lunes, 24 de enero de 2011

738 Ni siquiera hablan bonito

738    “LA CHISPA     (24 diciembre 2009)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
NI SIQUIERA SABEN “HABLAR BONITO”
            Hasta donde la memoria me da con cierto grado de consciencia, me acuerdo de los apasionados y elegantes discursos políticos del doctor Calderón Guardia.  De la entrañable relación que establecía con aquellas multitudes que lo seguían y lo amaban por encima de toda razón.  Era una comunión de afectos entre el líder auténtico y un auditorio entregado que conocía la obra del hombre.  De una sociedad que no había sido alienada por campañas ficticias de publicidad.  Era gente que conocía a sus guías.
            Y ni qué decir de don Otilio Ulate (el Mono, como le decían cariñosamente); seguidores o contrarios, no podían substraerse al embrujo de la palabra de este gran hombre, situado en la trinchera contraria del doctor.  Un señor inteligente, brillante, de verbo envolvente y cálido.  Un orador nato que podía hablar horas sin perder el hilo y sin necesidad de un teleprompter.  Como no había televisión ni esas tecnologías de la pregrabación y los moduladores que hacen de cualquier bombeta un gran orador, era necesario hablar correctamente de una sola vez; no existía el reprise corregido.  Eran épocas en donde el candidato tenía que enfrentarse cara a cara con su gente y demostrar no solo el valor de sus tesis, sino la correcta manera de expresar su pensamiento.   Y don Otilio era un maestro para establecer ese vínculo con su gente, sabía llegarles al corazón. 
            Hoy día, cualquier idiota puede leer por televisión un discurso político en el telepromter y dar la impresión de que sabe hablar.  O que es capaz de pensar unas cuantas tonterías de esas genéricas que escriben los publicistas y técnicos en fabricar “imágenes públicas”.  Cualquier retardado puede decirnos lo que dicen todos, con más o menos habilidad, si es que sabe leer el aparato en donde está escrito el discurso que otros le escribieron.    La tecnología permite esos fraudes de la oratoria política.  En el tiempo de aquellos caballeros no solo tenían que saber de lo que iban a hablar, sino que debían improvisar, crear las emociones con las inflexiones de la voz, transmitir el estado interno de su ser a los escuchas.  Eran épocas gloriosas en donde los líderes demostraban con su palabra de qué madera estaban hechos.  Y sin importar que fueran contrarios, la gente no dejaba de reconocerles sus méritos en el dominio del discurso.
            En esa misma línea estaba don Mario Echandi, ese elegante señor que era un verdadero artista en el arte de la dialéctica.  Deleitaba con su voz y la trabazón de sus ideas.  En la Asamblea se hizo admirar por sus colegas y caló profundamente en el pueblo; tanto así, que este lo hizo Presidente de la República.  Sus contrarios lo acusaban de demagogo, pero no pudieron impedir que, bajo el embrujo de su oratoria, miles de conciudadanos lo convirtieran en el primer ciudadano del país. 
            En categoría parecida se encontraba don Chico Orlich, hombre de voz grave y poderosa, transmitía una especie de confianza y paz que contagiaba a todo el mundo.  ¿Y don Quincho Trejos?  Un típico patricio, simpático, mesurado y caballeroso a más no poder.  Hablaba con ponderación y la serenidad característica de aquellos que han sido elegidos para guiar, pues él hizo de Costa Rica toda, la prolongación de las aulas que en la Universidad constituían su mundo de docencia.  Entre estos brillantes oradores también se encontraba don Daniel Oduber, de verbo incendiario, inteligente y bien articulado, este caballero tenía el don de la convicción en sus palabras.  Antipático y amado, era un máster indiscutido de la oratoria.   Y finalmente tenemos a don Rodrigo Carazo, talvez el más apasionado de todos los presidentes de Costa Rica.  A él si le cabía el eslogan de Honesto y Firme en el verdadero sentido de esas palabras.  Pero además de las virtudes morales que lo adornaban, su palabra era el toque mágico con el que arrastró a multitudes de personas a embarcarse en la gran aventura del rescate de las instituciones y la dignidad de la República.  Don Rodrigo hacía que la gente “sintiera” su alma y carácter a través de su voz; su sinceridad no era una careta política sino una forma de ser de uno de los últimos grandes presidentes que ha tenido este país.
            Pero ¿qué pasa ahora?  Ninguno de los candidatos sabe “hablar bonito”,  aunque todos saben usar el teleprompter.   Son robots leyendo las mismas babosadas que les escriben los “creadores de imagen”.  Todos repiten las mismas cosas, las mismas mentiras e idioteces; todo es el mismo estribillo sin imaginación ni colorido, pero sobre todo, sin “toque”.   No tienen alma ni nada que conmueva al votante, son discursos tan poco imaginativos como los de cualquier jabón o pasta de dientes.   Incluso más sosos que los estúpidos comerciales del arranca pelos “Veet”.   “Seguridad ciudadana”, “Mano dura”, “Fulano me da seguridad”, “Estamos escuchando” y una media docena más de anuncios con menos suspense y gracia que los de Mac Donald o los de la Municipalidad de San José.  En sus rostros se adivina que lo que dicen nada tiene que ver con los programas que tienen en mente.   Son demasiado tiesos y artificiales, producto de mucho cincel.
            Los candidatos de antes tenían que ser espontáneos y, de esa forma, se sinceraban con el pueblo; se comprometían, pues las palabras que salían de sus bocas llegaban al corazón de sus seguidores, sellando de esa manera, un acuerdo de honor que no podían violar.  Hoy hablan por televisión, leyendo en el teleprompter discursos genéricos que se utilizan en las campañas políticas de Argentina, Chile, Panamá, Estados Unidos, Perú, México o Paraguay.  Da lo mismo.  No son para un pueblo específico sino para una masa sin rostro y sin mente.  Las campañas ya no son una comunión entre el candidato y los seguidores, sino una secuencia aburridora de temas tan trillados en los que ya nadie cree ni les hace caso.  Son impersonales, sin vida, a través de la pantalla; es como ver una película de hace diez, veinte o cien años; no existe ese abrazo fraternal con el que los candidatos apresaban a sus oyentes en algo que era mucho más que un discurso político.  Sus palabras eran una promesa de viva voz, cara a cara.  No, los candidatos modernos no saben “hablar bonito”.   No emocionan, no nos “tocan”, solo nos afligen y nos producen una sensación de pesimismo, tristeza, aburrimiento y desconfianza.  Ni siquiera saben fingir con sinceridad.   Solo saben leer el teleprompter, y eso lo hace cualquiera.   Pero para los rebaños que ya están formados y amaestrados, eso parece ser suficiente.
            Electorescamente                                                                
                                         Ricardo Izaguirre S.                               E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
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