lunes, 27 de septiembre de 2010

75 ¿Qué pasa con nuestra música?

75   “LA CHISPA”    
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿QUÉ PASA CON NUESTRA MÚSICA?
       Confieso que nunca me ha gustado el cantante español Rafael, ni casi nada de lo que canta; pero eso sí, aprecio su autenticidad como cantante, su apego al español y a lo que es su identidad.  Una vez lo oí decir algo así (no es textual, pero ese fue el espíritu): “Yo cantaré rock en inglés cuando Frank Sinatra cante flamenco”.   Pero ¿qué pasa con la mayoría de nuestros cantantes, semi cantantes y nulidades que graban discos en español?  Todos quieren hacer el “cross over”, aunque no sepan un carajo de inglés, y tengan que grabar como lo hizo Nat King Cole, sin saber una palabra de español.
       Antes de conquistar el mercado latino y afirmarse como cantantes de verdad, quieren hacer el llamado “cross over” aunque solo sea para que los escuchen en inglés los latinos que viven en Estados Unidos.  Porque la verdad es que muy pocos gringos sienten algún interés por escuchar a mequetrefes hispanos que no cantan nada, y que no pueden distinguirse en algún género específico de la música norteamericana.  El boom Shakira es otra cosa, y su atractivo NO es lo que canta.
       La música rock es tan gringa como el tango argentino, o dominicano el merengue.  Así que, ¿cómo puede haber un latino “roquero”?   Eso es tan absurdo como que nos digan que hay un gringo salsero o que canta rancheras.   La música es mucho más que notas, compases, ritmos y armonía; es una expresión del alma de cada pueblo, y se plasma en una forma característica y propia que no puede ser exportada como si se tratara de café o bananos.  Los latinos tenemos nuestra música auténtica que es una manifestación de nuestra idiosincrasia.  En cualquier parte de Latinoamérica, alrededor de una botella de guaro, una ranchera arranca gritos de alegría genuina, sin importar que los individuos sean panameños, ticos o bolivianos.  El tango, a pesar de su europeísmo y universalidad, es el himno a la tristeza y el amor dolorido de todos los latinos.  La salsa, dondequiera que se dé, automáticamente hace vibrar nuestros cuerpos con movimientos convulsivos que solo están impresos en el sistema nervioso de los latinos.   Algo así como un chip específico.  Es por eso que ni los gringos ni los europeos pueden ni podrán jamás bailarla con el sentimiento nuestro.  Quizás puedan remedar los movimientos a base de mucha práctica, pero jamás podrán “sentirla”. ¿Y por qué?  Porque es información genética que se graba en los nervios de la columna vertebral, y desde ahí, viaja hasta la punta de los dedos.  Es por eso que nuestra música se baila con las manos, caderas, cabeza, espalda, con los ojos, con la boca… con la sonrisa y el dolor.  En fin, con el alma.  Así es el flamenco, esa musiquita de alaridos; agresivas y sonoras guitarras, estampido de palmas y tacones; de un español que no se entiende, y que nosotros tampoco podemos sentirla porque nace del alma de los gitanos.  Es una experiencia mística de ese pueblo, y quizás un poco de los peninsulares en general.
       El son nació en Cuba, apadrinado por la nostalgia de negros y marginados españoles; dolor semejante y común en todos los latinos.  La cueca es el lamento del hombre que recorre a pie, a caballo o en carreta, los caminos polvorientos de la América.  Es música para no morir de tristeza en la soledad de los recuerdos y del tiempo congelado.  La conga, el mambo, el cha cha cha, la rumba, la cumbia y otras tienen el mismo espíritu; la samba y sus mil variantes son lo mismo dentro de la enorme geografía del gigante brasileño.  Todos son los antepasados  comunes de las formas de expresión musical moderna de la América hispánica.  Entonces ¿qué papel puede jugar ahí el “rock”?  ¿Qué tiene que ver el rock con nosotros?  Esa música no nos “dice” nada; no hace contacto con nuestro mundo interior.  Es como el soul negro para los gringos blancos; les puede gustar pero no los “toca”.  Así es el rock con nosotros, talvez nos aturda y provoque espasmos arrítmicos, pero ninguna respuesta emocional o del alma.  ¿Y por qué?  Porque NO ES NUESTRA MÚSICA.  Así de simple, por más que unos cuantos “culturizados” quieran hacernos creer lo contrario.  Esa música es una planta adventicia en la América Latina.  Es por eso que ciertos personajes de la farándula criolla resultan patéticos.  