domingo, 30 de mayo de 2010

618 La principal infraestructura de un país: educación

618    “LA CHISPA                            (15/04/09)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA PRINCIPAL INFRAESTRUCTURA DE UNA NACIÓN
    Al final de la segunda guerra mundial Alemania quedó reducida a cenizas. Lo mismo Japón. Si eso le hubiera pasado a cualquier nación latinoamericana, hubiera desaparecido para siempre, y sus ciudadanos se habrían degradado hasta la condición de cavernícolas salvajes. Pero Alemania y Japón conservaron intacta la principal infraestructura de una patria: la cultura de su gente. Y no solo la educación tecnológica y científica sino el carácter de su población. La convicción de lo que son, sus idiosincrasias, la certidumbre y fe es sus propias fuerzas recuperativas; en síntesis, la auto confianza generada por una voluntad superior de supervivencia aún en contra de la peor adversidad. Así como jodieron sin piedad a los demás, tuvieron el estoicismo para soportar con grandeza y orgullo, las infinitas humillaciones a las que fueron sometidos. La cultura y el carácter de un pueblo son producto de una educación esmerada, total, profunda y auténtica. Ese tipo de enseñanza es la que hace la diferencia entre las sociedades avanzadas y las inútiles del tercer mundo.
En nuestros países, la educación no es un PROYECTO NACIONAL, sino un apéndice que sirve para barnizar de cultura a nuestras juventudes; uno más de los “compromisos” del gobierno, algo difuso a lo cual NO se le da la consideración vital de la que debería gozar. Educación entre nosotros es embutir en los niños y jóvenes una serie de idioteces irrelevantes para ellos, y carentes de valor para el proyecto nacional de desarrollo. Temas divorciados. Educarse en la América Latina, significa obtener algún diploma que le sirva al portador para insertarse en algún puesto gubernamental, o para dedicarse a la expoliación de aquellos que hicieron posible que él pudiera estudiar. Una vez que el individuo se gradúa, se convierte en una especie de zorro en gallinero, dispuesto a darse un festín de por vida con sus conciudadanos. Sin compromiso ético alguno con su gente. El profesional nuestro es una especie de parásito que considera al cuerpo social del cual procede, como una especie de coto de caza que debe proveerle, vía profesión, toda la riqueza que él “merece” por ser lo que es. Y el ilustrado a medias, el que no concluye nada, se convierte en un resentido disfuncional, lleno de aspiraciones desmedidas que lo convierten en un desubicado social corruptible.
     La “educación” (un título) en la América Latina es una puerta individual de escape de la pobreza; la posibilidad de acomodarse en la clase media o alta. O lo que es peor: en la política. Es una llave para abrir ciertas puertas a la riqueza, pero no implica compromiso social alguno. Ni siquiera el de retribución. Hace muchos años, recién pasada la guerra, tuve un amigo alemán llamado Gerold Brugman, por quien supe que tanto él como todos los alemanes que eran marinos en el mismo barco, contribuían voluntariamente con una cuarta parte de su salario para “la recuperación de Alemania”. ¿Cuánto estaríamos nosotros dispuestos a dar a la reconstrucción de nuestros países? Creo que muy poco. Además, ¿cuánto se robarían los intermediarios? Y eso es lo que hace la diferencia entre “ellos” y nosotros: la solidaridad, el compromiso, el sentido de pertenencia y el deber patriótico expresado en acciones y no solo en palabrería hueca, como suele ser nuestro “patrioterismo”. En esencia, nos falta una EDUCACIÓN verdadera que deje en el individuo no solo una mano de esmalte, sino cambios profundos en su consciencia. Cambios que nos garanticen un CARÁCTER a prueba de todo: dolor, derrota, sufrimiento, hambre e incertidumbre. Una educación que produzca hombres y mujeres comprometidos con sus hermanos, y no solo carroñeros dispuestos a devorar a sus compatriotas.
     Sin embargo, esa educación no es un maquillaje solo para blasonar acerca de nuestro índice de alfabetización, sino para obtener esa clase de ciudadanos que, sin recursos materiales (como Japón), puedan hacer que sus países se sitúen a la vanguardia de la civilización. Ese sistema, desde luego, no es algo superficial para dotar a los individuos de un “titulito”. Imprimir un montón de cartones es muy sencillo. El asunto es estar seguros de qué clase de hombres hay detrás de esos doctorados, licenciaturas, masters y todos los grados de profesionalización que existen. Porque si solo preparamos parásitos sin consciencia social, todo el esfuerzo está perdido. Mientras no definamos con claridad qué es la EDUCACIÓN y para qué sirve, seguiremos avanzando en un camino que no nos lleva a parte alguna. Gastando recursos (no invirtiendo) en algo improductivo. Llevamos QUINIENTOS AÑOS con ese tipo de “educación” que nos mantiene anclados en el Tercer Mundo. Mientras no entendamos que la educación es un proceso continuo y no solo una etapa para otorgar un título en algo, estaremos remando contra corriente. El Estado tiene la responsabilidad y obligación de dirigir todo el proceso más allá de la graduación de los profesionales; no se trata solo de llevarlos hasta ese día, y de ahí, que hagan lo que puedan.
     Formar hombres y mujeres solidarios y fraternales debería ser la meta de todo proceso educativo, y este debe ser el principal objetivo de cada nación, pues de su éxito depende toda posibilidad de desarrollo. El Estado NO DEBE EVADIR esa responsabilidad y delegarla en instituciones privadas. Es más, la enseñanza privada debe ser suprimida de toda sociedad pues aquella es, por principio, el nicho donde se gestan los peores vicios de las sociedades compartimentadas y elitistas. La educación privada es una lacra solo tolerable en los países muy ricos, que pueden darse el lujo de permitir que sus oligarquías financien sus propios sistemas formativos sin fondos del Estado.
     Nuestras sociedades deben repensar todo lo que hemos estado haciendo en EDUCACIÓN y hasta dónde nos ha llevado. ¿Qué clase de profesionales tenemos? ¿Qué le devuelven a la comunidad que los formó? ¿Valió la pena invertir tanto dinero en esa actividad? Además, debemos considerar qué es lo que nosotros, como padres, pretendemos que se derive de la formación de nuestros hijos. ¿Solo queremos que tengan ÉXITO? ¿Eso es todo? ¿Que se encaramen por encima de los demás y que hagan plata a como dé lugar? Todos tenemos la obligación de pensar acerca de lo que significa la EDUCACIÓN verdadera como puerta única hacia el progreso material, una de las bases de la felicidad.
 (¿Cómo enfocan esto en sus países?)
RIS

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