411 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”
PUNTOS DE VISTA ACERCA DE LA INFIDELIDAD
Los hombres no suelen perdonar las
infidelidades de sus mujeres, pero nunca hablan de tal suceso; por vergüenza,
machismo o algún insondable misterio que no es posible definir en forma
adecuada ni satisfactoria para todos. El “macho” ni a palos admitirá que vive
enamorado de la mujer que le puso cachos.
Así que ante esa situación de vanidad, solo le quedan pocos caminos: la
perdona y se hace el maje, le da una buena paliza, la deja… o la mata. Y un cuento acabado. Ellos nunca se desahogan, y es por eso que la
traición de las mujeres les causa un trauma insuperable. Él no perdona, y ese es su talón de Aquiles
en una situación que no tiene vuelta
atrás. Siente terror en su
“masculinidad” ya que piensen que la mujer lo coronó por pendejo o por alguna razón de insuficiencia sexual; es
un sentimiento aterrador. La vanidad
hace que el varón sepulte sus sentimientos en el arcano del silencio y sufra en
soledad su desgracia. Talvez solo sea por vergüenza, ya que su
programa machista le impide tocar un punto en donde su hombría y capacidad
sexual han quedado en entredicho. Y si
el conflicto sobrepasa el límite de tolerancia, mata a su compañera. Esa es la solución
final.
En cambio, la conducta de las
mujeres es diferente. Ellas no ven la
traición del marido como un asunto de
honor, muerte o cataclismo social. Al contrario, la consideran una buena
ocasión para sacar ventajas, ya que el papel de víctimas siempre les es
favorable. Al menos, en el criterio de
las otras mujeres, y en el de las personas correctas. No dramatizan la situación como lo hacen los
hombres, y el enfoque que le dan es bastante distinto. Lo primera diferencia es que quieren conocer
a la rival; y si es de conveniencia, incluso se hacen su “amiga” para
observarla bien; les aterra la idea de que sea más bonita, que se vista mejor
y, por supuesto, que sea más joven, eso es fatal. Aunque por detrás las despellejen por “el mal
gusto que tiene y el exceso de maquillaje que utiliza”. La
denigración de la rival es el primer paso en esta batalla. Qué tan puta es y cuántos queridos ha
tenido. Qué tan flojas tiene las nalgas
o las tetas. Y no es despreciable el
argumento de qué tan cochina pueda ser en su casa. Que huele a pachulí y que tiene un pésimo
gusto en los zapatos y carteras que usa. Que tiene el pelo teñido, dientes postizos y
mal aliento. Incluso que huele a
orines. Todo es válido.
El
otro aspecto importante de esta conducta femenina es que no sienten “vergüenza”,
como el hombre, por haber sido traicionadas.
Ellas interpretan correctamente la traición: la culpa es solo del traidor. Son las víctimas. Y es
por eso que les cuentan las infidelidades de sus maridos a todo el mundo,
con trompetas si es necesario, para que quede bien claro quién es el que falló. “Yo estaba aquí, soy una buena esposa que
atiende el hogar y los hijos, y él es un desgraciado que anda a la cacería de
zorras”. Otra diferencia es que “perdonan” a los maridos. Pero
ese perdón no es gratis, está ligado a ciertas condiciones que, más le
valdría al compañero que no lo hubiera “perdonado”. A partir de ahí, todo el mundo se solidariza
con ella, incluyendo a la suegra y las cuñadas, pues ellas forman una cofradía
muy fuerte y sensible a estos actos vandálicos
de los machos, así se trate de sus propios hijos o los hermanos. Es un sentimiento de fraternidad femenina que
va más allá de la comprensión masculina.
La fidelidad primaria de ellas es con sus congéneres, aunque sean amigas
del ofensor. Tonto de aquel que piense
que una mujer lo va a encubrir solo porque es su amiga o compañera de trabajo. Y pobre del que se le ocurra coquetear con una
amiga de su mujer: esta lo sabrá en un nanosegundo.
A partir de una o dos “infidelidades
perdonadas”, ellos caen en una trampa de
la que no se librarán por el resto de sus miserables días. Esa actitud mediante la cual dan la impresión
de que lo perdonan, es una calculada maniobra para lograr el sometimiento,
silencio, ventajas y una buena posición para mantener a marido con la boca
cerrada. El complejo de culpa es
terrible. Perdonar cualquier
fechoría del compañero, les da los argumentos con qué estarlo jodiendo el resto
de su vida. Eso dicen las estadísticas. Es un perdón muy caro. Puede ser que algunos individuos hagan lo
mismo, pero no es lo usual, porque estos siempre hacen una asociación entre los
deslices de su mujer y su propia incapacidad sexual. Es decir, se involucran en una culpa que no
tienen y, por lo tanto, ellos mismos se pone un bozal. El macho
quiere olvidar y borrar. Pero a la
mujer le fascina estar recordando y enrostrándole sus engaños. Lo convierten en una herramienta de suplicio.
Recordar la traición de la mujer, para
el hombre es un martirio mediante el cual revive algo doloroso, y es por eso
que no puede explicarse la insistencia de las mujeres en ese telele.
Sin embargo, ahí está la gran diferencia: para la mujer, ese recuerdo no es lo mismo que para el varón; para
ella, es un arma que le da ciertas ventajas que nada tienen que ver con el
sexo, sino con otros intereses que él no puede asociar con esa conducta.
Que
ambas deslealtades duelen es innegable.
Y el traidor siempre será despreciable. Sin embargo, la diferencia está
en el enfoque que le da a la situación el ofendido. La mujer sufre igual el dolor de la burla,
pero le saca ventajas a los resultados.
Como sus heridas están en el corazón y este es un órgano muy fuerte,
rápidamente cura y se repone. Les cuenta
a todos, se desahoga, insulta al marido, lo martiriza a toda hora y se encarga
de recordarle su felonía todos los días, hasta que a ella deja de dolerle. Y a partir de ahí, su argumentación se
convierte en un instrumento de tortura que ni a los inquisidores se les pudo
ocurrir.
El macho engañado es el animal
herido más peligroso que hay, porque las heridas están en su vanidad, en donde
nunca se curan. Pero lo que es peor, jamás las admitirá. Gustosamente prefiere morir antes que admitir
el dolor que le causa la traición de una mujer.
Engañosamente
RIS
E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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