sábado, 21 de enero de 2012

559 La búsqueda de la felicidad


559  LA CHISPA                                    

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

            Es interminable la legión de libros que se han escrito en relación con este tema.  Es el punto culminante en donde terminan todas las novelas: cuando los protagonistas vencen todos los obstáculos y se casan y, colorín colorado.  Ningún autor pasa de allí, y jamás entran a las  minucias del matrimonio cincos años después… si no es que ya se divorciaron.   También es la temática central y casi única de todas las religiones occidentales: la felicidad eterna en el Jardín Celestial.  Pero nadie nos explica qué sigue después de que se llega a ese momento de clímax.  ¿Cómo se puede vivir en una situación de éxtasis perenne?   ¿Y qué es esa extraña cosa?  En la “Chispa” anterior dije algo, pero me temo que eso no sea más que uno de los billones de fórmulas que todos conocen, pues no hay persona que, por desgraciada que sea, no tenga un extenso menú de recetas para que otros logren la “Happiness”.   Cuando alguien habla sobre sus deseos de ser dichoso, sobran los entendidos que le digan los pasos que debe seguir para lograr su objetivo.  Warranty or your Money back.  No importa qué tan desgraciados sean esos filósofos improvisados, todos cuentan con un arsenal de respuestas para lograr tan elusiva meta.  Esto se parece un poco a la situación que vivimos cuando nos da gripe.  Sobran los curanderos espontáneos con miles de recetas, pastillas, baños, abluciones, jarabes y cuanta cosa se pueda imaginar para curar el mal.  Hasta que se llega el momento en que no sabemos qué es más molesto, si el catarro, o la  interminable catarata de recetas que nos dan los amigos.  Y todas bajo garantía certificada. 
            Yo no sé qué es la felicidad, pero puedo proponerles varias preguntas para que hurguemos en nuestra mente cuál podría ser más satisfactoria para explicarla.  Filosóficamente sería un estado de bienaventuranza total, sin cabida para nada que no sea el gozo eterno.   Algo parecido a lo que nos proponen las religiones, pero sin explicarnos cómo es posible enfrentar semejante situación.  Además con una agravante irresoluble: por toda la eternidad.  Sería sentirnos plenos hasta reventar.  Pero ¿es eso posible en el mundo terrenal?  No sabemos si eso es factible en el cielo, pero en la tierra, la lógica nos dice que un grado de euforia tal no existe, y que nadie podría vivir en esas condiciones sin llegar a la insania.  Y talvez lo que más se acerque al concepto humano de felicidad “es estar conforme”, como decía el tío Teófilo.   Entonces ¿tiene el cuerpo humano la capacidad para resistir una plenitud tan grande que borre absolutamente todas las preocupaciones que son inherentes a la vida cotidiana?   Tal fase sería de enajenación mental.  Una ventura continuada sería insoportable, por linda y deseable que pudiera parecer.  Es por eso que NO debemos desear cosas cuya naturaleza real ignoramos. 
            No discutiremos acerca de la placidez en el cielo, porque eso solo es parte de una teoría indemostrable; pero bien podemos hacerlo sobre esa posibilidad en nuestras vidas.  ¿Existe alguien que esté conforme con todo lo que ES?  ¿Es posible no tener NINGÚN deseo?  Porque UNO SOLO que tengamos, por pequeño e insignificante que sea, nos hace entrar en el terreno de la insuficiencia y, por tanto, de la desventura.  Entonces, si estamos plagados de toda clase de deseos, los cuales generan angustias e insatisfacción, todos somos desdichados.   Y eso nos lleva a descartar la posibilidad de lograr la felicidad como una condición de placer en el que podemos sumergirnos a capricho; o en el cielo, cuando sobreviene la muerte.  Así que con  gusto o sin él, arribamos a la conclusión de que los estadios absolutos y permanentes no cuadran con la naturaleza efímera del hombre, y que tenemos que conformarnos con los subitáneos, brevísimos y raros momentos en los que alcanzamos ese nivel propio de los dioses.  Apenas como un atisbo de algo que está muy lejano de nuestra naturaleza, comprensión y capacidad para adaptarnos a ella.
            Es probable que la felicidad humana se reduzca a la amalgama de esos breves momentos en los cuales logramos, mediante una carcajada, entrever el Paraíso.  La suma de todos esos instantes constituye la única satisfacción que es posible y tolerable para los hombres y mujeres.  Y no son pocos, pero como estamos en la búsqueda de un ideal que ni siquiera podemos definir o entender, los dejamos pasar sin pena ni gloria.  Algo así como les pasa a los californianos, que no sienten ni disfrutan de los terremotillos cotidianos, porque viven a la espera del “Big One”, que talvez nunca vean.  Es muy fácil dar recetas para que otros experimenten, pero nadie puede enseñar de verdad aquello que jamás ha vivido en persona, como es el júbilo o las condiciones de la vida en el cielo.  Creer es una cosa, y SABER, otra.  El encanto de la vida no es cuestión de fórmulas ni de teorías sino de atención, de cuidado, de vivir el presente instante a instante, valorando cada suceso por mínimo que parezca, y cuando lo hacemos, nos damos cuenta de las innumerables razones que tenemos para ser dichosos con aquella diminuta capacidad que tenemos para medio entender un estado sublime que todavía no podemos digerir a cabalidad. 
            La DICHA eterna debe ser muy aburrida para nosotros; además, muy peligrosa.  Es por eso que los dioses solo nos dan probaditas, para que no muramos empalagados.  Nuestro paladar no está listo para el néctar y la ambrosía, y esa es la razón por la cual solo nos dan pan y agua, y nuestra existencia solo tarda un día, pues todavía no sabemos qué hacer con la eternidad ni con los absolutos.    De ahí se deriva la brevedad de los placeres sublimes, como lo orgasmos.  Porque si estos fueran eternos como el goce que pretendemos, seríamos fulminados y nos pasaría lo mismo que a Ícaro y tantos otros majaderos mortales que se han querido acercar o igualarse a los que viven para siempre. 
            Si ustedes conocen otra forma de felicidad que no sea “estar conformes”, háganmelo saber, pues hasta ahora, no he podido encontrar una definición superior a la que hace tantos años me dio el tío Téofilo.  Pero no se embarquen por su aparente simplicidad,  piensen bien en lo que significa esa enigmática frase.
            Felicescamente
                                   Ricardo Izaguirre S.      E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
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