41 “LA
CHISPA”
Lema: “En la indolencia del
ciudadano se fundamentan los abusos del Poder”
RELIGIONES DE OCCIDENTE: UN MODELO AGOTADO
Entre el mercantilismo notorio de
las iglesias protestantes, y la inflexibilidad y el dogma del catolicismo, al
feligrés le queda muy poco donde escoger.
Desde luego que me refiero al creyente honesto pero inteligente, aquel a quien el fanatismo no le obnubila la
visión ni los sentidos internos que lo lleven a discernir con claridad, la
insuficiencia de los postulados y dogmas en los cuales se basan las religiones de occidente.
Los judíos --autores de la Biblia-- jamás han
confundido ni malinterpretado sus oscuros designios. Ellos saben que la cosa es “aquí y ahora”,
pero astutamente han manipulado la credulidad de los occidentales en cuanto al
sentido material de las teorías bíblicas.
Es por eso que mientras ellos se dedican laboriosamente a amasar
inmensas fortunas bajo el patrocinio de su Yavé y de la mala inteligencia que
los gentiles hacen de las promesas bíblicas, estos siguen creyendo inocentadas
acerca de una vida post mortem en donde habrán de recibir la recompensa
adecuada por las limitaciones económicas a las que su “conformismo religioso”
los condujo. Y bajo la promesa de que
en el cielo recibirán todo aquello que aquí les fue negado, se entregan a un
fatalismo patético en el que encuentran un miserable consuelo a sus
penurias. Las religiones derivadas de la
Biblia, solamente calamidades proporcionan a sus creyentes. Tanto es así, que legiones incontables de
feligreses incluso dicen que hay que “darle gracias a Dios” por las desgracias
y privaciones que la vida les brinda a sus indolentes caracteres. ¿Cómo es posible que un individuo llegue a
creer que tiene que darle gracias a algún dios por tener una enfermedad, o
porque se le muera un pariente por falta de dinero y una buena atención médica?
La mala interpretación
de las religiones judaicas conduce al individuo a ser pesimista, conforme,
pasivo y derrotista. Las absurdas
promesas de una vida feliz y plena en un supuesto cielo cuya existencia no es
más que una teoría indemostrable, los convierte en criaturas dóciles y
explotables emocionalmente y dispuestos a abandonarse en manos de sus llamados
“guías espirituales”, los cuales suelen ser, en su gran mayoría, vividores que
la pasan a cuerpo de rey gracias a la estulticia de sus feligreses (“rebaño” como
atinadamente suelen llamarlos).
La fe, esa extraña e
indefinible emoción, es el sustento en el que se fundamentan las religiones
bíblicas. Pero resulta que la fe es algo
que nadie sabe en qué consiste, ni hay manera alguna de ejercitar racionalmente
su utilización con el propósito de obtener beneficios de ella. Todo creyente en la Biblia suele repetir
irracionalmente que “con la fe todo se puede”, pero eso no es más que una
falacia que no necesita demostración alguna.
La fe NUNCA ha resuelto absolutamente nada; para lo único que sirve es para tender
un velo de conformidad y abandono ante aquellos problemas que bien podríamos
resolver con el ejercicio de la
VOLUNTAD y el trabajo tesonero. Nadie ha podido jamás mover un carro con la
fe; y mucho menos una montaña. Tampoco
es posible caminar sobre el agua, por más fe que se crea tener. La repetición mecánica de los postulados
bíblicos, solo conduce a que el individuo se convierta en un sujeto manipulable
y apto para ser explotado emocional y económicamente. La
fe y la religión se han convertido en el refugio de multitudes de apocados que,
lejos de luchar por obtener una vida económica digna y abundante (como los
judíos), se conforman con la pobreza que NO es designio de Dios, sino de aquellos
manipuladores a quienes les conviene que exista una enorme masa de gente tonta
y falta de voluntad de lucha para
obtener la riqueza y el bienestar social, que es un derecho inalienable de todo
ser humano. Además, cobijados bajo los
más absurdos postulados, tratan de encontrar cierta conformidad a los
resultados de su indolencia y falta de combatividad en la vida. Y amparados ante los absurdos bíblicos de
que: “Bienaventurados sean los pobres”, y que “Es es más fácil que
un camello pase por el ojo de la aguja que un rico entre al cielo...”, se entregan a su calamidad, convencidos de
que Dios tiene designios inescrutables para que ellos sean pelagatos. Pero ¿quién ha dicho que los ricos no entran
al cielo? Además, ¿qué nos garantiza que
ser pobres nos da el derecho automático de entrar al supuesto Paraíso de las
religiones? Si usted analiza
cuidadosamente estos postulados bíblicos, verá su falta de consistencia y de
posibilidades de demostración. Los ricos ya están en el cielo
desde ahora, y como tienen de todo, no abrigan el sinnúmero de bajas pasiones
que acucian a los pobres. Los ricos no
sienten envidia de su prójimo, ya que ellos tienen o pueden tener todo lo que
los otros poseen. Son los pobres lo que
sienten envidia, egoísmo y malos sentimientos ante los que gozan de bienestar
material. Y esos malos pensamientos son
los que determinan sus acciones malévolas y la certeza de que no entrarán
al cielo. Por lo tanto, las religiones
no son más que el consuelo acomodaticio de aquellos que en lugar pelear
honestamente por su derecho de gozar plenamente de una vida abundante en todo
sentido, se refugian en teorías religiosas que les proporcionan la malévola
satisfacción de pensar que los ricos se irán al infierno, y que ellos estarán
ubicados en la gradería del cielo, presenciando el suplicio de aquellos. Y este principio amoral es el que subyace,
enmascarado, detrás de las teorías bíblicas y religiosas.
