523
“LA CHISPA”
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA CULTURA DEL MIEDO Y
FALTA DE COMPROMISO
Una cosa es ser pacifista, y otra,
cobarde. Cuando se es pacifista, se
dialoga y se escucha, pero no se guarda silencio ante la injusticia ni se
agachan las orejas ante la voz prepotente; se hacen concesiones cuando son
razonables, pero no se permite el abuso sobre el derecho propio. Se transige cuando es de conveniencia, pero
no se cae en el servilismo ni la fácil entrega. Se puede ser tolerante cuando
esto conduce a la solución de problemas, pero se debe ser intransigente cuando los otros quieren aprovecharse y sacar ventaja
porque creen que la indulgencia es miedo o debilidad. En fin, ser pacifista NO significa aceptar ser pateado ni renunciar a los derechos que se
tienen. Ser pacifista NO es estar dispuesto a poner la otra
mejilla, sino la exigencia de dialogar en igualdad de condiciones. Con el guante de seda en una mano, pero con
el garrote en la otra.
Por desgracia, en nuestra sociedad hemos confundido el término y suponemos
que tal postura es de rendición total; y cualquier otra actitud se califica
como irreverente, fuera de lugar y en contraposición con lo que se considera
ser “un buen ciudadano”. Y todo porque
hemos sido “educados” en la cultura del MIEDO,
de la indolencia y la falta de compromiso.
Y por esos caminos transitamos plácidamente, sin importarnos lo que
otros hagan en asuntos que son nuestros
asuntos.
Tenemos miedo de hablar, de
denunciar, protestar o señalar. Y cuando
nuestra consciencia nos requiere, tenemos un vasto arsenal de pretextos
justificativos mediante los cuales acallamos esa voz interna que nos habla de
nuestra cobardía. Decimos que más vale
un mal arreglo que un buen pleito. Que
nada vamos a ganar. Que las cosas
seguirán igual. Que nada se puede hacer. Que
de por sí, todo el mundo lo sabe y nadie hace nada. Que ya todo estaba
“cocinado” y que la
Constitución lo permite.
O que la Sala
Cuarta lo autoriza. Un
librito y cuatro gatos, adquieren el papel de rectores supremos de nuestras
vidas (algo así como el Hado) para que unos pocos hagan lo que les dé la gana
con los bienes de TODOS. Cualquier pretexto es bueno para eludir
nuestro deber de contralores de “la cosa
pública”. Tenemos terror al
compromiso, y cualquier problema que nos involucre en una acción cívica, nos
produce un miedo superior a nuestra consciencia de que somos víctimas de una
gran conspiración organizada “desde arriba”, desde hace mucho tiempo.
En el resto de los países de América
Central, las Oligarquías escogieron un camino para garantizar su dominio: la creación de ejércitos y cuarteles. En
Costa Rica se creó la ESCUELA, y desde ahí,
se inficionó en la mente de todos los individuos una especie de catecismo cívico destinado a la
formación de ciudadanos “conformes y
pacifistas”. Pero con una
diferencia: conforme y pacifista en el lenguaje de la Oligarquía tiene un
sentido muy diferente. Pacifista para la Argolla es aquel hombre
que nada hace. Que no protesta. Que
aguanta todo. Que respeta el “orden
constitucional” como si este fuera algo sagrado proveniente del cielo. Que mira para otro lado y piensa que con el
nuevo Gobierno (que siempre es el mismo
y con los mismos) las cosas van a cambiar.
Ese hombre que se rinde ante la jerigonza creada por la Oligarquía, e implementada
por su instrumento el Gobierno. El “homus domesticatus” como lo definió un
pintoresco expresidente, que inició la era de la desvergüenza en los
gobiernos. O por lo menos, la llevó a
niveles de escándalo, en donde se convirtió en norma que un Presidente se
atreva a decirle al pueblo: “Con lo que
ustedes piensan, me limpio el rabo, pues aquí lo único que cuenta son mis
negocios… y los de mi familia… y los de mis Socios y Amigotes”.
El
personaje miedoso dice que respeta el orden
constitucional, aunque esté consciente de las injusticias que este
propicia; y no solo eso, sino cómo este supuesto orden es manipulado en
beneficio de unos pocos, pues la Constitución y las leyes están escritas para una
elite. Y solo así son interpretadas. Pero el ciudadano “acomodado” dice
respetarlas porque no quiere compromiso alguno que ponga en peligro su trabajo,
posición o posibilidades futuras de “guindarse” de alguna teta del Estado. O
conseguir un puesto o una beca para sus hijos.
Siempre quiere dar la impresión de ser “dócil y confiable”. Elegible
para alguna chamba. Dice creer en la institucionalidad del país porque tiene
miedo, y no porque esté convencido de que esta proporciona un trato igualitario
a todos los habitantes. El pacifista
“acomodado” les tiene miedo a los taxistas, autobuseros, ladrones, al gobierno,
a los comerciantes, a los funcionarios, al Seguro Social. Teme que lo regañen y, por eso, evita toda
confrontación aunque sus derechos sean pisoteados por cualquier
sinvergüenza. Puede ser un tráfico, un
policía, un empleado del Registro, un chofer de bus o un vendedor de
lotería. Siempre tiene terror.
El individuo “pacifista” no solo le
tiene pánico a sus propios miedos, sino que es víctima de un fantasma lingüístico inventado por la Oligarquía y puesto en
práctica por la escuela. El ciudadano “pacifista” le teme a un montón
de fórmulas idiomáticas como: “Tal
conducta no rima con el ser costarricense”.
¿Y eso qué es? ¿Qué cosa es el
“ser costarricense”? ¿Tener miedo a
decir la verdad, a confrontar, a actuar cuando sus derechos son violentados o
cuando los gobiernos hacen lo que les da la gana y solo en beneficio de unos
pocos? ¿Es “ser costarricense” callarse
ante la rapiña gubernamental? ¿Es “ser
costarricense” mirar hacia otro lado cuando el hampa (de la calle, del gobierno
y la Oligarquía)
saquea la riqueza que debería ser de todos
los ciudadanos?
El miedo se ha convertido en nuestro
compañero inseparable y hemos terminado por refugiarnos en lo más íntimo de
nuestros círculos: en la familia o el
grupo de amigos. Y ahí despotricamos
en contra del Estado, del comercio, de los colombianos, nicas, dominicanos,
chinos, judíos, gringos y todas aquellas minorías que sabemos o creemos que
representan algún peligro para nuestra integridad como nación. Pero nuestra protesta es en el “silencio” del grupo complicitario, sin
arriesgarnos, sin confrontar, “de manera pacifica” como corresponde “al ser
costarricense”, y siempre bajo la fórmula general, democrática y anónima del chiste.
Miedosamente
PUBLICIDAD: Les recomiendo la lectura de mi
libro “EL ANÁLISIS”, de venta en la Universal, Aristos, Barrabás, Juricentro y casi
todas las buenas librerías del país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario