lunes, 31 de enero de 2011

115 ¿Nacimos para estar casados toda la vida?

115   “LA CHISPA”           (20 de mayo 2004)

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿NACIMOS PARA ESTAR CASADOS?
           
¿Para toda la vida?
Todos los indicadores sociales compulsan al individuo (hombre o mujer) a la aceptación de la idea de que el matrimonio es PARA TODA LA VIDA.  Desde luego que esa es una vieja propuesta religiosa, defendida con gran convicción, precisamente, por aquellos que nunca cometen ese tremendo error de cálculo: los curas.  ¿Para toda la vida?  Eso parece ser demasiado para unos seres cuya naturaleza en tan voluble y cuya sexualidad tan caprichosa no puede ser acallada por la noción del compromiso matrimonial.  No existe la fidelidad a ese nivel: no hay hombre o mujer fiel en ese aspecto (el sexo) tan sobreestimado de la relación matrimonial, pero como este ha pasado a ocupar el punto focal de toda esa relación, el resto de problemas se supeditan a él.  Incluso se dice que “si la cuestión del sexo anda bien, todo lo demás se arreglará solo”.  Pero el sexo monógamo aburre... tarde o temprano.  Y la infidelidad empieza a aparecer en sus múltiples ofertas de tentación: fotos, revistas, enamoramiento de estrellas de cine, figuración de que estamos con otra-o cuando hacemos el amor.  Porque la verdad es que esa emoción de la primera relación sexual con alguien, ES ÚNICA E IRREPETIBLE.  Ver por primera vez la desnudez plena y mágica de una dama, es un milagro que nunca se vuelve a dar para el hombre ni con la misma mujer.  No importa lo que pase después.  No puedo saber cómo será para las mujeres, pero por la ley de la analogía, puedo imaginarlo.  El pudor inicial es único... temible, embarazoso, hace temblar; excitante al grado del asombro y el encanto.  Pero...
            ¿Qué es el sexo cuando se tienen veinte o veinticinco años de casados?  Una especie de gimnasia terapéutica para cuando no se puede dormir, o para calmar los nervios después de un día ajetreado.  La desnudez de la esposa es menos atractiva que la del póster del almanaque que hay en la oficina.  Y supongo que para la mujer debe de ser peor, debido a las limitaciones que la sociedad, los hijos y la religión le imponen en relación con su conducta sexual: debe ser fiel, de un solo hombre...por el resto de la vida.  No debe desear nada que no sea con su marido.  Desgraciadamente el sexo ha sido elevado a la categoría de punto único de la agenda matrimonial: todo gravita a su alrededor.  Nada importan los hijos, los años de compañía, comprensión, amistad y cariño mutuo, si alguno en la pareja comete un simple desliz de una aventura sexual extramatrimonial, todo lo demás se convierte en basura.  Un buen marido, padre, AMIGO considerado y atento, buen proveedor y cariñoso; incluso buen gimnasta sexual, se convierte en un monstruo aborrecible si falló en ese campo, aunque solo sea una vez.  El hombre y la mujer han sido “manipulados” por la religión y la sociedad, para que actúen como ejemplos de escarmiento para los demás.  Han sido obligados a una conducta postiza e irracional que casi ninguna bestia sigue en su sexualidad. 
            Lo mismo, y PEOR TODAVÍA, es lo que le pasa a la esposa que sucumbió a la tentación siempre agradable de un contacto sexual nuevo.  De nada le sirve haber sido la mejor AMIGA, sirvienta, buena ama de casa y mejor madre.  ¡A la pira si falló!   Lapídenla.  Todo lo bueno que hizo vale un tacaco; sin embargo, ¿quién ha dicho que el culpable de una aventura sexual deja de ser todo lo que hasta ese momento ha creído el cónyuge?  ¿Qué es lo que hay detrás de esta feroz conducta revanchista que nada tiene que ver con el AMOR?  ¿Vanidad, “amor propio”?  Incluso el enfoque que la Ley le da a la cuestión sexual es limitado, errado y dirigido hacia el cumplimiento de puntos de vista sociales o religiosos, es decir, hacia estereotipos ajenos a esa poderosa verdad que es el sexo, entrañablemente ligada con las personas que necesitan otra cosa de sus vidas.                    
