lunes, 21 de febrero de 2011

892 Todos somos adúlteros


892    “LA CHISPA     (11 febrero 2011)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
TODOS SOMOS ADÚLTEROS…    (Notita dominical)
            Según el evangelio de Mateo en el capítulo 5 versículos 27 y 28, pues según estos, no es necesario acostarse con alguien para haber adulterado en el corazón; es decir, este delito trasciende el plano físico y se eleva a la categoría moral según el testimonio del apóstol.  Y si se aplica rigurosamente, todos quedamos mal parados ante la religión.  Pero solo los hombres porque la sentencia dice: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”.   ¿No es esto un poco de “machismo feminista”?  Por la interpretación literal del texto se desprende que las mujeres tienen libertad de codiciar al hombre de su prójima libremente.  ¿No es esto una injusticia?  ¿No es que todos somos iguales ante la ley?  Como pueden ver, en todos lados se cuecen habas.  Inclusive en el Nuevo Testamento.  Pero por dicha esta no es la única opción que tenemos, ya que la Biblia dice otras cosas al respecto.
            El lector desprevenido piensa que la cuestión de los mandamientos es algo fácil.  Un milagro que se plasmó en las tablas de piedra y madera de forma mágica, en un idioma que empezó a existir hasta tres mil años después de que aquellas que fueron grabadas.   Como se ve en la película.   Pero la cosa no es tan simple, ya que la Biblia da un montón de mandamientos que ofrecen la posibilidad de innumerables interpretaciones.  Es por eso que en la actualidad hay varios “juegos” de mandamientos según el criterio de los grupos clericales derivados del judaísmo.  El primero, como es lógico, es el del judaísmo, pues ellos fueron los que inventaron el cuento, y se merecen la primacía.  Luego están los “Diez mandamientos” del catolicismo, los cuales fueron reinterpretados por el fanático San Agustín, y hasta el concilio de Nicea del 782, todavía los estaban discutiendo y reordenando.  Siglos después, los protestantes se armaron su propio decálogo que es bastante parecido al judaico, más apegado a la Torá.  Y para terminar de rematar el enredo, los mormones también metieron la cuchara y redujeron el decálogo a dos.  A dos mandamientos. 
            A despecho de las diferencias que hay entre las confesiones judaicas, una cosa es común en todas: no existe la categoría de PECADO para el acto de desear a la mujer del prójimo, ya que los rabinos conocían muy bien la naturaleza lujuriosa de los judíos y, por eso, no se tomaron la libertad de inventar cuentos que fueran imposibles de cumplir y que causaran alejamiento de los creyentes, pues con ellos se iba el diezmo.   Y eso sí que era un pecado terrible.  De ahí que el asunto se quedara en una simple recomendación: “No cometerás adulterio”.  Así nomás, sin amenazas ni castigos en el presente ni en el más allá, pues ellos no creían en esas historias.  Para el judío todo era y es aquí y ahora, y por eso no le prometían el cielo a nadie.  Tampoco se les ocurrió la fábula del infierno.  Toda la acción era y es en la Tierra.  El mandamiento es igual para los protestantes; además, tiene el mismo número que en el judaísmo, como todos los demás, solo que con algunas variantes en los adornos.  Como el sexto, que dice: “No matarás”.  En cambio el judío sentencia: “No matarás al inocente”.  Eso se puede interpretar que es lícito matar a los demás, a los que ellos no consideren inocentes, como los palestinos. 
            Así que el decálogo judío no nos considera adúlteros si deseamos a la mujer del prójimo, ni nos condena a nada feo.  Solo nos recomienda que NO cometamos adulterio.  Aunque esto no tenía una razón moral sino más bien de tipo práctico (convivencia) y económico, pues las mujeres eran consideradas una propiedad valiosa de los hombres, algo así como los camello o las cabras.  Tampoco los mandamientos protestantes nos amenazan por el simple deseo de la mujer ajena, aunque la realización del acto (del daño sobre la propiedad ajena) si era penado por la ley con la muerte (Lv.  20-10 y 21-9; Dt. 22-22 y 24).  Así, pues, ¿cuál es el alcance de la observación de Jesús y lo que afirma en Mateo 5?  Si se comete adulterio con solo el deseo, ¿se debe aplicar el castigo del Levítico y el Deuteronomio?  Pero si el pecado solo es en la mente, ¿de qué manera se nos puede probar el delito?  ¿O solo queda en el ámbito de la consciencia?  Pero de ser así, sería lo mismo que nada. 
            Más prácticos los mormones, redujeron el decálogo a dos obligaciones: “Amarás a Dios” y  “Amarás a tu prójimo”.  Y esto bien se podría entender dadas las condiciones en las que vivía esa gente: la poligamia.  Se dice que José Smith, el profeta de Cumora, tenía más de veinte mujeres, y muchas más su lugarteniente Bringham Young, el Josué mormón.  También se cuenta que esa fue la causa por la cual murió el profeta, pues un grupo de enfurecidos vaqueros del pueblito de Liberty, se vengó de él y lo ejecutaron, ya que este les había quitado sus mujeres.  Eso dicen…
            En resumen, para librarnos de ser considerados adúlteros, tenemos que ponernos bajo la tutela de la Biblia (recuerden que la Biblia solo es el antiguo testamente), pues si nos acogemos al Nuevo Testamento, todos seríamos acreedores a la muerte por pedrea, y eso es muy grave. Entonces, ¿qué podemos hacer en materia religiosa cuando tenemos tantas posibilidades de escogencia ante cada delito?  De todas, la Iglesia Católica parece ser la más alcahueta, pues ellos inventaron el asunto de la bula para que todos los que tenían plata pudieran hacer lo que les diera la gana.  Con la bula se podía comer carne el viernes santo, limpiar el adulterio y lo demás.  Solo era cuestión de pagar, y un cuento acabado.  El dinero blanquea la conciencia.
            Sin embargo, persiste la duda: ¿Es válida la sentencia cristiana?  ¿Somos adúlteros con solo mirar la mercancía y desearla?  Eso no es judío, pues iría en contra de todos los principios comerciales, ya que tal disposición podría hacerse extensiva a todo aquello que implique un deseo.  ¿Adultero en mi corazón por desear con rabia mi camioneta Nissan Frontier roja, king cab y todo lo demás?  ¿Y se le agregaría a eso la envidia picante que siento cuando veo a alguien montado en una de ellas?  ¿Quién se libraría del pecado cuando ve en el cine a Jay Lo, Jessica Biel, Eva Mendes, Demi Moore o Shakira?  Estaríamos fritos si la ley no fuera piadosa con los hombres, y esta se convertiría en un injusto doble castigo: la frustración de no tenerlas, y el recargo divino por nuestra debilidad.  Pero aún así, lo pagamos con gusto.   (¿Se sienten ustedes culpables?)
            Pecaminosamente
                                         Ricardo Izaguirre S.                         E-mail: rhizaguirre@gmail.com
PUBLICIDAD: Les recomiendo la lectura de “EL ANÁLISIS”, a la venta en la librería Universal.



No hay comentarios:

Publicar un comentario