miércoles, 3 de agosto de 2016

1063 ¿Se come de la poesía?



1063  LA CHISPA         (30 de julio de 2016)         
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿SE COME DE LA POESÍA?
         Cuando alguna vez en mi juventud se me ocurrió que era poeta y que las tonterías que escribía eran poemas, le presenté una colección de estos poemas a un amigo para que le echara una ojeada.  Este amigo, que era profesor de castellano, después de tener mi folleto durante algunos días me dijo: “De la poesía no se come, a menos que seas extraordinario, algo así como Rubén Darío.  Y aun él se las vio negras para salir adelante económicamente, pues toda su vida fue de angustias monetarias.  A pesar de que escribió “El coloquio de los centauros”, el poema más grandioso que se ha escrito en lengua hispana”.  Y hasta allí llegó mi carrera poética.  El poeta en ciernes que creía ser, terminó allí su papel. Eso sí, me dediqué a leer con gran pasión al bardo pinolero, con la intención de conocer cuál era la esencia de la poesía, y qué era lo que marcaba la diferencia entre un consagrado por la crítica, y alguien que apenas es un aspirante a recibir la bendición de Euterpe, Erato y Calíope.  Y desde allí quedé arruinado para siempre, pues nada que no sea igual o parecido a  la musa rubeniana, despierta en mí algún interés.  Pero nunca dejé de amar la poesía, solo que en el lado de los lectores.  Me convertí en admirador de los poetas.
         Cuando mi amigo me devolvió mi mamotreto, este venía lleno de rayas, cruces, manchas, flechas, borrones y todo cuando pudiera presagiar un desastre total.  Y me preguntó: “¿Tenés de qué comer, un oficio o negocio?  Porque de esto solo podrás obtener algún cafecito con panecillos cuando te inviten a algún recital o presentación de alguno de tus libros.  De tus libros que solo comprarán por lástima o compromiso tus amigos y familiares; o uno que otro diletante de esos que siempre andan en busca de rarezas literarias sobre las cuales escribir ciertas apologías que nadie entiende y que en nada reflejan lo que diga tu libro.”  ¿Tenés de qué comer?  En ese tiempo, ese honesto caballero no era mi amigo de años después; era mi profesor de español en el colegio nocturno al que yo asistía.  “De la poesía no se puede vivir, no te engañés”-- recalcó.  Después me explicó cómo casi todo el mundo tiene en  su interior una especie de poeta frustrado… y todo el resto del cuento.  Además, me señaló los elementos básicos y comprensibles de la poesía, la parte “artesanal”.  Pero a la vez, me habló de la otra parte, la que hace que un poeta lo sea de verdad: el “toque” especial de esas diosas que, a capricho, sepultan sueños fundados solo en la ilusión o la vanidad personal.
         Aquellas frases fueron lapidarias, y aunque seguí escribiendo “poemas”, cada día me parecían más feos y sin sentido; y cuando me contagié de la magia de Darío, de su métrica, ritmo, rimas y la belleza incomparable del alma de sus poemas; de su filosofía, de la fuerza de sus emociones, de la trascendencia de sus mensajes, de su música en forma de letras, murió para siempre el poeta que alguna vez pensé que sería.  Aún conservo en unos cuadernos un montón de esos horribles poemas que alguna vez me pareció que eran poesía de la mejor, homérica.  Pero solo los conservo para reírme de mí mismo y de mi pretenciosa imaginación.  Como si ser poeta es algo que se estudia y se aprende, o que se logra mediante la fuerza de voluntad o alguna disciplina espiritual.  Ser poeta es un don que los dioses otorgan a muy  pocos elegidos, y con una tacañería superior a la de Ebenezer Scrooge.  No se convierte en poeta todo aquel que le da la gana.  Para hollar ese terreno sagrado, es preciso contar con el beneplácito de los dioses y de las Musas que resguardan ese paraíso diseñado solo para esas rara avis que conocemos como poetas (aunque no ganen  ni para comer).  Se puede aprender a hacer versos clásicos o modernos.  Se pueden hacer juegos de palabras rimadas y muchos malabares lingüísticos y altisonantes o raros; pero la esencia, el alma de la poesía no está sujeta a técnicas ni es el resultado obligatorio de metodología alguna.  Nace de lo más profundo del alma y nadie la puede explicar.