La idiotización
generalizada de los feligreses es la panacea de los predicadores. Es por eso que la razón es satanizada por estos. De allí que entre curas y pastores la entrega
irracional del creyente en brazos de la fe, constituye su objetivo principal. La fe ha sido tan malinterpretada que impide
pensar y posibilita la imposición de los perjudiciales dogmas bíblicos. Ir al cielo no es cuestión de fe, de dar
limosnas o de obligarnos a conductas ficticias en relación con los bienes
terrenales, porque si fuera así, los pastores y curas deberían ser los primeros
y más obligados a renunciar a ellos. Sin
embargo, vemos que estos son los que viven mejor y gozan de todo tipo confort y
beneficios económicos. Entonces, ¿por
qué predican acerca de las ventajas de ser pobre? ¿Por qué catalogan la riqueza material como
algo indeseable mientras que ellos viven en la abundancia? Es cierto que ser rico apareja ciertos vicios
y malos hábitos como la avaricia, pero no necesariamente el calificativo de malo
e indigno de entrar al cielo; es más, moralmente los ricos están más
capacitados para ser acreedores a tal privilegio, de ser cierto que exista tal
cosa como el Paraíso.
Las religiones
derivadas de la Biblia
ya no tienen nada útil que ofrecerles a las enormes masas de muertos de hambre
del tercer mundo. Salvo la fe, la
conformidad con su desgracia y la hipotética existencia de un cielo
compensatorio, su horizonte es muy limitado y pobre. La vida es aquí y ahora; es lo único que realmente tenemos a mano;
lo demás es un azar del que nadie puede darnos certeza alguna. No importa lo que digan los manuales de
fe. Nadie puede ASEGURARNOS
NADA. Todo lo que las religiones nos ofrecen son PALABRAS Y SUPOSICIONES. Promesas y promesas que a nadie le constan, y
de las que NADIE se hará responsable una vez que hayamos muerto y nos demos cuenta (si
es que nos enteramos) de que nada de eso existe. Una vez muertos ¿a quién podremos reclamarle
por todas las mentiras que nos hicieron creer mediante el mecanismo falaz de la
fe? Pero es mediante esa treta de la fe
con la que nosotros mismos nos convencemos y limitamos nuestra existencia a una
simple forma de vegetar, mientras nos morimos y nos jugamos el chance de
colarnos en ese problemático cielo que nos han prometido nuestros curas y
pastores.
El papel de las
religiones tiene que ser otro. La
religión debe ser una guía social, moral, cívica y liberadora del
pensamiento. La religión debe enseñar a
cada individuo que tiene derechos inalienables en la sociedad; que su papel
vital no ha sido predeterminado por un dios que lo envió a la tierra a ser
pobre y explotado. La religión debe
enseñarle que tiene derecho a la riqueza y a vivir bien como resultado de su
ingenio, talento y trabajo. Que hacerse
rico no apareja la condenación al infierno, sino por el contrario, esta le da
la oportunidad de hacer el bien a los menos dotados y, además, la posibilidad
de criar a su familia en un ambiente sano que habrá de producir estupendos
ciudadanos que serán felices y buenos servidores de la sociedad.
El conformismo
religioso solamente conduce al resentimiento y la acumulación de malos hábitos
solapados que terminan por hacer al individuo un sujeto retorcido, falaz y simulador de virtudes
que no tiene.
Fraternalmente
RIS
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