141 “LA CHISPA”
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿EXISTE ESE DIOS?
Nuestra “relación” con el dios de
las religiones es de una naturaleza emocional indefinible y no sujeta a método
alguno de raciocinio. La existencia
incorpórea que le han asignado sus voceros (profetas y hombres santos) creó una
imposibilidad que lo convierte en un eterno teorema intangible. Es muy difícil, casi imposible, amar o
comprender una Abstracción tan contradictoria que se sale de toda lógica. Ese dios no se puede explicar,
solamente debe ser aceptado o no mediante la fe, y eso lo deja por fuera del
interés de todos los hombres que buscan respuestas racionales. Mejor dicho, ese dios se excluye del mundo de
los individuos que razonan, porque pareciera no estar interesado en que lo
entiendan, sino en que lo obedezcan, lo cual es una especie de tiranía
ideológica a la que todo hombre pensante se resiste por principio. Ese dios siempre es duda, ira,
venganza, intolerancia, vacío, pecado y dolor; pero sobre todo, indiferencia,
la cual justificamos
complicitariamente con nuestra propia fe.
Nuestra relación con ese dios es básicamente de miedo e interés. Como la que tenemos con cualquier persona que
nos pueda proporcionar o negar favores. O hacernos daño... Si se nos concede un milagro, es que
dios nos escuchó, y si no nos lo hace, es porque esa es su voluntad o
nosotros no lo merecemos. Es decir,
nuestras emociones y miedos siempre encuentran una justificación para su
olvido. Si estamos felices y sanos,
se lo atribuimos a dios; pero si caemos en la desgracia y el dolor, suponemos
causas malignas que justifiquen nuestro estado; inventamos “pecados” y malas
conductas que nos han llevado a esa condición.
Es entonces cuando ese dios adquiere su verdadera dimensión en la vida
del creyente: es el dios del dolor, la angustia y la venganza.
Ese dios es dramático y con un sentido contradictorio de la vida, el cual
hacemos aceptable mediante toda clase de silogismos que pretenden justificar la
requerida perfección de su conducta.
Y para conservar la coherencia de nuestro sistema de fe, nos convertimos
en saltimbanquis de una “lógica” diseñada a la medida de nuestros deseos y emociones. Si unos niños mueren abrasados en un humilde
hogar que se incendió, nuestra mente se queda en blanco y elude la
participación de ese dios en la tragedia, porque ¿cómo justificar que dios
permita semejante crueldad que ha dañado a unos inocentes que forman parte
vital de Su reino? Es más fácil culpar a
los descuidados padres, a la Municipalidad o al I.C.E, que permiten la
construcción de esos tugurios y que, además, les ponen la electricidad causante
del desastre. Pase lo que pase, evitamos
culpar a dios de la desgracia. ¿Y por
qué? Porque ese dios tiene que
ser Perfecto, y esos errores y abandonos que siegan la vida de unas
criaturas indefensas, no queremos
admitir que sean producto de su indiferencia. Pero si dios está en todo, como dice la
ortodoxia, esas muertes fueron producto de su indiferencia. Todo lo bueno es de dios, y todo lo malo, del
hombre. Entonces, ¿existe una escala
acomodaticia mediante la cual estamos obligados a atribuir solo el BIEN a ese dios? ¿Y el MAL a quien se lo endilgamos? Y como el mal forma el mayor porcentaje de
todas las cosas de los hombres, eso quiere decir que ese dios no tiene mayor
participación en la vida de estos, de acuerdo con la lógica. Pero si aceptamos que ese dios es el
responsable de la totalidad de lo que pasa, en consonancia con el concepto de
Omnipotencia, resultaría que este ser es más MALO que bueno. Es decir, produce más MAL que BIEN. Y esa verdad tan evidente es la que hizo
necesaria la creación del Diablo para
disimular la indiferencia de ese dios.
Así que para justificar el MAL y deslindarlo de ese dios, se tuvo
que crear a Satanás y poner al mundo en sus manos, de acuerdo con el simbolismo
de la fábula de Job.
Si ese dios es responsable de
todo lo negativo que le pasa al hombre, entonces es malo para este. Pero si, de acuerdo con los postulados de la
teología, decimos que el hombre es responsable de lo nocivo que le pasa,
entonces, ¿de quién es el mérito de las cosas buenas que le suceden? Así, la regla religiosa parece decirnos que
todo lo malo que nos pasa es nuestra culpa; y todo lo bueno, mérito de dios. Una “lógica”
simplista con la cual ese dios siempre lleva las de ganar,
pese a su enorme y probada indiferencia
por el MAL. Si es que participa,
personalmente, en los asuntos de los hombres…
Ese dios descuidado ante el
mal, siempre adquiere una dimensión colosal ante la tragedia y el dolor, y es
en esos momentos emocionales cuando se erige ante el creyente como una figura
vengativa y siniestra que guarda, sin embargo, una vaga promesa de consuelo y
resignación que depende del milagro del tiempo.
Pero, ¿es todo este juego imaginativo producto de una Verdad demostrada
y demostrable, o solo es un programa de adoctrinamiento religioso que sirve
para paliar el inevitable dolor? Nuestra
mente ha sido entrenada para explicarnos el mal
de esa manera. Incluso nos han
convencido de ser deudores eternos de un “pecado original” que nos hace
merecedores de todo tipo de desgracias y que, sin en algo nos va bien, eso se
debe a la munificencia de ese dios y no a nuestros méritos o trabajo.
¿Es la fe la única vía para obtener
evidencias de la existencia de ese dios? ¿Ha podido alguien, por medio de la
fe, ver a dios u obtener pruebas de su participación en nuestros asuntos? Desde luego que la ortodoxia ha bloqueado con
un dogma imbatible esta exigencia de la razón y la lógica. Haga lo que haga el creyente, siempre se le
dice que la causa por la cual no ha encontrado “respuesta” de ese dios es
porque SU FE HA SIDO INSUFICIENTE.
Pero si alguien obtiene buenos resultados como producto de su trabajo y
dedicación, de inmediato se le atribuyen los méritos a ese dios. Y como
todavía no se ha inventado un “FEsómetro”, no existe posibilidad alguna
de demostrar qué tan grande ha sido nuestra fe en esto o aquello. La estructura de la religión está diseñada
para que ese dios siempre gane y el creyente pierda. Y al no obtener
buenos resultados, el mecanismo implacable del adoctrinamiento termina por
convencer al esperanzado individuo de que su fe en ese dios es
insuficiente, que esta no alcanza ni el tamaño de “un grano de mostaza”, y que
él es un mal cristiano. Es decir,
el creyente es portador programado de la semilla del fracaso y del consuelo.
La omnipresencia del MAL en todas las actividades humanas
es la prueba más fuerte de la inexistencia de ese dios, o al menos, de
su indiferencia ante los asuntos del hombre.
Y eso debería llevarnos a una
obligatoria pregunta que es el corolario de estas conclusiones: ¿Por qué tener
fe o rogarle a una Abstracción? O ¿por
qué confiar nuestras vidas y emociones a alguien indiferente por nuestros
asuntos? Por favor, vean que no he dicho Dios, sino ese dios.
Fraternalmente
RIS
E-mail: rhizaguirre@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario