martes, 9 de junio de 2015

141 ¿Existe ese dios?



141    LA CHISPA                                      

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿EXISTE ESE DIOS?

            Nuestra “relación” con el dios de las religiones es de una naturaleza emocional indefinible y no sujeta a método alguno de raciocinio.  La existencia incorpórea que le han asignado sus voceros (profetas y hombres santos) creó una imposibilidad que lo convierte en un eterno teorema intangible.  Es muy difícil, casi imposible, amar o comprender una Abstracción tan contradictoria que se sale de toda lógica.  Ese dios no se puede explicar, solamente debe ser aceptado o no mediante la fe, y eso lo deja por fuera del interés de todos los hombres que buscan respuestas racionales.  Mejor dicho, ese dios se excluye del mundo de los individuos que razonan, porque pareciera no estar interesado en que lo entiendan, sino en que lo obedezcan, lo cual es una especie de tiranía ideológica a la que todo hombre pensante se resiste por principio.   Ese dios siempre es duda, ira, venganza, intolerancia, vacío, pecado y dolor; pero sobre todo, indiferencia, la cual  justificamos complicitariamente con nuestra propia fe.  Nuestra relación con ese dios es básicamente de miedo e interés.  Como la que tenemos con cualquier persona que nos pueda proporcionar o negar favores. O hacernos daño...   Si se nos concede un milagro, es que dios nos escuchó, y si no nos lo hace, es porque esa es su voluntad o nosotros no lo merecemos.  Es decir, nuestras emociones y miedos siempre encuentran una justificación para su olvido.  Si estamos felices y sanos, se lo atribuimos a dios; pero si caemos en la desgracia y el dolor, suponemos causas malignas que justifiquen nuestro estado; inventamos “pecados” y malas conductas que nos han llevado a esa condición.  Es entonces cuando ese dios adquiere su verdadera dimensión en la vida del creyente: es el dios del dolor, la angustia y la venganza.
         Ese dios es dramático y con un sentido contradictorio de la vida, el cual hacemos aceptable mediante toda clase de silogismos que pretenden justificar la requerida perfección de su conducta.  Y para conservar la coherencia de nuestro sistema de fe, nos convertimos en saltimbanquis de una “lógica” diseñada a la medida de nuestros deseos y emociones.  Si unos niños mueren abrasados en un humilde hogar que se incendió, nuestra mente se queda en blanco y elude la participación de ese dios en la tragedia, porque ¿cómo justificar que dios permita semejante crueldad que ha dañado a unos inocentes que forman parte vital de Su reino?  Es más fácil culpar a los descuidados padres, a la Municipalidad o al I.C.E, que permiten la construcción de esos tugurios y que, además, les ponen la electricidad causante del desastre.  Pase lo que pase, evitamos culpar a dios de la desgracia.  ¿Y por qué?  Porque ese dios tiene que ser Perfecto, y esos errores y abandonos que siegan la vida de unas criaturas  indefensas, no queremos admitir que sean producto de su indiferencia.  Pero si dios está en todo, como dice la ortodoxia, esas muertes fueron producto de su indiferencia.  Todo lo bueno es de dios, y todo lo malo, del hombre.  Entonces, ¿existe una escala acomodaticia mediante la cual estamos obligados a atribuir solo el BIEN a ese dios?  ¿Y el MAL a quien se lo endilgamos?  Y como el mal forma el mayor porcentaje de todas las cosas de los hombres, eso quiere decir que ese dios no tiene mayor participación en la vida de estos, de acuerdo con la lógica.  Pero si aceptamos que ese dios es el responsable de la totalidad de lo que pasa, en consonancia con el concepto de Omnipotencia, resultaría que este ser es más MALO que bueno.  Es decir, produce más MAL que BIEN.  Y esa verdad tan evidente es la que hizo necesaria la creación del  Diablo para disimular la indiferencia de ese dios.  Así que para justificar el MAL y deslindarlo de ese dios, se tuvo que crear a Satanás y poner al mundo en sus manos, de acuerdo con el simbolismo de la fábula de Job.
            Si ese dios es responsable de todo lo negativo que le pasa al hombre, entonces es malo para este.  Pero si, de acuerdo con los postulados de la teología, decimos que el hombre es responsable de lo nocivo que le pasa, entonces, ¿de quién es el mérito de las cosas buenas que le suceden?  Así, la regla religiosa parece decirnos que todo lo malo que nos pasa es nuestra culpa; y todo lo bueno, mérito de dios.  Una “lógica”  simplista con la cual ese dios siempre lleva las de ganar, pese a su enorme  y probada indiferencia por el MAL.  Si es que participa, personalmente, en los asuntos de los hombres…
            Ese dios descuidado ante el mal, siempre adquiere una dimensión colosal ante la tragedia y el dolor, y es en esos momentos emocionales cuando se erige ante el creyente como una figura vengativa y siniestra que guarda, sin embargo, una vaga promesa de consuelo y resignación que depende del milagro del tiempo.  Pero, ¿es todo este juego imaginativo producto de una Verdad demostrada y demostrable, o solo es un programa de adoctrinamiento religioso que sirve para paliar el inevitable dolor?  Nuestra mente ha sido entrenada para explicarnos el mal de esa manera.  Incluso nos han convencido de ser deudores eternos de un “pecado original” que nos hace merecedores de todo tipo de desgracias y que, sin en algo nos va bien, eso se debe a la munificencia de ese dios y no a nuestros méritos o trabajo.
            ¿Es la fe la única vía para obtener evidencias de la existencia de ese dios? ¿Ha podido alguien, por medio de la fe, ver a dios u obtener pruebas de su participación en nuestros asuntos?  Desde luego que la ortodoxia ha bloqueado con un dogma imbatible esta exigencia de la razón y la lógica.  Haga lo que haga el creyente, siempre se le dice que la causa por la cual no ha encontrado “respuesta” de ese dios es porque SU FE HA SIDO INSUFICIENTE.  Pero si alguien obtiene buenos resultados como producto de su trabajo y dedicación, de inmediato se le atribuyen los méritos a ese dios. Y como todavía no se ha inventado un “FEsómetro”, no existe posibilidad alguna de demostrar qué tan grande ha sido nuestra fe en esto o aquello.  La estructura de la religión está diseñada para que ese dios siempre gane y el creyente pierda. Y al no obtener buenos resultados, el mecanismo implacable del adoctrinamiento termina por convencer al esperanzado individuo de que su fe en ese dios es insuficiente, que esta no alcanza ni el tamaño de “un grano de mostaza”, y que él es un mal cristiano.  Es decir, el creyente es portador programado de la semilla del fracaso y del consuelo.
La omnipresencia del MAL en todas las actividades humanas es la prueba más fuerte de la inexistencia de ese dios, o al menos, de su indiferencia ante los asuntos del hombre.  Y eso debería  llevarnos a una obligatoria pregunta que es el corolario de estas conclusiones: ¿Por qué tener fe o rogarle a una Abstracción?  O ¿por qué confiar nuestras vidas y emociones a alguien indiferente por nuestros asuntos?  Por favor, vean que no he dicho Dios, sino ese dios.
                        Fraternalmente
                                                           RIS
E-mail:         rhizaguirre@gmail.com
           

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