jueves, 6 de enero de 2011

877 ¡Vimos la puntita del Año Nuevo!


877    “LA CHISPA         (4 enero 2011)        
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¡VIMOS LA PUNTITA DEL AÑO NUEVO!
            ¡Quién sabe si veremos el final!, pero esta vez, los que lean y el que escribe esta notita, nos comimos las uvitas y la cena de media noche.  En mi caso, creo que estuve a punto de no hacerlo.  Mi viejo corazón parece que ya está cansado y planificando su retiro; así que durante el último día del año, tuve la certeza de que no llegaría al 2011, pues mi presión arterial alcanzó niveles estratosféricos.  Trágico final, pero no porque yo o cualquiera estiremos la pata.  Eso es de lo más natural y, nos guste o no, tenemos que hacernos el clavado final cuando la “Pelona” así lo determine.  Y no vale argumento alguno.  “Que estoy muy ocupado”, “que tengo planes para el futuro”, “que estoy enamorado”, “que tengo hijos chiquitos”, “que tengo algo que terminar”, “que me faltan “Chispas” por escribir”.   ¡Nada!, nos dice la Parca. Vas de guinda, y toda petición de clemencia es inútil.  No hay complacencias para nadie, sin importar los pretextos o razones (válidas y verdaderas) que se pueda argumentar para obtener una extensión.  Te vas, nos vamos cuando así lo determina la Señora de las Tinieblas.  La realidad de la muerte es tan descorazonadora como el banner del portón del infierno: “LOS QUE ENTREN POR ESTA PUERTA, DEBEN ABANDONAR TODA ESPERANZA”.
            Entonces, parece que toda angustia, petición y temores están demás, pues cuando nos toca “jalar”, lo hacemos sin importar nada.  Nada en absoluto.  No cuentan las oraciones, la fe, el dolor, los deseos de vivir, el amor de los familiares, los compromisos, la obra que estamos realizando, NADA.  La muerte es una realidad tan implacable como imprevisible; tan insobornable como piadosa o cruel.  Es por eso que deberíamos aprender a vivir la vida de una manera especial: trabajando para la eternidad, pero con la certeza de que hoy puede ser mi último día.  ¿Contradictorio?  ¡Claro que sí!  Pero esa parece ser la única solución a los problemas que plantea nuestro retiro del escenario de la Vida.  El trillado consejo de que “Hay que vivir cada día como si fuera el último”, sigue siendo una gran verdad.  No debemos tener asuntos pendientes durante mucho tiempo ni planes a largo plazo.  Todo deberíamos resolverlo hoy, porque mañana puede no existir.  Esa palabra de afecto que les debemos a los demás, debemos pronunciarla hoy.  Ese beso, esa caricia que entraña un mensaje de amor, tenemos que darlos hoy, y muy rápido en la mañanita.  Porque cuando llegue el ocaso, puede que sea tarde.  Esa disculpa que SABEMOS es nuestra deuda, tenemos que ofrecerla hoy, lo más temprano posible.  Ese perdón que debemos o nos deben, tenemos que pedirlo o darlo hoy
            Cada día tenemos la obligación de aplacar nuestro orgullo y someterlo a la ley del Amor.  No es derrota implorar el perdón por los errores cometidos sino humildad del espíritu; no es debilidad sino grandeza y tolerancia disculpar a los que nos han ofendido.  Pero tiene que ser hoy.  No debemos dar cabida a los razonamientos, a la cavilación maliciosa ni al egoísmo, pues estos son los demonios de la vanidad que nos impiden ser fraternales y felices.   Debemos seguir la línea de proceder que nos marca el corazón, aunque a veces los malos consejeros internos nos digan que esta es una conducta ingenua y tonta de la cual los otros se aprovecharán.  Nunca nos arrepentiremos de ser buenos, aunque solo sea una vez en nuestras vidas.
            Debemos sembrar en el corazón de los demás, y nuestra meta diaria no debe ser otra que la de ganarnos un lugarcito dulce en la memoria de los que nos conocieron.  Pero sobre todo, en la de aquellos que amamos y son parte perdurable de nuestro núcleo de afectos.  Al final de cuentas, lo único que quedará de nosotros solo es un puñito de recuerdos, que pueden ser amables si así lo disponemos con nuestras acciones y pensamientos.  La muerte es la eterna compañera desde que nacemos, y no sabemos cuando  se ocupará de nuestra partida; es por eso que debemos estar al día con todo; con nuestras familias, nuestros amigos, enemigos, conocidos y todos los demás.  Nuestro viaje puede verse interrumpido cuando menos lo pensemos, y eso no debe sorprendernos; tampoco debe ser motivo de angustia o lamentaciones.  Esa es la ley de la Vida, y esta es un don maravilloso que nos dan cuando quieren, y nos lo retiran cuando llega la hora.  Sin justificaciones de parte de nadie.  No somos tan importantes… ni siquiera importantes.  Somos un grano de polvo en la inmensidad del espacio y la eternidad, y debemos comportarnos con humildad, de acuerdo con lo que somos.  Para la economía de la Naturaleza, valemos lo mismo que un zancudo, un sapo o un burro.  Así de simple.  No tenemos derecho a  exigencias o demandas de trato especial o favoritismos.  Ante la Señora todos somos iguales.
            Lo más importante al final de la vida es estar en paz; habernos perdonado por aquello que no podemos ni tuvimos tiempo para reparar.  De nada vale torturarnos por las acciones con las que dañamos a nuestro prójimo; solo debemos implorar su indulgencia a la distancia y en el tiempo.  Absolver de corazón a todos los que nos ofendieron o dañaron, y dar gracias a la Providencia por el privilegio que nos concedió para participar, por un destello temporal, de la belleza de la gran aventura de la Vida.  Del mágico periplo que iniciamos con el nacimiento y que culminamos con nuestra partida.  Todas las razones son válidas para sentirnos felices y agradecidos por haber sido parte de la gran familia humana, aunque tan solo fuera por un divino instante.  Por haber sido parte de la tribu nacional y del círculo espiritual de la familia sanguínea.  Lo único lamentable al final de la existencia, es todo lo que desperdiciamos en acciones mezquinas que en nada contribuyeron al gran propósito de la Vida: crear la gran fraternidad de todos los vivientes. 
            Sabemos que no es posible controlar el momento de hacer mutis del teatro de la vida, pero es posible formular un deseo: no estirar el caite durante estos días de fin de año.  Podemos implorar a los dioses que nos den un tiempito más para hacerlo en la segunda quincena de enero, o en febrero.  Y si este es un deseo no egoísta cuyo objetivo es no amargar esta fiesta a la familia, es probable (talvez) que la Dama de la Guadaña nos conceda unos días más… o que nos quite otros para iniciar el viaje en octubre o noviembre.  No se mueran en Navidad o Año Nuevo, pues es muy triste para los que quedan.  ¡Háganle güevo!
            Que tengan una larga vida, pero para hacer algo bueno con ella.
            Fraternalmente                           (A mis amigos Guido Hernández y Rubén Solano)
                                      Ricardo Izaguirre S.          E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blogs:      La Chispa         http://lachispa2010.blogspot.com/          Lean “EL ANÁLISIS”

 

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