miércoles, 18 de agosto de 2010

564 Hechos y creencias

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564    “LACHISPA”                                                                                                         (10/12/08)

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

HECHOS Y CREENCIAS

            Para este análisis, a ninguna de estas dos categorías le estamos dando adjetivos de buenas o malas, de ciertas o erradas.  No se trata de un concurso de gustos y querencias sino de un estudio apegado al sentido común.  Veamos algunos ejemplos: Que el sol sale todos los días, un hecho.  Que alguien así lo decide, una creencia.  Que la tierra gira alrededor del sol, un hecho.  Que alguien controla ese movimiento, una creencia.  Que las personas nacen, viven y mueren, un hecho.  Que van al cielo, infierno o desaparecen, una creencia.  Nacer y morir son hechos.  Llegar al cielo y reencarnar, creencias.  Entonces, la diferencia principal entre ambas categorías es que los hechos son evidentes, axiomáticos y no necesitan discusión alguna.  Por otra parte, las creencias, por fuertes, viejas o masivas que sean, NO se pueden demostrar.  No importa con la fuerza que creamos, no importa la pasión que pongamos; tampoco que creamos desde niños y lo hayamos hecho por mil años.  La creencia solo sigue siendo un acto de FE, sin importar que pongamos todo el corazón en ella.  Todo nuestro entusiasmo, talento y convicción NO cambian el HECHO de que solo es una creencia.
            Sin embargo, existe una tercera categoría no tan clara que, aunque no es tan evidente como los hechos, ni tan elusiva como las creencias, permite la “demostración dialéctica”.  Pero esa se quedará para otra “Chispa”.
            En esta solo veremos la creencia y el hecho.  ¿Es síntoma de ingenuidad y tontería ser creyente?  ¡Claro que no!  Es solo una de las mil facetas emocionales del hombre.  ¿Es un delito ser descreído?  Tampoco, es solo una actitud cautelosa y legítima en todo individuo, y NADIE tiene derecho a criticarlo o decirle que está en un error si no es CREYENTE.  Pero esa ha sido la norma de la sociedad por milenios.  Si alguien declara su rebeldía ante la “verdad oficial” de las iglesias, de inmediato se convierte en un paria, ateo, demonio, hereje y todos los calificativos del amplio repertorio con el que se ha intimidado a aquellos que tratan de diferenciarse de la manada, “el rebaño” como atinadamente les dicen sus pastores.  A estos incrédulos no hace mucho los quemaban.  Situación que algunas personas añoran todavía.  Y eso nos lleva a otro paso importante en cuanto a la categoría de los creyentes. 
            Aunque la variedad de estos es casi infinita, podemos hablar de dos clases de creyentes: el inteligente, tolerante y respetuoso de los demás; el que no ofende ni pretende que otros TENGAN que creer como él en las mismas ideas y teorías.  Es la persona que hace lo que tiene que hacer y cumple con las actividades normales de su cofradía.  Pero también está el creyente intolerante, irrespetuoso y grosero; personas que ni siquiera tienen una idea correcta de aquello en lo que creen, pero que dan por un hecho que es lo mejor y lo ÚNICO en lo que se debe creer.  Estos son los fanáticos (que usualmente también son ignorantes) que no hacen ninguna concesión al raciocinio.  Para ellos, todo el mundo TIENE que creer en lo mismo que ellos.  Si no, son herejes, diablos y gente que va derecho al Abismo.  Son personas que, a falta de argumentos, ni siquiera los de sus propias creencias, se dedican a ofender, hacer burla y menospreciar a los que difieren de su modo de sentir y ver las cosas.   Son esas personas que, en el nombre de Dios o Jesucristo, nos mandarían al Infierno sin la menor duda o remordimiento.  Gentes que le desean, de todo corazón, que le sucedan las peores cosas del mundo a los que no comparten su fe; y no para “la complacencia o gloria de Dios”, sino para la satisfacción de sus propias maldades y carácter irascible.  Estas personas darían lo que fuera por ser testigos (con toda certeza) de que Dios le envió un castigo directo a alguien que, según ellos, se lo merece.  Este tipo de individuos se sentirían realizados si Dios les diera el poder para aniquilar con las llamas del Infierno a todos aquellos que son incrédulos; pero no solo a estos, sino a todos los de la competencia, es decir, de las otras religiones.  Esta gente solo encuentra dos salidas para las personas: o son sus correligionarios rendidos, o DEBEN morir e ir a las llamas del Averno.
            Pero entre gente normal, el asunto debería ser muy sencillo: que cada uno crea lo que le da la gana.  Sin la obligación de demostrar a los demás, la realidad de aquello en lo que cree.  Porque si rebasamos ese límite del respeto caemos en la desgracia.  Recuerden que el mundo de las creencias es un artificio demasiado frágil que solo se sustenta en la fe de los creyentes, y que no resiste ningún examen lógico, ni siquiera de sentido común.  Por lo tanto, NADIE que esté inmerso en él, debería exigirles pruebas materiales de sus creencias a los demás (el que tiene techo de vidrio…).  Eso no solo es irrespeto sino falta de inteligencia, porque una vez violado el santuario ajeno, nada se puede hacer para impedir que el contrario haga lo mismo con el nuestro.  Es entonces cuando se cae en el pantano del absurdo y empezamos a discutir sobre una materia tan volátil como el humo o el viento, sobre temas indemostrables.  Y lo que es peor, a exigir pruebas a los demás…
            Hablar sobre creencias es un tema apasionante, enriquecedor y reconfortante, pero siempre y cuando se mantenga dentro de límites bien definidos y no se pretenda que estas pueden suplantar a los hechos.  El agua no forma PAREDES VERTICALES, eso es un hecho.   Que Moisés abrió el mar Rojo, es una creencia, por mucho que nos agrade.  Que la Tierra gira sobre su eje es un hecho.  Que Josué paró al Sol sobre Gabaón, una creencia.  Muy bonita, muy patriótica, muy religiosa, pero sola una creencia.  Mantener claras esas diferencias, es lo que hace que cualquier sugerencia que se les haga a los creyentes, sea un aporte de utilidad.  Como la idea de incorporar ciertas alternativas sanas y no “pecaminosas”  en aquello que creemos.  Como las que se han venido haciendo en las “Chispas” anteriores.  Porque al fin, en algún momento nos enfrentaremos a alguna verdad, y sería muy triste que nuestra inflexibilidad de carácter nos haya llevado a un estrecho callejón sin salida, sin retorno y sin alternativas.  Que la paz sea con ustedes.
            Fraternalmente
                                   RIS

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