viernes, 9 de diciembre de 2011

567 Nuestras vidas se rigen por ocurrencias


567  LA CHISPA          

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

NUESTRAS VIDAS SE RIGEN POR OCURRENCIAS

            Tanto hablamos de raciocinio, metodología, sistemas organizativos y orden, que da la impresión de que los seres humanos somos criaturas lógicas y con sentido común; pero ¡qué gran diferencia existe entre lo que hablamos y lo que hacemos!  Da risa ver lo que realizamos, y la medidas que tomamos para resolver nuestros problemas cotidianos, sin importar que sean minucias o cosas muy serias.  Somos dados a creer lo que sea, si en eso vemos alguna conveniencia o posibilidad de obtener un beneficio particular o, al menos, satisfacción.  Siempre y cuando sea agradable a nuestro gusto, estamos dispuestos a poner nuestra FE en cualquier idiotez, ya se trate de relaciones sociales, laborales, económicas, personales o religiosas.  
            A los hombres basta con que nos den un sistema coherente (real o no, eso no importa), agradable, sin sacrificios y con premios al final, y de inmediato armamos una religión, una escuela filosófica, una logia, un partido político, una fraternidad o un club de cualquier cosa.   Y con tal de que los demás se traguen nuestras creencias, estamos dispuestos a simular que aceptamos las de ellos; desde luego, si se encuentran dentro de la misma línea de pensamiento a la que pertenecemos.  Si admiten mis milagros, verdaderos o no, yo tolero los de ellos.  Si comulgan con mis logros personales, yo creo en los de ellos.  Si me consideran un “hermano” buena persona, estoy dispuesto a simular todo lo que sea necesario para que sigan pensando que lo soy.  Vean que solo son ocurrencias más o menos divertidas, más o menos inocuas, pero que denotan lo superficiales que somos.  Incluso la planificación de nuestras vidas responde a este tipo de conducta, y pensamos que ahí de camino podemos ir arreglando las cargas.  Que algo tendrá que suceder que venga a componer aquello que ha resultado de nuestro sistema de ocurrencias.   “Ahí veremos qué pasa…algo debe salir”… como si nuestra existencia fuera una especie de ruleta rusa. 
            Si se nos antoja que estamos gordos, hacemos caso de cuanta majadería nos digan por televisión, radio o periódicos.   Si cualquier avivato inventa una dieta determinada o unas pastillas fabricadas con testículos de tiburón, que nos garantizan una figura tan esbelta como la de esos bichos, de inmediato empezamos a consumir la “Squalus delgadus” sin establecer ningún juicio racional.  Si alguien nos dice que con siete, ocho, nueve o catorce vasos de agua que nos traguemos nos pondremos como Daniel Day Lewis o Nicole Kidman, de inmediato empezamos a tragar agua como locos, sin importarnos el daño que podamos hacer a nuestros riñones.  Sobre todo si NO tenemos que MODERARNOS en la comida.  Vivimos creyendo en cosas ilusas que es posible obtener sin esfuerzo alguno.  Creemos que es posible progresar económicamente sin trabajar ni ahorrar.  Por eso jugamos lotería, nos metemos a la política o nos hacemos “pastores”.  Y así vamos construyendo (¿?) nuestras vidas a base de improvisaciones surgidas de la nada, y a las cuales llamamos de manera arrogante: planificación.  Creemos que podemos ser “intelectuales” sin estudiar, solo porque podemos hablar o escribir un poco de paja.  Basta cualquier salida de un amigo, pariente o persona que consideremos culta, para que tomemos decisiones vitales fundamentadas en suposiciones.
            Nos casamos por una serie de ocurrencias en serie (de otras personas), y no porque haya algún razonamiento que nos convenza de que ese es un estado ideal para el resto de nuestras vidas.   Y también nos decimos que sería una belleza tener unos tres o cuatro chiquitos bonitos, rosaditos y redonditos que perpetúen nuestra eximia prosapia, sin detenernos a pensar ni por un segundo, el tremendo compromiso con el que arruinamos nuestras vidas y lo que se nos viene encima.  Porque sin “las explicaciones de consolación”, eso es lo que nos pasa.  No importa la dialéctica que hayan inventado para hacer tolerable esa desgracia.  Y en ese áspero y complejo camino, se nos van ocurriendo cosas para ir superando los sacrificios, privaciones e incomodidades de lo que están plagadas la maternidad y paternidad. Y para justificar la metida de pata, se nos antoja que el placer de ver a nuestros hijos ya realizados, valió la pena.  Y que estar al lado de nuestra viejita o viejito, compensa toda la amargura del largo recorrido atados al yugo monótono de la carreta familiar. 
            Y para terminar de joder la cosa, cuando ya sentimos la proximidad de “la pelona”, suponemos que nos podemos convertir en santos solo porque ya somos viejos y, supuestamente, ya no podemos pecar. Actuamos con una diligencia increíble en todos los aspectos que tienen que ver con la “salvación”.   Es cuando estamos dispuestos a encontrar el mal en todo y nos hacemos especialistas en el “pecado ajeno”.  En especial, de los jóvenes, que hacen las locuras que ya la edad nos tiene vedadas.   También creemos en cualquier disparate que nos pueda catapultar hasta lo más alto del Paraíso Celestial; pero es entonces cuando, paradójicamente, somos más vulnerables a las ocurrencias de los otros: pastores, curas y cuanto bribón se atraviese en nuestras vidas, siempre y cuando estas tengan implícita la promesa de un fácil y rápido ingreso al cielo
Esa es la última salida de una vida plagada de necedades: creer que hay caminos fáciles hacia las grandes metas.  Después de millones de payasadas improductivas en una larga vida de fracasos, todavía continuamos creyendo que basta una viveza final para poner a derecho una lista interminable de errores, daños, chifladuras, imprudencias y mala vida que hemos llevado.  Y la peor ocurrencia de todas es aquella que, para satisfacción de nuestra manera irresponsable de actuar, es suponer que las cosas serán de la manera que a nosotros nos gustaría que fueran.  Sin embargo, todos nos creemos racionales y ordenados, y estamos dispuestos a apearle los dientes a cualquiera que no reconozca esas sobresalientes virtudes que tenemos a montones; aunque basta una fugaz mirada a todos los disparates que hemos cometido en los últimos días para darnos cuenta de lo contrario.
Ocurrentemente
                        Ricardo Izaguirre S.           E-mail:   rhizaguirre@gmail.com
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