lunes, 3 de agosto de 2015

411 Puntos de vista acerca de la infidelidad



411   LA CHISPA  

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

PUNTOS DE VISTA ACERCA DE LA INFIDELIDAD

            Los hombres no suelen perdonar las infidelidades de sus mujeres, pero nunca hablan de tal suceso; por vergüenza, machismo o algún insondable misterio que no es posible definir en forma adecuada ni satisfactoria para todos.  El “macho” ni a palos admitirá que vive enamorado de la mujer que le puso cachos.  Así que ante esa situación de vanidad, solo le quedan pocos caminos: la perdona y se hace el maje, le da una buena paliza, la deja… o la mata.  Y un cuento acabado.  Ellos nunca se desahogan, y es por eso que la traición de las mujeres les causa un trauma insuperable.  Él no perdona, y ese es su talón de Aquiles en una situación que no tiene vuelta atrás.   Siente terror en su “masculinidad” ya que piensen que la mujer lo coronó por pendejo o por alguna razón de insuficiencia sexual; es un sentimiento aterrador.  La vanidad hace que el varón sepulte sus sentimientos en el arcano del silencio y sufra en soledad su desgracia.  Talvez solo sea por vergüenza, ya que su programa machista le impide tocar un punto en donde su hombría y capacidad sexual han quedado en entredicho.  Y si el conflicto sobrepasa el límite de tolerancia, mata a su compañera.  Esa es la solución final.
            En cambio, la conducta de las mujeres es diferente.  Ellas no ven la traición del marido como un asunto de honor, muerte o cataclismo social.  Al contrario, la consideran una buena ocasión para sacar ventajas, ya que el papel de víctimas siempre les es favorable.  Al menos, en el criterio de las otras mujeres, y en el de las personas correctas.  No dramatizan la situación como lo hacen los hombres, y el enfoque que le dan es bastante distinto.  Lo primera diferencia es que quieren conocer a la rival; y si es de conveniencia, incluso se hacen su “amiga” para observarla bien; les aterra la idea de que sea más bonita, que se vista mejor y, por supuesto, que sea más joven, eso es fatal.  Aunque por detrás las despellejen por “el mal gusto que tiene y el exceso de maquillaje que utiliza”.   La denigración de la rival es el primer paso en esta batalla.  Qué tan puta es y cuántos queridos ha tenido.  Qué tan flojas tiene las nalgas o las tetas.   Y no es despreciable el argumento de qué tan cochina pueda ser en su casa.  Que huele a pachulí y que tiene un pésimo gusto en los zapatos y carteras que usa.   Que tiene el pelo teñido, dientes postizos y mal aliento.  Incluso que huele a orines.  Todo es válido.   
            El otro aspecto importante de esta conducta femenina es que no sienten “vergüenza”, como el hombre, por haber sido traicionadas.  Ellas interpretan correctamente la traición: la culpa es solo del traidor. Son las víctimas.  Y es por eso que les cuentan las infidelidades de sus maridos a todo el mundo, con trompetas si es necesario, para que quede bien claro quién es el que falló.  “Yo estaba aquí, soy una buena esposa que atiende el hogar y los hijos, y él es un desgraciado que anda a la cacería de zorras”.  Otra diferencia es que “perdonan” a los maridos.  Pero ese perdón no es gratis, está ligado a ciertas condiciones que, más le valdría al compañero que no lo hubiera “perdonado”.  A partir de ahí, todo el mundo se solidariza con ella, incluyendo a la suegra y las cuñadas, pues ellas forman una cofradía muy fuerte y sensible a estos actos vandálicos de los machos, así se trate de sus propios hijos o los hermanos.  Es un sentimiento de fraternidad femenina que va más allá de la comprensión masculina.  La fidelidad primaria de ellas es con sus congéneres, aunque sean amigas del ofensor.  Tonto de aquel que piense que una mujer lo va a encubrir solo porque es su amiga o compañera de trabajo.  Y pobre del que se le ocurra coquetear con una amiga de su mujer: esta lo sabrá en un nanosegundo.
            A partir de una o dos “infidelidades perdonadas”,  ellos caen en una trampa de la que no se librarán por el resto de sus miserables días.  Esa actitud mediante la cual dan la impresión de que lo perdonan, es una calculada maniobra para lograr el sometimiento, silencio, ventajas y una buena posición para mantener a marido con la boca cerrada. El complejo de culpa es terrible.  Perdonar cualquier fechoría del compañero, les da los argumentos con qué estarlo jodiendo el resto de su vida.  Eso dicen las estadísticas.  Es un perdón muy caro.  Puede ser que algunos individuos hagan lo mismo, pero no es lo usual, porque estos siempre hacen una asociación entre los deslices de su mujer y su propia incapacidad sexual.  Es decir, se involucran en una culpa que no tienen y, por lo tanto, ellos mismos se pone un bozal.  El macho quiere olvidar y borrar.  Pero a la mujer le fascina estar recordando y enrostrándole sus engaños.  Lo convierten en una herramienta de suplicio.  Recordar la traición de la mujer, para el hombre es un martirio mediante el cual revive algo doloroso, y es por eso que no puede explicarse la insistencia de las mujeres en ese telele.  Sin embargo, ahí está la gran diferencia: para la mujer, ese recuerdo no es lo mismo que para el varón; para ella, es un arma que le da ciertas ventajas que nada tienen que ver con el sexo, sino con otros intereses que él no puede asociar con esa conducta. 
            Que ambas deslealtades duelen es innegable.  Y el traidor siempre será despreciable. Sin embargo, la diferencia está en el enfoque que le da a la situación el ofendido.  La mujer sufre igual el dolor de la burla, pero le saca ventajas a los resultados.  Como sus heridas están en el corazón y este es un órgano muy fuerte, rápidamente cura y se repone.  Les cuenta a todos, se desahoga, insulta al marido, lo martiriza a toda hora y se encarga de recordarle su felonía todos los días, hasta que a ella deja de dolerle.  Y a partir de ahí, su argumentación se convierte en un instrumento de tortura que ni a los inquisidores se les pudo ocurrir. 
            El macho engañado es el animal herido más peligroso que hay, porque las heridas están en su vanidad, en donde nunca se curan.  Pero lo que es peor, jamás las admitirá.  Gustosamente prefiere morir antes que admitir el dolor que le causa la traición de una mujer.
            Engañosamente
                                   RIS
E-mail:                        rhizaguirre@gmail.com

   
  

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