948 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LAS VENTAJAS DE ESTAR MUERTO (En broma y en serio)
Nuestra “educación” occidental en relación con la muerte, está fundamentada en la religión (judaísmo y sus derivados) y todos los inventos que de estas se han derivado. Y en ninguno de estos existe un enfoque racional que nos permita hacernos alguna idea de las condiciones del muerto una vez que realiza el tránsito. En nuestras creencias la muerte es tenebrosa, el fin de todo, el viaje sin retorno; un vuelo “non stop” hacia la Nada y el olvido. Y como todos sabemos la clase de personas que hemos sido y somos, se nos antoja que las posibilidades de colarnos en el “cielo” son muy remotas. Tampoco sentimos mucha confianza en el “arrepentimiento” final (estilo buen ladrón). ¿Y por qué? Porque tales respuestas son ilógicas, antifilosóficas y resultan una burla a la justicia divina. No puede, no DEBE SER que un asesino depravado, solo porque se arrepintió en el momento final de su vida, se vaya al cielo, mientras que una persona “buena y normal” como usted o yo (¿?), nos vayamos al infierno solo porque la muerte nos pilló descuidados o entretenidos en otra cosa. Es decir, que no la vimos venir. No hay consistencia en los argumentos religiosos para entender la muerte y nuestro destino final. Es una lotería más difícil de ganar, que la de la Junta de Protección Social de San José.
Es de ahí donde deriva el pánico que
sentimos ante ella, y nadie quiere morir, por desgraciada que sea o aparente
ser su vida. Incluso los ancianos
enfermos cuyas vidas son un suplicio, desean continuar viviendo en esas
miserables condiciones antes que acogerse a la bondadosa piedad de la
“Pelona”. ¿Por qué? ¿Por qué sentimos ese miedo tan irracional
hacia algo que todos sabemos que es inexorable?
Porque las opciones que nos han fabricado nuestras religiones son
demasiado dramáticas y estrechas; solo nos presentan dos caminos: salvación, o
condenación también eterna. A lo sumo,
una variante demasiado nebulosa: el
Purgatorio. Y como todos conocemos
los requisitos para “entrar al cielo”, sabemos que estamos fritos. Y como
todos sabemos lo que somos, el terror es la consecuencia natural. Todo por causa de las brutales teorías de
las religiones; también por culpa de la
filosofía, que se ha estancado en el campo del positivismo, cuando no en el
del materialismo craso, y desde esa atalaya sin riesgo, ha evadido su
responsabilidad social en la búsqueda de respuestas naturales y sensatas a la
desesperación de esta masa humana que duda y teme sin esperanza; sola ante el
macabro sendero que nos señala la religión.
Los filósofos se han refugiado
bajo el lema del ateísmo como única posición intelectual seria. Temen
aventurarse a dar opiniones sobre la vida espiritual. O del más allá, si es que existe. “Eso
es para curas, monjes y fanáticos” suelen decir…
Entonces, los que NO somos curas, monjas, ni religiosos
muy fanáticos, estamos en la obligación de barruntar algunas teorías acerca de la
muerte y sus ventajas. Hay dos
posibilidades: que no haya NADA, lo cual sería una bendición,
pues allí terminaría todo el sufrimiento de la vida: enfermedad, miedo,
incertidumbre; se acaba el trabajo,
mueren las deudas, no hay que pagar alquiler, no se siente más frío, hambre,
dolor ni calor. Se acaba la lucha para
comer y mantener a los hijos. Descanso
total, la disolución absoluta, la NADA.
La otra opción es que continúe nuestra consciencia del “yo soy yo”; que sigamos viviendo
en otra dimensión más sutil: algo así como una vida espiritual sujeta a otras
reglas que nada tienen que ver con el cuerpo y su sistema de sensaciones. Y esta es la posibilidad que debe merecer
nuestro análisis más cuidadoso, sereno y sin fantasías religiosas o temores sin
fundamento. Utilizando la dialéctica,
podemos encontrar las “respuestas” más aceptables; por lo menos, las de sentido
común. Sin fanatismos de clase
alguna. Lo primero que debemos recordar
es que nuestra estructura de miedos está fundamentada en nuestro cuerpo y sus
experiencias de dolor. Pero en esa otra
vida carecemos de cuerpo y, por lo tanto, eso anula la posibilidad de dolor
físico. El infierno con sus llamas y
todas las torturas que podamos relacionar con nuestros sentidos, quedan
descartados: NO EXISTE ESE INFIERNO de fuego y suplicios de la carne; es
ilógico. Tampoco puede existir ese
Diablo estrafalario ensañado en contra de los malos que estemos ahí (que seríamos la mayoría aplastante), pues
seríamos “su gente”; los malos que hemos servido al “Malo” por antonomasia.
Estaría bien que torturara a los “buenos”, pero es absurdo que lo haga
con los suyos. Descartados el dolor
físico y el Demonio. ¿Qué nos
queda? El dolor mental.
A eso sería a lo que tendremos que
enfrentarnos, en caso de que conservemos nuestro equipaje de memorias, lo que
forma nuestra Personalidad. No olviden que solo somos eso: un manojo de recuerdos. Si nos da Alzheimer o nos loqueamos, desaparecemos como personas. Nos borramos.
Así que si en esa vida conservamos el registro de todo lo que hicimos
(especialmente lo malo), entonces sí que la vamos a ver fea desde el punto de
vista de la consciencia; y todos sabemos lo que torturan los recuerdos cuando
son negativos y tenemos claro que actuamos mal.
Que fuimos indolentes, crueles, malvados, egoístas, irresponsables, no
fraternales, lujuriosos, políticos, ladrones, desconsiderados y todo lo
perversos que hemos podido ser. Sin
máscaras, sin justificaciones ni indulgencias auto-conferidas; o perdones
religiosos. Esas reflexiones
son terribles, matadoras; eso sí sería
un verdadero infierno. Como el que
vivimos en la tierra cuando nos asaltan los remordimientos de nuestra mala
conducta. Eso sí justifica nuestro miedo
a la muerte: tener tanto tiempo para evocar
lo malo. Pero… ¿cuánto estaremos
ahí? Por la filosofía sabemos que causas
finitas NO PUEDEN engendrar
consecuencias infinitas; por lo
tanto, ese estado TIENE que tener una
duración finita. Pero el hombre
sometido a ese proceso, DEBE SER
infinito, inmortal, porque si no, ¿cuál sería el objeto de ese Purgatorio? ¿Para desaparecer luego? Eso no beneficia a nadie y no parece tener
sentido. Esa conclusión nos lleva a más
posibilidades en las cuales se pueda aprovechar la experiencia de la vida
física y la purificación de esa etapa post mortem. ¿Cuáles serían? Ya lo veremos.
Fraternalmente: Ricardo
Izaguirre S. E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Entrada
al blog “LA
CHISPA” http://lachispa2010.blogspot.com/
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