1022 “LA CHISPA”
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL
BOOM DE LOS BOOM’s
Durante los últimos años hemos vivido una fiebre
loca de modas consumistas que han llevado ríos de oro a los comerciantes. Cualquier cosa es elevada a la categoría de
un deber social, y el ciudadano promedio se siente en la obligación de poseer
ese símbolo de estatus. Y si no lo hace…
no está en nada. Consumir ese producto,
o simplemente exhibirlo como un fugaz trofeo que debe ser renovado a la
brevedad posible… o al tiempo que indique el comercio establecido, se ha
convertido en una compulsión digna de estudio.
Casi a nadie le basta con tener un buen teléfono. Hay que tener el de “última generación”
(smart phone) que tenga lo último en tecnología.
Esta
tendencia ahoga el buen juicio de una inmensa masa de la población, y sin
importar el costo, todo el mundo quiere estar “al día” con infinidad de
tiliches que van desde un teléfono hasta un automóvil, pasando por infinidad de
aparatos que incluye las pantallas de plasma y todos los electrodomésticos que
hacen de todo en forma inteligente. La lista de estas modas es enorme. Aquí solo se indicarán unas cuantas para que
usted se dé cuenta de si es una víctima más de esta locura colectiva que puede
conducirnos a la bancarrota, o a vivir enjaranados de manera permanente, solo
para “estar a la moda”.
El
primer boom que recuerdo fue el del agua. Antes a nadie le importaba si bebíamos agua o
no lo hacíamos. Ni siquiera a los
médicos ni a los dietistas. Cada uno
tomaba agua cuando le daba la gana y en la cantidad que su cuerpo le
pedía. Algunos nunca la tomaban. Les bastaba con la del café y los refrescos
que ingerían con la comida; o bien, la que tragaban cuando jugaban una mejenga
o corrían como parte de su ejercicio.
Pero bastó que aparecieran algunos vivos (empresas) con una idea
novedosa y bien organizada, para que, de pronto, se hiciera obligatorio atarugarse
de agua todos los días (OCHO VASOS mínimo).
Incluso los médicos se sumaron a la fiesta. También los dietistas y los “dieteros”. Pero no cualquier agua; no, señor, sino la
embotellada, cuyo precio es superior al de la gasolina. Agua de los glaciares del Ártico o de los
Alpes. O de fuentes milagrosas y
privadas que nadie sabe dónde quedan. Y la botellita colgando de la cintura o
dentro de la cartera, se convirtió en el símbolo obligatorio de todo buen
ciudadano que cuida de su salud. La
botellita de agua es un indicador de categoría y salud. Por ahora, todo el mundo embotella y vende
agua, aunque no sea más que la del SNAA.
Sin control ni supervisión de clase alguna. Un negociazo de tigres.
Casi
simultáneamente con lo del agua, aparecieron los aeróbicos que, junto con la infinidad de dietas y el agua, se
convirtieron en la panacea para lograr figuras delgadas y con abdomen de acero, glúteos levantados y ausencia de rollitos. Siguiendo la moda de la televisión
norteamericana, proliferaron los gimnasios de todo tipo, y ser miembro de
estos, se convirtió en “signo de clase”.
En
una de esas, hizo su aparición el áloe (sábila) en el mercado mundial. La humilde penca que hemos conocido por
siglos, hizo su debut en el gran tablado de la moda. Recomendada por médicos, dietistas e infinidad
de “expertos” nos la presentaron como la gran solución a todos los problemas de salud: presión
arterial, diabetes, úlceras, cáncer, nervios, enfermedades de la piel… en fin,
algo así como la leyenda de la Pomada Canaria.
Hoy se consiguen las botellas de áloe de todas las marcas imaginables;
incluso países en donde la penca esa no nace, se han convertido en potencias
exportadoras de esa sustancia que, bien podría ser agua con saborizantes y todo
lo demás artificial. Y la gente consume
millones de botellas de esta agua que se vende a precios elevadísimos; como los
hidratantes y el agua embotellada.
Billones han hecho los de esta ocurrencia.
