miércoles, 21 de diciembre de 2011

523 La cultura del miedo y la falta de compromiso


523    LA CHISPA   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA CULTURA DEL MIEDO Y FALTA DE COMPROMISO

            Una cosa es ser pacifista, y otra, cobarde.  Cuando se es pacifista, se dialoga y se escucha, pero no se guarda silencio ante la injusticia ni se agachan las orejas ante la voz prepotente; se hacen concesiones cuando son razonables, pero no se permite el abuso sobre el derecho propio.  Se transige cuando es de conveniencia, pero no se cae en el servilismo ni la fácil entrega. Se puede ser tolerante cuando esto conduce a la solución de problemas, pero se debe ser intransigente cuando los otros quieren aprovecharse y sacar ventaja porque creen que la indulgencia es miedo o debilidad.   En fin, ser pacifista NO significa aceptar ser pateado ni renunciar a los derechos que se tienen.  Ser pacifista NO es estar dispuesto a poner la otra mejilla, sino la exigencia de dialogar en igualdad de condiciones.  Con el guante de seda en una mano, pero con el garrote en la otra.
Por desgracia, en nuestra sociedad hemos confundido el término y suponemos que tal postura es de rendición total; y cualquier otra actitud se califica como irreverente, fuera de lugar y en contraposición con lo que se considera ser “un buen ciudadano”.   Y todo porque hemos sido “educados” en la cultura del MIEDO, de la indolencia y la falta de compromiso.  Y por esos caminos transitamos plácidamente, sin importarnos lo que otros hagan en asuntos que son nuestros asuntos. 
            Tenemos miedo de hablar, de denunciar, protestar o señalar.  Y cuando nuestra consciencia nos requiere, tenemos un vasto arsenal de pretextos justificativos mediante los cuales acallamos esa voz interna que nos habla de nuestra cobardía.  Decimos que más vale un mal arreglo que un buen pleito.  Que nada vamos a ganar.  Que las cosas seguirán igual.  Que nada se puede hacer.  Que de por sí, todo el mundo lo sabe y nadie hace nada. Que ya todo estaba “cocinado” y que la Constitución lo permite.  O que la Sala Cuarta lo autoriza.  Un librito y cuatro gatos, adquieren el papel de rectores supremos de nuestras vidas (algo así como el Hado) para que unos pocos hagan lo que les dé la gana con los bienes de TODOS.  Cualquier pretexto es bueno para eludir nuestro deber de contralores de “la cosa pública”.  Tenemos terror al compromiso, y cualquier problema que nos involucre en una acción cívica, nos produce un miedo superior a nuestra consciencia de que somos víctimas de una gran conspiración organizada “desde arriba”, desde hace mucho tiempo.
            En el resto de los países de América Central, las Oligarquías escogieron un camino para garantizar su dominio: la creación de ejércitos y cuarteles.   En Costa Rica se creó la ESCUELA, y desde ahí, se inficionó en la mente de todos los individuos una especie de catecismo cívico destinado a la formación de ciudadanos “conformes y pacifistas”.  Pero con una diferencia: conforme y pacifista en el lenguaje de la Oligarquía tiene un sentido muy diferente.  Pacifista para la Argolla es aquel hombre que nada hace.  Que no protesta. Que aguanta todo. Que respeta el “orden constitucional” como si este fuera algo sagrado proveniente del cielo.  Que mira para otro lado y piensa que con el nuevo Gobierno (que siempre es el mismo y con los mismos) las cosas van a cambiar.  Ese hombre que se rinde ante la jerigonza creada por la Oligarquía, e implementada por su instrumento el Gobierno.  El “homus domesticatus” como lo definió un pintoresco expresidente, que inició la era de la desvergüenza en los gobiernos.  O por lo menos, la llevó a niveles de escándalo, en donde se convirtió en norma que un Presidente se atreva a decirle al pueblo: “Con lo que ustedes piensan, me limpio el rabo, pues aquí lo único que cuenta son mis negocios… y los de mi familia… y los de mis Socios y Amigotes”.
            El personaje miedoso dice que respeta el orden constitucional, aunque esté consciente de las injusticias que este propicia; y no solo eso, sino cómo este supuesto orden es manipulado en beneficio de unos pocos, pues la Constitución y las leyes están escritas para una elite. Y solo así son interpretadas. Pero el ciudadano “acomodado” dice respetarlas porque no quiere compromiso alguno que ponga en peligro su trabajo, posición o posibilidades futuras de “guindarse” de alguna teta del Estado. O conseguir un puesto o una beca para sus hijos.  Siempre quiere dar la impresión de ser “dócil y confiable”.  Elegible para alguna chamba. Dice creer en la institucionalidad del país porque tiene miedo, y no porque esté convencido de que esta proporciona un trato igualitario a todos los habitantes.  El pacifista “acomodado” les tiene miedo a los taxistas, autobuseros, ladrones, al gobierno, a los comerciantes, a los funcionarios, al Seguro Social.  Teme que lo regañen y, por eso, evita toda confrontación aunque sus derechos sean pisoteados por cualquier sinvergüenza.  Puede ser un tráfico, un policía, un empleado del Registro, un chofer de bus o un vendedor de lotería.  Siempre tiene terror.
            El individuo “pacifista” no solo le tiene pánico a sus propios miedos, sino que es víctima de un fantasma lingüístico inventado por la Oligarquía y puesto en práctica por la escuela.  El ciudadano “pacifista” le teme a un montón de fórmulas idiomáticas como: “Tal conducta no rima con el ser costarricense”.  ¿Y eso qué es?  ¿Qué cosa es el “ser costarricense”?  ¿Tener miedo a decir la verdad, a confrontar, a actuar cuando sus derechos son violentados o cuando los gobiernos hacen lo que les da la gana y solo en beneficio de unos pocos?  ¿Es “ser costarricense” callarse ante la rapiña gubernamental?  ¿Es “ser costarricense” mirar hacia otro lado cuando el hampa (de la calle, del gobierno y la Oligarquía) saquea la riqueza que debería ser de todos los ciudadanos? 
            El miedo se ha convertido en nuestro compañero inseparable y hemos terminado por refugiarnos en lo más íntimo de nuestros círculos: en la familia o el grupo de amigos.  Y ahí despotricamos en contra del Estado, del comercio, de los colombianos, nicas, dominicanos, chinos, judíos, gringos y todas aquellas minorías que sabemos o creemos que representan algún peligro para nuestra integridad como nación.  Pero nuestra protesta es en el “silencio” del grupo complicitario, sin arriesgarnos, sin confrontar, “de manera pacifica” como corresponde “al ser costarricense”, y siempre bajo la fórmula general, democrática y anónima del chiste.
            Miedosamente
                                   Ricardo Izaguirre S.       E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
PUBLICIDAD: Les recomiendo la lectura de mi libro “EL ANÁLISIS”, de venta en la Universal, Aristos, Barrabás, Juricentro y casi todas las buenas librerías del país.




No hay comentarios:

Publicar un comentario