sábado, 5 de abril de 2014

1021 El culto al cuerpo



1021  LA CHISPA             
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL CULTO AL CUERPO
            ¿Qué otra cosa tenemos que sea tan evidente y segura como nuestro cuerpo?  Se dice que tenemos alma (espíritu o ego superior), pero casi nadie tiene la certeza de que eso sea cierto y, mucho menos, saber cuál es nuestra relación con esa entidad que, a primera vista, no parece tener utilidad alguna en nuestras vidas.   La mayoría no tenemos idea de lo que es el alma o para qué nos puede servir.  En los problemas del diario vivir, el cuerpo es con lo único que contamos.  Dirigido por la mente, es el vehículo sobre el cual ejercemos una voluntaria y relativa autoridad.  Esa es la solitaria conclusión a la que podemos llegar los hombres ordinarios, los que no tenemos la capacidad de “funcionar” en planos más sutiles que el físico, en el cual realizamos la casi totalidad de nuestras actividades conscientes.  Así que sin conocer otra cosa, el cuerpo es nuestra única referencia de la realidad, de la realidad que percibimos con los sentidos físicos de los cuales ha sido dotado nuestro organismo; y de ahí ha surgido, como respuesta natural, el culto desmesurado que le rendimos a nuestra figura material y visible.  El enorme apego a la vida.
         El entorno cultural en el que hemos nacido (en occidente) nos condiciona, desde niños, a la adoración de nuestra figura; a la valoración casi fanática de las facultades y condiciones de esta: su fuerza, belleza y juventud.  Nuestro cuerpo somos nosotros, incluso la noción del “yo soy yo” se apoya solo en nuestra estructura material.  Y la mente, en lugar de ser el guía y jefe de la entidad conocida como hombre, se convierte en un “producto” subordinado a las variantes que se produzcan en el organismo.  Lejos de ejercer el dominio a que está obligada, se convierte en un apéndice patético, reflejo de las condiciones que se van dando en el cuerpo.  O a los antojos, caprichos y apetitos de este.  Cada arruga que aparece, se convierte en una angustia terrible; cada nueva cana, malestar o debilidad física es motivo de aflicción de la mente.  Nuestra cultura jamás nos ha enseñado a valorar lo que somos por dentro; es más, ni siquiera tenemos alguna idea de lo que somos o podríamos ser más allá del vehículo físico en el cual funcionamos.  Nuestro cuerpo es todo.  Si engordamos, nos afligimos; si enfermamos, nos abate la angustia, pues la posibilidad de perderlo (muerte) nos horroriza y lo vemos como el punto final de todo lo que somos.
         Mecánicamente, decimos tener alma; también aseguramos creer en Dios, el cielo y todo lo demás, pero casi ninguno siente el menor deseo de morir y abandonar su cuerpo, lo único que conocemos como fundamento de la supuesta realidad de lo que somos.  Si somos feos, estamos jodidos en forma permanente; pero si somos bonitos, vivimos bajo el pánico permanente de la vejez, de la amenaza de las arrugas, la flaccidez y debilidad física que nos trae el paso de los años.  Y cuando llegamos a los linderos de esta, la agonía se hace peor.  Parece que todo lo que tenemos es el cuerpo, y por más consuelos que nos demos acerca de las bondades de la vejez o del valor supremo del espíritu, la verdad es que no terminamos de convencernos; todas las monsergas que nos apliquemos al respecto resultan irrelevantes.  El apego al cuerpo (a la juventud) es mucho más adictivo que la más poderosa droga.  Y parece que las reflexiones que hacemos al respecto, casi siempre son producto de un intelectualismo acomodaticio cuyo objetivo nunca resulta suficientemente claro.  Fíjense que incluso en nuestras religiones esta adoración del cuerpo (materia desechable) ocupa un lugar importantísimo, pues la mayoría de ellas sostiene como dogma fundamental, la resurrección de este.
         Este culto es primordial en occidente, y es prácticamente imposible apartarse de esa corriente con la cual nos han arrastrado desde hace siglos.  El aspecto de nuestro vehículo físico es nuestra mejor recomendación; y eso todos lo sabemos.  Entonces ¿cómo apartarnos de semejante tendencia?   Nuestra educación, incluso la religiosa, apunta en ese sentido y subordina todas nuestras expectativas a las condiciones físicas que tengamos; a nuestra figura y los atributos que la hacen valiosa en nuestras sociedades: belleza, fuerza, juventud.  La inteligencia y las prendas morales son secundarias, pues lo que estamos acostumbrados a valorar es la estampa.  Alguien decía que:  No hay mejor carta de presentación que una cara bonita”.  Gran decir.
         Esta nefasta costumbre es el peor lastre que tenemos cuando tratamos sobre temas que tienen que ver con la espiritualidad, pues todos nuestros objetivos son materialistas, y no podemos concebir algún interés que no tenga que ver con al placer físico, es decir, con la gratificación de los sentidos físicos.  Casi no hay persona que no se pregunte acerca de qué comeremos en el cielo.  Y aunque sea veladamente y con temor, muchos nos preguntamos que si será posible tener sexo en el cielo.  Porque si no, ¿para qué seguiríamos siendo hombres o mujeres?  Y como jamás nos hemos hecho un verdadero examen acerca del significado del alma (espíritu) NO tenemos la menor idea de cuáles podrían ser sus intereses; es más, ni siquiera tenemos una vislumbre de cómo funciona este asunto.  Cómo es que nuestra mente se funde con nuestra alma o qué es lo que sobrevive de nosotros, y cuál es el substrato en el que “vivimos” después de la muerte.  Nuestra cultura sabe muy poco de esto, pues todos nuestros intereses están fundamentados en uno solo de los vehículos del Hombre Verdadero: su cuerpo físico.  Nada sabemos de los demás, y de ahí el terror a la muerte (pérdida de aquel).  Para los occidentales este es todo, y esa es la razón por la cual le rendimos semejante culto que raya en lo idolátrico y enfermizo.
         ¿Usted qué cree?  ¿Tiene usted alguna noción, prueba o presentimiento de la existencia de algo más que su apariencia física?  Pero no se repita solo el manual de catequesis como si fuera un loro; piense, hurgue en su mente.  El cuerpo desaparece con la muerte, y si solo él es su dios, ¿qué le queda?  ¿El alma?  Y si no sabe nada de ella, ¿qué situación le espera a la hora de la muerte?  Pero si no cree en nada…  no hay problema…
         Fraternalmente
                                      RIS                               Correo: rhizaguirre@gmail.com
Entrada al blog “LA CHISPA”        http://lachispa2010.blogspot.com/


          

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