viernes, 18 de abril de 2014

982 La molesta vejez



982   LA CHISPA              (1° julio 2012)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
“LA MOLESTA VEJEZ”
            ¿Cuándo adquirimos la categoría de “viejos”?  ¿Hay un momento clave, o es poco a poco?  Toneladas de paja se han escrito sobre este tema, y eso va desde la visión ideal y poética, hasta la del pesimismo absoluto.  Muchos alaban la vejez, otros la desprecian; pero una cosa es cierta: es incómoda.  Algunos dicen que para sobrellevarla, todo es cuestión de actitud.  Que es asunto de ponerle  voluntad y alegría y todo es pan comido.  Incluso hay legiones de escribientes que ponderan esta etapa de la vida como uno de los grandes logros del hombre: “Llegar a viejo”.   Y que eso equivale a tener sabiduría, paciencia y fortaleza ante los embates del tiempo, según opinan estos teóricos de la vejez.  Otros piensan que esta situación es una desgracia plena y que, cuando se llega a ese punto, es preferible acogerse a la piedad de la muerte.  ¿Quiénes tienen la razón?  No lo sé, ni creo que alguien lo sepa; pero lo que sí es claro es que nadie que no sea viejo puede (ni debería) opinar sobre este tema con pretendida autoridad.  Cualquiera puede decir lo que CREE, pero no lo que ES esa condición si no es viejo de verdad.  Hay variados factores que sirven para fundamentar el concepto que puede merecernos la vejez, pero el principal de ellos es la SALUD.   Y la pérdida de esta, es un proceso natural irreversible del cual muy pocos viejos-as pueden recuperarse o soportar plácidamente.  En la vejez debemos entender que no hay mañana mejor, que cada día que pasa, es un peldaño más que descendemos en esa marcha sin retorno.  “Es andar que no requiere espuelas”, suelen decir los que saben, y no importa cuánto metamos los “frenos”, la implacable marcha de Cronos es inevitable hacia el vacío de la muerte.
         No importa lo que digan los geriatras, sociólogos, sexólogos y toda esa caterva de jóvenes que viven teorizando acerca de la belleza, bondades y plenitud de la vejez.  La verdad es que toda su prédica no es más que basura.  ¿Excepciones?  ¡Claro que las hay!  Hay hombres y mujeres que alcanzan edades fabulosas gozando de bastante salud, pero esa no es la regla; la generalidad es otra: triste, amarga, dolorosa y despiadada.  En este conteo NO valen las anomalías.  Decir que “yo conozco a un viejito que a los cien años, fumaba, fornicaba y bebía guaro” NO es válido ante la regla.  La chochera es implacable tanto en el cuerpo como en la mente, y las excepciones no cambian la norma: la vejez es una lenta pesadilla que solo concluye con la muerte.  Esa es la situación, digan lo que digan los que no son ancianos… o los viejos fuera de serie.
         La primera gran amargura de esa época es darse cuenta de que los viejos estorban, sobre todo, si son necios o entrometidos (regla casi general).  Y si no estorban, se van haciendo invisibles e inaudibles.  Nadie los ve, nadie los oye ni toma en cuenta; y automáticamente se supone que están de acuerdo con todo lo que disponen los jóvenes.   Por eso nadie les pregunta acerca de lo que desean comer o dónde ir de paseo.  Así que si descontamos las excepciones de los ancianos saludables de cuerpo y mente, la situación de la gran mayoría es trágica, pues si no tienen pensiones y carecen de los medios para su subsistencia, generalmente sus vidas se componen de una infinita cadena de humillaciones y desdenes.  Y cuando llegan a algún tipo de invalidez física, ese es el límite de lo que aguantan los familiares, y es cuando deciden internarlos en algún lugar que les sirva para aliviar sus conciencias.  “Allí lo saben cuidar”  “Allí hay gente especializada”,  “Allí tiene todas las comodidades”  etc. etc.  Solo falta el “allí no los vemos ni nos incomodan”.  Es entonces cuando la gente debería tener la opción de la eutanasia para ampararse en la caridad de la Pelona.  ¿Suena muy trágico?  Es probable, pero no por eso deja de ser lo suficientemente real como para negarlo.
         Homero, en su obra, repite esta frase varias veces: “La molesta vejez”.  No la dramatiza ni la trivializa, solo la señala como una realidad innegable: la molesta vejez.  ¡Y vaya que es molesta!  Lo es porque significa pérdida de casi todo lo que “hemos sido”.  De aquello que estamos acostumbrados a ser y que vamos perdiendo aunque nos resistamos con la mayor terquedad.  Lo primero que se nos va es la fuerza física, el vigor que nos hacía sentirnos bien.  Pero sobre todo, la salud, acerca de la cual no teníamos la menor idea de lo que significaba ni de su importancia.  Nuestro cuerpo se va haciendo débil, encorvado, vulnerable a todo; la belleza desaparece y nos convertimos en gente vieja y fea que nada tiene de atractivo físico, uno de los grandes tesoros de la juventud.  Un roquillo es eso simplemente, una persona cacreca y carente de interés.  Digan lo que digan los teóricos de las virtudes y ventajas de la vejez.  No en balde los viejos y viejas hacen tantos esfuerzos por mantener la lozanía de la piel, pero resulta que la juventud es algo mucho más complejo que la simpleza de estirarse el pellejo.  No se pueden aplanchar las arrugas del alma ni el rictus duro que nos ha dejado una vida de sufrimientos y congojas.  Y es por eso que en infinidad de ancianos, la sonrisa es una mueca que nada tiene que ver con la alegría propia de la juventud.
         La molesta vejez, decía Homero, ¡y cuánta razón tenía!  Eso es lo menos que puede ser: molesta.  Y a quien no le causa escozor e incomodidad es porque  NO ES VIEJO, o porque es una rarísima excepción a la regla.  Lo único peor que ser anciano  es ser un viejo ENFERMO.   Aparte de los fabricantes de potenciómetros sexuales, la verdad es que quien afirme que ser veterano posee alguna ventaja, TIENE QUE ESTAR LOCO.   Cuánta  razón tenía Darío al decir: “Juventud divino tesoro, ya te vas para no volver…”   Hay miles de proclamas y argumentos que tratan de convencer quién sabe a quién, acerca de las ventajas de alcanzar una edad avanzada, pero todas son meras paparruchas, y es seguro que cualquier viejo o vieja, cambiaría todas esas “ventajas” de la vejez por un par de años de juventud, aunque allí terminara su vida.  La vida en la roquitud es molesta; no se deje engañar con cuentos de caminos.  La vejez es el período de la desilusión y la impotencia, no importa lo que usted desee creer o lo que le digan los teóricos de la vejez, o los que venden ropa interior para los ancianos que se orinan en la ropa.  No hay escape de ese trago amargo que puede durar muchos años.  Recuerden que se vive más tiempo viejo que joven, porque la vejez es el tiempo de la consciencia, de “darse cuenta de que estamos viejos”, cosa que no sucede en la muchachez.  Sin embargo, puede paliarlo haciéndole frente con valor pero sin autoengaños.  Aceptando la realidad sin evasiones ni mitos.  Además, nunca olvide que esa época ES MOLESTA, y cuando no, JODIDA.  Y, finalmente, si usted no es un viejo de  70 años o más, no TIENE DERECHO a opinar babosadas sobre este tema. 
         Vejestoriescamente
                            RIS                    Correo: rhizaguirre@gmail.com
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