lunes, 13 de septiembre de 2010

825 El "límite" de la Historia

825    “LA CHISPA”             (3 septiembre 2010)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL “LÍMITE” DE LA HISTORIA
            Parece que se tratara de un complot llevado a cabo por casi todos los que escriben historias serias en donde se hace referencia a las civilizaciones antiguas.   Ya se trate de los egipcios, sumerios, caldeos, asirios, hititas, persas, hicsos, babilonios, chinos, hindúes etc.  La totalidad de los relatos se remontan no más allá de los tres o cuatro mil años atrás.  ¿Por qué será?  Todos se enmarcan dentro de esos límites prefijados por la diacronía bíblica.  Sienten terror a salirse de ese marco establecido por la Biblia, y salvo los geólogos y algunos antropólogos, la mayoría ajusta sus cálculos a ese número mágico que se deriva de la absurda cronología religiosa.   Según la mayoría de historiadores, todos esos pueblos antiguos vivieron en un reducido período que no pasa de dos mil años.  Y de allí, un enorme vacío hacia la prehistoria.  Es decir, parece que fueron coetáneos y que se traslaparon entre ellos de manera que coincidieran con las fábulas bíblicas: con Adán, Abraham, Jacob, José, Judá, Moisés y los profetas.  Así, todos los relatos y reinos de la antigüedad están subordinados a la palabra de la Biblia.  Incluso algunos cronistas se toman la libertad de incluir “al reino de Israel” en esa reseña ficticia; como si tal entidad nacional hubiera existido alguna vez.
            Las pirámides (que tienen más de  cien mil años), la Esfinge, los jardines colgantes, la aparición del imperio egipcio, todo se produjo entre tres y cuatro mil años antes de Cristo, es decir, en los tiempos bíblicos.  Nada se pudo dar antes de los “anales bíblicos”.  La religión le puso límites y freno a los estudios de la tradición.  Aquello que no está en las Escrituras se ha ridiculizado, es mentira, se niega y es objeto de burla.  Incluso las milenarias culturas védica y china, las embutieron durante ese período que NO va más allá de la frontera de los 6 mil años que fijan los autores de la Biblia.  ¿Por qué?  ¿Por qué se ha subordinado el estudio e investigación de la Historia a lo que dice un libro doctrinario escrito por gente fanática e ignorante que nada sabía de los hechos que se habían dado más allá de su acomodaticio y falaz registro oral?  “¿Sargón?  ¡Ah, sí!  Contemporáneo de Jacob o Abraham”.   “¿Asurnasirpal?   Contemporáneo de Judá”.   “¿Kefrén?  Contemporáneo de José”.  Así se hace con todos los personajes famosos.   Lo mismo con los antiguos pueblos americanos.  Todo lo encierran en un período que jamás pasa de los mil años antes de Cristo, como el caso de los Mayas, cuyos orígenes se remontan a milenios de milenos.  Con esa metodología es imposible establecer buenos juicios acerca de la antigüedad, ya se trate de Asia, África o América.  Todo tiene que calzar con la Biblia.  Hemos “comprimido” la Historia a conveniencia de una idea religiosa.
            La datación bíblica es el más grande absurdo que se pueda concebir y, sin embargo, se mantiene como punto de referencia para cualquier investigación que se haga incluso en el campo de la ciencia.  ¿Por qué?  ¿Por qué algo que no tiene el menor fundamento científico se ha convertido en la mordaza que limita el pensamiento inquisidor y lo encierra dentro de un corral tan diminuto que no supera los seis mil años?  ¿Por qué NO se habla de pueblos que vivieron hace diez, doce o catorce mil años; o cien o cincuenta mil?  ¿O un millón de años, cuando se empezó a gestar la raza aria?  ¿Por qué todo tiene que estar limitado a lo que escribieron los supuestos “profetas”?  A la cultura egipcia la han “politizado”, reduciéndola a una miserable raza cuya única razón de ser fue la de martirizar al “pueblo elegido”.  Una nación que existió solo para servir de escenario y trasfondo a los prodigios que “el dios de Israel” haría para demostrar al mundo quién era la deidad más poderosa de todo el Medio Oriente.  Quién era el más “carga” de todos.   Millones creen ese cuento.
            A hindúes, chinos y japoneses siempre los ubican fuera de contexto y casi sin importancia para la sociedad moderna; como algo nebuloso que tampoco puede situarse más allá de cinco mil años.  Todo debe iniciarse con el pueblo de Israel y sus Escrituras Sagradas, las del dios verdadero.  ¿Sin embargo, por qué han de ser ciertos los burdos y criminales cuentos de la Biblia (Josué), mientras que las finas y bien articuladas enseñanzas de los Vedas se consideran como mitos paganos carentes de fundamento y veracidad?  Parece que el único mensaje válido para occidente es el del dios “blanco” asquenazí; rubio y de ojos azules, el exclusivo que sería tolerable por el mundo europeo.  Un dios indo (moreno) como Sri Krishna, sería inaceptable para los caucásicos.    Mucho menos, la versión amarilla del Buda naturalizado chino.   Igual sucede con Amón Ra.  O el refulgente Atón, el dios único de la primera religión monoteísta que se dio en Egipto, de la cual copiaron los judíos toda su liturgia.   “Egipto y todos sus dioses eran enemigos de Yavé y su pueblo, por lo tanto, despreciables”.  Ese es el negativo mensaje que hemos recibido por decenios del grandioso imperio egipcio.
            Cronistas inteligentes que reconocen el absurdo del recuento bíblico, evitan salirse de ese canasto y, con mucho cuidado, evaden toda referencia a la posibilidad de que nuestra existencia haya comenzado con civilizaciones ubicadas más allá de los veinte o treinta mil años en el pasado.  Sin embargo, la simple posibilidad de que haya existido la Atlántida, nos colocaría dentro de un espectacular marco “histórico” de unos siete u ocho millones de años.  Lo cual, si lo pensamos bien, es una contingencia más que creíble, dada la inmensidad de tiempo que tienen de haber aparecido los animales, termómetro viviente de un mundo con condiciones para el desarrollo humano.   Y si consideráramos la simple eventualidad de que la antigua Lemuria existió, la presencia del hombre se extendería hasta límites insospechados que harían ver en toda su infinita ridiculez nuestras cronologías “oficiales”, la bíblica en primer lugar. 
            Mientras sigamos estudiando la historia con las orejeras de los caballos carretoneros, jamás podremos tener una idea correcta de cómo se ha desarrollado esta.  Si no logramos ubicar a las diferentes sociedades en su tiempo real, jamás las conoceremos.  Los anales de la humanidad NO TIENEN un límite tan reducido como el que concibieron las estrechas mentes de los que escribieron el Génesis bíblico.       ¿Usted que cree?  ¿Tendrá solo 6 mil años la historia total de la humanidad?                                   (Fragmento entresacado de “EL ANÁLISIS”)
            RIS

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