lunes, 28 de noviembre de 2011

678 El mundo después de la muerte


678  LA CHISPA                                        
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE
            Por las notas de algunos amigos, he creído necesario hacer algunos agregados a “La Chispa” anterior (677).  Pero más que aclaración, es una extensión de la idea general.  Hacerla más amplia y formular algunas preguntas de fondo que son necesarias para comprender la totalidad del plan de la vida, si es que hay alguno.  En primer lugar está el asunto de la población.  ¿Podemos multiplicarnos ilimitadamente, o la Tierra tiene un tope a partir del cual se inicia el caos?  Y si esto es así, ¿cuál es ese tope y cómo se mantendría?  Pero si no hay un “hasta aquí”, eso significaría que el planeta podría seguir suministrando un infinito número de almas al reino de los cielos.  ¿Se fabrica una nueva para cada individuo que viene a engrosar el número de la humanidad? ¿O los espíritus son re-usables por infinidad de cuerpos, de acuerdo con la teoría de la reencarnación?  Y si así fuera, ¿cuál es el número de estas entidades en el planeta, y cómo es que todas participan en el proceso de la vida física?  Las respuestas a estas preguntas podrían ayudarnos a comprender la mecánica de la vida y la muerte.  Al menos nos abren otra perspectiva para observar.
            Damos por un hecho que la Tierra siempre estará y que no puede ser destruida por uno de los tantos fenómenos cósmicos que aniquilan estrellas, porque suponemos que hay un propósito divino que nos resguarda de tal eventualidad.  Pero, ¿es eso una realidad o solo un deseo?  También aquí juegan un papel importante la fe y las creencias, y eso demuestra que toda la plataforma de nuestra filosofía de supervivencia está fundamentada en débiles teorías nada sustentables desde la perspectiva científica.  ¿Existe un mundo de los muertos o solo somos materia en constante evolución hacia un fin del cual nada sabemos?  Y si existen las almas, ¿cuál es el propósito de su encarnación?   ¿No estarían libres y más felices gozando de su inmortalidad y sabiduría en el espacio?  ¿Cuál es la idea para someterlos al dolor, sufrimiento y muerte que tienen que afrontar en una cadena casi interminable?  La Teosofía nos dice que es para el aprendizaje que proporciona al Espíritu la escuela de la Materia.  Pero eso es discutible, pues quienes diseñaron el proceso, bien podrían haber creado otro sistema de enseñanza que condujera al mismo punto evolutivo sin producir tanto e innecesario dolor.
            Si hemos tenido otras vidas o no, también es dudoso, pues  nadie tiene noción de ellas; ninguno de nosotros puede recordarlas y eso nos lleva a la pregunta siguiente: ¿de qué sirven esas experiencias si no las recordamos ni podemos aplicarlas para el mejoramiento personal?   Como Personalidad, ¿de qué me sirve haber tenido docenas de vidas si no las recuerdo ni puedo sacar ventaja de ellas?   La reencarnación es materia de fe para los hindúes, y de dialéctica platónica para los teósofos, pero para el individuo corriente, algo tan insustancial como el mundo de los muertos y todo aquello que se escapa al conocimiento empírico. 
            De sobrevivir algún grado de consciencia cuando morimos, ¿qué haremos en ese mundo?  ¿Hay alguna organización e interactuamos de verdad con otras personas reales?  ¿O solo somos víctimas de una ilusión, de un estado subjetivo de consciencia que los tibetanos llaman Devachán o morada de los dioses?  El cielo de los zoroastrianos y cristianos.   Un teósofo eminente lo define así: “Corresponde a la idea de cielo o paraíso, en donde cada mónada individual vive en un mundo que se ha creado por sus propios pensamientos, y en donde los productos de su propia ideación espiritual se le aparecen substanciales y objetivos  F. Hartmann.  Entonces, de acuerdo con esta definición se trata de un mundo ilusorio y no de la realidad de la que nos hablan las religiones.  Allí las almas desencarnadas “inventan” su mundo particular de acuerdo con su educación religiosa; pero eso no corresponde a ninguna realidad.  Son sueños.   Pero antes de llegar a ese cielo ficticio, el muerto deberá pasar por ciertas etapas intermedias, porque es obvio que no todos pueden llegar directamente al cielo o Devachán.  Esa parte media debe ser el infierno y el purgatorio que, como el cielo o Devachán del muerto, TIENEN que ser lugares imaginarios; más bien, estados de consciencia.  Y si podemos “saltarnos” el cielo, también deberíamos poder hacerlo con esos otros dos estadios ilusorios.  ¿No es así?
            Madame Blavatsky, autora de la “Doctrina Secreta” y la máxima autoridad teosófica, confirma este aserto al admitir que un individuo que no crea en el cielo (un ateo), bien puede reencarnar sin haber pasado por esa etapa.  Entonces, los otros sitios o estados de consciencia (infierno y purgatorio) bien pueden ser eludidos de la misma manera: con solo no creer en ellos.   Lógica de primer grado.  Pero todo eso solo es teoría; muy hermosa, “racional” y bien estructurada, pero teoría fuera del alcance de la comprobación de la generalidad de los hombres.   ¿No es más simple pensar que no hay nada después de la muerte?  Así no tendríamos dudas ni angustias; tampoco miedos a un hipotético lugar llamada Infierno ni, mucho menos, a su ridículo y contradictorio Diablo.  ¿Por qué hemos de aceptar conclusiones basadas en premisas sin ninguna posibilidad de demostración?  Nuestra vida es demasiado importante como para someterla al norte que nos señala ese montón de fábulas y supersticiones.  Resuelva sus problemas aquí.  Y los del más allá (si existe), arréglelos allá.  Y no es asunto de abandonarnos en la excesiva indulgencia o la irresponsabilidad moral, sino hacer uso correcto de la lógica en el análisis de un problema sin solución.  ¿Qué caso tiene estar sufriendo por algo que no podremos dilucidar (¿?) hasta que hayamos muerto?  Si hay algo del otro lado, ya lo sabremos y hallaremos el modo de enfrentarlo; y si no hay nada, pues ¡qué dicha!
            Dicen los hindúes que los actos de esta vida condicionan la próxima existencia, y así debe ser, pues en un universo lógico, no puede haber una acción sin reacción.  Así que “por si las moscas”, pórtese bien no para ir al cielo, sino porque es su deber moral.  Cuide sus actos, pensamientos y deseos, esa es la mejor forma de asegurarse de que, de haber algo después de la muerte, su mente estará libre de remordimientos y pesares por sus malas acciones y pensamientos; y así no tendrá que enfrentar a los demonios de su consciencia.  Tenga presente que lo bueno o malo que hizo, es la carga moral con la que habrá de enfrentarse a Osiris en busca de la absolución.  Pero mientras tanto, no sufra ni se atormente con teorías.
            Fraternalmente                                        
                                     Ricardo Izaguirre S.                     E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
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