sábado, 17 de julio de 2010

805 Compinchería ideológica

805     “LA CHISPA” 

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

COMPINCHERÍA IDEOLÓGICA
   La mentalidad de gavilla es lo que crea la predisposición del hombre a convertirse en parte de un agregado; el temor a pensar por sí mismo lo hace transformarse en miembro de un rebaño en el cual se siente liberado de la responsabilidad de ejercer su criterio. El pánico a pensar es lo que hace que su mente individual se diluya en una “ideología” que sustituye su personalidad y libre albedrío. Evadir ese imperativo lo lleva a entregarse en brazos de la pandilla y a confiar ciegamente en las decisiones de otros; en el juicio y escogencias de otros, a aceptar como propia la voluntad de otros. Y eso nos lleva al apasionamiento ciego; y esto, a la complicidad o compinchería que obliga a la solidaridad o el disimulo. A aceptar el santoral cívico o religioso que nos imponen los gremios. Si la iglesia le dice al individuo que esto o aquello es cierto, aun sin la menor prueba, este lo acepta como parte de una verdad divina y se hace fanático de la peor clase; en alguien que, sin tener la menor evidencia, asegura cosas improbables o imposibles como verdades axiomáticas. Se torna en un ser agresivo que estará dispuesto a matar o morir con tal de que prevalezca la teoría que sostiene su grupo. Eso también es la norma de las ideologías (partidos políticos y todas las organizaciones radicales). El sujeto-manada renuncia al análisis y a la duda razonable y somete su intelecto al de los “líderes”; deja de ser él para difuminarse en la masa amorfa que solo reacciona a las emociones y consignas del montón.
Estos sujetos han abandonado su personalidad para fundirse en la opinión “colectiva”, valga decir, la de la dirigencia. Esta es la que prevalece siempre sobre cualquier otra idea que pudiera tener el hombre. Es la cúpula la que dice qué es bueno y qué es malo; qué países son buenos y cuales los malvados, qué política es aceptable y cuál se debe repudiar; quiénes son los chavalos y quiénes los villanos de la película. Sin opiniones, revisión ni escrutinio. Para la ideología no hay medias tintas y todo se explica en blanco y negro. Esta es la que crea el santoral cívico y le dice al “seguidor” o miembro, quiénes son los héroes a los que hay que adorar y cuáles deben ser satanizados. Esta exige obediencia total, y ese es el gran peligro de la pertenencia a alguna de ellas porque implica, siempre, la anulación del individuo, por más que esto se pueda negar. Si soy miembro de una cofradía, pierdo mi identidad para convertirme en un número, en un militante obediente y sin criterio. En el agregado, cualquiera que sea su naturaleza, no hay cabida para la opinión, la unidad, la protesta o disensión. La docilidad es la norma única, y si alguien se sale de ese papel que debe desempeñar dentro de la estructura, se convierte en un rebelde, traidor, revisionista o cualquier otro epíteto temible e indeseable.
       Si la jefatura dice que Pancho López es un gran adalid nacional o internacional, así debe ser en la mente del “seguidor”. No importa que en su intimidad el hombre sepa que aquel sujeto NO LO ES. ¿Cuántos criminales genocidas han sido beatificados por la estulticia del rebaño? Trujillo, Moisés, Truman, Churchill, Hitler, Stalin, Pol Pot, Josué, Díaz Ordaz, Amín, Somoza Pinochet, Bush, Reagan y un etcétera interminable, a los cuales juzgamos como santos si son de nuestro partido o religión; o como satánicos, si son del bando contrario. ¿Cuántos vendepatria y traidores han sido glorificados porque así convenía a los intereses de determinados grupos? Aquí lo vivimos con el debate sobre el TLC. Hubo gente bienintencionada que se tragó el cuento de la conveniencia de ese tratado, simplemente porque eran miembros de un grupo político. O llevaron la contraria solo por seguir una ideología. Ese es el patrón que rige la conducta de la pandilla; esa que nos lleva a auto anular nuestra mente para ponernos al servicio de otra gente y de intereses que no comprendemos, solo porque no queremos contrariar o incomodar la dinámica del conjunto. Si la Iglesia nos dice que Domingo de Guzmán fue un santo, así debe ser aceptado aunque sepamos que este individuo fue nada menos que el creador de la Inquisición, grupo criminal que causó la muerte de miles de personas en nombre de la fe. Pero el católico tiene que aceptar que fue un santo, categoría que ocupa en el santoral de la Iglesia. Si la religión nos dice que Moisés abrió el Mar Rojo, debe ser cierto. O que Yavé les hizo caer maná del cielo durante cuarenta y dos años a los judíos, tiene que ser verdad. Lo mismo pasa con cualquier otra asociación, ya sea política o cívica, y ese es el lunar de toda forma de pensamiento colectivo no sujeto al análisis personal. Estamos obligados a aceptar como válida cualquier ponencia que provenga del núcleo dirigente, no importa de qué clase de tontería se trate.
     Ser compinche partidario de otros nos obliga, aun en contra de nuestro buen juicio, porque si el grupo dictamina qué es válido y qué no, no nos queda más camino que aceptar como verdades cualquier cosa que nos propongan… o estamos fuera. Se pierde la libertad de consciencia en aras de la fortaleza del grupo, sin importar que la doctrina sea razonable o no. En el caso de Alexander Solshenitzin existieron dos posiciones irreconciliables: 1) era pura propaganda capitalista y 2) era una verdad absoluta. No existieron términos intermedios; a eso obliga la ideología. Blanco total o negro ídem. Y en eso es en lo que caemos cuando nos aferramos de manera obstinada a cualquiera de ellas; perdemos la objetividad y nos alejamos de la verdad, por muy simpáticas que sean las ideas que profesen los mandos de nuestro partido o iglesia. Y estos siempre han sido los que mantienen el control de nuestras poblaciones y los que les dicen qué es bueno y qué malo; quién es santo o líder, quién es malo y retrógrado. Solo el hombre sin ideologías es capaz de pensar libremente; no importa qué tan errado esté, pero su pensamiento responde únicamente a su criterio y no es el producto de la manada. No importa cómo se forme esta ni qué tanto parezca ser una organización democrática; desde que hay reglas y estatutos, es un cuerpo dominante que anula todo individualismo y lo somete a la voluntad colectiva, valga decir: la de la “dirigencia” que urdió las leyes y reglamentos que controlan al colectivo. Por más que nos disguste esta idea, no deja de ser cierta, y basta que hagamos un análisis cuidadoso y desapasionado, y nos daremos cuenta de esta desagradable verdad. ¿Tiene usted otra explicación?
            RIS

1 comentario:

  1. es la ley del dominante y el sumiso y para eso el poder se vale de las ideologias deacuerdo a sus necesidades y miedos

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