sábado, 17 de julio de 2010

508 La rutina del matrimonio

508   LA CHISPA

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA RUTINA DEL MATRIMONIO…

… Y del “amantimonio”. Me decía una querida amiga: “Lo lindo de ser amantes es que el viejo llega solo los fines de semana, con la botella de guaro y el pollo asado. Después desaparece y no vuelve a joder; no hay que lavarle los chuicas ni tolerar sus necedades cotidianas”. Así que al amigo que me “regañó” por la “Chispa” anterior, quiero decirle que muchas de las ideas expuestas en ella, corresponden a esa dama que ha tenido una buena y amplia experiencia en esta materia. Esas sutilezas no se nos ocurren a los hombres, pues como casi siempre tenemos todas las ventajas en la relación marital, muchas veces no le vemos el lado oscuro; incluso tenemos la posibilidad de paliar el fastidio con unas cuantas aventurillas fuera de esta. Y no es que las mujeres no puedan hacerlo, pero su naturaleza es diferente y necesitan involucrarse afectivamente para hacerlo. No lo hacen por puro “vacilón” con el primero que se atraviesa sino que necesitan un preámbulo que a los hombres nos importa un comino; y de cualquier relación siempre salen arañadas. Fue casi como un tributo a esta dama (y a todas las mujeres) que escribí esa “Chispita” con el propósito de hacerles ver a mis “colegas” de sexo, cuál es el punto de vista de las mujeres en cuanto a la convivencia matrimonial o de amantes; y que no siempre están felices y satisfechas con su papel de esposas-madres-mártires-sirvientas. El aburrimiento de ellas es mil veces más pesado que el de los hombres. Lo cual las hace vulnerables a las atenciones, gentileza y amabilidad de otros hombres. Incluso suelen soñar e inventar mensajes eróticos en las palabras con las que son halagadas por un compañero de trabajo o cualquier conocido. Sin embargo, gran parte de esa nota también nos afecta a los hombres, y sobre eso voy a insistir, esta vez para los dos.
   El tema es el mismo: las relaciones se gastan, caen en la abulia y terminan por saturar los sentidos a tal punto que todo se convierte en rutina. Los besos de despedida de las parejas en las mañanas, suelen ser tan formales y faltos de significado como las caricias que les hacemos a nuestros perros, talvez menos. Los bailes ya no llaman la atención a ninguno, pues la emoción del contacto corporal con otro cuerpo provocativo, en la pareja se torna en algo ordinario que carece de emoción alguna; al menos que sean buenos bailarines y quieran lucirse ante los demás. Esa es una verdad incontrovertible que se demuestra muy claramente con la sexualidad. “Tocar” a la novia virgen es una experiencia aterradora; y ver a una mujer desnuda las primeras veces es algo alucinante. Supongo que las mujeres tendrán también esos fetiches según su naturaleza. No sé cuánto tiempo dura esa actitud (debe ser muy variable) pero una cosa es segura, se acaba y caemos en el tedio. Tanto es así, que llega el momento cuando ver a la esposa desnuda carece de significación erótica y solo es un incidente que se da en el baño a la hora de partir al trabajo. Esa es una verdad, no importa cuántos años tome. No conocer ese período puede dar cabida a la expresión: “Yo vivo enamorado de mi esposa después de 12 años de matrimonio y la sigo viendo con lujuria”, como dice mi apreciable lector. Yo no dudo lo que usted me dice, pero la duración del período de enamoramiento no invalida la Ley: “Toda relación hombre-mujer llega a su fin”, sin que eso signifique la separación. Las personas suelen seguir juntas durante muchos años, a veces toda la vida; pero eso no quiere decir que tales relaciones sean gratificantes para ambos, si siquiera para uno. Lo que muchas veces se considera como un matrimonio “ideal” no es más que fachada en donde una esposa aceptó su pasivo papel de mártir silenciosa, complaciente y atenta con los deseos y caprichos del marido. O se convierte en una gruñona amargada. Una buena esposa, según los designios de la sociedad. Pero ¿qué hay del amor? ¿Del sexo y la pasión que significan desenfreno, lujuria, abandono, felicidad, entrega y más sexo? Está bien que eso se aplaque cuando llega la ancianidad y la Naturaleza retira las facultades físicas; pero eso no debe sucederles a “jóvenes” de 40, 50 o incluso 60 años. Mucho menos cuando la inapetencia llega a los treinta.
      Cuando el sexo y la pasión pasan a segundo plano y caen dentro de la “agenda semanal”, todo lo demás entra en crisis. Cuando hay un horario y días fijos al mes para “hacer el amor”, allí ya no queda nada, salvo la rutina. Ese es el momento cuando debe hacerse una revisión honesta en conjunto, y aceptar que el juego se acabó. A partir de ese momento de aceptación mutua, con honestidad y valor, se debe enfrentar la situación de la única manera sana: separarse. En esto no hay que engañarse ni confundir la costumbre y comodidad con el amor. Hay muchas alternativas de convivencia, pero debe entenderse que todas son formas ficticias de mantener la apariencia de algo que ya feneció en el tiempo, y que solo son tolerables gracias a las ocasionales infidelidades que les devuelven a los amantes la emoción que produce “el pecado”, la manzana nueva, el misterio, la curiosidad y la sorpresa de algo que siendo lo mismo, se nos presenta bajo el embrujo de lo desconocido, lleno de promesas, ternuras y delicias prohibidas cuyo sabor ya se perdió en las uniones que superaron la etapa de la sorpresa y la capacidad de extasiarse ante la propia y ajena desnudez. Cuando la mujer deja de ser el símbolo de la tentación y solo es la compañera de cuarto, baño o vida, el juego se acabó. Cuando la función principal de la cama es dormir, el juego finalizó. Cuando un cónyuge invita al otro a la cama, y eso significa a dormir, el juego se acabó. Todos somos (hombre y mujeres) amantes potenciales, pero si esa disposición no la ejercemos en el matrimonio, significa que el juego terminó. Nos guste o no, nos duela o no.
       No hay dudas de que en la rutina del matrimonio solo hay dos alternativas para no morir de tedio: separarse, o buscar un amante. Con todo respeto, esa es la respuesta a mi estimado lector. Talvez haya otra pero yo no la conozco. Hay mil pretextos: la gimnasia, los clubes, los grupos, las canastillas y otros, pero ninguno sustituye a una cama pecaminosa, con olor y sabor a sexo, lujuria, remordimiento y sensación de culpabilidad y peligro.
RIS

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