martes, 17 de enero de 2012

746 Eso que llaman democracia


746     LA CHISPA     
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
ESO QUE LLAMAN DEMOCRACIA
            Tanto nos han idiotizado con este concepto, que hemos llegado a ignorar su verdadero significado y nos conformamos con lo que creemos que es.   El DRAE nos da dos acepciones que dicen:  1)  Doctrina favorable a la intervención del pueblo en el gobierno.  2)  Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.   La primera de ellas es tibia, pues favorable es un término tímido que muy poco tiene que ver con la etimología de la palabra ni cómo la entendían sus creadores griegos.  La segunda es un poco mejor, pues habla de predominio, lo que es más que la simple intervención.  Sin embargo, ambas acepciones siguen siendo cortas en relación con lo que es la soberanía nacional, la cual reside únicamente en el pueblo.  Y según las reglas de la democracia, aquel deposita en los “ADMINISTRADORES” (elegidos o nombrados) este poder por un período a convenir, y que debería ser rescindible cuando exista incumplimiento de los servidores.  Entonces, el funcionario es un empleado al cual se le ha conferido ese mando para que lo aplique al servicio de la población.  Sin embargo, tal delegación (discutible en muchos aspectos) no es un cheque en blanco para los sujetos que forman el Gobierno; tampoco significa que el votante ha renunciado a su potestad y que los mandatarios pueden hacer lo que les dé la gana.  Los ciudadanos continúan siendo los dueños de la soberanía, aunque esta haya sido delegada temporalmente en un equipo reducido (por razones de practicidad).
            Eso es lo que hemos perdido de vista en la democracia formal: creemos que los presidentes son una superestructura que está por encima de nosotros y que son una especie de personas sagradas no sujetas a la ley, y que tienen patente de corso para abusar de los bienes públicos (que son de todos) de la manera que se les antoje.  O a hacer negocios particulares al cobijo de su investidura.  Esa es una de las peores interpretaciones que hemos hecho de nuestro sistema político: que los elegidos tienen un fuero especial que los ubica por encima de los demás ciudadanos, más allá y por encima de la Ley.  Hemos desarrollado una mentalidad de vasallaje y suponemos que los gobernantes TIENEN que ser de familias ilustres, de noble prosapia y, además, gente adinerada.  No los concebimos de otra manera y ni siquiera aceptamos la idea de algún pelagatos como posible presidente o diputado.  Creemos que tienen que ser ricos, y con eso, sellamos nuestra condición de inferiores y sin derecho a demandar una conducta apropiada por parte de ellos.  Estamos domesticados para ser sumisos y permisivos.   Con nuestra indolencia y por comodidad, hemos renunciado a nuestro deber de participar en el control de los desmanes de la Argolla en el poder.   De una plutocracia que se ha adueñado del comando del Estado en forma exclusiva y permanente, pues el sistema ha creado una especie de servilismo popular frente a la llamada “clase dirigente”.   El individuo supone que solo esta es capaz de conducir los asuntos del gobierno, y se hace a un lado dejándolos que hagan todo aquello que solo es de conveniencia para la Oligarquía.    
            En nuestro “sistema democrático” el hombre común NO TIENE NINGUNA OPCIÓN para entrar al círculo del poder, sin importar cuál sea su capacidad intelectual, honestidad o participación cívica en la búsqueda del bienestar colectivo.  Si quiere hacerlo, TIENE que ser por medio de los partidos políticos, antros en donde se desfigura por completo el concepto de democracia.   La potestad del pueblo se convierte en ellos en una caricatura manipulable según los intereses.  Además, el ciudadano da por un hecho que la única salida ante un mal administrador es esperar cuatro o cinco años, para que el próximo sí arregle los problemas.  En síntesis, el votante se margina y da por un hecho que debe dejar los asuntos del Estado en manos “de los que saben”, y con eso, se convierte en cómplice dócil y callado de todas las formas de corrupción características de la democracia formal.  Pero lo más relevante de esta forma de gobierno es la manera cómo la Oligarquía se ha apoderado de ella para siempre.  Mediante los partidos, las clases adineradas se han asegurado la continuidad en el mando, pues gracias a estos, el control de las masas es de lo más fácil.  Estas estructuras dan la impresión de que todo es equitativo y que brindan a todos iguales oportunidades de ser elegidos en cualquier cargo; incluso para el de Presidente.  Pero todo eso no es más que pura ficción y ustedes lo saben muy bien.  La única libertad que se tiene dentro de estas jaurías es la de aullar y votar por los candidatos que imponen las cúpulas de mando.  Y dentro de ellas, todos sabemos de dónde provienen las órdenes y nombramientos.
            Si usted no tiene plata ni pertenece a las familias de abolengo, NO TIENE OPORTUNIDAD ALGUNA de ser elegido a ningún cargo público.   Esa es una verdad inapelable de la democracia formal, y quien lo niegue solo puede hacerlo por tres razones: l) es un bobo utilizable 2) es un trepador en busca de algo o 3) pertenece a la clase pudiente.  Ahí todo se subasta al mejor postor, pues de no ser así, hubiera sido inexplicable el nombramiento de la Defensora de los Habitantes, del postulante de la Unidad o del candidato a vicepresidente del partido Liberación.  Esta forma de democracia es la garantía de que la autoridad JAMÁS saldrá de las manos de los mismos, cualquiera que sea el bando que “gane las elecciones”, pues todos son propiedad de las Oligarquías; incluso los de la extrema derecha o izquierda. 
            Mientras la gente no se organice mediante los Cabildos o cualquier otra forma de unión popular, nunca dejará de ser más que una manada manejable por “los de siempre”.   Si recordamos que democracia significa “poder del pueblo”, tenemos el derecho a rebelarnos en contra de esa vulgar manipulación de la que hemos sido víctimas por cerca de dos siglos.   Solo podremos decir que vivimos en una democracia auténtica cuando TODOS los candidatos a los puestos de elección pública salgan de la entraña de la sociedad, de los Cabildos de los barrios, cantones y provincias.  Cuando estos sean escogidos y propuestos por los miembros de las comunidades, y que no sean producto de imposiciones presidenciales o de las fracciones.  Mientras tanto, seguiremos viviendo una mascarada de conveniencia solo para la partidocracia. 
            Democratiquescamente                                                  (¿Pasa lo mismo en sus países?)
                                               Ricardo Izaguirre S.                                E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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