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“LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica de ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”
¿SIRVE DE ALGO LA ORACIÓN?
¿Sirve de algo ese tipo de oración
que crearon los judíos y popularizaron los fariseos? Pero más importante todavía, ¿tiene esta
algún propósito que no sea parte de los egoísmos personales de quienes las
pronuncian? Veamos que todo el mundo ora
para “pedir algo”, lo que sea; pero siempre es la petición de algún favor
especial concedido por Dios, Cristo, la Virgen o algún santo: salud, dinero,
trabajo, protección de los hijos y la familia; en fin, las mismas majaderías de
siempre y de todos. Es raro que alguien
ore por la salud de los niños hambrientos de África o por los leprosos de la
India; o por las turbas famélicas de Bangladesh. O por los millones de enfermos que agonizan
en los hospitales de todo el mundo. La
oración siempre es por MÍ, por los míos, por lo mío. Así que como es un acto de egoísmo, es muy
difícil que algún dios pudiera escucharla, y si lo hiciera, es improbable que
tuviera la voluntad (si es que pudiera) de complacer al que pide de esa manera
y con ese fin. La oración parece ser
interpretada como la “vía fácil” para obtener cosas materiales de parte de Dios
o los Señores que están en el cielo. Y
mucha gente cree, de buena fe, que rezando y rezando y rezando, día y noche,
obtendrán su premio celestial por insistencia personal y cansancio de la deidad
a quien le piden. Es decir, solicitan un
milagro, una dispensa, una excepción.
Piden a Dios o a quien le dirigen la oración que viole la ley de los
merecimientos y que les otorgue algo para lo cual no son acreedores
Pero
como es lógico, nadie obtiene nada de las oraciones de ese tipo. ¿Y por qué?
Porque algo nos dice que de existir la justicia divina, esta debe ser
perfecta, imparcial y no puede hacer concesiones especiales a nadie, porque
entonces la Ley no sería tal, y se convertiría en pretexto. ¿No sería decepcionante que un malvado
recibiera un milagro mientras que miles de buenas
personas agonizan y mueren en la angustia?
Si
analizamos nuestras oraciones, veremos que siempre son invocaciones egoístas,
provocadas por nuestro estado de salud, económico o familiar; es decir, siempre
están inspiradas por el miedo personal hacia situaciones que nos intimidan, y
ante las cuales nos sentimos incapaces.
Es por eso que recurrimos a Dios o los santos para que nos saquen las
castañas del fuego. No importa cuánta fe
digamos tener en la oración, si esta busca fines materiales y egoístas solo es una invocación idolátrica, cuando no
de magia negra. Recuerden que el hombre
recoge lo que siembra y que nadie obtiene nada que no merezca. Y así como no hay castigos inmerecidos y
caprichosos por parte de alguna deidad, tampoco existen los premios por
simpatía o por rezar mucho. O por lo
hábil que uno sea en la verborrea empleada en la oración. Karma no solo es una ley más, es la Ley por
antonomasia; es la sabiduría y la justicia plena en la máxima expresión. Es absolutamente imparcial y no da ni quita
nada que no merezcamos. Tampoco existe
el atajo del “perdón de los pecados”, la vía fácil que se han inventado los
cobardes para eludir la responsabilidad de sus actos. La oración en la que se pide
perdón por los pecados cometidos es la más inútil de todas. Y en la casi totalidad de los casos (salvo
contadas excepciones) es una acción infructuosa. ¿Por qué?
Porque si hubiera un dios que pudiera oír todas las peticiones que
hacemos a diario, en miles de idiomas y dialectos diferentes, le sería
imposible procesarlas para saber quiénes de los pedigüeños tienen algún mérito
para tomarlos en consideración (y somos más de siete mil millones). No es creíble que Dios, nuestro Logos solar,
se ocupe de resolver pequeñeces de los millones de insectos que formamos la
especie terrícola; y lo que parece factible, a la luz de la lógica, es que
tenga un interés general por la humanidad en su conjunto y propósito final, y
no por los problemas individuales de cada uno de nosotros. Le puede preocupar el hormiguero, pero no una
hormiga en particular.
Pero
si le dirigimos la oración (petición) al Absoluto, a la Deidad de todo el
Universo, esta resulta mucho más inútil.
Pues ese Dios es la Abstracción Pura, sin relación alguna con el
universo emanado de sí mismo. Así lo
explica claramente el Bhagavad Guita en el diálogo que sostiene el señor
Krishna con su primo Arjuna. Y grandes
místicos y avatares confirman esta afirmación.
