134 “LA CHISPA”
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
SE CAYÓ EL SISTEMA
Dicen
los que saben que el que puede leer a cabalidad un libro escrito en idioma
chino, tiene que ser tan culto como el autor.
Al menos gramaticalmente. Algo
así pasaba en los inicios de la computación, cuando existían aquellos
“monstruos” electromecánicos que para manejarlos había que saber tanto sobre
símbolos esotéricos, geometría, números, mecánica, electricidad, electrónica y
algoritmos, que era descorazonador. Yo
intenté aprender computación en esos años pioneros de los ordenadores y, como
tantos otros, me di por vencido y lo dejé, pues las perspectivas de empleo eran casi nulas. Creo que solo había dos o tres computadoras
en San José; así que no había trabajo para tanto técnico. Lejos estábamos de la eclosión de este
fenómeno que ha revolucionado la forma de ser y actuar de la raza humana, hasta
tal punto, que hoy no concebimos el mundo sin la ayuda de los ordenadores. Incluso se puede prescindir de muchos
empleados, pero NUNCA de esos portentosos aparatos que son el núcleo de
casi toda actividad organizada del hombre.
Sin
embargo, pese a todo el desarrollo alcanzado en su diseño y fabricación,
continúan siendo unos aparatos deficientes, malignos y rebeldes; burlones e
indolentes a los que poco a nada les importa la angustia que le causan a
millones de bisoños usuarios. Yo odio a
las computadoras, esos cíclopes demoníacos que con su ojo pelado y brillante,
parecen regodearse en la desesperación a que me conducen cada vez que trato de
hacer o aprender algo novedoso de algún programa.
No
sé si existan las computadoras de las que salen en el cine; de esas que tienen
una voz de mujer sexy y melodiosa que nos dice: “Hola Ricardo, ¿cómo
amaneciste hoy? ¿Quieres ver tu
correo? ¿A qué programa te conecto? ¿Quieres entrar a Internet? Dime amo, y obedezco sumisa”. Ese es mi ideal de computadora. Pero el perverso aparato que tengo, parece
experimentar un placer satánico contradiciéndome, amargándome la vida y
haciendo lo que le da la gana cada vez que le doy una orden. Más de una vez he sentido el deseo de darle
un solo mazazo y acabar con él antes de que acabe conmigo. Sin embargo, he aprendido la técnica de
tomarme un “tiempo fuera” antes de actuar vengativamente, ya que después de
todo, me costó mucha plata y no es cuestión de andar desbaratando todo aquello
que no podemos manejar adecuadamente. Si
así fuera, tendría que demoler el equipo de sonido, el CR, el televisor, el
LPT, el microondas, el GP 3, el “celular”, el 3 PYD, el DVD (“dividí como dicen
los entendidos), el VHS, el MRT 28 y quién sabe cuántos aparatos más.
En uno de esos ataques de furia le pregunté a una amiga que si ella
tenía los mismos problemas que yo con el ordenador, y me respondió: “Mirá
Ricardo, yo no tengo problema alguno con las computadoras pues jamás las
utilizo; yo no quiero saber nada de esos bichos que me pueden trastornar el
aserrín de la cabeza; ya tengo suficientes problemas con el control remoto del
televisor. Así que apenas, y con suma
dificultad, me la “juego” con la licuadora, pues con ella y sus velocidades,
la veo bastante negra. No quiero, pues,
relacionarme con algo que pueda acelerar mi demencia senil en proceso. Ese aparato no es para viejos”.
Sin darme por aludido, he continuado mi lucha solitaria por desentrañar
los infinitos y misteriosos recovecos de esta maravilla electrónica capaz de
simplificar las más complejas, monótonas y multitudinarias actividades
humanas. Amándola y maldiciéndola. Pero sobre todo, admirándola con un respeto
temeroso y fetichista como el que los antiguos rendían a sus dioses de la naturaleza. La computadora es el nuevo dios de la Era Electrónica. La que llegará a regir casi
todos los aspectos de la vida humana, de una forma en la que ni los soñadores
más imaginativos de Hollywood lo hayan sospechado. Pero por ahora solo es un niño-dios
veleidoso, incompleto en sus poderes, deficiente todavía; errático y malvado
como todos los que están signados para ejercer el poder omnímodo, pero que
todavía son imperfectos. Yo la odio,
pero sé que está destinada a tomar las riendas del carruaje de la civilización
y dominará a sus propios creadores convirtiéndolos en sus vasallos. Así como es, apenas incipiente, ya controla
casi todos los aspectos de nuestra vida y, a la vez que nos ayuda, nos tortura
y angustia de las formas más crueles y malignas que podamos imaginarnos.
“Se cayó el
sistema”. Es
una tétrica frase que hace que un escalofrío terrible nos recorra la espalda
cuando estamos haciendo una interminable fila en un banco u oficina del
gobierno. “Se cayó el sistema”
significa el desamparo absoluto ante el capricho de las computadoras. No hay a quién putear, no hay a quien pegarle
o gritarle cuatro. Simplemente es una
abstracción indolente a la cual nada le importa nuestro tiempo, frustración o
rabia. “Se cayó el sistema”
significa todo y nada. Y cuando un
empleado o funcionario pronuncia esa frase sacramental y maldita a la vez, los
ojos de todo el mundo se quedan en blanco, en el desconcierto más absoluto,
porque ¿a quién culpar? Casi siempre hay
a quién echarle el “muerto” de lo que pasa, pero cuando “se cae el sistema”,
parece que es una cuestión del destino, de los dioses o de la Fatalidad ante la cual
nada se puede hacer. La cajera en el
banco nos dice lapidariamente: “Se cayó el sistema”. Es decir, todo se jodió, y ni yo ni nadie
tenemos la culpa.
Cuando
el sistema se cae, con él se derrumba nuestro ánimo, la Bolsa, el optimismo y
voluntad de pelear, discutir o maldecir, pues no hay a quien
responsabilizar. Es la frustración
personificada, algo así como cuando ocurre un temblor o cae un inesperado
aguacero. No hay oficina de gobierno
ante la cual quejarse. “Se cayó el
sistema”. Nada hay que hacer ni
decir, pero si aguzamos el oído, podremos escuchar en el ambiente un zumbido
como una risita maliciosa y cantarina, proveniente del interior de miles de
ordenadores aún infantiles, que se burlan de las prisas del hombre, de su
locura y la supuesta importancia de sus asuntos. “Se cayó el sistema” puede significar
una desgracia, pero también un alivio y una llamada a la meditación. Puede ser un mensaje de las computadoras que
nos dice: “Fíjense lo que puedo hacerles cuando aún soy una niña. No dependan demasiado de mí ni de tanto
artefacto, pues ustedes siguen siendo el Hombre”.
Yo
odio a las computadoras, pero estoy seguro de que mi odio es como el de los
amantes frustrados. También las admiro y
las amo; las deseo con toda la lujuria que se acumula en un galán rechazado e
incapaz de dominar al objeto de sus amores.
Lástima que no me quede tiempo para llegar a tener una bella computadora
a la medida de mis deseos o impotencia; esa que me diga cada mañana con una voz
meliflua y exclusiva para mí: “Hola Ricardito, ¿cómo amaneciste hoy? ¿Querés “chatear” con alguien?
Si le gustó esta “Chispa”, compártala con todos sus amigos de la Internet, mientras esta
sea infantil y se lo permita porque, llegará el tiempo en que usted no podrá
escribir impunemente cualquier babosada en la computadora.
Un fraternal y cibernético saludo.
Ricardo
Izaguirre S.
E-mail rhizaguirre@gmail.com
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