jueves, 13 de enero de 2011

878 Eutanasia

878    “LA CHISPA        (8 enero 2011)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EUTANASIA: EL DERECHO A MORIR
            La discusión sobre el derecho que cada individuo mentalmente sano tiene para disponer de su vida en circunstancias especiales, es el tema de esta nota.  Y la trajo al tapete, una película que pasaron anoche por la televisión.  Muy bien interpretada por Al Pacino en el papel del Dr. Jack Kevorkian, conocido popularmente como “El ángel de la muerte”.  Ya desde los años ochenta conocimos la opinión de este galeno acerca del derecho que tienen los pacientes terminales a ponerle fin a una vida que ya no tiene sentido; sobre todo, si esta es una agonía terrible producida por enfermedades incurables; cuando no hay esperanza alguna.  Solo dolor y más dolor.  En el año 1987 publicó su oferta de servicios para asistir a pacientes en esa condición, y se dice que entre 1990 y 1998 ayudó a bienmorir a más de un centenar de personas, entre las que se encontraban Janet Adkins y Thomas Youk.  Con este último fue que escandalizó al mundo en 1998 cuando en el programa “60 Minutes”, pasó por televisión norteamericana la muerte del señor Youk, un enfermo terminal que sufría espantosamente por el mal de Lou Gerig, el gran beisbolista.
            No vamos a discutir la moral del doctor Kevorkian.  Tiene enemigos y admiradores a montones.  Fue condenado por la justicia de USA, pero a raíz de su osada demostración, se suscitó un enorme debate mundial que sacudió las bases de los sistemas legales y obligó a consideraciones especiales sobre el tema.  Eso, en parte, hizo que en el año 2007 fuera indultado.  Se dice que fue por su estado de salud, pero también pesaron los nuevos conceptos que sobre ese asunto se han venido formulando en los foros médico-legales de todo el mundo.  La verdad es que la muerte asistida ha sido aplicada en forma generalizada, aunque no se diga abiertamente.  En un congreso médico sobre la eutanasia, realizado en los Estados Unidos, el moderador pidió a la audiencia (todos médicos) que levantaran la mano aquellos que nunca la habían practicado.  Ninguno lo hizo.  Así, pues, el tema no es una novedad ni está satanizado por el gremio.  Pero la novedad está en la forma desafiante y abierta como lo planteó el doctor Kevorkian: como una facultad del paciente y no como una decisión secreta del médico y la familia.  Y es aquí donde surge la gran pregunta: ¿tiene autoridad la persona a terminar con su vida cuando esta es una verdadera tortura y no ofrece perspectiva de mejoría?  Cuando la medicina convencional es incapaz de brindarle algún alivio, y cuando cada hora de “vida” es un suplicio inaguantable, la decisión de poner fin a la propia vida, se presenta como una elección inapelable del paciente.
            Nadie tiene la autoridad para decidir por nosotros sobre algo tan personal como nuestras vidas.  Ni la iglesia, ni la familia ni nadie tienen la potestad de condenarnos a aguantar un sufrimiento superior a todo deseo de lucha; sobre todo, cuando existe la certeza de que no hay otra salida.  Es por eso que todo individuo puede y debe decidir el momento y modo de su partida cuando se enfrenta a una situación trágica y sin ninguna opción salvadora más que la muerte.  Nadie puede ni debe arrogarse el poder para hacernos sufrir solo porque a esa persona le da la gana, y cuya justificación es alguna “razón” religiosa o una arbitrariedad de tipo legal.  Cuando el dolor es insoportable, el suicidio es un derecho moralmente justificado.  Y nadie debería contrariar esta decisión que solo es privilegio del que la toma.      
            Desde luego que en esta discusión tan delicada, debemos eliminar a los fundamentalistas de uno y otro lado.  A los que están de acuerdo con tronar a todo enfermo irrecuperable, y a aquellos que piensan que la vida es sagrada y que tiene que preservarse aun en contra de todos los pronósticos y la voluntad del paciente; esos que en forma obstinada sostienen que solo Dios puede disponer de la vida.  Los extremistas no tienen       cabida en este diálogo, pues cometen el abuso de decidir sobre la vida o la voluntad de aquellos que han superado los límites del dolor personal.  Al punto en donde ya no hay ilusión.  Y es allí en donde el individuo, trascendiendo los límites de la “legalidad”, adquiere la potestad para ponerle fin a su existencia.  Eso es algo que ningún sistema legal debería prohibir o encajonar dentro de normas concebidas con base en las religiones o conceptos filosóficos o sociales que no toman en cuenta el martirio del paciente, y que se abroquelan detrás de teorías religiosas indemostrables.  Es inmoral matarse para escapar del castigo de una mala acción, pero no cuando se trata de situaciones de sufrimiento extremo e irreversible.  Los casos de la Adkins y Youk demostraron la validez de esta tesis, aunque los mojigatos no lo acepten.  Nadie podría negarles esa facultad.  Yo no quisiera que lo hicieran conmigo si estuviera en esa situación sin retorno.  Alguien que no sufre NUESTRO DOLOR,  carece de la autoridad para impedirnos escapar de una vida de tormento.
            A raíz del caso Kevorkian, las legislaciones han abandonado el tutelaje de la iglesia y de los moralistas, y se han dedicado a la búsqueda de soluciones más realistas al enfocar este problema.  Lo han sacado del campo de la “pecadología” para elevarlo a una categoría humana más comprensiva y tolerante; sobre todo, más respetuosa con las personas que toman esa decisión, pues esta NO puede ser exclusiva de gente ajena al dolor del paciente.   Para el que está sano es muy fácil decir: “Que aguante, es la voluntad de Dios”.  Pero otra cosa es lo que piensa y siente la víctima.  Además, ¿qué propósito tiene añadir más tiempo de suplicio?  ¿Esperar un milagro?  No es creíble que haya un dios que se divierta con semejante tortura que bien puede ser evitada a voluntad; y así, todos dejan de sufrir, porque recuerden que la agonía del paciente la VIVEN Y SIENTEN todos los que lo aman.  De manera que prolongar una “vida” así, es alargar la amargura de toda la familia.
            Pueden tener cualquier opinión moral o religiosa sobre este problema, pero NO SE ATREVAN a imponérsela a nadie cuando de la vida de esa persona se trate.   Claro que esto NO es extensivo a los niños ni a los anormales por razones obvias; pero cuando se trata de adultos en uso de su capacidad mental, el derecho a morir debe ser respetado.  Debe ser la extremaunción médica, el último servicio de la medicina.  Y eso fue lo que en forma honesta y valiente planteó el Dr. Jack Kevorkian, aunque a mucha gente no le guste.
                                                                                   (¿Qué piensan ustedes?)
     Fraternalmente
                                Ricardo Izaguirre S.       E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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