jueves, 13 de enero de 2011

871 Así es la vida... nos guste o no

871    “LA CHISPA”   (3 enero 2011) 
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
ASÍ ES LA VIDA… NOS GUSTE O NO
            No, esta “Chispa” no es un recetario de la felicidad, sino una sugerencia… un intento para tratar de reconocer la realidad que nos rodea.  Y esta es la Vida que nos envuelve, nos garrotea, eleva, deleita o amarga.  Sin olvidar que el principal componente de ella somos nosotros mismos.  También está formada por nuestros congéneres y sus acciones, la mayoría egoístas, aburridoras o anodinas.  La Vida es lo que somos y nos afecta según nuestra naturaleza para interpretarla.  Somos algo indisoluble con el medio que nos envuelve; sin embargo, como la mayoría, observamos nuestro entorno como si fuera algo diferente de nosotros, y eso es lo que nos produce confusión.  Creemos ser algo distinto a lo que nos rodea, y pensamos que la vida es algo intimidante que solo está allí para hacernos daño al menor descuido; y consideramos que es ingrata, injusta y que no nos ha dado lo que merecemos.   Pero esta solo es un discurrir de puntos de vista y de pensamientos acerca de ella; de lo que está allí afuera o adentro, y a lo cual le atribuimos intenciones; es solo es un cúmulo de ideas y definiciones, nada más.  Y son estas las que le atribuyen existencia per se, y que es susceptible de modificaciones y desvíos que dependen de nuestra voluntad y deseos. 
Cuando la analizamos desde ese punto de vista para hacerle cambios, es cuando estamos más extraviados que nunca.  Eso a lo que llamamos “vida” y suponemos tiene existencia fuera de nosotros, no es más que una ilusión que no puede ser alterada por ninguna acción, deseo o pensamiento.  Lo que está pasando a nuestro alrededor solo es una percepción intelectual de nuestra mente, pues en realidad nada está su-ce-dien-do en el exterior; solo en nuestro pensamiento.  La verdad es que nada cambia, ni nosotros ni el ambiente; y si lo hace, es de una manera imperceptible que no está al alcance de ningún observador.   Las variaciones de la conducta humana NO SON CAMBIOS sino estrategias de comportamiento debidas a experiencias dolorosas y frustrantes, pues mientras solo haya placer, no existe el deseo de modificar aquella.  El castigo recibido determina la nueva actitud, pero esta solo es una impostura complaciente. 
            “Voy a cambiar mi vida” –decimos--.  Y nos suele parecer una estupenda idea.  Algo necesario para el acomodo de nuestras emociones y para el deleite de nuestros sentidos.  Pero ¿podemos hacerlo?  ¿Es posible modificar nuestras vidas simplemente porque no estamos conformes con la que tenemos?  ¿Podemos en realidad realizar esas transformaciones que nos lleven a otro estado de consciencia, a otra realidad que sea agradable a nuestra mente?  La experiencia señala que NO.  Nadie evoluciona tan dramáticamente como para llegar a ser otra persona distinta de lo que ES.   Ni siquiera mediante las “conversiones religiosas”, pues esos son estados histéricos producidos por emociones colectivas violentas que solo conducen a la REPRESIÓN, y esta NO ES UN CAMBIO.  Reprimirse por miedo no es una variación real de la conducta.  Un hombre (mujer) no hace eso solo porque le apetece.  Morimos siendo lo mismo que cuando nacimos, solo que con más experiencia y actitudes más elásticas ante los hechos.  Pero los cambios verdaderos en nuestra estructura mental (¿espiritual?) son imperceptibles. Lo que solemos considerar como esto, no es más que la distinta valoración que tenemos, a través del tiempo, de lo mismo: un creciente grado de consciencia de la misma realidad.  La novedad solo está en la forma cómo varía la manera de captar el fenómeno de la vida, y no en la conformación de nuestra naturaleza.  El mismo acontecimiento parecerá distinto a los veinte, cuarenta o sesenta años.  Pero la diferencia al cuantificarlo está en la experiencia que hemos acumulado, y es lo que nos puede llevar a conclusiones falsas: que la realidad externa es otra, o que nosotros hemos mutado.
            Nos guste o no, así es la vida.  Así que no debemos engañarnos con la creencia de que podemos cambiar simplemente porque se nos antoja, o porque hemos tenido experiencias negativas e incómodas cuyo resultado nos ha llenado de vergüenza, dolor, pérdida de libertad o prestigio; o bien, que nos ha hecho perder algo de nuestra autoestima y ha lesionado el hipersensible antifaz de nuestro orgullo.   Y aunque nos vuelve locos la idea de haber cambiado hacia mejores personas, la verdad es que esto no se da más que en el ámbito ficticio de nuestros deseos; en lo que queremos que los demás piensen de nosotros.  A todos nos chifla “el qué dirán”, sobre todo, si este es agradable a los oídos de nuestra vanidad.  Todos tenemos un arsenal de ideas y sentimientos de este tipo, y estos constituyen la atalaya en la cual nos atrincheramos para evadir la realidad de lo que somos.  Una realidad que casi siempre nos resulta desagradable, ordinaria y sin nada que valga la pena o nos permita blasonar. 
            Somos lo que somos, solo que con distintas actitudes ante los mismos retos de siempre.  Hoy no somos mejores personas que ayer o el año anterior; solo más astutos, más listos, más viejos y con mejores estrategias de comportamiento.  Con más experiencia para evadir los malos resultados de nuestra conducta bisoña del pasado.  Y como la personalidad mide el éxito por la ausencia de experiencias dolorosas, suponemos que nuestra pericia para evitarlas nos convierte en mejores individuos, más felices y menos apaleadas por la vida.  De esa manera, llegamos a creer que nuestro abundante caudal de mañas, constituye una mejoría en nuestra estructura moral como ciudadanos.  Confundimos nuestra habilidad para capotear los castigos y su carga de dolor, con una especie de recompensa kármica por lo que suponemos es una buena conducta social, moral y espiritual.  “No hay penas, no hay dolor… ergo, todo anda bien y soy mejor sujeto”.
            Tal lo que somos, percibimos la vida.  Así que los cambios en esta no son más que los distintos puntos de vista con los que la juzgamos.  Pero siempre debemos tener presente que los cambios de opinión sobre determinado fenómeno, NO implican transformaciones en el medio ni en nosotros mismos, sino que son variaciones en el enfoque que tenemos sobre ellos.  La prueba de eso es que aquella continúa inalterable después de nuestra desaparición.  En realidad, nada cambia con la muerte suya, mía o de mil personas más; todo sigue la misma rutina eterna que, si tiene algún cambio, está fuera de nuestra capacidad de percepción.
            Fraternalmente
                                   Ricardo Izaguirre S.            E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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