sábado, 5 de mayo de 2012

766 Servilismo lingüístico


766    “LA CHISPA”          
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
SERVILISMO LINGÜÍSTICO
            La forma como los gramáticos nuestros abordan los asuntos del lenguaje, es sencillamente risible: con poses doctorales y de seres superiores, se sienten con el derecho de maltratar a cualquier persona que se atreva a escribir y lo haga “mal”, de acuerdo con los cerrados esquemas de la Gramática o el Diccionario españoles.  Estos pobres lacayos que se autonombran “paladines de la pureza del Castellano”, no se dan cuenta de lo que pasa en la calle, en el habla vernácula; la que utiliza el pueblo, EL VERDADERO Y ÚNICO CREADOR DEL IDIOMA.  Y de espaldas a esa realidad, se empecinan en defender dogmas trasnochados de una gramática infame e inútil que solo ha servido de lastre en la vida social de las naciones hispanoparlantes.  “No se dice así, se dice así y asá de acuerdo con la Norma 135 de la Gramática”.   “El diccionario NO registra ese término, por lo tanto NO existe”.  “No se dice ‘habían’ porque la Regla tal nos dice que…”,  “Decir hubieron no es correcto de acuerdo con la Norma tal o cual”.   La Academia Española, es un tiranosaurio que va a la zaga del progreso, y parapetada en su “autoridad” y los cientos de miles de perros guardianes que tiene en todo el mundo hispánico, pretende ser la regente de la lengua y decirnos qué está bien o qué está mal, ignorando la Suprema Voluntad Popular.
            Hasta hace poco tiempo, las palabras siguientes eran barbarismos que no debían usarse, según la Venerable, lo cual es para reírse.  Las que están en negrita siguen sin ser aceptadas: 
Espagueti, sobrevolar, sobrestimar, maquillaje, lupa, ameritar, parisiense, altiplano, orfelinato, rouge, gillette (o yilet), caché, blumer, kotex, tiranosaurio, surmenage, baby shower, cútex.   ¿Pueden ustedes creerlo?
            Pero el colmo del ridículo de la Academia, y con el cual pone al desnudo su divorcio con el léxico popular, está definido por una palabra cuya significado es mundialmente conocido: BRASIER.  ¿Quién no sabe qué cosa es un brasier, un vocablo válido en todas partes del mundo?  Pero la Academia le dice que NO.  ¿Cómo es que una organización tan atrasada y cavernícola puede merecer el fanatismo ciego que le tienen miles de guardianes oficiosos en la América Latina?  Y si no fuera por la presión mundial, la Docta no hubiera incluido los términos universales CHEF y MENÚ, que hasta hace poco se negaba a poner en el diccionario.  Una locura ¿no es cierto?  ¿Qué palabras hay en español que puedan definir de manera más clara lo que es un Chef o un Menú?  Ninguna.  Pero no las aceptaban, eran “barbarismos” según los lexicógrafos.  Y todo por la envidia que los españoles les tienen a los franceses en cuestiones idiomáticas. 
            El pueblo hace el idioma, a despecho de lo que digan las academias.  Es aquel el que crea palabras, ideas, metáforas, locuras, disparates y aciertos en la lengua; y si se entiende con ellos, está logrado el fin, pues el objetivo único de la lengua es entenderse.  Y si la masa se comunica, ¿qué importa lo que digan las academias o los puristas que, atrincherados en dos vetustos libros y un montón de dogmas, pretenden mantener la llamada “pureza del idioma” intacta?  Si fuera por ellos, todavía estaríamos hablando al estilo de don Quijote: “No os equivoquéis, la esencia del ser es el ente, de preside, presidentE”.  Aunque el mismo DRAE acepte presidentA.    Así de testarudos suelen ser los vigilantes de oficio del castellano.  Son más papistas que el Papa y se sienten comprometidos de muerte con la “defensa” de aquel.
            Por dicha el pueblo es el mandamás del idioma, el que decide qué se usa o no, sin importarle un tacaco lo que digan cuatro gatos al otro lado del Atlántico.  Si una palabra sirve, se entiende y es funcional, la gente la adopta y la utiliza hasta que se aburre y la olvida.  No son las academias las que crean el vocabulario sino la plebe, el populacho en todos sus niveles culturales.  Es indudable que “carepicha” no salió de un laboratorio de fonética de alguna universidad o academia.  ¿Y quién en este momento ignora el significado de ese vocablo ahora tan común a TODAS nuestras clases sociales?  A mucha gente le repugna esa palabreja, a otros les da risa; pero nadie puede substraerse al embrujo imaginativo de una palabra tan absurda como imposible en su significado.  Es la maravilla del idioma, la chusma creando y recreando sus formas de expresión: el habla vulgar en su más profundo y puro significado, porque esta es una cosa viva en permanente cambio y no obedece a reglas académicas sino a las necesidades de sus usuarios.  Es la dinámica inevitable de la vida y de todo lo que es creación de la mente humana: la evolución.  Lo que no sirve es centrifugado, pero lo que es bueno se queda (como presidentA).   No importa la humildad de su origen; si a la gente le gusta y le sirve, se queda.  Como “maje” que ha sobrevivido a todas las críticas imaginables y, sin embargo, ahí se mantiene como Johnnie Walker.  Lo más que ha hecho para adaptarse a los cambios del tiempo, es una ligera mutación que, en boca de los muchachos se convirtió en “Mae”.  Los viejos seguimos diciendo maje.
            No se puede luchar contra la marcha de la historia o el progreso del presente, y esas poses doctorales de los defensores de “la pureza del idioma”, resultan ridículas ante un mundo cambiante que apunta hacia la creación de un lenguaje simbólico constituido por paquetes numéricos.  El 0-1 de la jerga binaria llegó para quedarse y desplazar todas las idioteces de los lenguajes convencionales.   Su majestad el CHIP está aquí, y todos tendremos que aprender a “chatear”, “contactar”, “accesar” “zapinear” y el sinnúmero de barbarismos que plagan el mundo cibernético de los ordenadores.   No, señores defensores del español, su batalla no está perdida contra la incultura o las ocurrencias sino contra la modernidad y una nueva cultura idiomática que está haciendo obsoletas todas las antiguas formas de expresión.  El reglamentarismo del español entró en su ocaso y está moribundo, junto con todos los inquisidores que pretenden llevarlo en contra de la corriente del progreso. 
            Si la Academia no se abre a la realidad, sus días están contados, pues existe un universo cultural paralelo en donde toda la palabrería pajosa es un estorbo; en donde los libros de papel ya son reliquias y la normativa gramatical ha dejado de ser la rectora en materia de comunicación: el maravilloso mundo de los micros y de las jerigonzas programáticas.        (Fragmento tomado de mi libro “EL AMERIÑOL”)
            Gramaticalescamente                       (¿Son tan necios los gramáticos de su país como los de aquí?)
                                              Ricardo Izaguirre S.                                  E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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