Y me imagino la risa que les debe producir a los gringos verlos haciendo piruetas y remedos de “roqueros”.  Algo así como lo que sentimos cuando vemos a un yanqui o europeo tratando de bailar merengue o lambada.  La locura del rock hispano la iniciaron ciertos jóvenes argentinos (Soda Estéreo, entre ellos) que, como dicen Cabral y Cortés, se sienten gringos.  Ellos formaron la vanguardia de lo que se ha dado en llamar “el rock latino”, un engendro musical sin sentido alguno en nuestro medio, salvo para aquella parte de nuestras juventudes que ya ha sido culturizada musicalmente.  Otro de ellos, ya no tan joven, es un viejillo de apellido García (creo) con un bigotito como el de Hitler, que canta unos enredos tan estrafalarios como su aspecto y personalidad artística.  Algunos dicen que es un “genio” en ese tipo de música.  Talvez así sea, y yo un extraviado musical, pero me sigue pareciendo desubicado.  También está el ala roquera de los mejicanos, la cual es todavía más ridícula que la de los argentinos, pues mientras estos son europeos, rubios y bonitos, los cuates de México, en su mayoría, son chichimecas que en nada se parecen a Elvis Presley, Rod Steward o Bruce Springteen.  Muchos de ellos vestidos con trajes de cuero, el pelo largo y fajita en la cabeza, son verdaderamente risibles y lastimosos.
       Hay un tal Miguel Ríos que, además de estar muy viejo para esas cosas, también se ve fuera de lugar en ese mundo musical que es, básicamente, propiedad exclusiva de los gringos.  Hay varios más de cuyos nombres no quiero acordarme, como diría don Quijote, porque jamás he resistido escucharles una canción entera (un rock) de las que entonan o desentonan.  No sé qué cantan ni qué dicen, ni si tendrá alguna trascendencia su mensaje roquero, pero me caen mal.  Y no por ellos, sino por lo que hacen con la música: claudicar artísticamente ante una cultura musical extraña que nada nos puede enseñar, que es ajena a nuestros sentimientos, y de la cual nada tenemos que envidiar.  Son malinchistas que, teniendo un campo casi infinito de raíces musicales propias y autóctonas, se han puesto a experimentar dentro de un terreno y un alma ajenos a su naturaleza, solo para tratar de ser aceptados por los gringos, mejor dicho, su mercado. 
       Pero entre todos esos especimenes, la peor es esa patética señora llamada Alejandra Guzmán, quien con sus poses y risotadas vulgares, su ropaje de circo y su voz ronqueta y disonante, es la caricatura perfecta de lo que no debe hacerse  en el campo musical.  Y no es que le restemos méritos como mujer, pues,  personalmente, creo que es una mujer tentadora y deliciosa, bien empacada y llena de carnitas, como nos encantan a los latinos.  Como hembra es el sueño de cualquier hombre, pero como cantante de ese género, una pesadilla.
       ¿Qué pasa con nuestra música y nuestros músicos?  ¿También ya hemos sido colonizados musicalmente?  ¿Es legal y permisible que haya emisoras en Costa Rica que difunden solo música en inglés la mayor parte de su tiempo?  Porque si nuestro segundo idioma fuera el ese, y todos los nacionales lo habláramos, sería tolerable esa agresión; pero dado que ni siquiera el uno por ciento de la población es angloparlante, ¿a qué se debe ese servilismo con una música ajena, que nuestros chicos oyen hasta la sordera?  ¿Cómo es posible que nuestra juventud oiga y cante, como loros, unas canciones en un idioma que no entienden?  ¿Qué nos está pasando musicalmente?
       Nos están robando el alma e imponiéndonos un patrón cultural ajeno a nuestra idiosincrasia y, lo que es peor, lo estamos tolerando con una pasividad espantosa.  Pero lo que es peor todavía, nos están cargando con un nuevo impuesto  que va a enriquecer a los artistas de los Estados Unidos, en detrimento de los latinos.   Millones de dólares de nuestros bolsillos van a parar a las disqueras de ese país.  Negocio redondo: subordinación cultural y económica.  ¿Y nuestros ministerios de Cultura y Educación que hacen al respecto?  Parece que nada.
       Felicitaciones a don Rafael por auténtico, por su latinismo español y por su apego espiritual al concepto de lo autóctono en la música.  Hombres y mujeres así, hacen falta en nuestro mundo musical, y no payasos que ni siquiera son cantantes, y cuya única obsesión es hacer el famoso “cross over”.
       Musicalescamente
                                     RIS       

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