1063 “LA CHISPA” (30 de julio de 2016)
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿SE COME DE LA POESÍA?
Cuando alguna vez en mi juventud se me
ocurrió que era poeta y que las tonterías que escribía eran poemas, le presenté
una colección de estos poemas a un
amigo para que le echara una ojeada.
Este amigo, que era profesor de castellano, después de tener mi folleto durante algunos días me
dijo: “De la poesía no se come, a menos que seas extraordinario, algo así como
Rubén Darío. Y aun él se las vio negras
para salir adelante económicamente, pues toda su vida fue de angustias
monetarias. A pesar de que escribió “El coloquio de los centauros”, el poema más grandioso que se ha
escrito en lengua hispana”. Y hasta allí
llegó mi carrera poética. El poeta en
ciernes que creía ser, terminó allí su papel. Eso sí, me dediqué a leer con
gran pasión al bardo pinolero, con la intención de conocer cuál era la esencia
de la poesía, y qué era lo que marcaba la diferencia entre un consagrado por la
crítica, y alguien que apenas es un aspirante a recibir la bendición de Euterpe,
Erato y Calíope. Y desde allí quedé
arruinado para siempre, pues nada que no sea igual o parecido a la musa rubeniana, despierta en mí algún
interés. Pero nunca dejé de amar la
poesía, solo que en el lado de los lectores.
Me convertí en admirador de los poetas.
Cuando mi amigo me devolvió mi
mamotreto, este venía lleno de rayas, cruces, manchas, flechas, borrones y todo
cuando pudiera presagiar un desastre total.
Y me preguntó: “¿Tenés de qué comer, un oficio o negocio? Porque de esto solo podrás obtener algún cafecito
con panecillos cuando te inviten a algún recital o presentación de alguno de
tus libros. De tus libros que solo
comprarán por lástima o compromiso tus amigos y familiares; o uno que otro
diletante de esos que siempre andan en busca de rarezas literarias sobre las
cuales escribir ciertas apologías que nadie entiende y que en nada reflejan lo
que diga tu libro.” ¿Tenés de qué
comer? En ese tiempo, ese honesto
caballero no era mi amigo de años después; era mi profesor de español en el
colegio nocturno al que yo asistía. “De
la poesía no se puede vivir, no te engañés”-- recalcó. Después me explicó cómo casi todo el mundo
tiene en su interior una especie de
poeta frustrado… y todo el resto del cuento.
Además, me señaló los elementos básicos y comprensibles de la poesía, la
parte “artesanal”. Pero a la vez, me
habló de la otra parte, la que hace que un poeta lo sea de verdad: el “toque”
especial de esas diosas que, a capricho, sepultan sueños fundados solo en la
ilusión o la vanidad personal.
Aquellas frases fueron lapidarias, y
aunque seguí escribiendo “poemas”, cada día me parecían más feos y sin sentido;
y cuando me contagié de la magia de Darío, de su métrica, ritmo, rimas y la
belleza incomparable del alma de sus poemas; de su filosofía, de la fuerza de
sus emociones, de la trascendencia de sus mensajes, de su música en forma de
letras, murió para siempre el poeta que alguna vez pensé que sería. Aún conservo en unos cuadernos un montón de
esos horribles poemas que alguna vez me pareció que eran poesía de la mejor,
homérica. Pero solo los conservo para
reírme de mí mismo y de mi pretenciosa imaginación. Como si ser poeta es algo que se estudia y se
aprende, o que se logra mediante la fuerza de voluntad o alguna disciplina
espiritual. Ser poeta es un don que los
dioses otorgan a muy pocos elegidos, y
con una tacañería superior a la de Ebenezer Scrooge. No se convierte en poeta todo aquel que le da
la gana. Para hollar ese terreno
sagrado, es preciso contar con el beneplácito de los dioses y de las Musas que
resguardan ese paraíso diseñado solo para esas rara avis que conocemos como
poetas (aunque no ganen ni para comer). Se puede aprender a hacer versos clásicos o
modernos. Se pueden hacer juegos de
palabras rimadas y muchos malabares lingüísticos y altisonantes o raros; pero
la esencia, el alma de la poesía no está sujeta a técnicas ni es el resultado
obligatorio de metodología alguna. Nace
de lo más profundo del alma y nadie la puede explicar.
