jueves, 8 de julio de 2010

387 ¡No hay sitio como el Hogar

387 “LA CHISPA

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¡NO HAY SITIO COMO EL HOGAR!

   Esa afirmación parece ser del dominio público, e incluso casi todos lo repetimos automáticamente como si fuera un axioma irrebatible. Pero… ¿es un Hogar el sitio donde vivimos? Pensemos un poco. La mejor noción ideal que muchos tienen acerca del hogar, es aquel sitio (pudieron ser muchos) en donde crecieron al lado de sus padres y hermanos, y quizás los abuelos. Un sitio idílico en donde había calor humano, ropa limpia, comida, molestias como la escuela, tareas, jaladas de orejas, regañadas e incluso palizas. Pero aparte de esas pequeñeces, había Amor, tolerancia y seguridad de que todo estaba allí, en orden, a nuestro servicio, como un broquel mágico que nos protegía de todo. Era un universo total, autárquico, en donde había dos dioses que proveían de todo lo que era necesario para mantener esa unidad social perfecta. Uno era la autoridad, la figura a imitar, la firmeza y la “mano dura” de la cual había que precaverse. La otra era el amor con todos sus matices: desde la alcahuetería absoluta hasta la intransigencia más severa, los regaños y la molestia de un tábano. Ellos representaban las columnas de Hércules, el Peñón de Gibraltar, Escila y Caribdis; en fin, el fundamento pétreo e inamovible en el cual podíamos fiar nuestra seguridad. ¿Es esta la idea que tenemos del Hogar?
     Hay un grave peligro de confundir los roles de los individuos en la formación de un hogar. Muchos hombres se casan pensando que el hogar que formarán será semejante al de sus padres, y que podrán seguir en el papel de niños, de chicos grandes, pero infantes al fin, que buscan en la mujer-esposa-mamá, una prolongación del hogar materno que añoran. Aquel en donde no había responsabilidad alguna y todo era felicidad y autocomplacencia personal. El sitio en donde otros se ocupaban de todo y les brindaban de todo. La idea de compartir, de sacrificio, esfuerzo, tolerancia, retribución, cariño y renunciación eran ajenas a su breviario. No en todos los hogares funciona así, pero esa es la regla que bien podemos aplicar en esta reflexión. Y muchas mujeres hacen lo mismo; buscan en el marido el papá idealizado que no “tuvieron” porque el de verdad estaba muy ocupado trabajando o haciendo cosas para el futuro; para un futuro que quizás nunca llegó. Ambas actitudes pueden llevar a cualquier cosa, menos a formar un Hogar. Puede haber casa, carro, muchos tiliches innecesarios e incluso niños y abuelos, pero no un hogar.
      El modelo materno-paterno no sirve para formar un auténtico hogar; puede ser un punto de referencia muy bueno, pero para edificar un hogar, debemos crecer y meditar serenamente en cuál es el significado del Hogar para cada uno de sus integrantes. Y cuando estemos seguros de haber entendido el concepto, podemos lanzarnos a la aventura maravillosa de compartir la vida con alguien, pues el hogar no es un campamento o una estación de aprovisionamiento. Tampoco es un juguete descartable que podemos abandonar cuando nos aburra. No es un período de esparcimiento en un “resort” en donde encontramos libertad, libertinaje, sexo y otras cosas que parecen ser el objetivo del matrimonio moderno. Y para las mujeres, tampoco es una puerta fácil para emanciparse de la autoridad paterna y “hacer lo que me da la gana”.
     Pero hay otra consideración que debemos hacer, quizás la más importante, ¿con quién se forma un Hogar? No un nicho de deliciosa fornicadera sino un hogar (que bien puede tener lo anterior) en donde los integrantes se diluyen en una sola persona que llega a tener los mismos sentimientos, ilusiones, pensamientos, placeres y sufrimientos compartidos con la otra mitad. El hogar es un sitio en donde las palabras “yo, mi, tu y tú” desaparecen para convertirse en un plural de dos polos definido en una sola frase: “nuestro hogar”. Un nido de amantes se forma con cualquiera, pero no un hogar. El eje sobre el cual pivota un romance es el sexo y las pasiones violentas y alocadas que derivan de él, pero el hogar tiene un sustento más firme cuyas raíces se afincan en el alma. Es por eso que la escogencia de la pareja para formar esa institución debe ser de lo más cuidadosa. Desde luego que empieza por la parte física, pero esta solo es el anzuelo que nos puede llevar a una mala elección. Pero ¡ojo!, no debemos suponer automáticamente que nosotros somos la persona ideal de la otra. No se trata solo de buscar a la pareja “adecuada” para mí, sino de estar convencidos, después de un profundo análisis, de que también nosotros podemos ser el complemento justo de otro ser humano. Para el hombre no se trata de encontrar esposa para “sentar cabeza” después de décadas de vida licenciosa. Tampoco que la mujer se case con cualquier idiota solo porque la está dejando el tren. Tales motivos para la formación de un hogar son nefastos y solo conducen a mucho dolor. Ni siquiera se trata de paliar la soledad en un refugio que ofrece compañía, sexo sereno, techo y todas las cosas accesorias del hogar, pues muchas veces este tipo de compañía se convierte en la peor soledad compartida que puede haber.
     Del análisis de quiénes somos, debe brotar una sincera decisión que nos podría ahorrar mucho dolor, desencanto y tiempo desperdiciado. Si no tenemos la vocación necesaria para COMPARTIR LA VIDA con alguien, debemos abstenernos de envolvernos en esa aventura. Es preferible ser una solterona alegre que una esposa amargada y presa en el círculo de acero de los compromisos que impone esa institución. También es mucho mejor ser un soltero calavera y entretenido que un marido aburridor. Pero lo peor de todo, es tener la certeza de que le hemos desgraciado la vida a una persona que pudo ser feliz si nosotros hubiéramos hecho mutis de su vida. Es nuestro obligado deber estudiarnos PROFUNDAMENTE y darnos cuenta de si reunimos o no los requisitos necesarios para formar un Hogar. No se trata de descubrirlo en el camino; hay que SABERLO con anticipación para no arruinar una pareja de vidas ni, mucho menos, la de los hijos que puedan surgir de estas uniones hijas de otras necesidades que no sean el Amor.
Con afecto
RIS

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