martes, 18 de agosto de 2015

474 ¿Dónde queda Liechtenstein?



474   LA CHISPA   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿DÓNDE QUEDA LIECHTENSTEIN?

            Tres veces más chiquito que Andorra, apenas si llega a los ciento cincuenta kilómetros cuadrados.  Y para que nos demos una idea de su tamaño, les diremos que cabe CATORCE VECES dentro de El Salvador.  Sus habitantes con costo llegan a los treinta y cinco mil.  El minúsculo principado de Liechtenstein, atrapado por tres lados por Suiza y en uno por Austria, es imposible de señalar adecuadamente en los mapas, a menos que estos sean enormes.  Parece un país de juguete, algo así como Disney World, pero no es así.  Tiene una tasa de alfabetización del ciento por ciento; su gente tiene una expectativa de vida de casi ochenta años, y cada uno de ellos recibe un ingreso per cápita nada menos que de veinticinco mil dólares por año.  Más de sesenta veces lo que reciben (en teoría) los haitianos.  O seis veces más que los costarricenses, cuyo ingreso per cápita es uno de los más “altos” de la América Latina.  Y ¿qué se puede hacer en ese pedacito de tierra?  Pues mucho, si su gente es capaz y trabajan en la misma dirección, sin aprovechados ni políticos sinvergüenzas.  En esa tirita de tierra siembran viñedos de alta calidad y, además, crían ganado (¿?).  Claro que NO tienen petróleo ni hierro ni nada bajo el suelo; solo sobre él: su gente.  Y gracias a esta, desde que terminó la segunda guerra mundial, este increíble país se ha convertido en uno de los más industrializados del mundo.  Como carecen de materiales, el fuerte de su economía son los servicios y el turismo.  Y en la parte industrial, fabrican pequeña maquinaria especializada con materiales importados, productos dentales, hardware, estampillas y cerámica fina. 
            Con una buena disposición y sabio uso de sus recursos humanos, pertenecen a la elite de los países desarrollados. Así como lo ven, sin más recurso que el de su gente, están metidos dentro de esa clase privilegiada de sociedades que han aprendido a vivir bien gracias a su ingenio.  Sin robarles a sus paisanos, sin invadir ni bombardear a nadie; sin explotar a otras naciones.  Su lección es doblemente valiosa, porque nos demuestran que se puede progresar en paz y sin joder a los vecinos.  Desde ese punto invisible de Europa nos mandan un mensaje valiosísimo, si lo quisiéramos aplicar a nuestras sociedades: es posible el desarrollo si todos trabajamos para el bienestar general de TODOS los habitantes del país, cualquiera que este sea.  Pero sobre todo, con GOBERNANTES HONESTOS Y SIN OLIGARQUÍAS DE LADRONES.  Entonces, NO es cuestión de tener mucho terreno ni minerales ni petróleo ni bosques.  Se trata de: 1º) la clase de gente y, 2º) las reglas del juego.   Recordemos que en todos lados hay pillos y ladrones potenciales; esa es una condición humana inevitable, pero también lo es la capacidad que tienen las sociedades de avanzadas para mantenerlos a raya y no permitir que esa chusma se apodere de los gobiernos y se dedique al saqueo, como es la norma casi general en la América Latina.  ¿Se imaginan ustedes los milagros que harían esos treinta y cinco mil “liechtensteineños” en un país gigantesco como El Salvador?  Piensen en lo que esta gente haría administrando unos países como México, Colombia o Venezuela.  Y ni qué decir de Argentina o Brasil.  Claro que SIN OLIGARQUÍAS NI GOBIERNOS CORRUPTOS.  ¡Cuánta lástima les debemos inspirar!
            Entonces, ¿por qué nosotros no podemos hacer algo ni siquiera parecido?  Porque tenemos a “NUESTRA GENTE”.  Ladrones y tramposos en los gobiernos, y Oligarquías codiciosas, dueñas de todo lo que vale la pena en cada unos de nuestros países; además, los vendepatria siempre dispuestos a subastar nuestras riquezas a quien sea, con tal de obtener ventajas personales.  La paradoja de la América Latina es terrible.  Es nuestra misma gente la que nos mantiene en ese estado de postración que imposibilita nuestro despegue hacia el desarrollo y la modernidad que viven en Liechtenstein.  Es la angurria y egoísmo brutal de nuestra propia gente la que nos tiene anclados en el tercer mundo, y a merced de todos los explotadores internacionales.  Pero la culpa mayor es la de esas INMENSAS MAYORÍAS que se dejan someter borreguilmente a los mitos de la “democracia formal”, inventados por las Oligarquías para su exclusiva conveniencia.  Millones de personas creen que las “Constituciones” son una especie de libros sagrados en donde reposa la esencia de la democracia y que, por lo tanto son una categoría de mandatos divinos.  Son estas masas de cándidos, que cooperan en forma entusiasta en mantener el sistema, las responsables de que sigamos empantanados en un mundo del cual no existe otra salida más que la de la revolución social.  Cuando los  pueblos unidos siembren las semillas de la libertad, se apagará el sol de las Oligarquías y nacerá la verdadera democracia.  Solo cuando el pueblo se decida a gobernar de manera absoluta en beneficio de todos, veremos el fruto de la democracia.  Cuando la gente tire a la basura las Constituciones y se dedique a gobernar siguiendo los dictados de la verdadera democracia, comenzará la Transformación.  Y solo cuando la Constitución haya salido de las entrañas de la sociedad y no de conciliábulos políticos de la Oligarquía, tendremos un manual de trabajo válido para realizar la Revolución que habrá de llevarnos a ese mundo soñado.  Solo entonces podremos decir que somos una sociedad humana y no de reptiles y borregos.
            Es posible que millones de latinos no tengan ni la menor idea de dónde queda Liechtenstein ni de que allí viven mucho mejor que nosotros; tampoco de que no es necesario emigrar para lograr nuestras metas, ya que huir no es la solución.  Tenemos que quedarnos, pero no a vegetar y sufrir sino a pelear.  Debemos recordar que la emancipación NO NOS VENDRÁ DEL CIELO NI, MUCHO MENOS, DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS.  La democracia NO es el producto de un librito llamado Constitución, sino de la Voluntad de las mayorías; y si la Constitución está en contra de esta, pues ¡al diablo con la Constitución!  
            No muy fraternalmente
                                               Ricardo Izaguirre S.     




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