jueves, 3 de febrero de 2011

885 Quiquiriquí... estoy aquí.

885    “LA CHISPA      (30 enero 2011)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¡QUIQUIRIQUÍ  ESTÁ  AQUÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ…!
            Hará cuestión de dos meses fui sorprendido por el canto matutino de un gallo.  ¿Se imaginan?  ¿Dentro de la ciudad de San José?   ¿En un barrio netamente citadino?  ¿Será que estoy soñando? –me pregunté--.  Pero no, ahí estaba: limpio, claro, potente, sonoro.  Este pequeño Pavarotti gallináceo estaba dispuesto a despertarnos a como diera lugar, y para eso, se dio el lujo de dispararnos lo mejor y más florido de su repertorio musical.  Con unos portentosos do de buche, nos mantuvo despiertos desde las tres y media de la madrugada, hora en la cual suele iniciar su sonata mañanera.  Y como esto era algo tan poco frecuente en mi vecindario, tuve que levantarme a ispiar para saber de dónde provenía aquel concierto tan inesperado como divertido.  Me fue imposible verlo a través de la maraña de ramas y enredaderas del palo de mango que hay en mi patio.  Así que me volví a acostar, pensando que se trataba de algo anecdótico que pronto olvidaría.  Pero ¡vaya sorpresa!  A las cuatro volvió a la carga con nuevas y estentóreas melodías.  Y de nuevo a las cuatro y media… y a las cinco… hora a la que saco mis perros.  Luego se me olvidó, y creí que eso sería todo en cuanto a Quiquiriquí, como lo he bautizado de manera tan original  (¿?). 
            Al desayuno, Quiquiriquí fue el tema obligado de la charla, y todos supusimos que se trataba de algo accidental, de un animalito que se habría escapado y que, pronto estaría formando parte de un rico arroz con gallo.  Pero para sorpresa de todos, al día siguiente, la poderosa voz de este diminuto solista volvió a sorprendernos  en medio del silencio plácido de las horas de la alborada que, en mi barrio, suelen ser muy silenciosas y calmas.   Ahí estaba este inesperado visitante desgañitándose en el cumplimiento de ese deber que le ha impuesto la naturaleza y que, en los campos, tiene un claro significado como precursor de la Aurora.  En el ocultismo se le atribuyen poderes que van más allá de la comprensión ordinaria, y se dice que es el ave más magnética y sensible de todas; de ahí se originó la alectomancia.  Es una criatura de augurio y simbolismo, y según el Zohar, el gallo canta tres veces antes de la muerte de una persona.  En Rusia su canto se considera como indicio inevitable de muerte cuando este lo hace en la casa de un enfermo.  Consagrado a Esculapio, su himno está envuelto en un cierto misterio tenebroso.  Y como en este barrio la mayoría somos viejos, la inesperada presencia cantarina de Quiquiriquí no deja de producirme cierto escalofrío. 
            Como el gallo está relacionado con el sol (dioses solares), con la muerte y la resurrección, fue incluido en los Evangelios en relación con Pedro y la negación que hizo de Cristo.  Todo eso me lo hizo recordar Quiquiriquí; sobre todo en estos días en los que he estado en “alitas de cucaracha”.  Así que tenía un interés especial en conocer a ese extraño mensajero, portador de un aviso que en esta localidad geriátrica, tiene un valor genérico que a todos nos debería interesar.  Así que agucé mis sentidos para localizar a este probable ángel tempranero de la Parca.  Y después de varios días de constante vigilancia, al fin pude verlo en el techo de una caseta que hay en el patio de mi casa.  Allí estaba, rajándose la garganta, sin importarle un carajo lo que el vecindario entero piense de su estridencia musical.  Es chiquito, con un penacho rojo brillante, cuello circundado por plumas doradas que semejan una especie de collar de esos que utilizan en las ceremonias religiosas.  En el cuerpo tiene varios colores para rematar en una alta cola en donde se alternan largas plumas blancas y negras que le dan un aspecto muy elegante.
            ¿Cómo llegó, de dónde es, quién es su dueño?  Lo ignoro.  Mi casera dice que es de una familia de nicas que viven a tres o cuatro casas de la mía, pero no lo sé; dice que lo trajeron de Nicaragua con ellos.  Que vinieron a Costa Rica en busca de un lugar con libertad de expresión, y que es por eso que Quiquiriquí se despacha todas las madrugadas, haciendo uso de ese derecho que consagra la Constitución Política.  Pero la utilización de esa prerrogativa ya le ha ganado muchos enemigos en el barrio, incluyendo a mi suegra, la cual ya tiene planeado un buen arroz con pollo a costas de este pequeño tenor mañanero.   Ahora sé que duerme en las más altas ramas del palo de mango, a escasos 7 metros de mi cama; a cinco de la de mi suegra en el piso de abajo.  En resumen, a tiro de escopeta de todo el barrio.  Ya una furibunda vecina me emplazó violentamente acerca del gallito cantor, pero como yo no soy el dueño, tuve que “lavarme las manos”, pues Quiqui goza de mi entera simpatía.  Y por si las moscas, estoy muy atento a darle su arrocito y ponerle agua mediante un ascensor de mecate que improvisé desde mi terraza.  Estoy tratando de ganar indulgencias con él, de desviar su mensaje de muerte para ver si no se convierte en el heraldo de mi clavado final. 
            Mientras tanto, Quiquiriquí se ha adueñado del patio de mi casa, sin importarle un tacaco la opinión de nadie; está decidido a ganarse todas las enemistades posibles con su contumaz impertinencia.  Dueño del patio y del palo de mango, con comida y bajo la vigilancia siempre ominosa de la pandilla de gatos del barrio, desafía altanero todas las circunstancias.  Él es el gallo en su patio, y en su palo.  Pero no solo eso, sino que, como los mininos, recorre los techos del vecindario haciendo todo el escándalo del cual es capaz; sin hacer el menor esfuerzo por ser discreto o pasar inadvertido.  “¡Quiquiriquíííííí… yo estoy aquííííí…!  Y me importa un chayote que les moleste mi música”  –se adivina en su voz.
            Con tantos enemigos como los que tiene entre los durmientes del barrio, y con la posibilidad de ser víctima de un ataque tipo comando por parte de los reyes de los techos (gatos), es probable que sus días estén contados, a pesar del empeño que he puesto en protegerlo.  De esa manera, su canto premonitorio podría convertirse en el adorno melódico de su propio funeral.  Y aunque ya lo he visto enfrentado a uno de los gatos, es probable que estos inteligentes pandilleros lo lleguen a sorprender; sin embargo, estoy seguro de que, a bayoneta calada, este valiente guerrero defenderá el derecho que tiene a la libertad de expresión musical con la que la Naturaleza lo dotó.  Además, a gozar plenamente de la declaración de propiedad que hizo sobre el patio y el palo de mango de mi casa.  Que el dios gallito lo proteja para que nos siga (por lo menos a mí) divirtiendo con su recital mañanero.  ¡Bien hecho, Quiquiriquí, y larga vida!  Aunque se fastidien todos los vecinos. Pero sin importar cuánto dure su vida, ya dejó su impronta alegre y gallesca en el vecindario.   Avícolamente…
              Ricardo Izaguirre S.         E-mail: rhizaguirre@gmail.com


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