domingo, 29 de agosto de 2010

665 La peor desgracia de un pueblo: perder la confianza

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665    “LA CHISPA”                                                    (11/07/09)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA PEOR DESGRACIA DE UN PUEBLO: PERDER LA CONFIANZA
            Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, el panorama era desolador para Alemania.  Los aliados les pasaron la aplanadora “palante y patrás” hasta dejarlos molidos; reducidos a pavesas.  Todo el territorio alemán se convirtió en una escombrera deprimente.  Gente con hambre y frío buscando alimentos entre la basura.   Una pesadilla aterradora a la cual no se le veía solución alguna; pero CINCUENTA AÑOS después, se habían convertido en los dueños de Europa; la población más poderosa y rica de la tierra.   Por encima incluso de los Estados Unidos, que si tienen un PIB más elevado, este solo pertenece a unos pocos.   ¿Y cómo se explica este fenómeno que podríamos tildar de milagroso?  Se puede resumir en dos aspectos de la mentalidad del alemán: educación y confianza.  Educación esmerada que da como resultado no solo hombres científicamente preparados para ubicarse en la vanguardia de la ciencia y tecnología, sino que los ha provisto de un carácter acerino que los hace indomables.   Y en segundo lugar, la CONFIANZA.  Confianza en ellos mismos y en su proverbial capacidad de trabajo.  Confianza en su sociedad, en sus paisanos, en sus obreros; pero sobre todo, EN SUS POLÍTICOS Y GOBERNANTES.    Ese el simple misterio del “milagro económico alemán”. 
            La alta estima que el alemán tiene del HONOR es algo que los hace incomprensibles para otras sociedades y, en cierta forma, los vuelve incapaces de comprender a otros pueblos que NO se rigen por los mismos principios éticos, lo cual los lleva a cierta arrogancia y menosprecio por los demás; por los no arios.  Y esa valoración del honor es lo que ha hecho que nunca entendieran ni aceptaran a los judíos como miembros de su pueblo.  Ni a otras etnias.  Y aunque eso es criticable, es comprensible y merecen ser dispensados, pues tal conducta es la que los ha llevado a ubicarse en el sitio en donde se encuentran en la actualidad.  Pueden ser “pesados”, pero ese es su carácter y el conjunto de vicios y virtudes que los han colocado a la vanguardia del progreso mundial; así que tienen el derecho de ser como son.  Esa actitud ante la vida es lo que hace la diferencia entre los pueblos.  Los podemos criticar por envidia, pero tenemos la obligación de reconocer lo que son, por mal que nos caigan.  Si los latinos aprendiéramos un décimo de esa conducta, ascenderíamos al cielo.
             ¿Qué somos los latinos, sin importar el revoltijo racial que tengamos en nuestras venas?  Eso no cuenta ni es lo que determina el carácter, pues podemos ser negros, blancos, blancuzcos (todos los tonos), indios y con todas las variables del mestizaje, pero seguimos siendo gente sin carácter ni honor, tampoco tenemos las cualidades que se derivan de estos.   No confiamos en nada ni en nadie.  Perdimos esa cardinal virtud desde hace tanto tiempo que, parece que en realidad NUNCA la tuvimos.  No nos fiamos ni de nuestra familia, y la sospecha es la única brújula que guía nuestras acciones.  Y en concordancia con esta actitud “racial” de latinos, no confiamos en nadie y, de ser posible, siempre nos adelantamos a los demás en todo tipo de acciones desleales y torcidas.  Los latinos somos arteros por definición.  Esa desconfianza nos lleva a ser timoratos y aprovechados.  No tenemos el carácter necesario para tomar riesgos calculados que nos lleven a otro nivel de existencia.  Es por eso que las oligarquías latinas no se han atrevido a dar el salto hacia el mundo de la modernidad y cambiar el esquema de “ricos y miserables”, por el de “ricos y millonarios”.  Como hicieron los alemanes y japoneses.   Su encogimiento, falta de valor y carácter los ha hecho permanecer en el viejo esquema colonial de manera indefinida.  Le tienen miedo al progreso y prefieren el modelo antiguo pero seguro, aunque este implique un gran peligro para el futuro que habrá de devorarnos a todos. 
            Los alemanes brincaron de “miserables y más miserables” a “ricos y millonarios”; y les ha ido muy bien.   Pero tomaron el albur que nuestras pusilánimes oligarquías temen como si se tratara del mismo Demonio.   ¿Y por qué no lo hacen?  Porque no tienen valor ni honor ni capacidad de trabajo ni inteligencia ni sentido del riesgo en un mundo competitivo; prefieren el camino seguro pero torcido del compadrazgo, la corrupción política, el proteccionismo, el monopolio, el ventajismo, la depauperación de los pueblos y la negativa de brindar a estos la única vía de crecimiento verdadero: LA EDUCACIÓN.   Pero NO el barniz alfabético de nuestras escuelas y colegios, sino una enseñanza ESMERADA y profunda, capaz de crear a los hombres del nuevo milenio; bien dotados para convertirse en una clase “rica”, que impulse hasta la estratosfera a los ricos de ahora y los convierta en millonarios.   Pero nuestros oligarcas NO son alemanes, no tienen honor ni capacidad ni inventiva; siempre estarán atados al viejo modelo: concesiones gratuitas, golpes de Estado, no pago de impuestos, política de salarios miserables, financiación de parte de los gobiernos, subvención estatal, cero impuestos, préstamos bancarios sin intereses y todas las sinvergüenzadas que se han inventado desde la atalaya del poder político.  Nuestras oligarquías NO tienen sentido de la aventura calculada; son cobardes ventajistas que, desde sus posiciones políticas, se conforman con ser riquillos en el seno de sociedades miserables.  Nunca se arriesgarán, como los alemanes, a ser millonarios en un mundo de ricos.  Como dice un extraño refrán: Algo “nos ha ganado el valor”, a ricos y pobres.
            Nuestros gobiernos tampoco tienen CONFIANZA en nada ni nadie, pues viven bajo el temor del golpe de Estado, el reclamo popular y la presión de los ricos.   El miedo que produce la desconfianza es el mismo que convierte en animales patéticos a las hienas, coyotes, chacales y todas las bestias carroñeras.  Lejos de la majestuosidad de aquellos que sienten la seguridad de su poder bien sustentado en su capacidad, y no en la estructura de artimañas que han creado para mantenerse a flote.   Los alemanes son el ejemplo de los leones; nuestras oligarquías, de los chacales.   Pero lo peor de toda esta tragicomedia que vivimos en la América Latina no es solo la pobreza material de los pueblos, sino la miseria moral en la que nos hemos sumido TODOS.  Estamos atrapados en el pantano de la desconfianza y el miedo; pero lo peor de todo es que nuestros pueblos han perdido toda ESPERANZA.   ¿Quién tiene la llave del portal que conduce a un mundo mejor y POSIBLE?  ¿Por qué no nos aventuramos a usarla?   
           
                                 RIS

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