sábado, 17 de agosto de 2013

856 Dios... y los dioses.



856    LA CHISPA
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
DIOS… Y LOS DIOSES
            Los dioses que ha tenido el hombre son como las modas; y el que tenemos actualmente no es el primero ni será el último; pero es el actual, derivado de la Biblia, la cual lo plagió de otras culturas más antiguas.  Nos guste o no, hacia esa conclusión nos dirige la historia, el sentido común y la lógica.  En los albores de la raza aria ya aparece en la tradición védica la primera Trinidad de dioses.  En el Rig Veda, está formada por Agni, Vayu y Surya, que luego serían sustituidos por la Trimurti moderna de Shiva, Vishnú y Brahma.   Sin embargo, los indos JAMÁS confundieron estas representaciones terrenales con el Absoluto, la Divinidad, el Infinito, el Incondicionado, la Deidad por siempre Oculta.  Para ellos, los dioses creadores y trinos siempre fueron provisionales en la inmensidad del tiempo.  Criaturas nacidas por sí mismas, pero perecederas al final del Manvantara.  Dioses de poder casi infinito, pero absolutamente alejados de ser DIOS.  Es más, los hindúes dieron la mejor “definición” de lo que es Dios: “Es Aquello sobre lo cual toda especulación es inútil”.
            La historia religiosa india (raza aria primigenia) está plagada de infinidad de dioses cuyos nombres han variado a través de su largo periplo que anda cerca del millón de años.  Hasta rematar en el Bhagavad Gita, libro sagrado del hinduismo exotérico cuyo dios principal tiene una infinidad de nombres con los cuales se vela el de la Deidad, que no es otra que el Absoluto e Incondicionado de los Vedas.  También esta obra contempla al prototipo de donde se copió la figura de Jesús: Sri Krishna, un dios híbrido nacido de la encarnación de la Suprema Personalidad y una mujer.  En la tierra, su padre era Vasudeva, y su madre, la virgen Devaki; pero en realidad fue engendrado por Vishnú en la joven Devaki.  Esta historia inda fue tomada para formar la leyenda del dios del cristianismo: Jesús.
            Similar es la historia religiosa de los egipcios que, en sus cientos de miles de años de existencia, tuvieron infinidad de dioses menores, sin que los confundieran con la Deidad Absoluta, cuestión que nunca han querido entender las autoridades religiosas de occidente y su dios “único y legítimo”, el nacido de la Biblia.  Es más, ellos continuaron, junto con persas, mesopotámicos y griegos, un claro monoteísmo que nunca fue malinterpretado por la gente culta.  Para cada pueblo ha sido una necesidad sicológica saber cómo se llaman sus dioses, y por eso los sacerdotes han tenido que inventarlos para lograr la identificación de estos con determinadas comunidades.  Todas las religiones lo han hecho para satisfacer esta demanda humana que hace necesario saber el nombre de alguien para poder relacionarse con él.  Vean que cuando Moisés se encuentra con Yavé, lo primero que le pregunta es cómo se llama, a lo cual el dios le responde: “Diles que Yo soy el que soy”.   Les dirás: “Yo soy” me envió.  Pero es obvio que esa explicación no habría de ser suficiente, y por eso en el versículo 17, capítulo tercero del Éxodo le aclara: “Yavé, el dios de los hebreos nos ha encontrado”.  Esa es la causa de la infinidad de alias bajo los cuales ha sido conocida la Deidad a través de los tiempos en todas las religiones.  Cada pueblo ha querido un dios exclusivo.
            Los sacerdotes sabían muy bien que un dios tan lejano e inalcanzable para los feligreses (el Absoluto) era inútil y nada atractivo, y es por eso que concibieron todo tipo de personificaciones hechas a la medida de los intereses de cada imperio, reino, nación, tribu y pueblo.  Como los santos y santas locales del cristianismo.  Ammón fue el dios de Egipto por milenios, mucho más antiguo que Amón-Ra, la fusión del antiguo dios con la deidad solar conocida como Ra.  También crearon toda una cohorte celestial que formaba el séquito de Ammón, y aunque eran muchos dioses, su religión se mantuvo monoteísta, pues nadie desconocía que el Dios Único y más grande de todos era Ammón.  Eso, a pesar del descrédito que la Iglesia ha pretendido levantar en contra de la religión egipcia tildándola de politeísta, pagana y pecaminosa.  En la mente de los monjes egipcios jamás hubo confusión en ese sentido, y aunque se incurrió en muchísimos abusos rituales relacionados con la política y los intereses del clero, estos nada tenían que ver con la esencia de la religión y la existencia de un solo Dios.   Atón  también fue uno de esos dioses temporales, y de cuya liturgia se plagió la judía.
            Claro que todos esos dioses antropomorfizados tenían muy poca relación con la Deidad, y solo eran un recurso didáctico para hacer comprensible a la gente ordinaria, la idea del orden universal regido por un poder infinito y muy lejano al entendimiento humano común.  El Absoluto e Incognoscible, siempre permaneció en el misterio eterno.  Solo sus personificaciones humanas (con multitud de nombres) han sido asequibles al hombre y, como es lógico, estas han tomado nacionalidad y partido político a favor o en contra de distintos grupos humanos: como Yavé y Alá, o los dioses griegos que peleaban por la Hélade o defendían a Troya.  Pero Dios nada tiene que ver con eso.
            En Grecia, la relación humana con los dioses alcanzó la plenitud, pues el genio argivo matizó a estos de un espíritu pasional que superó por completo el misticismo hindú o la gravedad e indiferencia egipcia.  Los helenos tiñeron a sus dioses de un colorido especial que los convirtió en semejantes a ellos, es decir, los moldearon a su imagen.  En seres apasionados que se entrometían en los asuntos de los hombres, que tomaban partido y los amaban y odiaban, sentimientos absolutamente impropios de Dios. Que tenían ciudades y naciones preferidas (de allí copiaron los judíos la idea del “pueblo elegido”).  E incluso cometieron la irreverencia poética de ponerlos a fornicar con las hijas de los hombres, plagio que hicieron los judíos con Yavé (Gén. 6, cap. 2 y 4).  Y que también repitieron los cristianos con Yavé y María.  Pero lejos del dramatismo pesado y aburridor de la Biblia, los griegos escribieron historias verdaderamente bellas alrededor de sus dioses, tantas y tan bonitas, que impiden que veamos el trasfondo amoral, muchas veces perverso, de sus leyendas.  Sin embargo, ellos tampoco confundieron la parte esotérica de su religión (los misterios) con aquello que se ponía a disposición del vulgo para su culto.   Zeus era la personificación de la Deidad, el más grande de los dioses y por tal, Dios.  Los griegos no tenían la menor duda de eso, aunque localmente tuvieran otras deidades menores dignas de adoración; pero “el que truena en las alturas” era Dios.  Sin embargo, el Absoluto permanece por siempre en la Oscuridad Eterna.  Muy lejos de la comprensión humana y, por supuesto, infinitamente alejado de todas sus caricaturas que la profana mente de los hombres haya hecho de Aquello.
            RIS                         Blog:     “La Chispa”       http://lachispa2010.blogspot.com/

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