domingo, 20 de febrero de 2011

891 ¿Decencia política?

891   “LA CHISPA         (10 febrero 2011)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿DECENCIA POLÍTICA?
            ¿Por qué tiene que ser una antinomia esa frase?  ¿Por qué los elementos que ejercen esa actividad tienen que caer en la categoría de gente sin honor?  ¿Tiene que ser así?  Parece que en la América Latina hemos traspasado todas las barreras de la dignidad, y la corrupción se ha apoderado de todo.  Ya el ciudadano medio da por un hecho que los políticos son sinvergüenzas y, al parecer, a estos no les importa el juicio que sobre ellos tengan siempre y cuando los elijan a sus cargos.   Si me eligen diputado, me importa un bledo lo que crean de mí  --suele ser su lema--.  Esa clase de individuos es refractaria a toda forma de decoro, y están por encima y más allá de cualquier compromiso moral con la comunidad de la cual se sirven.  Nuestros hombres públicos han perdido por completo la noción de la decencia y de la obligación que tienen ante la sociedad; no importa la posición que ocupen, ya sean presidentes, diputados, ministros o diplomáticos.  Casi todos se encuentran asociados en fraternidades cuya norma es la desvergüenza y la proclividad hacia la pudrición generalizada.  Son gente descastada a la que, aparte de amasar fortunas bajo el alero del Estado, nada le importa.  El concepto del honor es algo que nada significa para ellos.  ¿Habrá excepciones?  Debe haberlas, pero...
            Los últimos años han sido un muestrario increíble de lo que los políticos nacionales son capaces de hacer con tal de forrarse de dinero fácil al amparo del gobierno.  Bancos quebrados por amigotes y socios políticos y comerciales de los encargados de proteger el tesoro público.  Contratos estatales amañados, licitaciones dudosas con los mismos beneficiarios, cobro de comisiones, desfalcos a los fondos de diferentes instituciones del estado.  Compras arregladas de materiales, equipos y mercancías.  Sobornos, venta de influencias, concesiones mineras ilegales, intromisión del Ejecutivo en los otros poderes, especialmente el Judicial; intimidación de la presidencia a los jueces, encubrimientos, distracción de la opinión pública, abandono total de la seguridad ciudadana, presiones brutales a la cuestionada Sala Constitucional, y un larguísimo etcétera que abarca todo lo imaginable en materia de descomposición estatal. 
            Ante tal situación de impunidad y corrupción oficial, ¿qué le queda al pueblo si todos los mecanismos de control de la legalidad de los procedimientos gubernamentales, están en manos de unos cuantos sujetos que tienen el dominio total del Estado?  Este país vive bajo un gobierno de facto que está por encima del gobierno popularmente elegido.  Y cuando eso sucede, estamos al borde del abismo y la anulación del último vestigio republicano.  La democracia ha sido secuestrada, y un par de ayatolas ha enajenado lo que es propiedad de todos: la soberanía.  Por desgracia, a muchos habitantes esto les parece un chiste que debemos reír, y eso sí que es un verdadero peligro.  Cuando el individuo en su ceguera partidarista ve estos abusos como conducta natural de esa casta, le está abriendo las puertas a la tiranía y todo lo que esta conlleva.  Ese ha sido el comienzo histórico de casi todas las satrapías que han azotado este continente.  El caudillismo siempre se ha basado en la idiotez de los pueblos y las tendencias que este tiene hacia el servilismo.  Crear ídolos de esta ralea, es una manía muy latina.  La indolencia cívica y el servilismo, son las dos vías seguras por donde transitan estos hacia la usurpación del poder.  Y a nadie parece importarle. 
            ¿Cómo es posible que un grupúsculo mínimo pueda hacerse del control total de la nación y sus negocios mediante una serie astuta de maniobras torcidas, en donde han contado con la alcahuetería de innumerables funcionarios?  Y el país lo ha visto y lo sabe, pero nada hace.  Los partidarios de esa gavilla lo celebran como gran cosa, y los opositores callan.  Los oficialistas están jubilosos, y los contrarios callan, pues eso es parte del juego que TODOS están dispuestos a realizar.  ¿Qué tendrán que hacer esos personajes para que el pueblo proteste?   Si esta vez se les frustró el asunto de Crucitas y otros grandes negociazos, es seguro que en la próxima administración los finiquitarán exitosamente.  Y para el público perplejo, todo eso parece ser un asunto que se realiza en otro país, en otra galaxia; algo que no tiene que ver con sus vidas ni sus intereses.  La mentira es moneda de curso legal entre esos parásitos de la función pública, y las falacias de la más baja condición, son los argumentos que se debaten en el parlamento.  Todos mienten a sabiendas de que todos saben que todo el mundo sabe que lo que dicen son mentiras.  El político es sinónimo de falacia y corrupción, los peores defectos que puede tener un ser humano.  Entonces, ¿por qué la gente los endiosa, los convierte en sus líderes, los aplaude y avala incluso sus conductas más torcidas?
            ¿Qué sucede dentro de la mente de una nación que se entrega de manera tan lastimosa en manos de una camarilla de aprovechados?  ¿Por qué esa identificación con personas cuya conducta es escabrosa?   ¿Es el “partidarismo” justificación suficiente para la complicidad moral con delincuentes de cuello blanco?  ¿Es suficiente ser correligionario político para hacer la vista gorda ante los desmanes de nuestros “líderes”?   ¿Debemos olvidar nuestra responsabilidad cívica ante los abusos y atropellos que realizan los que tienen el Poder solo porque pertenecen a nuestro partido?   ¿Es eso mérito suficiente para que nos hagamos los majes o, incluso los defendamos?  Parece que los latinos entendemos el partidarismo y los cacicazgos como una especie compromiso moral, en el que nos sentimos obligados a cohonestar las trampas de nuestros colegas en esa actividad; incluso los hombres honestos callan y terminan por apartarse de la militancia.  Solo eso.  Los que pueden denunciar, se auto anulan gracias a un falso sentido de la fidelidad.  Y dejan el campo abierto a los sinvergüenzas.  Esa es la rutina en nuestro medio: dolo, corrupción, mentira y codicia desmedida.
            Es obvio que nuestros pueblos no tienen ni la menor idea de qué es la democracia.  Suponen que esta es hacer elecciones cada cuatro o cinco años, y luego retirarse de la vida pública; a ser espectadores pasivos que observan cómo los políticos hacen festín con los bienes nacionales.  El elector latino se ha marginado del proceso y ejercicio de la democracia y ha llegado a creer que él, como ciudadano solitario, no tiene valor alguno y que su palabra o pensamiento carece de fuerza o del derecho a ser atendido.  Ignora que él es EL CENTRO, EL SUJETO DE LA DEMOCRACIA.  No sabe que él, elevado a la enésima potencia, es LA SOBERANÍA, el que manda, quien decide.  ¿Lo recordarán nuestros pueblos en los próximos días?   ¡Ojalá!
            Fraternalmente                                                                         (¿Cómo anda esto en sus países?)
                                        RIS                               E-mail: rhizaguirre@gmail.com



No hay comentarios:

Publicar un comentario