lunes, 1 de junio de 2015

123 ¿Sirve de algo creer en Dios, Jesucristo o lo que sea?



 

123   LA CHISPA    


Lema:   “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.

¿SIRVE DE ALGO CREER EN DIOS, JESUCRISTO O LO QUE SEA?

         Todos decimos creer en Dios, el bien o la fraternidad.   Incluso decimos tener a la libertad como uno de los grandes valores del hombre; pero millones de esas personas que se declaran defensores de este derecho inalienable, son verdaderos tiranos en sus casas, en las que limitan o cercenan la libertad de sus hijos y esposas.  ¿Y en nombre de qué lo hacen?  Eso no importa; hay millones de pretextos para hacerlo, y todos son válidos para el violador, incluso para la iglesia y la sociedad.  Entonces, ¿es la libertad un concepto restringido al ámbito de los intereses del que puede concederla o limitarla?
            Todos decimos creer en Dios y sus leyes inmutables, pero los miembros de la Inquisición decían lo mismo.  Y en nombre de esa Deidad, asesinaron a millares de seres humanos.  Lo mismo que harían muchos “creyentes” modernos (si no temieran a la ley) con cualquier individuo que se declare ateo o contrario a sus creencias.  La libertad, pues, parece reducirse a la posibilidad de hacer lo que le da la gana al que cree en ella; pero no a los demás.  ¿De qué sirve entonces creer en una idea (Dios o lo que sea) de una manera tan singular que solo depende del gusto de quien cree en ella, y de la forma cómo la interpreta?
            Creer es cuestión de fe, y esta es reputada por las iglesias como la más grande de las virtudes del hombre.  Pero, ¿sirve de algo tener fe?  Pero “servir de verdad”, no de la emoción consoladora que las personas encuentran en ese refugio de la mente.  Hay millones de personas dispuestas a jurar por su vida y por Dios, que ellos han resuelto sus problemas mediante la fe; pero eso no es cierto como método.   La fe solamente es un estímulo que puede desencadenar algunos mecanismos biológicos, fisiológicos e incluso sicológicos, que producen en el individuo una alteración de la conciencia.  Y al estar esta alterada, la percepción real del mundo se ve trastornada y puede producir apariencias diversas al que se encuentra en ese estado.
            “A Dios rogando y con el mazo dando”, dice un adagio de la sabiduría popular, que parece indicar cierta duda acerca de la fe.  Porque es obvio que ni Dios ni nadie nos van a resolver nuestros problemas por arte de magia.  Si no trabajamos duro y con disciplina, jamás tendremos nada, por más que le pidamos al cielo o a quien sea.  ¿Que algunos se ganan la lotería?  ¡Claro que sí!  Pero eso es una excepción demasiado rara que no puede darle validez a la teoría de que quien tuvo esa suerte, fue porque Dios le hizo el favor.  Sin embargo, habrá personas que se empecinen en atribuirle a Dios cualquier casualidad afortunada.  Nada se puede hacer en contra de eso.  Porque si ese fuera un ejemplo de los dones de Dios, ¡de verdad que sería muy “agarrado”! 
            ¿Se ha resuelto algún problema de aerodinámica, matemáticas o física nuclear mediante la fe?  ¿Ha podido algún hombre mover una montaña mediante la fe?  ¿Por lo menos una bola de tenis?  Todos los creyentes sienten una compulsión desaforada por dar testimonio acerca de los milagros; los inventan e imaginan a las personas que han sido favorecidas por estos supuestos milagros de Dios, Jesucristo o los santos, porque creer en algo es una necesidad sicológica.  El hombre ignorante la llena con temores y superstición, y el hombre racional y culto, mediante la filosofía.
