lunes, 14 de abril de 2014

1004 ¿Sirve de algo la oración



1004    LA CHISPA             
Lema: “En la indolencia cívica de ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿SIRVE DE ALGO LA ORACIÓN?
            ¿Sirve de algo ese tipo de oración que crearon los judíos y popularizaron los fariseos?  Pero más importante todavía, ¿tiene esta algún propósito que no sea parte de los egoísmos personales de quienes las pronuncian?  Veamos que todo el mundo ora para “pedir algo”, lo que sea; pero siempre es la petición de algún favor especial concedido por Dios, Cristo, la Virgen o algún santo: salud, dinero, trabajo, protección de los hijos y la familia; en fin, las mismas majaderías de siempre y de todos.  Es raro que alguien ore por la salud de los niños hambrientos de África o por los leprosos de la India; o por las turbas famélicas de Bangladesh.  O por los millones de enfermos que agonizan en los hospitales de todo el mundo.  La oración siempre es por MÍ, por los míos, por lo mío.  Así que como es un acto de egoísmo, es muy difícil que algún dios pudiera escucharla, y si lo hiciera, es improbable que tuviera la voluntad (si es que pudiera) de complacer al que pide de esa manera y con ese fin.  La oración parece ser interpretada como la “vía fácil” para obtener cosas materiales de parte de Dios o los Señores que están en el cielo.  Y mucha gente cree, de buena fe, que rezando y rezando y rezando, día y noche, obtendrán su premio celestial por insistencia personal y cansancio de la deidad a quien le piden.  Es decir, solicitan un milagro, una dispensa, una excepción.  Piden a Dios o a quien le dirigen la oración que viole la ley de los merecimientos y que les otorgue algo para lo cual no son acreedores
Pero como es lógico, nadie obtiene nada de las oraciones de ese tipo.  ¿Y por qué?  Porque algo nos dice que de existir la justicia divina, esta debe ser perfecta, imparcial y no puede hacer concesiones especiales a nadie, porque entonces la Ley no sería tal, y se convertiría en pretexto.  ¿No sería decepcionante que un malvado recibiera un milagro mientras que miles de buenas personas agonizan y mueren en la angustia? 
Si analizamos nuestras oraciones, veremos que siempre son invocaciones egoístas, provocadas por nuestro estado de salud, económico o familiar; es decir, siempre están inspiradas por el miedo personal hacia situaciones que nos intimidan, y ante las cuales nos sentimos incapaces.  Es por eso que recurrimos a Dios o los santos para que nos saquen las castañas del fuego.  No importa cuánta fe digamos tener en la oración, si esta busca fines materiales y egoístas solo es una invocación idolátrica, cuando no de magia negra.  Recuerden que el hombre recoge lo que siembra y que nadie obtiene nada que no merezca.  Y así como no hay castigos inmerecidos y caprichosos por parte de alguna deidad, tampoco existen los premios por simpatía o por rezar mucho.  O por lo hábil que uno sea en la verborrea empleada en la oración.  Karma no solo es una ley más, es la Ley por antonomasia; es la sabiduría y la justicia plena en la máxima expresión.  Es absolutamente imparcial y no da ni quita nada que no merezcamos.  Tampoco existe el atajo del “perdón de los pecados”, la vía fácil que se han inventado los cobardes para eludir la responsabilidad de sus actos.  La oración en la que se pide perdón por los pecados cometidos es la más inútil de todas.  Y en la casi totalidad de los casos (salvo contadas excepciones) es una acción infructuosa.  ¿Por qué?  Porque si hubiera un dios que pudiera oír todas las peticiones que hacemos a diario, en miles de idiomas y dialectos diferentes, le sería imposible procesarlas para saber quiénes de los pedigüeños tienen algún mérito para tomarlos en consideración (y somos más de siete mil millones).  No es creíble que Dios, nuestro Logos solar, se ocupe de resolver pequeñeces de los millones de insectos que formamos la especie terrícola; y lo que parece factible, a la luz de la lógica, es que tenga un interés general por la humanidad en su conjunto y propósito final, y no por los problemas individuales de cada uno de nosotros.  Le puede preocupar el hormiguero, pero no una hormiga en particular.
Pero si le dirigimos la oración (petición) al Absoluto, a la Deidad de todo el Universo, esta resulta mucho más inútil.  Pues ese Dios es la Abstracción Pura, sin relación alguna con el universo emanado de sí mismo.  Así lo explica claramente el Bhagavad Guita en el diálogo que sostiene el señor Krishna con su primo Arjuna.  Y grandes místicos y avatares confirman esta afirmación.  Buda dice: “No solicites nada de los dioses impotentes; no ores, más bien, obra; pues la oscuridad no se aclarará.  Nada pidas al silencio, pues no puede hablar ni oír”.
