domingo, 8 de abril de 2012

134 Se cayó el sistema


134  “LA CHISPA                

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

SE CAYÓ EL SISTEMA

            Dicen los que saben que el que puede leer a cabalidad un libro escrito en idioma chino, tiene que ser tan culto como el autor.  Al menos gramaticalmente.  Algo así pasaba en los inicios de la computación, cuando existían aquellos “monstruos” electromecánicos que para manejarlos había que saber tanto sobre símbolos esotéricos, geometría, números, mecánica, electricidad, electrónica y algoritmos, que era descorazonador.   Yo intenté aprender computación en esos años pioneros de los ordenadores y, como tantos otros, me di por vencido y lo dejé, pues las perspectivas de empleo  eran casi nulas.  Creo que solo había dos o tres computadoras en San José; así que no había trabajo para tanto técnico.  Lejos estábamos de la eclosión de este fenómeno que ha revolucionado la forma de ser y actuar de la raza humana, hasta tal punto, que hoy no concebimos el mundo sin la ayuda de los ordenadores.  Incluso se puede prescindir de muchos empleados, pero NUNCA de esos portentosos aparatos que son el núcleo de casi toda actividad organizada del hombre.
            Sin embargo, pese a todo el desarrollo alcanzado en su diseño y fabricación, continúan siendo unos aparatos deficientes, malignos y rebeldes; burlones e indolentes a los que poco a nada les importa la angustia que le causan a millones de bisoños usuarios.  Yo odio a las computadoras, esos cíclopes demoníacos que con su ojo pelado y brillante, parecen regodearse en la desesperación a que me conducen cada vez que trato de hacer o aprender algo novedoso de algún programa.
            No sé si existan las computadoras de las que salen en el cine; de esas que tienen una voz de mujer sexy y melodiosa que nos dice: “Hola Ricardo, ¿cómo amaneciste hoy?  ¿Quieres ver tu correo?  ¿A qué programa te conecto?  ¿Quieres entrar a Internet?  Dime amo, y obedezco sumisa”.   Ese es mi ideal de computadora.  Pero el perverso aparato que tengo, parece experimentar un placer satánico contradiciéndome, amargándome la vida y haciendo lo que le da la gana cada vez que le doy una orden.  Más de una vez he sentido el deseo de darle un solo mazazo y acabar con él antes de que acabe conmigo.  Sin embargo, he aprendido la técnica de tomarme un “tiempo fuera” antes de actuar vengativamente, ya que después de todo, me costó mucha plata y no es cuestión de andar desbaratando todo aquello que no podemos manejar adecuadamente.  Si así fuera, tendría que demoler el equipo de sonido, el CR, el televisor, el LPT, el microondas, el GP 3, el “celular”, el 3 PYD, el DVD (“dividí como dicen los entendidos), el VHS, el MRT 28 y quién sabe cuántos aparatos más.
            En uno de esos ataques de furia le pregunté a una amiga que si ella tenía los mismos problemas que yo con el ordenador, y me respondió: “Mirá Ricardo, yo no tengo problema alguno con las computadoras pues jamás las utilizo; yo no quiero saber nada de esos bichos que me pueden trastornar el aserrín de la cabeza; ya tengo suficientes problemas con el control remoto del televisor.  Así que apenas, y con suma dificultad, me la “juego” con la licuadora, pues con ella y sus velocidades, la veo bastante negra.  No quiero, pues, relacionarme con algo que pueda acelerar mi demencia senil en proceso.  Ese aparato no es para viejos”.
            Sin darme por aludido, he continuado mi lucha solitaria por desentrañar los infinitos y misteriosos recovecos de esta maravilla electrónica capaz de simplificar las más complejas, monótonas y multitudinarias actividades humanas.  Amándola y maldiciéndola.  Pero sobre todo, admirándola con un respeto temeroso y fetichista como el que los antiguos rendían a sus dioses de la naturaleza.  La computadora es el nuevo dios de la Era Electrónica.  La que llegará a regir casi todos los aspectos de la vida humana, de una forma en la que ni los soñadores más imaginativos de Hollywood lo hayan sospechado.  Pero por ahora solo es un niño-dios veleidoso, incompleto en sus poderes, deficiente todavía; errático y malvado como todos los que están signados para ejercer el poder omnímodo, pero que todavía son imperfectos.  Yo la odio, pero sé que está destinada a tomar las riendas del carruaje de la civilización y dominará a sus propios creadores convirtiéndolos en sus vasallos.  Así como es, apenas incipiente, ya controla casi todos los aspectos de nuestra vida y, a la vez que nos ayuda, nos tortura y angustia de las formas más crueles y malignas que podamos imaginarnos.                                         
“Se cayó el sistema”.  Es una tétrica frase que hace que un escalofrío terrible nos recorra la espalda cuando estamos haciendo una interminable fila en un banco u oficina del gobierno.  “Se cayó el sistema” significa el desamparo absoluto ante el capricho de las computadoras.  No hay a quién putear, no hay a quien pegarle o gritarle cuatro.  Simplemente es una abstracción indolente a la cual nada le importa nuestro tiempo, frustración o rabia.  “Se cayó el sistema” significa todo y nada.  Y cuando un empleado o funcionario pronuncia esa frase sacramental y maldita a la vez, los ojos de todo el mundo se quedan en blanco, en el desconcierto más absoluto, porque ¿a quién culpar?  Casi siempre hay a quién echarle el “muerto” de lo que pasa, pero cuando “se cae el sistema”, parece que es una cuestión del destino, de los dioses o de la Fatalidad ante la cual nada se puede hacer.  La cajera en el banco nos dice lapidariamente: “Se cayó el sistema”.  Es decir, todo se jodió, y ni yo ni nadie tenemos la culpa.
            Cuando el sistema se cae, con él se derrumba nuestro ánimo, la Bolsa, el optimismo y voluntad de pelear, discutir o maldecir, pues no hay a quien responsabilizar.  Es la frustración personificada, algo así como cuando ocurre un temblor o cae un inesperado aguacero.  No hay oficina de gobierno ante la cual quejarse.  “Se cayó el sistema”.  Nada hay que hacer ni decir, pero si aguzamos el oído, podremos escuchar en el ambiente un zumbido como una risita maliciosa y cantarina, proveniente del interior de miles de ordenadores aún infantiles, que se burlan de las prisas del hombre, de su locura y la supuesta importancia de sus asuntos.  “Se cayó el sistema” puede significar una desgracia, pero también un alivio y una llamada a la meditación.  Puede ser un mensaje de las computadoras que nos dice: “Fíjense lo que puedo hacerles cuando aún soy una niña.   No dependan demasiado de mí ni de tanto artefacto, pues ustedes siguen siendo el Hombre”.
            Yo odio a las computadoras, pero estoy seguro de que mi odio es como el de los amantes frustrados.  También las admiro y las amo; las deseo con toda la lujuria que se acumula en un galán rechazado e incapaz de dominar al objeto de sus amores.  Lástima que no me quede tiempo para llegar a tener una bella computadora a la medida de mis deseos o impotencia; esa que me diga cada mañana con una voz meliflua y exclusiva para mí: “Hola Ricardito, ¿cómo amaneciste hoy?    ¿Querés “chatear” con alguien?
            Si le gustó esta “Chispa”, compártala con todos sus amigos de la Internet, mientras esta sea infantil y se lo permita porque, llegará el tiempo en que usted no podrá escribir impunemente cualquier babosada en la computadora.
           
            Un fraternal y cibernético saludo.

                                                                       Ricardo Izaguirre S.

E-mail          rhizaguirre@gmail.com

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