lunes, 14 de febrero de 2011

699 ¿En realidad tenemos alma?


699   “LA CHISPA    (27 octubre 2009)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿EN REALIDAD TENEMOS ALMA?
            Un amigo lector me ha estado escribiendo desde hace algún tiempo.  La razón: alguna de las “Chispas” que escribí en relación con este tema.  Y aclaro para él y todos los que tengan alguna duda.  Todo lo que propongo en mis notas no es necesariamente aquello en lo que yo creo.  Son temas que someto a la consideración de mis amigos, como una gran tertulia, para que pensemos.  No para discutir ni polemizar.  Eso no me interesa ni conduce a parte alguna.  Solo son ponencias.  Este amigo me señala, muy convencido, que alma y espíritu no son la misma cosa; además, me asegura que hay dos tipos de alma.  En todo lo que me dice estoy de acuerdo; es más, en alguna de mis notas hice la aclaración sobre el alma animal, humana y espiritual.   Así que no hay razón alguna para que nos fastidiemos; al contrario, talvez pueda ayudarme a divulgar el mensaje que subyace en el contenido de esas “Chispas” que he venido publicando en forma salteada y como al desgaire.  En realidad, aunque parezcan temas frívolos, corresponden a un programa planificado que tiene como objetivo develar uno de los más abstrusos temas con los que el hombre tiene que lidiar en algún momento de su vida: la muerte.   Y no creo que sea un asunto de interés solo de curas y viejos al borde de hacer “el clavado final”.   Saber (o intentar conocer) acerca del más allá, la muerte, el cielo o la nada, es un tema mucho más interesante que el estudio de los agujeros negros del espacio; o de los posibles meteoros que podrían fulminarnos en cualquier momento.  O hace cuántos millones de años apareció el hombre.
            También le ofrezco disculpas por la manera tan superficial como traté el aspecto de la fe.  No quise menospreciarla y sé muy bien cuál es su valor social y espiritual.  Lo que quise decir fue otra cosa: que esta no sirve como instrumento para conocer, descubrir o investigar.  Solo para aceptar y reforzar todo aquello que forma parte de nuestra educación religiosa. Es un elemento pasivo aunque muy valioso.  Todos sabemos que la fe es parte de un poder superior en el hombre: la voluntad.  Pero como esta última no puede ser practicada por la mayoría, tenemos que conformarnos con ejercitar la fe.  Sin embargo, NO es la fe la que mueve montañas sino la VOLUNTAD, y es aquí en donde tenemos la única diferencia de apreciación.  Tampoco estoy de acuerdo con que la muerte es una materia que no interesa a los jóvenes; es cierto que ellos no la tienen tan presente, pero eso no significa que no piensen en esa eventualidad (anti natural, desde luego) que nunca se aleja de nosotros desde que nacemos.  Tampoco es cierto que la existencia del alma sea un hecho probado solo porque las religiones así lo dicen.  Como pensamos que esta es el vehículo hacia la inmortalidad, nos aferramos a la idea de que tenemos ese algo al que llamamos alma, pero que, en forma inconsciente le negamos validez, ya que la consideramos solo como una puerta o sendero de salvación.   No nos identificamos con ella, pues en realidad no sabemos qué es.  Creemos en su existencia por fe, y solo porque nos ofrece la posibilidad de supervivencia más allá de la muerte.  Nosotros somos el “Yo soy Yo”, y decimos tener cuerpo y alma. 
            Del primero tenemos claro conocimiento, pero del alma, ninguno.  Creemos (fe) en ella porque es una especie de bote salvavidas para la personalidad, el “Yo soy yo”.  Es más, la consideramos como algo ajeno, diferente del “YO”; mística y elusiva, como otra cosa que solo está (o puede estar) allí, observándonos, sufriendo o feliz en su mundo célico.  Esperando ser condenada o salvada según nuestros actos.  Pero siempre pensamos de ella (aunque la consideremos como nuestra propiedad) como un ente ajeno, que no es mi yo, y sobre la cual no tenemos dominio alguno.  Entonces ¿cómo es que nuestra personalidad habrá de unirse con esa “cosa” que de nada nos sirve durante la vida?  ¿En qué momento de la vida o la muerte nos fundimos con ella, o toma posesión de nosotros?  ¿Y qué parte nuestra es lo que se introduce y une con ella?  ¿Solo el registro de los recuerdos?  Aseguramos tener alma, pero la verdad es que no tenemos la capacidad de identificarnos con ella no solo por su posible constitución física, sino porque nada sabemos de ella ni de nuestra probable relación.  Y esto es inquietante y generador de más dudas.      
            ¿Piensa el alma y tiene su propia identidad?  ¿Tiene poderes y conocimientos superiores a los nuestros?  Y de ser así, ¿por qué no los utiliza para evitarnos tanto sufrimiento o la comisión de tantas estupideces a las que somos proclives?   Mi estimado amigo: si usted tiene las respuestas a esto, es un hombre realizado.  Pero solo si sabe las respuestas fundamentadas en el conocimiento científico o intuitivo, y no las basadas en  la conformidad derivada de la fe.  Usted me dice que en la voz de la consciencia tenemos la demostración de la existencia del alma.   A mí también me gusta ese argumento, pero es una prueba deleznable y acomodaticia, pues lo que llamamos así, también parece ser un producto de la ética, de nuestros valores y de la enseñanza moral con la que nos formaron: cuestión de memoria y automatismos de la mente.
            Solo cuando rezamos hacemos una identificación de conveniencia con el alma.  La encomendamos a Dios, Jesucristo o lo que sea, con la secreta ilusión de que en ella vayamos incluidos.  Es nuestro pasaporte a la eternidad; es una criatura, ser o entidad con acceso al cielo y a la gente importante de ahí, y eso nos hace pensar que tiene las influencias necesarias (como en la política) para allanarnos el camino al Paraíso, para sortear las trabas que nos aparezcan; para resolver todas aquellas minucias derivadas de los pecadillos que cometimos en la Tierra.  Y una vez dentro del Edén, bien podemos volver a prescindir de ella, porque ya en la “vida eterna” no la necesitamos.  Pero ¿cómo podemos identificarnos con ella en vida?  ¿Cómo podemos sacarle alguna utilidad antes de morir?  Ese sería un gran negocio pero… antes tenemos que localizarla, saber dónde vive o en qué parte del cuerpo es posible encontrarla.  ¿O reside en el mundo de ultratumba?  Y entre ese misterioso plano tan poblado de las más variadas criaturas, ¿cómo sabremos que se trata de ella?   Más preguntas que respuestas, y el misterio sigue.  ¿En realidad tenemos alma?  Sigamos investigando, pensando, dudando, porque ni no lo hacemos, estamos perdidos.   O solo tengamos fe, eso podría ser suficiente.  La Meditación es la única vía hacia el conocimiento del "pasajero interior".
            Fraternalmente
                                   Ricardo Izaguirre S.                         E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
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