1067 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica
del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
MIEDO
Y APEGOS
Los
miedos constituyen un tipo de comportamiento social que es la respuesta a
situaciones que nos ponen en peligro, o que al menos, suponemos que es
así. Los apegos son impulsos casi
naturales que generan determinadas actitudes hacia las cosas y las personas, y
son de una escala infinita que abarca desde el simple afecto o preferencia,
hasta sentimientos enfermizos que nos llevan a conductas perjudiciales que
causan daño y sufrimiento a todos, incluyendo a los creadores de estas emociones. Como es sabido de todos (aunque no tengamos
consciencia clara) los apegos son fuente de innumerables problemas y causan dependencia
que va, desde lo simplemente incómodo, hasta el martirio personal. Y superpuesto, revuelto o unido con la
subordinación, siempre está el miedo. El
terror de que algo pueda romper el cordón umbilical de nuestros afectos.
Dependemos de nuestros maridos o
esposas debido al establecimiento de relaciones incorrectas, ventajistas (de
comodidad) o de simple querencia. Porque
hemos dejado que las cosas discurran a su voluntad, sin estudiarlas,
clasificarlas o cuestionarlas.
Simplemente nos hemos dejado arrastrar por la corriente, por miedo a
perder una relación que ni siquiera nos satisface. Que no es buena ni equitativa sino pura rutina. Vivimos diez, treinta o cuarenta años con
alguien, sabiendo que no tenemos nada en común con esa persona, pero por miedo,
evitamos ponerle fin a un estado de dependencia sin justificación alguna.
Dependemos de la familia, y nos
horroriza la idea de “quedar mal con ella”, de que nos juzguen y nos consideren
mal. También dependemos de nuestros
amigos-as, de una manera que raya en la estupidez, pero con tal de preservar el
“aprecio” de ellos, llegamos a rebajarnos y convertirnos en serviles de ellos,
e incurrimos en conductas que nos disminuyen como personas. Tanto es así, que muchas veces hacemos cosas
que nos repugnan, solo para la complacencia de una supuesta relación
“amistosa”. La subordinación nos lleva a
creer que cualquier sacrificio está justificado para conservar una amistad de
esas que más valiera no tener. Por
nuestra sumisión y miedos, nos convertimos en tontos utilizables; no queremos “perder”
el cariño de nuestros parientes o amigos, y así, mantenemos relaciones tóxicas
que, a la larga, nos llenan de resentimientos y frustración. Pero seguimos apegados… y con miedo de
mandarlos a la porra… como debiera ser.
En las relaciones de dependencia y
miedo, se hacen malabares con los sentimientos, emociones e incluso con la
razón. Y como la situación desigual es
bien conocida por todos, se buscan justificaciones imaginarias que compensen la
sensación de desventaja y abuso que suele prevalecer en estos casos. Los amigotes abusadores conocen muy bien este
asunto, de manera intuitiva. Tanto es
así, que dan por descontado que cuanta solicitud les hagan a sus víctimas, serán
cumplidas al pie de la letra aunque eso implique gastos, tiempo, sacrificio e
incluso malestar personal para el “subordinado”. Pero como este suele ser cobarde (débil, si
prefieren un eufemismo), nunca hará nada para poner a derecho la “amistad”, y
se resigna a su posición de mandadero inferior, de tonto utilizable. ¿Y todo por qué? Por causa de los apegos que él-ella, llama
amistad, obligación familiar o amor. Relaciones
enfermizas que NO deberían ser aceptadas jamás por nadie. Ni siquiera con los hijos o cónyuges. Y mucho menos, con personas que no tienen
ningún grado de consanguinidad con la víctima de esta situación.
También existen los apegos
paternos, los que nacen a raíz de la dependencia que tienen los hijos con los
padres. Pero lo que es bueno hasta
cierta edad, se torna anormal cuando se prolonga más allá de ese tiempo
(¿?). Claro que aquí también existe el
ventajismo como trasfondo de un supuesto amor familiar, porque una cosa es
solicitar el consejo paterno o de los hijos, y otra, permitir que los mismos de
siempre imponga sus puntos de vista o su voluntad. Somos sumisos ante nuestros hijos aunque ya
sean mayores, casados y con sus propias familias; y aunque digamos que no, nos
asustan los juicios que puedan emitir acerca de la calidad de crianza que les
dimos, o de qué clase de padres fuimos, según su criterio. Y es por ese sometimiento y miedo, que
admitimos como cosa natural, el chantaje que suelen hacernos en las formas más
desconsideradas.
Hay muchas otras formas de abuso
personal debidas a los apegos y al miedo, pero terminaremos explicando una
extraña y absurda forma de dependencia: la que ejercen los objetos sobre
nosotros: un vestido, una camisa, un vaso o unas chancletas. Unos pantalones, un sombrero, una silla, un
carro, una casa. Una bebida, un espejo,
un osito de peluche. Los apegos por los
objetos, aunque carezcan de vida y parezcan ridículos, ejercen sobre las
personas un increíble poder, pues hay quienes se resisten a comer si no les
sirven “en su plato o en su vaso”. Pero
por curioso que sea, esto nos demuestra que la deficiencia en este tipo de
relaciones NO ESTÁ en el prójimo sino en NOSOTROS MISMOS. Por lo tanto, somos los únicos responsables
de esta condición de desventaja que nos dejamos imponer por los otros. Somos nosotros los que abrimos las puertas al
abuso del que nos hacen víctimas, pues una cobija, una almohada o una copa,
carecen del poder de convertirnos en sus subordinados. Somos nosotros los culpables, y los únicos
capaces de poner freno a esta asimétrica relación personal.
¿Usted que cree?
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. Correo: rhizaguirre@gmail.com
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