS de sus acciones y palabras, sobre todo cuando estas han estado cargadas de improperios o términos que pongan en duda la honorabilidad de las personas, o que simplemente las incomode. No existe, pues, la inocencia total ante las consecuencias indeseadas cuando ha mediado alguna provocación, por ingenua que parezca. Y en este afer radial de la Iglesia, NO SOLO SE ESTÁ JUZGANDO DELITOS ORDINARIOS PENABLES POR LA LEY, SINO LA RESPONSABILIDAD VINCULANTE ENTRE UN INDIVIDUO Y LA IGLESIA COMO UN TODO, con los lamentables sucesos que culminaron con la muerte de un ser humano. No es solo un individuo como ciudadano común el que está en el banquillo del tribunal de la consciencia pública, sino la Iglesia como totalidad. Este vulgar asunto de los dimes y diretes, acusaciones y contraacusaciones entre “Radio María” y “La Patada” y sus respectivas “barras”, nunca debió alcanzar los niveles a los cuales llegó, porque cuando uno no quiere, dos no pelean. Y ese uno debió de ser la Iglesia. La jerarquía de esta tenía que haberle puesto punto final a esas majaderías a tiempo; llamar a cuentas al señor Calvo y salirse de esas actividades comerciales que ya no le van bien.
    Monseñor debe estar consciente de que NO SE PUEDE SACRIFICAR A TODA LA IGLESIA por los delitos de uno o dos de sus integrantes, pues en la misma esencia de la doctrina cristiana se encuentra aquel precepto que dice: “aparta la fruta podrida de la sana”. Y otro que señala que: “si un miembro de tu cuerpo te es causa de pecado, arráncalo y arrójalo de ti”.
Monseñor sabía, según se desprende de sus propias palabras publicadas en la prensa, que algo turbio había en los manejos económicos y radiofónicos del señor Mainor Calvo, Y NO LE PUSO REMEDIO A TIEMPO. Haberle puesto término a una aventura que se había salido de la ortodoxia de la iglesia católica, no solo era facultad de Monseñor, sino su INSOSLAYABLE OBLIGACIÓN MORAL. “Radio María” se había convertido en un juguete demasiado peligroso en manos del señor Calvo, y en algo así como una especie de feudo particular desde el cual, como Juan el Bautista, se dedicaba a regir y juzgar la moral de los ciudadanos que no le gustaban por alguna razón, olvidando el precepto evangélico que dice:
“No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” Lucas VI-37
     En una sociedad que se precia de ser respetuosa con la conducta y pensamiento de los demás, la posición de “Radio María” era casi tan peligrosa como “La Patada” del señor Medina. Pero mientras este último sólo se involucraba a sí mismo en sus denuncias y acusaciones, el señor Calvo comprometió a TODA la Iglesia en sus aventuras radiofónicas. Y eso NO DEBIÓ PERMITIRLO la jerarquía eclesiástica. Pero como lo hizo y fue tolerante, entonces sí hay culpables y sus cabezas son muy visibles: el señor Calvo por su desmesura y arrogancia mal disimulada, y Monseñor Arrieta por habérselo permitido. La Iglesia Católica NO es una tribuna política que deba servir para el lucimiento personal ni como trampolín de las ambiciones de nadie, sin importar las razones que puedan aducirse. No es la Iglesia ni ninguno de sus miembros, los jueces de la sociedad; ni ella colectivamente, ni sus ministros en forma individual, pueden arrogarse el derecho de establecer juicios morales en contra del prójimo. La Iglesia es la Gran Mediadora para lograr la fraternidad, y no una puya clavada en el ijar de la sociedad para producir VIOLENCIA Y SEPARATISMO. Y en eso se había convertido “Radio María” entre otras cosas, sin importar lo que digan sus más exaltados e innumerables “fans” y defensores de oficio.