Otra
estrella de esta manía es el gluten,
pero no para el consumo sino para evitarse; lo que habíamos comido toda la vida
de manera silenciosa, de repente se convirtió en el enemigo público número uno,
y dio origen a una multimillonaria producción de carajadas “gluten free”. De repente y sin quererlo, todos somos
fanáticos de la glutenfreemanía. No
sabemos qué diablos es el tal gluten, pero automáticamente lo evitamos, sin
siquiera saber si somos alérgicos o no.
Y ni siquiera nos consta que haya producido algún malestar a alguien
conocido. Lo hacemos como robots. El ingenio y la manipulación de los
comerciantes es admirable. Y así, nos hemos convertido en prisioneros de algo
que no entendemos.
También
está el boom de las (o los) omegas. A una farmacéutica ocurrente se le vino la
idea y ¡zas! a colectar millones. Omega
3, Omega 6, Omega 9, todos vitales para sobrevivir. El que no come Omega, se jodió. Y todo el mundo en carrera comprando su
arsenal de omegas. Y junto con estos,
están los probióticos, los prebióticos, los posbióticos,
los granos integrales y las proteínas que, junto con los complejos vitamínicos,
producen millones a las farmacéuticas e industrias alimentarias.
La
medicina natural siempre fue motivo de burla y menosprecio por parte de los
médicos y farmacéuticas, pero cuando estas estuvieron listas para tomar por
asalto ese vasto mercado tercermundista, la elevaron a la categoría de
“aceptable” e invadieron los estantes de medicinas alternativas que ni siquiera
necesitan de un regente en estas farmacias que proliferan incluso en las
calles, mercados y cualquier sitio con cuatro tablas en donde ubicar dichos remedios.
Hay una serie de
granitos humildes a los que casi nadie les ha dado mayor importancia, como la
linaza, el chan y la chía. Pero de
repente, a alguien se le ocurrió que la Chía tiene poderes milagrosos y ha
ascendido desde su humilde posición del mercado, a convertirse en vedette de
los supermercados y farmacias especializadas en “medicina natural”. Y ni qué decir del boom de la
espirulina. ¿Se acuerdan?
¿Y
qué hay de los aparatos de adelgazar, que se han convertido en obligatorios en
casi todos los hogares de gente adinerada o no? El spinning, el kick boxing, los grupos alimenticios y las seis
comidas al día. Todos constituyen una
fenomenal trampa para venderles algo a los usuarios, una vez convencidos de que
necesitan esas cosas. Y para convencerlos
está la televisión, la prensa y las revistas y catálogos; además, la Internet,
la Suprema Gurú de la ventas. En esa
lista (permanente) están los rejuvenecedores, el bótox, el ácido hialurónico y
la baba de caracol.
También
tenemos entre estas modas las cuestiones “orientalistas” de las que siempre
sacan partido los comerciantes. La
meditación, el Yoga, el thai chi, el kung fu, el turismo, el control mental y
el misticismo se ha convertido en artículos
comercializables. En los Estados
Unidos hay empresas que se dedican a enseñar ocultismo por correspondencia y
sacan millones de dólares en este negocio.
El boom de la acupuntura ha sido enorme, y nos ha llevado a pensar que
todo chino es acupunturista, lo mismo que fabricante de chop suey.
Meditemos
un poco antes de lanzarnos a esa frenética carrera en la que nos hemos enrolado
ingenuamente, con evidente perjuicio de nuestra economía. Tener o no tener tiliches, o consumir o no
determinados productos no me hace mejor o peor persona. Tampoco me da mayor importancia o valor como
miembro de la sociedad. Seamos
inteligentes y cautos antes de embarcarnos en esa locura consumista que tanto
daño hace a la economía hogareña.
Dejemos de ser marionetas del comercio establecido, y no creamos que porque
alguien sale en televisión nos está diciendo la verdad o algo para nuestro
beneficio. Allí todo es negocio, y el
doctor tal o el doctor cual, suelen ser asalariados de enormes consorcios
farmacéuticos o alimentarios que, muy bien camuflados, patrocinan sus productos
bajo las más diversas y sutiles máscaras.
Antes de comprar cualquier babosada que le ofrezcan, piense, averigüe,
compruebe, pregunte. Que no lo agarren de
tonto y lo conviertan en consumista idiotizado y fanático de las modas.
Boomescamente
RIS Correo electrónico: rhizaguirre@gmail.com
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