         Se puede ser fabricante de versos y poemas, pero ser poeta es otra cosa.  Estos gozan de la protección divina, están en comunión con las musas y la chispa del arte siempre brilla en sus corazones.  No tienen que “trabajar” sus versos, estos surgen a la vida espontáneamente, sin esfuerzo, sin lucha, sin dolor.
         Pero ¿quién puede juzgar a un poeta?  ¿Quién puede decir si un poema es bueno o malo?  Yo no.  Lo único que puedo decir de un poema es si me gusta o no, si me “toca” o no.  Jamás me sumaré a la “opinión pública o erudita” en el juicio sobre la producción poética de alguien.  Solo puedo decir si un poema me gusta o no, si le encuentro sentido o no.  Como no soy poeta no tengo la agudeza o sensibilidad para adivinar lo que quiso decir el poeta y, por lo tanto, siempre me guardo mi opinión sobre el trabajo poético de otros.  Casi siempre…
         Ante la lectura de un poema o un poemario, siempre me dejo guiar por el gusto, pues considero que el arte debe explicarse por sí mismo, sin intermediarios ni intérpretes; si alguien tiene que explicarme un cuadro, una composición musical o un poema, para mí deja de ser arte y se convierte en filosofía o artesanía, en un trabajo tedioso.  Si necesito que me cuenten la vida y la historia del poeta que compuso un verso, este se convierte en biografía y deja de ser arte.  Para mí, el poeta debe difuminarse por completo, ser invisible y solo deberá dejar en nosotros el aroma inconfundible del Parnaso y su fuente Castalia.  Eso es poesía auténtica.
         Pero, ¿se puede comer de la poesía?  Es más, ¿hay público para la poesía? ¿Quedan todavía algunos chiflados que gusten de este arte en extinción?  Si cada poeta tiene que ser subvencionado por el Gobierno para publicar su trabajo en  la imprenta “oficial”, la situación está en ruinas; o lo que es peor, si tiene que financiar de su bolsillo sus publicaciones, la suerte  está echada: es el fin de la poesía a nivel comercial.  Sin embargo, eso no significa que no haya poetas y poetisas; los hay, y de gran calidad.  Lo que ha disminuido casi hasta desaparecer es el público.  El vértigo de la Internet y el idiotismo generalizado de las “redes sociales”, ha producido una generación de ineptos incapaces de escribir o leer al hilo ni siquiera diez palabras (“me gusta”, son dos de ellas).  La enorme masa de esta gente es incapaz de leer o escribir una página entera si no está llena de fotos y muñequitos.  O de chistes más o menos graciosos.  Allí no hay cabida para la poesía.  Los poetas están solos, limitados, y tienen que ser profesores, diplomáticos o funcionarios para poder comer; porque de la poesía, NADA.
         Dichosamente, los poetas de verdad alimentan su numen de néctar y ambrosía, lo cual garantiza la permanencia de su clase entre nosotros, a pesar de la indiferencia de un mundo burlón, romo e insensible a los mensajes dirigidos al alma, a esa parte del hombre que aún conserva un espacio privado en su corazón, incontaminado por la vulgaridad cotidiana.  A esos extraños personajes (poetas y lectores de poesía), mi más ferviente admiración, aunque no tengan qué comer.  A esos parapetos líricos que nos ayudan a no sucumbir ante el materialismo brutal, va mi saludo sincero y solidario.  Yo leo poesía.
         ¿Y usted?
         Fraternalmente
                                Ricardo Izaguirre S.     Correo:    rhizaguirre@gmail.com

Blog:    www.lachispa2010.blogspot.com
        
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