     Que la policía no pueda probar vínculo alguno entre los miembros de la jerarquía de la Iglesia y la muerte del señor Medina debe ser IRRELEVANTE para la Iglesia, pues para ella no se trata de un delito común o político en donde solo basta la marrullería o el silencio oficial de los funcionarios o de los abogados, para obtener o no la exoneración. Y aunque este es un procedimiento común y válido entre los ciudadanos civiles, NO LO ES PARA LA IGLESIA, pues a esta no le basta la absolución oficial, ya que ella es semejante a la mujer del César. Lo que la sociedad se pregunta en este momento no es si un sacerdote tuvo o no que ver con la muerte de un ser humano, sino ¿cómo es que la Iglesia permitió que las cosas llegaran hasta ese punto sin retorno, que hizo posible establecer relaciones de causa y efecto entre los problemas personales de los señores Calvo y Medina, y la actitud de la Iglesia en general? ¿Y cómo es que un subalterno dentro de esa rígida Jerarquía actuaba como moro sin señor, repartiendo anatemas a diestro y siniestro desde esa atalaya llamada “Radio María”? Sin embargo, no es un sacerdote independiente el que está ante el juicio de la CONSCIENCIA PÚBLICA sino la Iglesia como un todo, la que se encuentra implicada moralmente en esos sucesos y, por ahora, sobre ella pesa un gran manto de duda y desconfianza de parte de esa feligresía a la que tanto se debe. Y ese es un lujo que no puede permitirse en estos tiempos; pues como dice el título de este artículo, “LA MUJER DEL CÉSAR NO SOLO DEBE SER LA ESPOSA, SINO QUE DEBE PARECERLO”. Y aunque el daño recibido por la Iglesia es enorme, confiamos en las grandes reservas morales de esta para que vuelva a ocupar ese sitial de honor que siempre ha tenido dentro de nuestra sociedad; sin manchas y sin cuestionamientos colectivos o individuales. Pero para ganarse nuevamente esa confianza de los creyentes e incrédulos, no debe utilizar estratagemas de tipo oficial o dogmáticas, sino que debe dar pruebas fehacientes de su sincero deseo de asumir nuevamente la cabeza del rebaño y, sobre todo, de que es merecedora de ese honor. Tampoco se trata de dar un maquiavelesco compás de espera mientras el pueblo olvida, táctica muy manida y propia de la política. Y en este caso tan especial, la Iglesia debe imponer una separación inmediata e irrevocable a todas aquellas personas que, moralmente, están implicadas en forma directa o indirecta en la aciaga aventura de “Radio María” y todas las funestas consecuencias que trajo. Desde la más alta autoridad, hasta el más humilde monaguillo.
    Monseñor debe saber cuál es la frágil posición actual de la Iglesia ante el juicio de los católicos y de la sociedad en general. Tampoco debe restarle importancia a la opinión de las congregaciones protestantes, pues estas han hecho su agosto con los escándalos provocados por la Iglesia con sus aventuras radiofónicas, televisivas y todo el alboroto subsecuente. Esta falla moral de algunos miembros de la Iglesia ha sido la ambrosía de ciertos grupos que, solapadamente, han sido sus enemigos tradicionales, y cualquier cosa que la desprestigie es celebrada apoteósicamente por ellos. No se debe permitir que los verdaderos enemigos de la Iglesia hagan fiesta con este desliz QUE NO ES DE LA IGLESIA, sino de unos pocos individuos. Y aunque se me antoja como un atrevimiento sin límites darle un consejo a tan preclaro Sacerdote y Guía del rebaño nacional cristiano, no resisto la tentación de decirle que este asunto no se cerrará con solo dejar que el tiempo pase; la Iglesia está en crisis por culpa de unos pocos. ¡Que no se nos pudra todo el canasto de frutas!
      Monseñor, usted tiene la solución y sabe perfectamente cuál es. Confiamos en que, para bien de la Iglesia, y para que esta vuelva no solo a ser, sino a parecer la esposa de Cristo, no le tiemble la consciencia para tomar las decisiones que DEBE tomar.
RIS

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