jueves, 22 de julio de 2010

512 Las medallas chinas (olímpicas)

512    “LA CHISPA

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LAS MEDALLAS CHINAS (OLÍMPICAS)

    A través de mi buen amigo don Rubén Solano, recibí unas postales verdaderamente dolorosas a la vista y primera impresión. Se trata de unos niños de tipo asiático (no necesariamente chinos) que son sometidos a entrenamientos severos quién sabe para qué, pero obviamente para algún circo o deporte. Y aunque no sé cuál es el objetivo de ese mensaje, parece que la finalidad es “desacreditar” de alguna manera los logros de los chinos en las Olimpíadas que terminaron. Personalmente, yo mataría a algún desgraciado que le quisiera hacer algo así a un hijo mío. Tanto es así, que jamás permití que a mis hijas les hicieran huequitos en las orejas para los aretes. Lo hicieron ellas cuando llegaron a “viejas”. Pero otra cosa son los chinos y asiáticos en general; ellos son una gente dura, acostumbrados a una vida áspera y llena de sacrificios para nosotros intolerables, pero que para ellos son rutinas sin importancia. Acuérdense de cómo les moldeaban los pies miniatura a las mujeres de cierto rango. Los niños destinados al circo son sometidos a una dura disciplina desde que tienen dos o tres añitos. Y eso es natural para ellos. Esa gente sabe que la perfección no se obtiene con base en la flojera, la indulgencia y el “pobrecito”. No en balde existe aquella frase que dice: “Una tortura china”. Esas razas son especialistas en cosas que nosotros no entendemos. Como hacerse el haraquiri y otras bellezas por el estilo.
     Sin embargo, suponiendo que los niños de esas fotos fueran chinos (podrían ser de California o de Londres) y que fueran los que ganaron las medallas (cosa imposible), podemos decir que el martirio valió la pena. Si yo tuviera la certeza de que dos mil jovencitos de cualquier país latino van a hacernos ganar una Olimpíada, autorizaría ese tratamiento y más, aunque corriera el riesgo de ser tildado como el Savonarola de los deportes. Pero a despecho del sentimentalismo que producen las caritas de esos niños, debemos recordar que la ruta hacia la excelencia no es producto del mimo, la pereza, las “consideraciones” o la lástima a la que somos tan dados los latinos cuando de competencias se trata. En lo que sea: deportes, estudio, trabajo, vida profesional o intelectual. Creemos que los premios nos deben caer del cielo sin ningún esfuerzo; y es por eso que NUNCA ganamos en nada. Nos da lástima ver a esos chinitos preparándose para ser campeones, pero NO nos apena ver a millones de niños latinos condenados a la miseria, el hambre, el analfabetismo y al olvido porque nadie hace nada por ellos. Nadie los “tortura” mandándolos a la escuela, el colegio y la universidad. Nadie los obliga a superarse ni les enseñan que detrás de todo esfuerzo SIEMPRE hay un premio. Talvez ahora ellos no lo entiendan, pero los adultos sí sabemos de la conveniencia de empezar la disciplina física, mental y espiritual a temprana edad en la vida. Después darán gracias a sus padres y podrán disfrutar de la gloria y los beneficios que se derivan del trabajo y el esfuerzo hecho en busca de metas que van más allá de la vulgaridad cotidiana. Si nos dejáramos llevar por la pena que nos producen nuestros hijos en su primer día de escuela, TODOS SERÍAN ANALFABETOS.
      Sin embargo, para los que no recuerdan la historia, les decimos que esa conducta severa de autocontrol para lograr la perfección no es exclusiva de los asiáticos, y desde Grecia heredamos el concepto de: “Disciplina espartana”, con la que se distinguía ese pueblo que fue el sostén militar de la Hélade. Fueron gloriosos por su espíritu guerrero sado-masoquista. También hay muchos pueblos europeos que valoran de igual manera esa conducta que conduce al podio, y por eso están donde están: a la cabeza del mundo. En cambio, los latinos solo glorificamos la vagancia y el buen vivir sin esfuerzo; o cómo guindarnos en alguna de las tetas del Estado y… a robar y robar.
      La grandeza requiere sacrificio, pero este no se puede iniciar hasta que tenemos consciencia de lo que eso significa; por lo tanto, alguien debe tomar esa decisión por nosotros cuando somos niños. Como cuando nos mandan a la escuela. La lástima solo produce lágrimas inútiles, pero no de la calidad de las que salen cuando nos cuelgan una medalla de oro en el pecho. Las hermanas Poll saborearon esa ambrosía que solo está destinada para los elegidos y no para los holgazanes; es para aquellos que han renunciado a las diversiones, la vida fácil y muelle. Para los que no tienen pereza ni ceden a la invitación insidiosa del placer o el descanso. Detrás de todos los que se han ceñido el laurel de la inmortalidad, hay una vida de sacrificios ante los cuales esas ampollitas de los niños chinos, son apenas un cuento de hadas. Los que no tienen alguna idea de lo que hacían las Poll, caerían muertos del susto si lo supieran. ¿Creen ustedes que Phelps se ganó sus medallas después de pasar ocho meses de vacaciones, echado todo el día en las playas de Waikikí? Con lluvia, frío, calor, nieve, dolor, lágrimas, angustia y más dolor; con gritos y el látigo implacable de sus entrenadores (verdaderos sádicos), se templa el músculo y carácter de aquellos llamados a un destino superior. Con lástima nada se gana. Esa es la razón de dónde estamos situados los latinos. Nunca paramos de sentir autocompasión por nosotros mismos. La disciplina es la clave del éxito; pero no la disciplina de estar echados, dormidos o haraganeando, sino aquella que sirve para galvanizar el carácter y tornarlo acerino y capaz de estar guindados todo el día de una argolla, hasta que nos salga sangre por las orejas. A veces hay que tomar esa decisión por otros, y eso hace que la acción parezca cruel y dolorosa; pero los que han transitado por ese camino, saben que es la única forma de llegar al Empíreo; o al menos, acercarse al círculo de los elegidos.
     No, no sintamos pena por esos niños “chinos”, porque en las próximas olimpíadas se coronarán y entrarán a la galería de los inmortales. Sintamos amargura por nosotros, una raza de inútiles incapaces ni siquiera de protestar organizadamente por los abusos del Poder. Nosotros sí somos dignos de lástima.
Saludos fraternos
RIS

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