miércoles, 26 de mayo de 2010

332 Ángel gordito... se te acabó el permiso musical

332 “LA CHISPA     (7/09/07)

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

“ÁNGEL GORDITO... SE TE ACABÓ EL PERMISO MUSICAL”

     El seis de setiembre la sociedad amaneció en estado de estupor; había muerto el Gordito de Módena, el chico con una pasión por la pasta, que solo era superada por la del bel canto. ¡Murió Pavarotti! El mundo artístico quedó paralizado bajo el impacto de semejante noticia. Calló la Voz que durante décadas nos mantuvo sumidos en el Paraíso de la Música, en contacto con los ángeles y con el mismo cielo. Se hizo el silencio sobre el planeta Tierra, y la especie entera se sintió estremecida por un dolor extraño y pacífico a la vez. Sin embargo, los que aguzaron el oído del alma sin dejarse deprimir por la angustia, pudieron escuchar al coro celestial de ángeles cantores dándole la bienvenida a Luciano, el corifeo que disfrutó de un permiso de 71 añitos terrestres para venir a darnos una pequeña muestra de lo que es la Gloria.
     Por recomendación del ángel Enrico, supo cuan necesitados estamos de tener un pequeño esbozo del cielo; de esos bocadillos que solo mediante el arte pueden comunicarnos los dioses. Y Luciano se ofreció voluntario para venir a la tierra; dejó su puesto de director del primer coro de ángeles de la diestra del Señor, para visitarnos y endulzar el alma de una humanidad triste, cansada y carente de la certeza de que hay Dios, ángeles, arcángeles, paraíso y todo eso. Renunció, temporalmente, a la dicha inefable de ser el primer cantor que deleitaba los Oídos Divinos del Gran Hacedor, y como Cristo, aceptó el sacrificio de descender a convivir con los mortales para hacernos entrever una primicia del Jardín Celestial. También lo hizo por la pasta y el vino, porque antes de convertirse en ángel, también era italiano.
Es cierto que la raza está triste por tu partida, pero innumerables cohortes de seres divinos, allá en tu patria “de arriba”, están felices con tu retorno; y debemos comprender que tu presencia entre nosotros no podía ser permanente; que solo estabas a préstamo para hacernos felices y dejarnos un rastro, una pequeña muestra de lo que es la tierra soñada que nos espera… si nos portamos bien. La fiesta que organizaron en tu recibimiento nos recompensa el dolor de tu partida. Para este acontecimiento especial, debe haber corrido el néctar y la ambrosía a mares; además, las mejores pastas preparadas con las recetas e ingredientes que siempre llevabas contigo en la tierra. Es probable que en tu honor, se estén sirviendo los incomparables vinos de la Toscana y el Piamonte, los panes calabreses y los dulces acaramelados de tu Módena nativa. ¡Ha vuelto el Mensajero!
Es seguro que el Señor abandonó el esplín que por setenta y un años lo había acongojado desde el inicio de tu periplo redentor por la tierra. Y por todos los rincones del cielo debe haber resonado tu poderosa voz entonando la Recondita Armonia o la sublime Nessun Dorma, haciendo que los moradores de todos los niveles del Paraíso hayan recuperado la felicidad, temporalmente perdida, desde que te dieron a nosotros en préstamo. Te fuiste pero no estamos solos, tenemos tu voz inmortalizada en el recuerdo y grabada en el éter que rodea la tierra; solo es cuestión de pensar en ella, y de inmediato los acordes de tu descomunal do de pecho, retumban en nuestros oídos. Tenemos los CD, DVD y todos los recursos mágicos mediante los cuales la tecnología recogió el milagro de tu presencia, de tu inimitable voz, de tu amable sonrisa y tu redonda figura.
    Goza, Luciano, con tus iguales ante el trono de Dios. Cántale al Señor como solo tú sabes hacerlo, para que su placer y felicidad se desborden del cielo y caigan a la tierra como bendiciones para esta dolida especie que tiene decenios de sufrimiento continuo. Cántale, Luciano, y mantenlo en éxtasis sublime para que su corazón se apiade del Hombre y nos perdone, aunque solo haya diez que amen la ópera. Y talvez, al compás de Una furtiva lágrima, se acuerde de nosotros y nos ayude a cambiar, a mejorar y ver a nuestros semejantes como hermanos… aunque solo sean iraquíes… colombianos…o nicas.
Es cierto que aquí estamos perplejos por la tristeza, pero “arriba” hay un jolgorio de proporciones épicas que durará seis días, que son seis mil años en la tierra. Y si hay felicidad en el cielo, es seguro que parte de ella envolverá a la tierra, y talvez, solo talvez, los hombres empecemos a vernos como la Gran Familia soñada en los planes de los creadores del mundo material.
    Pavarotti, gracias por tu breve visita con la cual nos inundaste con una cascada interminable de arpegios con los que nos hiciste entrever la gloria del Paraíso soñado por los místicos; pero tú lo hiciste mejor que ellos. Pues mientras estos solo nos dan un turbio y casi incompresible bosquejo de lo que podría ser este después de la muerte, tú nos llevaste a él… en vida. Sumidos en el embrujo ensoñador de tu voz, nos elevaste hasta la Scala Celestial, en donde solo cantan aquellos que han sido designados por los dioses para tan sublime tarea. Y durante esos momentos supremos fuimos como dioses, según le dijo la Serpiente a Eva: comimos de la fruta musical prohibida del Paraíso. Gracias a este Prometeo del bel canto, también los mortales gozamos por un parpadeo del tiempo, del festín eterno planeado únicamente para los moradores del Olimpo.
    Gracias, Gordito, no sentimos pena aunque tengamos un vacío en el pecho, pues sabíamos que solo estabas de paso. Gracias por cada uno de esos años melodiosos con los que llenaste al mundo de asombro y deleite. Gracias por hacer que un placer diseñado exclusivamente para dioses, descendiera al fango de la tierra y tocara el corazón de tantos hombres, incluso el de los que nada sabían de ese insondable arcano conocido como Ópera. Con tu presencia y la de dos de tus hermanos, Plácido y José, hiciste que esa música sublime fuera compartida y “entendida” por los neófitos en los misterios del cielo. Tú nos iniciaste a todos, y como el Titán del Mito, trajiste a TODOS los humildes mortales un don que solo era privilegio de pocos. Tú inventaste la verdadera “democracia musical de alto nivel”.
Gracias, Luciano, esperamos reencontrarnos contigo y que, al compás de la “Celeste Aída”, nos recibas en tu reino… si es que podemos llegar a él. Un hasta luego musical, Gordito.
Operariamente
RIS.

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