lunes, 16 de abril de 2012

948 Las ventajas de estar muerto


948    LA CHISPA              

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LAS VENTAJAS DE ESTAR MUERTO         (En broma y en serio)
            
           Nuestra “educación” occidental en relación con la muerte, está fundamentada en la religión (judaísmo y sus derivados) y todos los inventos que de estas se han derivado.  Y en ninguno de estos existe un enfoque racional que nos permita hacernos alguna idea de las condiciones del muerto una vez que realiza el tránsito.  En nuestras creencias la muerte es tenebrosa, el fin de todo, el viaje sin retorno; un vuelo “non stop” hacia la Nada y el olvido.  Y como todos sabemos la clase de personas que hemos sido y somos, se nos antoja que las posibilidades de colarnos en el “cielo” son muy remotas.  Tampoco sentimos mucha confianza en el “arrepentimiento” final (estilo buen ladrón).   ¿Y por qué?  Porque tales respuestas son ilógicas, antifilosóficas y resultan una burla a la justicia divina.  No puede, no DEBE SER que un asesino depravado, solo porque se arrepintió en el momento final de su vida, se vaya al cielo, mientras que una persona “buena y normal” como usted o yo (¿?), nos vayamos al infierno solo porque la muerte nos pilló descuidados o entretenidos en otra cosa.  Es decir, que no la vimos venir.  No hay consistencia en los argumentos religiosos para entender la muerte y nuestro destino final.  Es una lotería más difícil de ganar, que la de la Junta de Protección Social de San José.
            Es de ahí donde deriva el pánico que sentimos ante ella, y nadie quiere morir, por desgraciada que sea o aparente ser su vida.  Incluso los ancianos enfermos cuyas vidas son un suplicio, desean continuar viviendo en esas miserables condiciones antes que acogerse a la bondadosa piedad de la “Pelona”.  ¿Por qué?   ¿Por qué sentimos ese miedo tan irracional hacia algo que todos sabemos que es inexorable?  Porque las opciones que nos han fabricado nuestras religiones son demasiado dramáticas y estrechas; solo nos presentan dos caminos: salvación, o condenación también eterna.  A lo sumo, una variante demasiado nebulosa: el Purgatorio.  Y como todos conocemos los requisitos para “entrar al cielo”, sabemos que estamos fritos.  Y como todos sabemos lo que somos, el terror es la consecuencia natural.  Todo por causa de las brutales teorías de las religiones; también por culpa de la filosofía, que se ha estancado en el campo del positivismo, cuando no en el del materialismo craso, y desde esa atalaya sin riesgo, ha evadido su responsabilidad social en la búsqueda de respuestas naturales y sensatas a la desesperación de esta masa humana que duda y teme sin esperanza; sola ante el macabro sendero que nos señala la religión.   Los filósofos se han refugiado bajo el lema del ateísmo como única posición intelectual seria.  Temen aventurarse a dar opiniones sobre la vida espiritual.  O del más allá, si es que existe.  “Eso es para curas, monjes y fanáticos” suelen decir…
            Entonces, los que NO somos curas, monjas, ni religiosos muy fanáticos, estamos en la obligación de barruntar algunas teorías acerca de la muerte y sus ventajas.  Hay dos posibilidades: que no haya NADA, lo cual sería una bendición, pues allí terminaría todo el sufrimiento de la vida: enfermedad, miedo, incertidumbre; se acaba el trabajo, mueren las deudas, no hay que pagar alquiler, no se siente más frío, hambre, dolor ni calor.  Se acaba la lucha para comer y mantener a los hijos.  Descanso total, la disolución absoluta, la NADA.  La otra opción es que continúe nuestra consciencia del “yo soy yo”; que sigamos viviendo en otra dimensión más sutil: algo así como una vida espiritual sujeta a otras reglas que nada tienen que ver con el cuerpo y su sistema de sensaciones.  Y esta es la posibilidad que debe merecer nuestro análisis más cuidadoso, sereno y sin fantasías religiosas o temores sin fundamento.  Utilizando la dialéctica, podemos encontrar las “respuestas” más aceptables; por lo menos, las de sentido común.  Sin fanatismos de clase alguna.  Lo primero que debemos recordar es que nuestra estructura de miedos está fundamentada en nuestro cuerpo y sus experiencias de dolor.  Pero en esa otra vida carecemos de cuerpo y, por lo tanto, eso anula la posibilidad de dolor físico.  El infierno con sus llamas y todas las torturas que podamos relacionar con nuestros sentidos, quedan descartados: NO EXISTE ESE INFIERNO de fuego y suplicios de la carne; es ilógico.  Tampoco puede existir ese Diablo estrafalario ensañado en contra de los malos que estemos ahí (que seríamos la mayoría aplastante), pues seríamos “su gente”; los malos que hemos servido al “Malo” por antonomasia.  Estaría bien que torturara a los “buenos”, pero es absurdo que lo haga con los suyos.  Descartados el dolor físico y el Demonio.  ¿Qué nos queda?  El dolor mental.      
            A eso sería a lo que tendremos que enfrentarnos, en caso de que conservemos nuestro equipaje de memorias, lo que forma nuestra Personalidad.  No olviden que solo somos eso: un manojo de recuerdos.  Si nos da Alzheimer o nos loqueamos, desaparecemos como personas.  Nos borramos.  Así que si en esa vida conservamos el registro de todo lo que hicimos (especialmente lo malo), entonces sí que la vamos a ver fea desde el punto de vista de la consciencia; y todos sabemos lo que torturan los recuerdos cuando son negativos y tenemos claro que actuamos mal.  Que fuimos indolentes, crueles, malvados, egoístas, irresponsables, no fraternales, lujuriosos, políticos, ladrones, desconsiderados y todo lo perversos que hemos podido ser.  Sin máscaras, sin justificaciones ni indulgencias auto-conferidas; o perdones religiosos.   Esas reflexiones son terribles, matadoras; eso sí sería un verdadero infierno.  Como el que vivimos en la tierra cuando nos asaltan los remordimientos de nuestra mala conducta.  Eso sí justifica nuestro miedo a la muerte: tener tanto tiempo para evocar lo malo.  Pero… ¿cuánto estaremos ahí?  Por la filosofía sabemos que causas finitas NO PUEDEN engendrar consecuencias infinitas; por lo tanto, ese estado TIENE que tener una duración finita.  Pero el hombre sometido a ese proceso, DEBE SER infinito, inmortal, porque si no, ¿cuál sería el objeto de ese Purgatorio?  ¿Para desaparecer luego?  Eso no beneficia a nadie y no parece tener sentido.  Esa conclusión nos lleva a más posibilidades en las cuales se pueda aprovechar la experiencia de la vida física y la purificación de esa etapa post mortem.  ¿Cuáles serían?  Ya lo veremos.
            Fraternalmente:                        Ricardo Izaguirre S.        E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Entrada al blog  “LA CHISPA”          http://lachispa2010.blogspot.com/
                                                

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