sábado, 5 de marzo de 2011

222 Los marginales


222    “LA CHISPA”  


Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LOS MARGINALES

            Ser marginal significa estar más allá...  al margen del colectivo humano que recibe todos los beneficios que produce la convivencia en grupo.   Y esto genera una respuesta invariable de parte del marginado: AGRESIVIDAD.   Ser “marginal” es NO ser.  Ser nada, ser nadie, invisible e inaudible, lo cual apareja falta de compromiso que obligue a cierta conducta que es natural en los que están dentro de “la sociedad”.  El marginal es antisocial por definición.  Puesto que aquella lo ha expulsado en un proceso impersonal y de indiferencia que no lo toma en cuenta, él no le debe nada a esa clase organizada bajo determinadas leyes y conductas imperativas.  El marginal es un sobreviviente que pasará por encima de lo que sea para seguir respirando.  Carece de ética y de compromisos y no tiene obligación alguna con nadie, salvo con los otros marginales que forman su familia de menesterosos.  Es un parásito “disposable” como dicen los gringos.  Los marginales NO tienen esperanza alguna dentro de los esquemas de la colectividad.  Y lo único que esta les prepara  son cárceles bien seguras, reformatorios y, talvez, sitios donde ir a morir. 
            Incluso el Cristianismo es fatalista en relación con ellos, pues el mismo Jesucristo los condenó al desamparo con aquella lapidaria frase que dice:  “Porque SIEMPRE tendréis pobres entre vosotros...” (Mat. 26-11).  Entonces, su desgracia parece estar decretada desde el cielo: siempre habrá pobres.  Y como la pobreza significa marginalidad de todo proceso en donde el hombre obtiene bienestar y felicidad, nos hemos acostumbrado a la idea de que los pobres “tienen que estar allí” y que eso es un problema celestial que ya Jesucristo definió y resolvió en forma tajante, eterna e irreversible; por lo tanto, no es responsabilidad del gobierno ni de la sociedad que esa capa humana de desheredados exista; y tampoco su obligación social redimirlos.  ¿Quiénes somos nosotros para variar un “decreto divino” expresado por el mismo Hijo del Hombre?
            Si Jesús hubiera dejado entrever algún resquicio de esperanza para ellos, aunque fuera a largo plazo, talvez los gobiernos y la Iglesia se preocuparían un poco más por estos seres humanos; pero como su destino fue sellado por medio de “la palabra sagrada que no pasará”, parece que no hay nada qué hacer.  Deben ser marginales para siempre.  Solo es cuestión de aislarlos bien para que no perturben las idílicas reglas bajo las cuales vive la sociedad culta, cristiana, decente, trabajadora y piadosa.  Pero los marginales están allí; son el índice acusador que nos señala como culpables de INDIFERENCIA, el peor pecado que se puede cometer en contra del Amor.  Cada anciano abandonado pidiendo en las calles, es una bofetada en la cara de una sociedad impasible que los ignora.  Cada niño o niña vicioso o prostituido, son una llaga quemante en la epidermis de una sociedad hipócrita que celebra con boato la Natividad, pretendiendo ignorar la existencia de sus hermanos en Cristo llamados “marginales”.   Y mientras oran para que Dios les repare comida a los niños de África o Asia, olvidan que aquí hay miles de criaturas famélicas que mendigan, roban o venden sus cuerpecitos por centavos.   Creemos liberar nuestra conciencia y sustituir nuestra acción fraternal mediante una oración “bien fuerte y sentida”, y suponemos que hasta allí llega nuestra responsabilidad con estos prójimos.  Lo mismo hace el gobierno, al tiempo que organiza redadas en contra del hampa (los marginales por definición).  Pero ¿eso es todo lo que podemos hacer? 
¿Qué sabemos de ellos?  Pues que son malos porque les gusta serlo.  Que gozan haciendo el MAL, que odian a la sociedad porque son “odiadores” y malos.  Que son duros, vagos, vulgares y analfabetos, mal educados y ladrones; prostitutas y viciosos de todos los vicios.  Pecadores por excelencia y malvados irredentos que no respetan las leyes del cielo ni las de la tierra.  Y que son y serán pobres por toda la eternidad porque así lo dispuso Jesucristo.  Pero en realidad, ¿solo son eso los marginales?  ¿Un grupo que hay que mantener oculto, encerrado y en la mira de los garrotes y fusiles de la policía?  ¿No son seres humanos con derecho a una vida mejor?  ¿No son padres, madres, niños y personas que merecen algo más que el desprecio, miedo y marginalización de la sociedad?  Si una pústula se tapa y oculta SE PUDRE, hiede y contamina a todo el organismo humano o al cuerpo social.  No es, pues, la hipocresía y el disimulo la vía para resolver uno de los grandes dilemas que aquejan a nuestra sociedad.  Este problema tenemos que sacarlo del “sótano” y estudiarlo a la luz del día, ver todos sus aspectos en forma integral, y buscar soluciones en consonancia.  Esos seres humanos que lo constituyen, también son nuestros HERMANOS.  Un poco problemáticos, pero hermanos.  No pretendamos que esa llaga no existe solo  porque está oculta en el interior de nuestro cuerpo.  Somos humanos y no avestruces.
Hay una palabra muy trillada cuyo significado, de tanto repetirla, lo hemos olvidado, o en el peor de los casos, perdido: SOLIDARIDAD.
Marginalescamente
                                   Ricardo Izaguirre S.

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