Buda dice: “No solicites nada de
los dioses impotentes; no ores, más bien, obra; pues la oscuridad no se
aclarará. Nada pidas al silencio, pues
no puede hablar ni oír”.
La
oración, pues, es una pérdida de tiempo que se podría invertir en acciones
benéficas para el prójimo. Recordemos
que desde el punto de vista de la filosofía, lo finito es incapaz de
relacionarse con lo infinito, con lo eterno.
Y Dios es Absoluto y Eterno.
Entonces ¿qué podemos hacer? ¿A
quién podemos rezar y pedir? Lo correcto
sería que no estuviéramos pidiendo nada, sino obrando correctamente para obtener
la justa recompensa por las acciones
realizadas, lo que merecemos. En la vida
nada es gratis y todo lo que tenemos o nos pasa es el producto inevitable de
nuestros actos, buenos o malos; y estos NO se pueden deshacer con oraciones,
por más intensas y seguidas que sean.
Sin embargo, podemos orar “a
nuestro Padre que está en el cielo” en el sentido esotérico, y que no es
otro que el dios que mora en nosotros mismos.
Ese Padre se encuentra en el hombre y
es el único dios que podemos conocer. Pero este dios tampoco puede hacer concesiones
materiales ni complacer caprichos egoístas, y nuestra relación con Él es
sumamente compleja y misteriosa. No es
asunto para tratar en dos páginas. Sin
embargo, hay una forma de comunicación con este ser interno, pero no son las
palabras sino “un procedimiento oculto,
mediante el cual los pensamientos y deseos condicionados y finitos, incapaces
de ser asimilados por el espíritu absoluto, que es incondicionado, son
transformados en deseos espirituales y en Voluntad, llamándose este
procedimiento <transmutación espiritual>”. Esto es lo que los ocultistas llaman “la
oración de voluntad”. Y es esta la que
produce los efectos deseados, ya que es una fuerza activa y creadora. Pero no está al alcance de cualquiera ni
puede ir en contra de la ley del Karma.
Rezar
a santos, ángeles o dioses es una acción de idolatría. Además, ellos NO pueden conceder nada a los
pedigüeños, ya que eso sería una transgresión de la Ley, lo cual es imposible
incluso para los dioses. Y nada ni nadie
puede burlar la Ley. Ni Dios. Porque si fuera así, ¿qué tan confiable sería
un sistema que se rige por caprichos de determinados dioses con más o menos
poder, o con ciertas preferencias especiales?
Sin embargo, si la oración es inegoísta y pura, se convierte en una
herramienta al servicio del amor, la paz y
la fraternidad entre los hombres. El que pide cosas buenas para los
demás, es un “operador de milagros”
porque para este tipo de oración al servicio del prójimo sí funciona; en el
mundo espiritual hay fuerzas que actúan en ese sentido y en consonancia con las
buenas intenciones del hombre. Y en
última instancia, no se puede descartar el beneficio personal que se deriva de
la oración bien intencionada, aunque esté matizada de interés personal: produce
cierta tranquilidad de consciencia, sin que eso implique una respuesta del
cielo.
No
importa cuánto tratemos de engañarnos con el asunto de las oraciones; estas son
palabras o pensamientos que no pasan más allá de nuestras cabezas. Lo que cuenta son las buenas obras, y estas
deben ser nuestra oración diaria, sin esperar nada a cambio; aunque queramos o
no, la Ley es inviolable y producirá sus frutos inevitables sí o sí.
Desde
luego que es difícil quitarse de la mente las ideas que sobre la oración nos inculcaron
desde niños; nos dijeron que era la forma de hablar con Dios y que este siempre
escucha a todos. Y lo que es mejor, que
a todos da lo que piden. Pero si esto
fuera así, qué fácil sería la vida; bastaría con que nos la pasáramos orando y
todo estaría resuelto: salud, dinero y… ¿para qué nada más? Sería demasiado simple, pero ¿por qué hay
millones de personas que rezan todos los días, a todas horas, y siempre viven
en la desgracia más absoluta? Y por el
otro lado, hay legiones de pillos que viven en y del mal, que nunca oran y que
todo parece marcharles de lo mejor. ¿No
es esto una apariencia contradictoria?
En fin, ¿sirve de algo la
oración? Si usted ha tenido resultados
evidentes e innegables de que una oración le ha producido un efecto directo,
sería estupendo que nos lo comunicara.
Pero solo si se trata de un hecho demostrable y no de una cuestión de
fe.
Fraternalmente
RIS
Entrada al blog “LA CHISPA” http://lachispa2010.blogspot.com/
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