sábado, 25 de diciembre de 2010

737 Feliz Navidad?


737   “LA CHISPA”                (24 diciembre 2009)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿FELIZ NAVIDAD?  
            Es lo clásico, lo que siempre se dice para esta época, que es como cualquier otra.  Tiempo de dilapidación, hartazgos y borracheras memorables.  Velada para compartir con los “seres queridos”, de regalos, de buenos deseos escritos en papel.  Momento de cerrar el círculo familiar, comer el pavo, el jamón, los vinos, los dulces, los presentes; hora de recordar la Natividad y las peripecias que pasó la Sagrada Familia; instante de evocación de un simbolismo profundo que hemos vulgarizado tanto, que parece divorciado por completo de la lección que deberíamos derivar de él.  Fiesta de cantos, de amor, de recuerdos y propósitos; de adioses y memorias de los que ya se han ido, de abrazos y sonrisas, de promesas e intenciones.  Jornada de felicidad.  La efeméride del acto histórico más significativo para la cristiandad, la cual nos enseña tantas cosas tan diferentes de lo que hacemos en esta noche.   “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, lo hemos reducido únicamente a nuestras propias familias; ahí termina el alcance de nuestra interpretación del mandato más sublime del Maestro.  Una celebración espiritual que hemos convertido en una bacanal romana, repleta de un materialismo ofensivo y desprovisto de todo gesto de hermandad.
            Es hoy que damos gracias al Altísimo por las viandas que vamos a disfrutar, y a la vez, cuando descargamos la consciencia y trasladamos nuestro cotidiano deber con el prójimo, mediante una oración, a ser responsabilidad de Dios: “Te pedimos ¡oh Señor!, que proveas alimentos a aquellos que no tienen nada”.   A pesar de que sabemos que Dios no le da nada a nadie, suponemos que nuestra indolente y acomodaticia petición es la adecuada alternativa al deber que hemos evadido todos los días, todos los meses, todos los años.  Hacemos responsable a la Deidad de la carencia que tienen nuestros hermanos, y pretendemos que con una mecánica petición, está resuelto el problema: el hambre de millones de niños del África, Asia y la América Latina van a desaparecer con la encomienda que le hacemos a Dios.  “Bendice y derrama tus bienes sobre los pobres, te lo pedimos en nombre de tu hijo Jesucristo.  Amén”.   Un alivio de la consciencia, y ya podemos atiborrarnos tranquilamente mientras miles mueren de hambre por todo el mundo.  Pero, ¿puede una oración dicha al desgaire sustituir al deber?   Mientras comemos y bebemos hasta vomitar y enfermarnos, multitudes de personas no tienen nada que llevar a la boca.  Y Dios NO los va a ayudar ni llevarles comida, por más que creamos (o no) que la oración que hacemos con ese propósito pueda tornarse realidad.  Nuestra petición solo es un intento inútil para evadir al dedo acusador de la consciencia.  ¿Qué hicimos este año en beneficio de nuestros hermanos más necesitados?   ¿Hicimos algo que no fuera solo por “YO”?
            Cuando esta noche nos dispongamos al hartazgo y la bebida, debemos recordar que hay legiones de gente con hambre y enfermos de hambre de todo: de comida, de justicia, de salud, educación, cariño y tolerancia; talvez eso nos amargue algo la fiesta, pero nos hará ser un poco fraternales aunque solo sea por unos instantes; es probable que nos avergüence y que “algo” dentro de nosotros (la consciencia) nos obligue a hacer un repaso honesto de cuánto hemos cumplido nuestro deber con los más necesitados y desposeídos de la fortuna.  Cuando piensen que con los miles de dólares que dilapidaron en regalos se podría paliar por varias semanas el hambre de docenas de niños, talvez sientan un poco de pena.  Si meditan en el desperdicio que hacen en licores finos y comidas de lujo, mientras en el mismo barrio hay personas afligidas y en necesidad de lo mínimo, es posible que empiecen a vibrar con el verdadero espíritu de la Natividad.  Si entran en sintonía y logran comprender el concepto de hermandad, habrán entrado en el sutil mundo de la Navidad Verdadera, que nada tiene que ver con el boato y la mascarada en lo que la hemos convertido.  En realidad deseo que se atraganten de amargura, si es posible, cuando en cada bocado de las delicias que comerán, sientan el dolor y la desesperanza de legiones de prójimos sometidos al martirio de la carencia de un plato de comida en esta noche de la Natividad del Hombre, el portador del mensaje de Fraternidad Universal.
            La verdad es que no les deseo esa feliz navidad tradicional; no quiero colaborar con esa farsa que nada significa en relación con lo que, supuestamente, estamos celebrando este día.  No quiero ser cómplice de una actitud que nada tiene que ver con el mensaje que nos llega desde aquel sitio remoto y que, lejos de ser un jolgorio desenfrenado, es el recordatorio del compromiso y obligación que tenemos con nuestros hermanos más necesitados.   ¿Hemos cumplido con él?  ¿Hemos hecho algo por alguien?   Sin pretextos, sin explicaciones… ¿O hemos estado demasiado imbuidos en “mis problemas, mis cosas, mi familia, mi, mi, mi?   Igual que yo, espero que estén angustiados y no puedan comer con tranquilidad, a menos que hayan estado a la altura del mandamiento.   Es hora de la meditación y el enfrentamiento con ese juez de cuyo ojo no podemos escapar ni aunque nos metamos debajo de la tierra.  Podemos mentir, contar historias, fanfarronear o endilgarnos conductas postizas, simular que somos buenas personas, pero no podemos engañarnos.  Y por más oraciones que hagamos en esta noche, si no hemos cumplido con nuestros hermanos más pobres, todo será inútil.  No podremos entrar en la fraternidad de los hombres buenos, de los elegidos, de aquellos que han hecho su tarea en silencio, sin fanfarria y con humildad. 
            Así, pues, que mi Feliz Navidad va prensada entre dos signos de interrogación.   No es un deseo libre e irrestricto, y aunque a ustedes no les desvele ni impida que coman y beban felizmente, espero que en cada bocado que traguen, sientan que hay millones de estómagos que no tienen nada, y que nada esperan de nadie, y que las oraciones no se comen.  Si consigo eso, habré hecho parte de mi tarea.  Y si ustedes meditan sobre esto, habrán hecho parte de la suya y podrán cenar en paz.  Todos estamos obligados a entender qué cosa es la Natividad y cuál su significado; pero si ni siquiera lo intentamos, solo estaremos participando en una fiesta vulgar sin ningún sentido espiritual.  En esta fecha debemos someternos a un severo escrutinio de consciencia, y si no lo pasamos, no tenemos derecho a disfrutar de esta ceremonia que es mucho más que un festín de licor, comida y regalos materiales.  Es el resumen anual de lo que hemos hecho por nuestros prójimos; y si el balance es favorable, entonces, y solo entonces ¡Feliz Navidad!  De lo contrario, ¡placentera comilona y borrachera!
            Fraternalmente
                                      Ricardo Izaguirre S.                              E-mail: rhizaguirre@gmail.com


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