La oración, pues, es una pérdida de tiempo que se podría invertir en acciones benéficas para el prójimo.   Recordemos que desde el punto de vista de la filosofía, lo finito es incapaz de relacionarse con lo infinito, con lo eterno.  Y Dios es Absoluto y Eterno.  Entonces ¿qué podemos hacer?  ¿A quién podemos rezar y pedir?  Lo correcto sería que no estuviéramos pidiendo nada, sino obrando correctamente para obtener la justa recompensa  por las acciones realizadas, lo que merecemos.  En la vida nada es gratis y todo lo que tenemos o nos pasa es el producto inevitable de nuestros actos, buenos o malos; y estos NO se pueden deshacer con oraciones, por más intensas y seguidas que sean.  Sin embargo, podemos orar “a nuestro Padre que está en el cielo” en el sentido esotérico, y que no es otro que el dios que mora en nosotros mismos.  Ese Padre se encuentra en el hombre y es el único dios que podemos conocer.  Pero este dios tampoco puede hacer concesiones materiales ni complacer caprichos egoístas, y nuestra relación con Él es sumamente compleja y misteriosa.  No es asunto para tratar en dos páginas.  Sin embargo, hay una forma de comunicación con este ser interno, pero no son las palabras sino “un procedimiento oculto, mediante el cual los pensamientos y deseos condicionados y finitos, incapaces de ser asimilados por el espíritu absoluto, que es incondicionado, son transformados en deseos espirituales y en Voluntad, llamándose este procedimiento <transmutación espiritual>”.  Esto es lo que los ocultistas llaman “la oración de voluntad”.  Y es esta la que produce los efectos deseados, ya que es una fuerza activa y creadora.  Pero no está al alcance de cualquiera ni puede ir en contra de la ley del Karma.
Rezar a santos, ángeles o dioses es una acción de idolatría.  Además, ellos NO pueden conceder nada a los pedigüeños, ya que eso sería una transgresión de la Ley, lo cual es imposible incluso para los dioses.  Y nada ni nadie puede burlar la Ley.  Ni Dios.  Porque si fuera así, ¿qué tan confiable sería un sistema que se rige por caprichos de determinados dioses con más o menos poder, o con ciertas preferencias especiales?  Sin embargo, si la oración es inegoísta y pura, se convierte en una herramienta al servicio del amor, la paz y  la fraternidad entre los hombres. El que pide cosas buenas para los demás, es un “operador de milagros” porque para este tipo de oración al servicio del prójimo sí funciona; en el mundo espiritual hay fuerzas que actúan en ese sentido y en consonancia con las buenas intenciones del hombre.  Y en última instancia, no se puede descartar el beneficio personal que se deriva de la oración bien intencionada, aunque esté matizada de interés personal: produce cierta tranquilidad de consciencia, sin que eso implique una respuesta del cielo.
No importa cuánto tratemos de engañarnos con el asunto de las oraciones; estas son palabras o pensamientos que no pasan más allá de nuestras cabezas.  Lo que cuenta son las buenas obras, y estas deben ser nuestra oración diaria, sin esperar nada a cambio; aunque queramos o no, la Ley es inviolable y producirá sus frutos inevitables sí o sí.
Desde luego que es difícil quitarse de la mente las ideas que sobre la oración nos inculcaron desde niños; nos dijeron que era la forma de hablar con Dios y que este siempre escucha a todos.  Y lo que es mejor, que a todos da lo que piden.  Pero si esto fuera así, qué fácil sería la vida; bastaría con que nos la pasáramos orando y todo estaría resuelto: salud, dinero y… ¿para qué nada más?  Sería demasiado simple, pero ¿por qué hay millones de personas que rezan todos los días, a todas horas, y siempre viven en la desgracia más absoluta?  Y por el otro lado, hay legiones de pillos que viven en y del mal, que nunca oran y que todo parece marcharles de lo mejor.  ¿No es esto una apariencia contradictoria?
            En fin, ¿sirve de algo la oración?  Si usted ha tenido resultados evidentes e innegables de que una oración le ha producido un efecto directo, sería estupendo que nos lo comunicara.  Pero solo si se trata de un hecho demostrable y no de una cuestión de fe. 
            Fraternalmente
                                               RIS
Entrada al blog “LA CHISPA”          http://lachispa2010.blogspot.com/



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