        NO SE PUEDE REGLAMENTAR LA VIDA SEXUAL DE NADIE. Vean que ni siquiera los mandatos de la Iglesia al respecto han sido obedecidos jamás.  Entonces, ¿cuál es la verdadera razón para convertir la monotonía sexual de los matrimonios, en un calvario que debe afrontarse como un sacrificio en aras de una institución decadente, artificial, tediosa y, a veces, sin sentido?  ¿Es el matrimonio un compromiso social solo para criar niños?  Y una vez engendrados, ¿deben el hombre y la mujer anularse en beneficio de los hijos?  ¿Es ese el propósito único del matrimonio?  Porque si es así, qué tristeza, a pesar de lo que diga la Iglesia y las “normas sociales establecidas”.  No puede ser ese el máximo objetivo de la vida de una mujer: convertirse en abeja reina, estacionarse en un sitio y dedicarse a parir y parir nuevos ciudadanos.  ¿Y “su” vida qué?  ¿Qué hay de sus sueños, de sus fantasías y deseos sexuales?  Exactamente, ¿qué hay de su SEXUALIDAD?  ¿Está condenada, por el resto de su vida, a convertirse en un simple ejercicio sexual monótono de su marido, cuando a este no le salió algo más divertido en la calle?   ¿Eso es todo a lo que puede aspirar respecto al sexo?  El sexo no es algo baladí, accesorio al matrimonio y que solo sirve para engendrar niños estorbosos.  El sexo es una fuerza indomable que solo se va amainando cuando la vejez llama a prudente y obligado reposo.  Sin embargo, en la mente sigue vivo y arrollador, si no, que lo diga esa infinidad de viejos verdes que viven soñando con glorias pretéritas en el campo de la sexualidad.  El sexo nos acompaña de la cuna a la tumba.  Así que esta fuerza desbordante de la naturaleza, NO DEBE SER ENCAJONADA en un recipiente tan estrecho y, tarde o temprano, tan aburrido como es el matrimonio.  No se regula la furia de un huracán; no se le trazan cauces a una avalancha ni se le prefija sendero al trueno.
            No es que deba desecharse el matrimonio como institución familiar, sino que deben redefinirse sus objetivos y los derechos de los firmantes.  Y uno de ellos DEBE SER LA LIBERTAD SEXUAL, sin que el ejercicio de este, apareje todas las desgracias familiares que ahora recaen sobre el hogar “víctima” de esta tendencia natural e irrefrenable en el género humano. 
Incluso el término “infidelidad”, que tiene una enorme carga peyorativa, debe eliminarse del contrato matrimonial.  Quien tiene una aventura sexual NO ES INFIEL.  Simplemente acató (fue víctima) un mandato natural más poderoso que el hambre o el miedo.  Infiel es una categoría horrenda que coloca a la mujer y al hombre al borde del infierno social.  “La-o dejó por infiel” es un estigma inmerecido por una causa tan natural e inevitable.  Y en el lenguaje coloquial es más duro todavía: “La dejó o lo dejó por la doble pe: por puta, o por perro”.  Y comentar eso, se convierte en el deleite de la sociedad, la vergüenza de las familias, el dolor de los hijos y la ambrosía de los abogados de divorcio.
No debe reglamentarse nada que sea claramente superior a cualquier “buen propósito”, ley o mandato.  Ni el Yavé de la Biblia pudo hacerlo, a pesar de todos los trucos de los que se valió, como “La ley de los celos”.  El mundo está lleno de hombres guapos y mujeres bellas que se desean mutuamente.  Incluso los feos.  No es menor en estos el llamado incontrolable de la sexualidad.  ¿Casados para toda la vida?  Talvez, pero con libertad sexual.  El descalabro de buenos matrimonios (familias) es por culpa de haber centralizado el concepto de fidelidad únicamente en el sexo porque,  ¿quién puede ser más fiel que una madre que cuida como leona feroz su hogar y la integridad de sus hijos, o las finanzas de su marido? ¿Y puede un desliz sexual convertir todo eso en nada?  Nadie es propietario de otro y, por lo tanto, no tiene derecho a imponerle su presencia para siempre; tampoco nadie está obligado a serle “fiel” a una persona que hace tiempo dejó de tener algún interés sexual para él o ella.  Todo dependerá de una nueva cultura que se forme al respecto en relación con las parejas. Se necesita, urgentemente, una nueva visión del matrimonio, dictada por la naturaleza y no por conceptos sociales o religiosos.  O por lo menos, que se tome en cuenta esa faceta humana que no puede ser reducida a fórmulas legales o prejuicios de una falsa ética.
  Matrimoniescamente
                                   Ricardo Izaguirre S.     E-mail: rhizaguirre@gmail.com

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