sábado, 28 de agosto de 2010

632 Agarrada de chancho

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632    LA CHISPA”                                                                              (19/05/09)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
AGARRADA “DE CHANCHO” DESCOMUNAL
            La memoria humana es débil, y todos incurrimos en el olvido, sin importar cuántas veces hayamos sido víctimas del engaño; la gente astuta continuamente va adelante y casi siempre nos embaucan con sus actividades.  La astucia de los mercaderes es proverbial, y siempre tienen algún AS en la manga para cuando las condiciones así lo requieran.  Es por eso que NUNCA debemos perder de vista que para esta clase de gente NO EXISTE NINGUNA DIFICULTAD REAL.  Todas las crisis que abaten a los pueblos son inventos bien planificados por los  negociantes que, en unión con el poder político (CAPITALISMO), cuentan con los medios y respaldo para elevar sus embustes a la categoría de realidades generadoras de incalculables utilidades.  En los países capitalistas los comerciantes tienen la “libertad de empresa” para manipular los precios a su antojo.  ¿Y qué momento mejor que una “insolvencia económica mundial acompañada de una pandemia porcina”?  En momentos así, todo se justifica solo, principalmente los AUMENTOS DE PRECIOS. 
Confieso que cuando escribí la “Chispa”  623, lo hice bajo el efecto de la sorpresa y caí en la trampa de la gripe “chanchuna”.  Ahora creo que, con buenas razones de fondo, las autoridades sanitarias no pusieron ninguna restricción al ingreso de extranjeros al país; incluyendo a la alegre banda musical de Chente Fernández.  Ellos sabían que no había tal plaga.  Que todo era una maniobra engañosa para vender millones de vacunas y todos los implementos accesorios para conjurar la amenaza porcina.  Con razón la ministra de salud estuvo repartiendo besos en la Asamblea Legislativa; e incluso el Presidente se retrató vacunándose y salió en la prensa con la intención de demostrar la conveniencia de vacunarnos.  Ojalá en la Clínica Bíblica, Católica o el Cima.  Después, la ineluctable campaña de terror mediante la cual las compañías farmacéuticas se deshicieron de cuanto “hueso” tenían en sus inventarios.   Se vendieron toneladas de alcohol, algodón, mascarillas, guantes y cuanta tontería creyó el público que podría ser útil para protegerse del malévolo virus.  Y no faltaron personas que andaban por la calle con bozales, como si tal trapito pudiera filtrar a esas criaturas del orden de los nanómetros (diez a la menos nueve).
Lástima que cuando se dio la alarma no era 28 de diciembre, pues de ser así, la broma hubiera sido perfecta: “Lo agarramos de chancho con la fiebre porcina”.  ¿Qué nueva sorpresa nos tendrán nuestros ingeniosos hombres de negocios?   ¿Qué nuevo Coco nos enseñará el Gobierno para mantenernos asustados, callados y dispuestos a pagar lo que sea a los que “venden cosas”?   ¿Será por eso que se hizo la declaratoria de peste en la víspera del primero de mayo?  En la “Chispa” 624 ya había meditado más profundamente el asunto y me vino a la mente el recuerdo de lo que se vivió durante la Guerra Fría en los Estados Unidos.   Los que vivieron allí lo deben recordar muy bien; hay una o dos generaciones de jóvenes tarados por aquella gigantesca campaña de terror montada por el “Estado Capitalista”, bajo el pretexto de la amenaza Roja.  El “mundo libre” debía protegerse del peligro soviético y, por lo tanto, la población debía estar en alerta permanente.  El rojo se convirtió en el color satánico; y hasta hubo quienes propusieron eliminarlo de los semáforos.  La sicosis se hizo general en las escuelas, en donde los niños realizaban religiosamente los ejercicios de guerra.  El hongo termonuclear se convirtió en el símbolo ominoso bajo el cual se criaron esas dos o tres generaciones de la guerra fría.  A los escolares se les obligaba a tirarse al suelo debajo del pupitre mientras pasaba la alarma del ataque ruso, como si la mesita de playwood pudiera protegerlos de ese horror.
Y mientras esa onda de pánico se estimulaba por toda la nación, los comerciantes hacían su agosto.  No hubo qué no vendieran masivamente: raciones alimenticias especialmente empacadas para rechazar la radiación, máscaras, guantes, trajes anti todo.  Refugios de todo tipo para ser enterrados; se construyeron miles de kilómetros de túneles, sótanos, estructuras a gran profundidad y, desde luego, los refugios atómicos para la gente importante.  Se vendía agua especialmente embotellada para soportar la catástrofe nuclear. Billones de toneladas de alimentos que debían desecharse después de tres, seis o nueve meses de almacenamiento.  Medicinas, pilas, lámparas de todo tipo, semillas, frutos secos de larga conservación.  Vendían  cajas fuertes capaces de resistir el impacto de una bomba atómica a unos pocos metros de profundidad (para los ricos, desde luego).  Se vendieron millones de máscaras anti virus, pues los malos rusos, tenían enormes arsenales de estos y era seguro que los esparcirían por toda Amerrica (USA).  Radios de onda corta y toda clase de aparatos para conservar la comunicación.    Cincuenta años de prosperidad para los mercaderes del terror.  Hasta que les cayó la desgracia del derrumbe de su tan útil y amada la Unión Soviética, la cual no ha podido ser sustituida por la efímera mafia japonesa, la rusa, los carteles de Colombia,  al Qaeda, bin Ladden, Satán Hussein ni todos los “malos” del medio oriente.   Pero los “businessmen” siempre tienen buenas ocurrencias, aunque no de la magnitud e importancia de la Rusia Roja.   Ni bin ni Sadam duraron mucho; al Qaeda se ha difuminado en la nada.  Entonces, ¿qué hacer?   Pues revivir el “crack” de los treintas, el cual sería bien aderezado por una cuantas plagas siempre temibles y oportunas, empezando con la gripe porcina, ya ascendida a la condición de humana para que no haya sospecha alguna sobre el consumo de carne de ese animal (ese fue un ligero error en la concepción del plan).
Las pandemias siempre han sido muy útiles en la creación de miedo, y cuando los pueblos son víctimas de este, todos sus males cotidianos pasan a segundo o tercer plano.   No hay trabajadores tan “inhumanos” que en un momento como este, se dediquen a hacer absurdas peticiones de aumentos salariales para cubrir las desbocadas alzas en todo.   ¿No es así?  ¿Quién  sería tan poco sensible para pedir banalidades como un poquito de justicia social cuando estamos en manos de la peste?  ¿Quiénes cree usted que inventaron la pandemia?
¿Sucedió algo parecido en su país?       ¿Los agarraron de chanchos?
Chanchullescamente
                                   RIS

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