miércoles, 14 de marzo de 2012

496 Los programas políticos y la productividad


496   “LA CHISPA”   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LOS PROGRAMAS POLÍTICOS Y LA “PRODUCTIVIDAD”

            Si no fuera una tragedia, sería risible el proceder de nuestros pueblos ante las repetitivas propuestas de los partidos políticos por la situación de crisis endémica que vivimos desde hace cinco siglos.  Es increíble que frente a las mismas mentiras de siempre, los ciudadanos respondan en forma tan dócil y predecible como si no tuvieran memoria.  Como zombis, robots o borregos.  Con el cuento aburridor de los programas políticos, nuestra gente se entusiasma cada cuatro o cinco años como si de verdad creyera que las cosas van a cambiar hacia una mejoría popular.  Somos gente ilusa, domesticados, idiotas que vivimos en espera de milagros imposibles.  Y los políticos lo saben.  Es por eso que para ganar nuestro voto, bastan los manidos discursos en los cuales nos afirman su “compromiso moral con el cambio”, aunque nadie sepa en qué consiste ese cambio.  También nos repiten la fábula del “compromiso con los más pobres”,  su “gran preocupación por la salud y la seguridad ciudadana”.  Todos nos proponen “un nuevo pacto social” para sacar adelante al país.  Todos se comprometen “seriamente” con la educación nacional, mejores salarios para los educadores, comedores, becas, escuelas y equipo.  Todos están dispuestos a asumir “los retos que plantea la nueva realidad mundial”; todos están preocupados por el cambio climático, la escasez de alimentos, la crisis energética y la falta de agua.  Todos son ambientalistas, aunque apenas llegan al poder, dan luz verde a los madereros y mineros para que hagan lo que les dé la gana con el ambiente.  Todos son analíticos, estudiosos, emprendedores, previsores, han escrito libros y tienen un millar de teorías económicas para sacarnos de la miseria en la que vivimos.  Solo es cuestión de que los llevemos a la Silla Presidencial, y todo resuelto.  Y así, campaña tras campaña nos agarran de chanchos.
            A todos les preocupa el orden constitucional y los grandes acuerdos patrióticos por el país; también la búsqueda de la eficiencia y la competitividad; la “problemática nacional”, la mejor calidad de vida, la vivienda y generación de empleos para la juventud.  Todos están dispuestos a “promover la inversión” a corto, mediano y largo plazo, aunque nadie sepa qué diablos significa eso.   Y ni qué decir del consabido cuento de “la modernización del Estado”, expresión legendaria en la que los “electores” suelen ver algo así como la Pomada Canaria; un conjuro mediante el cual todo se resolverá con solo modernizar el Estado, el santo Grial de la política.  Y los votantes se lo tragan campaña tras campaña.  Algo tan fácil que nos maravilla cómo es que no lo han hecho nunca, pues si con cambiar un librito llamado Constitución fuera suficiente para lograr el desarrollo, alguien debería haberlo hecho hace cien años o más.  Este sistema es tan eficiente en la domesticación de los pueblos, que no hay quien no lo utilice; de ahí que los programas de todos los partidos son idénticos.  Todos los candidatos prometen lo mismo.  Son los programas genéricos de aplicación general a cualquier sociedad o país. Y todos tienen el mismo remate en el discurso de despedida presidencial: la enumeración de los inconvenientes del sistema institucional que impidieron la ejecución de las maravillas que nos habían prometido.  “Hay que modernizar el Estado”.  Cuando me reelijan, les prometo que lo haré. 
            Si entendemos bien la vinculación entre los gobiernos y las oligarquías criollas, nos explicaremos uno de los cuentos más utilizados por los políticos: la productividad.  Término económico que se refiere al crecimiento de los resultados físicos o financieros de los factores de la producción: trabajo, capital y tecnología. Todos sabemos que el progreso y desarrollo dependen de esa trilogía y su sincrónico funcionamiento.  Pero en nuestro medio latinoamericano, su invocación no parece ser más que un justificativo de la incapacidad y falta de valor para arriesgarse en la aventura de la competencia en los mercados mundiales.  Nuestras oligarquías se conforman con ser productoras de materia prima y entienden la “productividad” de una manera ventajista: exención de impuestos, préstamos blandos o sin intereses, mano de obra (uno de los factores de la productividad) lo más barata posible, subvenciones del Estado y todas las ventajas que se derivan de su concubinato con los gobiernos.  Siempre hablan de la productividad, pero se cuidan de mencionar el compromiso que tal objetivo implica: la retribución de la ventaja obtenida entre los factores que la hacen posible: incremento del capital, compra de tecnología y salarios justos y crecientes al factor trabajo.   Y es ahí en donde falla el esquema de la productividad en la América Latina, pues esta nunca se refleja en ganancia para la clase obrera.  De manera que es injusto que se apele a la laboriosidad de los trabajadores para incrementar una producción de cuyos beneficios ellos NO participan. 
            Las oligarquías entienden la productividad como una condición en donde el Estado debe darles todas las ventajas.  Nada de impuestos, subvención, créditos, servicios públicos gratis y mano de obra barata.  Incluso la desleal DEVALUACIÓN, mediante la cual se garantizan cierta primacía sobre los competidores del área.  Todos los políticos dicen que “hay que incrementar la productividad”, pero nunca mencionan al factor laboral como uno de los pilares de la producción, el cual tiene pleno derecho a recibir los frutos de la riqueza que ha ayudado a producir. 
            En los programas políticos todo es tan claro, aburridor y repetitivo, que la única magia que hay en el proceso es la actitud de los pueblos.  Y vean que esta conducta no es determinada por la mayor o menor alfabetización  de nuestros países.  Naciones con alto índice de cultura, así como las más analfabetas, incurren en el mismo patrón de comportamiento suicida.  Indios, mestizos, blancos y negros.  No importa el factor étnico, todos responden de la misma forma borreguil ante el canto de sirena de los políticos (el brazo armado de las oligarquías).  ¿Cuál es la causa de tal proceder?  Un misterio insondable…   ¿Lo saben ustedes?
            Politiquerescamente
                                               Ricardo Izaguirre S.        E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
Entrada al blog “LA CHISPA”:         http://lachispa2010.blogspot.com/

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