Se puede ser fabricante de versos y
poemas, pero ser poeta es otra cosa.
Estos gozan de la protección divina, están en comunión con las musas y
la chispa del arte siempre brilla en sus corazones. No tienen que “trabajar” sus versos, estos surgen
a la vida espontáneamente, sin esfuerzo, sin lucha, sin dolor.
Pero ¿quién puede juzgar a un
poeta? ¿Quién puede decir si un poema es
bueno o malo? Yo no. Lo único que puedo decir de un poema es si me
gusta o no, si me “toca” o no. Jamás me
sumaré a la “opinión pública o erudita” en el juicio sobre la producción poética
de alguien. Solo puedo decir si un poema
me gusta o no, si le encuentro sentido o no.
Como no soy poeta no tengo la agudeza o sensibilidad para adivinar lo
que quiso decir el poeta y, por lo tanto, siempre me guardo mi opinión sobre el
trabajo poético de otros. Casi siempre…
Ante la lectura de un poema o un
poemario, siempre me dejo guiar por el gusto, pues considero que el arte debe
explicarse por sí mismo, sin intermediarios ni intérpretes; si alguien tiene
que explicarme un cuadro, una composición musical o un poema, para mí deja de
ser arte y se convierte en filosofía o artesanía, en un trabajo tedioso. Si necesito que me cuenten la vida y la
historia del poeta que compuso un verso, este se convierte en biografía y deja
de ser arte. Para mí, el poeta debe
difuminarse por completo, ser invisible y solo deberá dejar en nosotros el
aroma inconfundible del Parnaso y su fuente Castalia. Eso es poesía auténtica.
Pero, ¿se puede comer de la
poesía? Es más, ¿hay público para la
poesía? ¿Quedan todavía algunos chiflados que gusten de este arte en
extinción? Si cada poeta tiene que ser
subvencionado por el Gobierno para publicar su trabajo en la imprenta “oficial”, la situación está en
ruinas; o lo que es peor, si tiene que financiar de su bolsillo sus
publicaciones, la suerte está echada: es
el fin de la poesía a nivel comercial.
Sin embargo, eso no significa que no haya poetas y poetisas; los hay, y
de gran calidad. Lo que ha disminuido
casi hasta desaparecer es el público. El
vértigo de la Internet y el idiotismo generalizado de las “redes sociales”, ha
producido una generación de ineptos incapaces de escribir o leer al hilo ni
siquiera diez palabras (“me gusta”, son dos de ellas). La enorme masa de esta gente es incapaz de
leer o escribir una página entera si no está llena de fotos y muñequitos. O de chistes más o menos graciosos. Allí no hay cabida para la poesía. Los poetas están solos, limitados, y tienen
que ser profesores, diplomáticos o funcionarios para poder comer; porque de la
poesía, NADA.
Dichosamente, los poetas de verdad
alimentan su numen de néctar y ambrosía, lo cual garantiza la permanencia de su
clase entre nosotros, a pesar de la indiferencia de un mundo burlón, romo e
insensible a los mensajes dirigidos al alma, a esa parte del hombre que aún
conserva un espacio privado en su corazón, incontaminado por la vulgaridad
cotidiana. A esos extraños personajes
(poetas y lectores de poesía), mi más ferviente admiración, aunque no tengan
qué comer. A esos parapetos líricos que
nos ayudan a no sucumbir ante el materialismo brutal, va mi saludo sincero y
solidario. Yo leo poesía.
¿Y usted?
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. Correo: rhizaguirre@gmail.com
Blog: www.lachispa2010.blogspot.com
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