            ¿Sirve de algo práctico creer en Dios?  ¿Tiene alguna utilidad en la vida la creencia en seres superiores?  Y, ¿es lícito, lógico y justo que estos se entrometan en los asuntos de los mortales, concediéndoles ciertos dones o superioridad sobre los otros?  Como los dioses griegos y paganos en general.  ¿Es la creencia en divinidades algo útil y práctico que me da ventajas en la lucha diaria en el mercado de valores o en el análisis comercial de las empresas que dirijo? Y de ser esto posible, ¿quién soy yo para obtener lo que otros seis mil millones de personas sobre la tierra merecen talvez con más méritos que los míos?  Y si recibo algún beneficio adicional en mis negocios, ¿será la voluntad de Dios?  Y si me va mal, ¿será culpa de Dios?  ¿Se meterá Dios en la infinidad de pequeñeces que millones de personas le piden todos los días en todos los idiomas imaginables?  Y muchas de ellas son idioteces que con un poco de diligencia, bien pueden resolverlas sin tener que comprometer a Dios en simplezas indignas de su rango, si es que lo hiciera.  ¿Puede Dios proporcionarme una querida como Mila Kunis?
            Y obtengamos o no lo aquello en lo que le hemos pedido ayuda a Dios, ¿cómo sabemos que se debió a su participación a favor o en contra?  ¿Por la fe?  Cuando le achacamos los triunfos a la Deidad estamos negando nuestras potencialidades y atribuyéndole el mérito del personal esfuerzo a una abstracción a la que llamamos Dios; pero detrás de ese acto de fe, lo que prevalece es la superstición: el miedo a que no se repita el éxito.  Por eso se lo achaco al Padre eterno... por si acaso.   Y cuando le endosamos la culpa por los fracasos (“fue la voluntad de Dios”), estamos negando la responsabilidad de nuestra mala gestión.  En todo caso, evadimos la confrontación racional de nuestras acciones y, por comodidad o lo que sea, se las atribuimos a Dios.  Las divinidades, pues, se convierten en una especie de mampara útil para el bien o el mal.  Es un problema emocional que nada o muy poco tiene que ver con la razón y la inteligencia.  Si no trabajo no como.  Dios no traerá las provisiones de comida a mi mesa para que coma mi familia.  TENGO QUE TRABAJAR EN ALGO.  Tengo que ser diligente; y cuando lo soy, aparece la comida porque trabajé para eso.  Entonces, ¿por qué debo atribuirle el fruto de mi esfuerzo a una ignota deidad de la que no tengo prueba alguna de su existencia ni de sus relaciones conmigo?  Pero a pesar de esta falta de prueba, el creyente llega a las conclusiones más absurdas con tal de justificar su fe.  “Te ganaste ese dinero porque Dios quiso, porque si Él no hubiera querido, no te lo hubieras ganado; Él te dio salud para que pudieras trabajar”.  Y ante argumentos de esa clase, no hay debate posible de ideas.
            ¿Y qué pasaría si decido no hacer nada del todo, y solo sentarme a rezar y tener fe en que Dios me proveerá alimento?  Existe un ramillete de posibilidades: que me recluyan en un manicomio, que me den de comer mis parientes, o que a la larga muera.  Pero estrictamente hablando de mi relación con Dios, ¿me daría de comer Él, personalmente, si yo tengo mucha fe?  Y en el caso anterior, si son mis parientes los que me alimentan, ¿por qué habría de atribuirle a Dios ese servicio?
            En fin, ¿cuál es la utilidad práctica de creer en Dios, los santos o Jesucristo?  Emocionalmente es comprensible el provecho que se deriva de esta actitud, pero racionalmente, no parece tener mayor trascendencia en los destinos de los hombres el creer o no.  Y tampoco parece existir una correlación adecuada y justa entre lo que los hombres hayan creído en sus dioses, y cómo les han ido las cosas en la vida real.  Muchos supuestos santos murieron en la hoguera.  A Cristo lo crucificaron, y esto que, según dice el dogma, era hijo directo de Dios.  La fe no parece haberle servido de mucho a cientos de miles que han muerto por ella o sus dioses.  ¿Para qué sirve, entonces, creer?  Y aparte del consuelo emocional, ¿para qué sirve, DE VERDAD?
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                                   “Creyenceramente”     
                                                                       RIS                  rhizaguirre@gmail.com

Blog:   La Chispa       http://lachispa2010.blogspot.com/

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