domingo, 9 de enero de 2011

702 El aumento de la delincuencia


702   “LA CHISPA”      (30 octubre 2009)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL AUMENTO DE LA DELINCUENCIA
            ¿De qué sirve que la policía capture a todos los delincuentes del país si los jueces y autoridades judiciales los sueltan al día siguiente con cualquier pretexto?   Esto es el día a día de los tribunales.  Y aunque esto no es la causa única del aumento del delito, sí es uno de los factores facilitadores del crecimiento del problema.  Uno que desanima y deprime a los cuerpos policíacos que, ante tal fallo del Poder Judicial, prefieren hacerse los majes ante la canalla, cuidar sus vidas y, si es posible, participar de los frutos de las actividades delictivas.  Reciben propinas, comisiones, se quedan con la droga decomisada, extorsionan a ciudadanos decentes.  Eso es noticia común en la prensa nacional.  En fin, el hampa ha permeado casi todos los niveles de la sociedad y el Estado.  En los bajos y en las alturas.  Tanto es así, que tenemos juicios pendientes contra tres expresidentes por diversos delitos de enriquecimiento ilícito al calor y bajo la protección de sus cargos públicos.  A un diputado (reincidente) que, con los efectos del guaro, le quitó la vida a un ciudadano.  A otra diputada “voladora” que sin ningún recato utilizaba los jets de la fuerza aérea nacional para sus negocios particulares.  A una exministra que debería ser acusada por negligencia criminal.  Y así sigue la espeluznante lista de fechorías “oficiales” que casi siempre quedan en la impunidad; o a lo sumo, en una sencilla reprimenda.
            El código penal parece que hubiera sido escrito por delincuentes potenciales que consideraron, desde sus escaños, la posibilidad de verse enredados en ciertos tipos de violaciones y, por eso, lo redactaron con todos los portillos imaginables para ser burlado.  ¿Cómo es posible que una jueza, motu proprio, decida poner en libertad a un narcotraficante convicto?  No sé qué se hizo ni en qué quedó la historieta de un diputado que le encantaba tocarles las nalgas a las empleadas de la Asamblea Legislativa.  Si alguien lo sabe, le pido que me lo cuente. 
            Le lenidad de las leyes es un factor determinante en el crecimiento del delito, ya que si los castigos no inspiran respeto ni miedo, ¿a quién le puede importar el orden legal?  Si no hay manera de castigar a un evasor de impuestos, ¿a quién le puede interesar la ley?  Si no es posible que estas obliguen a los ricos a pagar según sus ingresos, ¿quién puede respetar a la Tributación Directa?   Todo el mundo se “brinca” los altos en rojo porque no hay autoridades que impongan los castigos necesarios.  Nadie acata la ley de tránsito, y es por eso que ocupamos uno de los puestos más elevados en mortalidad vial.   Aquí los conductores matan gente a discreción en las carreteras, y todo el mundo sale bien.  Los muertos siempre son los culpables.  La agresión campea en todas las actividades de nuestra sociedad y casi nadie se atreve a denunciarla porque le va peor al que acusa que al delincuente.  Existe una figura jurídica llamada injuria, la cual es un disuasivo aterrador que desanima a las personas decentes.  Un caco nos puede mandar a la cárcel y hacernos pagarle millones si le decimos ladrón, o cualquier cosa que se parezca.  Por INJURIAS, aunque sea un gángster.
            Ya los funcionarios no solo comenten delitos “oficiales” como negligencia en su cargo, malos manejos de los programas de operación, abusos de poder o autoridad, postergación de sus deberes, licitaciones mal hechas y otras fallas derivadas de la incompetencia.  Ahora roban de manera desvergonzada, cometen peculado, venden influencias, toman fondos del Estado para negocios personales, utilizan los bienes del gobierno en beneficio propio; hacen negocios de todo tipo al amparo de sus investiduras.  Es decir, son delincuentes comunes que, por desgracia, son los mismos que hacen las leyes; los que pueden cambiarlas, endurecerlas y convertirlas en verdaderos instrumentos de justa represión.  Pero no lo hacen.   ¿Por qué?   Sin que todos los funcionarios sean bandoleros, todos están bajo sospecha; y eso es terrible… vergonzoso.  El ciudadano desconfía de todos, y en toda labor de estos, imagina actos de corrupción.     
            En sociedades cultas, las leyes pueden ser suaves; pero en pueblos primitivos como los nuestros, estas deben ser rigurosas y se deben aplicar sin atenuantes ni contemplación alguna.  Nada de “pobrecito”, que es muy joven, que es la primera vez, que estaba bajo los efectos de la droga y otras majaderías que permiten que centenares de pillos anden libres.  No es justo que se considere “irresponsable” a un desgraciado de 17 (diecisiete) años de edad que comete un brutal asesinato.  Y no se puede presumir inocencia de un funcionario que en el ejercicio de su cargo, se vale de sus influencias para enriquecerse a la sombra del Poder.  No es inocente un individuo de 15, 16 ó 17 años bajo la estúpida suposición de que no sabe lo que hace.  Sin embargo, entre lo que hace el joven delincuente y un político, es más digno de alguna consideración el adolescente.  Pero en ningún caso se debe alegar inconsciencia como base para ser absueltos. 
            Las leyes NO son un adorno cívico de las sociedades sino un instrumento severo que nos obliga a respetar el derecho de los demás si no lo hacemos por nuestra propia voluntad.  La Ley no es una opción o alternativa, ES UN DEBER QUE ESTÁ POR ENCIMA DE TODA CONSIDERACIÓN.  Mis derechos son mi VIDA, mi integridad física y mental, mi SEGURIDAD, mis propiedades, mis pertenencias individuales o colectivas (bienes del Estado),  los cuales deben ser garantizados por la Ley.  Esta DEBE impedir que otros violen mis derechos; o al menos, que sea un poderoso disuasivo ante la intención del crimen.  Pero si las leyes no son más que un conjunto de enunciados vacíos y fáciles de burlar, la Justicia es fracturada y se le da luz verde a la delincuencia.  Si las leyes no inspiran temor, NADIE se siente forzado a cumplirlas.  Los romanos decían: “Dura lex, sed lex”.  La ley NO debe ser una niñera alcahueta; es la mano dura que nos compele a respetar a los demás, pero que también obliga a los otros a respetarnos.  A respetar lo mío.  Por eso la personifican como una severa dama con los ojos vendados.  Ella no ve si el delincuente es bonito, joven, viejo o renco; feo, político o menesteroso.  Para ella (en teoría) solo cuenta el delito.  Y así debe ser.   Ciudadano común, presidente, expresidente, diputado, ministro, obrero, mujer, niño o vagabundo; todos deben estar sometidos a la ley.  Esta TIENE QUE SER ÁSPERA CON LOS MALOS, y maternal con los justos e inocentesDEBE PRODUCIR TERROR o SEGURIDAD, según el campo en que estemos ubicados. 
            Leyescamente                                                             (¿Cómo anda este problema en su país?)
                                     Ricardo Izaguirre S.        E-mail:  rhizaguirre@gmai.com.
Blogs:   La Chispa      http://lachispa2010.blogspot.com/      con link a      Librería en Red           
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