domingo, 7 de junio de 2015

120 La corrupción



120  LA CHISPA” 


Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA CORRUPCIÓN

            Todos sabemos, o creemos saber, qué es la CORRUPCIÓN.  Decimos que es todo acto deshonesto que un funcionario realiza en el ejercicio de sus labores; un empleado público que se roba un montón de millones valiéndose de su puesto de gerente de tal o cual institución del Estado; un Presidente que, gracias a su influencia, hace que sus parientes se hagan millonarios a la sombra del gobierno; unos ministros o diputados que hacen tráfico de influencias para enriquecerse ellos, sus familiares o amigos.  En fin, todo aquello que tenga que ver con el enriquecimiento ilícito a costa del Estado, valga aclarar, del pueblo.  Y cuanto más encopetados sean los funcionarios, mayor espectacularidad y resonancia del suceso.  Pero ¿es solo eso la corrupción?  ¿Es solo robarle al Estado? 
            Este delito ha sido estereotipado y reducido al ámbito exclusivo de la acción deshonesta en contra de los bienes del Estado, pero ¿es solo eso la corrupción?  ¿Se puede evitar, eliminar o reducir su impacto?  Hay factores que deberían definirse con absoluta claridad en relación con los bienes del Estado; y una vez hecho esto, se deben estructurar las respuestas que este dé a los potenciales delincuentes.  Las pertenencias del gobierno “NO SON BIENES DE DIFUNTO”, de los que cualquiera tiene derecho a apropiarse, porque cuando se le roba al Estado, no se están violentando los derechos de un ente abstracto “al que nada importa joder”.  El Estado somos todos, y cuando se le roba a este, me ESTÁN ROBANDO A MÍ, a cada uno de los ciudadanos que componemos la sociedad.   Y eso me da derecho y me hace partícipe del juicio al que se somete al corrupto.  No solo es cuestión de los tribunales, como algo ajeno a mi persona o mis intereses.  El que le robó al Estado me robó a mí; es mi deudor y mi reo.  Por lo tanto, esa es la idea básica que debe ser incorporada en los manuales del servidor público, cualquiera que sea su rango: “EL ESTADO SON TODOS MIS CONCIUDADANOS, Y SON ELLOS LOS DUEÑOS DE LOS BIENES DEL ESTADO.  ESO NO SOLO LES DA DERECHO A INTERVENIR EN LOS CASOS DE CORRUPCIÓN, SINO QUE ES SU OBLIGACIÓN”.   Cada ciudadano, pues, tiene el derecho y la OBLIGACIÓN de vigilar y denunciar los actos ilícitos de los funcionarios.  Ante la simple sospecha de un delito, puede y DEBE poner una denuncia ante los tribunales competentes, sin miedo a ser perseguido, demandado o sometido a prisión y otras formas intimidatorias de las que puedan disponer los funcionarios del Gobierno.  El funcionario debe estar sometido al escrutinio público permanente, porque el que es HONRADO, nada debe temer.  El empleado público debe ser como “la mujer del César”.  Solo los pillos se acogen a fueros especiales o a su investidura oficial, para no hacerle frente a las consecuencias de sus actos dudosos o corruptos.
            El empleado público no puede reclamar para sí, el mismo trato que le dan los tribunales a un civil que nada tiene que ver con el gobierno ni el manejo de fondos públicos.  En la sociedad, todo funcionario es sospechoso ante la opinión pública.  Y cuanto más alto sea su puesto, mayor la duda, dado el poder de encubrimiento del que dispone en esos niveles de PODER.  En nuestros países los presidentes, ministros y diputados pueden robar casi con impunidad.  Los gerentes de las Instituciones pueden llegar a tener problemas si son muy tontos o hacen demasiada ostentación de sus repentinas riquezas; de lo contrario, también están dentro de esa categoría de intocables.  Y a menos que sus robos sean muy descarados y la prensa “les pele el fondillo”, generalmente se van a sus casas forrados de millones.  La gestión pública en nuestro medio, es un camino rápido para enriquecerse fácilmente.  Además, para acallar bocas, hay que hacer la vista gorda ante la corrupción de los subalternos.  Y así sigue la cadena hasta los barrenderos de las oficinas del Estado, quienes se roban mochos de escobas o sobrantes de cualquier cosa.  Porque eso es la corrupción: una cadena que se inicia en cualquier parte, pero que se legitima cuando “los de arriba” la convierten en su modus vivendi.  Si el Presidente roba, ¿por qué no los de abajo?
            Sin embargo, hasta aquí solo hemos visto el lado oficial de la corrupción, pero esta no solo es eso: robarle al Estado.  La corrupción es un estado mental, una tendencia humana siempre presente en todas las actividades del hombre; al menos potencialmente.  No se puede eliminar de la naturaleza de este, pues es como la envidia, el odio, la codicia o la inclinación a la mentira.  Entonces ¿qué se puede hacer ante ella?  El recurso más sencillo de la ley: la aplicación de castigos severos al delincuente, sin importar el puesto que ocupe.  Si un Presidente es un pillo, debe ir a la cárcel con más razón que un funcionario medio o inferior, porque su deber y responsabilidad ante el pueblo es superior.  Y al funcionario que roba al Estado, se le debe castigar con mayor dureza que al civil que lo hace en la calle, puesto que el empleado tiene consigo todas las ventajas que le da su condición de infiltrado.  Es decir, el funcionario puede robar con impunidad, dolo, alevosía, premeditación y complicitario silencio de los que deberían denunciarlo. 
            El delito de corrupción, sin embargo, no solo es robar millones del erario; un maestro que se lleva media barrita de tiza de la escuela, ESTÁ ROBANDO, porque esa tiza no es suya, sino que se le dio para que la use en su trabajo.  Él no es el dueño, por lo tanto, se está llevando un bien del Estado y, lo acepte o no, ESO ES ROBO.   El albañil del MOPT que se lleva unos clavos en su bolsillo, está robando, pues no son suyos sino del Estado, de los contribuyentes.  Y esa es la sutileza del delito oficial que hay que definir muy bien: NO IMPORTA EL MONTO O EL TAMAÑO DEL BIEN SUSTRAÍDO; si pertenece al Estado, constituye un ROBO.  Ese maestro si no es reprendido, mañana se llevará dos barritas de tiza, y pasado mañana una caja.  Y así sigue el delito hasta alcanzar cumbres insospechadas, porque la corrupción es un vicio como el licor o la coca: va en aumento y no conoce límites, como la codicia que le da impulso.
            Entonces, la única forma de ponerle límites a la CORRUPCIÓN es aumentando la dureza de los castigos, pues mientras haya lenidad de parte de la ley, y encubrimiento de parte de aquellos que puedan denunciarla, todo está perdido.  La corrupción pública está destruyendo los cimientos de la democracia en todo el mundo, pero principalmente, en nuestra América Latina.  Ni los gringos representan tanto peligro para nuestra sociedad, como la CORRUPCIÓN interna que vivimos.  El enemigo está dentro de nosotros y mientras no hagamos nada por detenerlo, seremos vulnerables a todo: tratados (TLC), explotación, invasión y menosprecio.  Porque nada es más despreciable que un corrupto, especialmente cuando es un funcionario o gobierno.  De allí deriva el profundo desprecio que los europeos sienten por nosotros, nuestros gobiernos y nuestra política.  No porque seamos corruptos potenciales, sino por que les permitimos esa conducta inmoral a nuestros gobernantes.
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                                                           Fraternalmente
                                                                                     Ricardo Izaguirre S.

Correo electrónico:   rhizaguirre@gmail.com












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