jueves, 22 de julio de 2010

505 Las Olimpiadas y el derrotismo latino

505  LA CHISPA

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LAS OLIMPÍADAS Y EL DERROTISMO LATINOAMERICANO

   Siempre señalando la excepción de Cuba y, en menor escala la de Jamaica (que no es un país latino culturalmente), tenemos que decir que nuestra incursión a Pekín fue un fracaso total. Desde luego que estos resultados se “politiquean” y sirven para disimular, con mucha fanfarria, el insondable vacío deportivo que impera en casi todo nuestro subcontinente, lo cual no es más que el reflejo de cómo se manejan todos los asuntos. Las tres medallitas de México, es seguro que las convertirán en un asunto político de primer orden; y junto a los ganadores, que posiblemente no hayan recibido ayuda alguna del gobierno, se retratarán todos los políticos de ese país, como si ellos hubieran ganado las tres medallitas. Es probable que realicen lo mismo en Argentina, Panamá, Colombia, Chile, Ecuador y Venezuela. Y no está malo que lo hagan y celebren con orgullo y alegría la victoria de algunos de sus hijos. El problema está en que con el oropel de esas medallas, pretendan disimular o hacer invisibles las enormes lacras que corroen nuestros sistemas políticos. La corrupción y pobreza imperante en México, Colombia, Chile y casi todos los países latinos, no se puede tapar con unos cuantos premios deportivos. El alegrón de un reconocimiento olímpico no borra el pesado manto de miseria, escasez y desesperanza que reina por todo nuestro territorio latino.
El hambre, el analfabetismo, la falta de medicina, agua, techo, desempleo y la angustia no se curan con un pergamino o laurel. Y lejos de probar nada, solo son el reflejo de la inutilidad de nuestros gobiernos en la atención tan mala que les dan incluso a aquellas actividades que les sirven para fanfarronear en el campo internacional.
      Veamos un resumen de lo que hicimos los latinos en Pekín, pero sin engañarnos y echar las campanas al vuelo porque ganamos algunas medallas como Panamá, México, Venezuela, Dominicana o el gigante Brasil con sus tres rueditas de oro. O la gran Argentina con sus dos trabajosas medallitas. Primero que todo: QUEDAMOS EN ÚLTIMO LUGAR como región y raza. Fuimos superados incluso por África que se llevó un total de 12 oros (las que confieren el puesto) y un total de 40 de las 958 que se repartieron. Y dos paupérrimas naciones de ese continente ganaron 9 latitas “de oro”. Mientras que TODA la A.L. solo ganó 11 en total. El papelón de la A. L. fue lamentable (a excepción de Cuba), pues solo obtuvo 56 preseas en total, de las cuales 24 fueron de Cuba. Consideramos aparte a la COMUNIDAD CARIBEÑA porque ellos no son latinos en el buen sentido de la palabra: son africanos con cultura inglesa. Y tres de esos paisitos se llevaron nada menos que 6 de oro, 6 de plata y 3 de bronce para un total de 15 moneditas.
     También debemos considerar como un bloque a la COMUNIDAD INGLESA, formada por E.U., Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Estos cinco ganaron 75 oros, 76 platas y 79 bronces para un total de 230. Luego está Europa (sin Inglaterra). Estos 35 países ganaron 112 moneditas de oro, 142 de plata y 138 de bronce para completar 392. Al final está Asia en donde quedó el campeón indiscutible. Ellos ganaron 86 oros, 56 platas y 83 bronces para una suma de 225 chapitas. Eso hace un gran total de 958.
Este análisis nos permite sacar infinidad de conclusiones, pero la principal de ellas es nuestra mediocridad casi generalizada, pues aparte de un solo país latino que ganó aproximadamente la mitad de todas las medallas que obtuvo Latinlandia, los demás solo fueron a dar lástima. Nada ilustra esto de manera más explícita que el comentario del periodista deportivo mexicano Carlos Albert: “…Un paisititito como Cuba… y un paisototote como México”.
      Desde cualquier ángulo que veamos estos números, la conclusión es desalentadora y frustrante para millones de aficionados que, en medio de los males endémicos que vivimos, esperan un rayito de sol que les traiga la alegría compartida de saber que “ganaron” una medalla de oro. Y aunque esta no valga ni diez dólares, es suficiente para alimentar la gran sed de ilusiones que vive la América Latina en forma cotidiana. Esa alegría la está viviendo Panamá con su Aladino, y les ha caído como una bendición en medio de tanta dificultad. Tan siquiera por ese aspecto adormecedor de los pueblos, los gobiernos deberían tomarse la molestia de considerar en serio el deporte. Todos sabemos que además de producir un efecto exultante en las masas, también es una formidable arma propagandística y política.
      Como en todo, quedamos en la “COLA”, pero esta vez, superados incluso por África, a la que con arrogancia consideramos como lo peor del mundo. Pero resulta que Kenia casi duplicó el número de oros que se llevó Brasil, el que más ganó por la América Latina. ¿Qué nos pasa? ¿En realidad somos una raza inferior? Yo no tengo la menor duda, pues esto no se trata de lo que hacen o no los estados y los atletas, sino de lo que todos somos capaces de realizar y obligar a que hagan los gobiernos. Por el momento, en la olimpíada china fuimos los portadores del farol de retaguardia, algo así como el cabús del tren. Como siempre. Es indecoroso exhibir públicamente las llagas de nuestro cuerpo social. Y los deportes olímpicos son una serie de llagas que nos exponen en toda nuestra incapacidad, vulgaridad y desvergüenza. Incluso es común escuchar a nuestros “atletas” decir que “no se prepararon adecuadamente”. ¿Significa eso que solo querían ir a pasear? ¿Qué clase de gente somos? Tenemos una visión derrotista y, de antemano vamos perdidos, y nuestras máximas ilusiones es “mejorar las marcas nacionales” que hemos establecidos en nuestros mediocres países. Vean a Inglaterra, que cabe más de cuatro veces en Colombia, ganó 19 medallas de oro, 13 de plata y 15 de bronce, para un total de 47 premios. Y apenas tiene 60 millones de habitantes. Compárenla con Brasil: ocho y medio millones de kilómetros cuadrados y casi doscientos millones de habitantes.
¿Somos inferiores? Ni dudarlo. Por lo menos eso demuestran los números.
RIS

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