sábado, 14 de agosto de 2010

516 La cumbre del idiotismo publicitario

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516    “LA CHISPA”   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA CUMBRE DEL IDIOTISMO PUBLICITARIO

            Hace tiempo escribí una “Chispa” en relación con una tontería publicitaria que, tengo entendido, se sigue utilizando en el comercio: “APLICAN RESTRICCIONES”.  Como si los negocios tuvieran la facultad de imponer restricciones en la venta de lo que venden; es solo el cliente quien podría imponérselas no comprando en los sitios donde ponen esa amenaza.  En todo caso, el comercial es pedante, pesado y, por último, algo ofensivo y molesto por su generalización.  Si estuvieran regalando televisores, teléfonos o cocinas, entonces si aplicaría la sentencia.  “No se les da a los empleados”, “No se les da a los familiares de los empleados”, “No se da más de un objeto por persona”.  Pero cuando yo voy a comprar con mi dinero ¿qué restricciones me pueden imponer? Soy yo, con mi elección, quien les puede imponer limitaciones.  Además ¿qué necesidad hay de “asustar” a un posible cliente antes de que este les compre algo?  Jamás he entendido cuál es la intención de tal simpleza.  Pero, ¡qué le vamos a hacer!, nuestros genios publicitarios tienen cada ocurrencia que nos deja bizcos.
            Los otros son los anuncios repetitivos, sin imaginación, planos, sin colorido ni nada que llame la atención sobre el producto que están anunciando.  Es esa propaganda que parece hubiera salido de una oficina del gobierno: chata, sin creatividad; producto del aburrimiento y la falta absoluta de voluntad y talento.  Parecen panfletos oficiales: tan vacíos de atractivo e interés como las páginas de La Gaceta”.  Sin brillo, sin picardía ni motivación.  Se supone que los que hacen ese trabajo son gente de talento, pues esa es la condición sine qua non que deben llenar los miembros de ese oficio que se encuentra ubicado en la media tinta que forman la vulgar publicidad y el arte.  Además, se supone que las oficinas de publicidad tienen, además de los técnicos, algún jefe artístico capaz de valorar el producto final que han producido sus subordinados.  Y es por eso que no podemos explicarnos cómo salen “al aire” esos disparates que son la antítesis de lo que debe ser un mensaje cautivante que “obligue” al público a la compra o consumo de determinado producto.  La mayor parte de nuestros anunciantes lo que hacen es “insultar” a los consumidores como si estos fueran idiotas.  Con propaganda repetitiva, monótona, torpe, sin gracia ni estética, pretenden hacer vendibles ciertos productos a los que, por “culpa” de esa ofensiva rutina, llegamos a odiarlos. 
            La publicidad es para “enganchar” mediante algún mensaje directo o subliminal que nos guste y despierte la imaginación.  Que nos permita escoger, negar, adivinar y pensar… dudar y suponer.  En fin, que nos dé la libertad de valorar el producto a través de un mecanismo intelectual que no suene a martillo neumático.  Un contacto con la intimidad, sentimientos y la propia creatividad de la posible “víctima” de la propaganda.  Como la inolvidable de “Taquito” que, en forma inconsciente, me convirtió en comedor empedernido de tacos.  Todos conocen esos molestos avisos que nos repiten y repiten sin fin, como si la aceptación del producto estuviera en relación directa con la intensidad de la molesta campaña.  Las carajadas de adelgazar, los refrescos dietéticos, las escuelas de idiomas, las cervezas, los anuncios de la Lotería, los Bancos, la Cruz Roja y los mensajes presidenciales, constituyen esos discursos que oímos como la lluvia en el techo; solo nos producen sueño y abulia y, en el fondo, rechazo y sospechas.
            Pero el que se lleva el Nobel  de los últimos tiempos, es el de un tipo que llega a las oficinas del ICE a devolver unas acciones que le dieron por “PAGAR PUNTUALMENTE” los recibos; esa es la parte “subliminal”, diseñada con una sutileza para burros.  Tan idiota es el anuncio, que no he podido memorizarlo, pero la esencia es algo así: “Vengo a devolver estas acciones porque son demasiado buenas para mí y yo no soy digno de tenerlas.  NO QUIERO QUE ME DEN CARRO PORQUE NO TENGO LICENCIA.  Además, no quiero tarjetas de crédito porque mi historial crediticio NO ES MUY BUENO”.  Algo parecido. ¿Pueden ustedes imaginarse semejantes estupideces?  No, no es invento mío; ahí está en la radio y lo repiten a cada rato.  ¿En qué cabeza puede caber la idea de que alguien sean tan zoquete para rechazar un automóvil solo porque NO TIENE LICENCIA?  ¡Por Dios!  Hay que ser en verdad tarado para suponer esa yeguada ni siquiera como broma.  ¿Y es creíble que alguien se desprestigie a sí mismo en relación con su crédito?  ¿Quién va a llegar a una oficina de lo que sea a decir que él o ella es un tramposo, mala paga al que no se le debe otorgar una tarjeta de crédito?   Eso es algo parecido al diálogo de los dos tontos del recibo.  Ahí uno de ellos le pregunta al otro que si se comería un gallo pinto (o algo así) “vencido”.  Y le hace una especie de “metáfora” en relación con el recibo vencido que está pagando.  El colmo de los colmos.
El genio creador de esos anuncios se lleva el premio mayor que podemos otorgar a los maestros de ese colorido oficio.  Suponemos que debe existir una  asociación de esos trabajadores que debería tener alguna autoridad para suprimir cierta propaganda que, por antihigiénica, JAMÁS debería salir al público.  Semejantes tonterías no solo son una ofensa al público, sino un atentado en contra del prestigio del colectivo encargado de la propaganda comercial en el país.  Si yo fuera miembro de ese gremio, sentiría vergüenza por esos zarpazos en contra de la inteligencia y la integridad profesional del grupo.  Un crimen en contra del arte.  Una cachetada brutal al sentido común.  Un escupitajo en el rostro de las personas contra las cuales va dirigido ese pregón.  Pero también cabe la posibilidad de que tal “propaganda” sea elaborada por algún amanuense del ICE o la Fuerza y Luz; o en las oficinas de “La Gaceta” o la Casa Presidencial; y entonces se explicaría el irrespeto a la inteligencia del pueblo, y la falta de imaginación de esos anuncios.  Y de ser este el caso, ofreceríamos disculpas a la asociación de publicistas nacionales por haber pensado tan mal de su labor.
Fraternalmente (pero no para los publicistas… todavía)
                        RIS

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