jueves, 4 de agosto de 2016

1065 ¿Podemos cambiar?



1065   LA CHISPA     (2 de agosto de 2016)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿PODEMOS CAMBIAR?
         La sabiduría popular sentencia: “genio y figura, hasta la sepultura”.  Por algo será.  Pero hay quienes sostienen que sí es posible realizar cambios en nuestra personalidad y conducta; cambios en  nuestro carácter.  ¿Pero es cierto y no solo una maniobra social o religiosa con algún propósito ulterior y no un acto de corrección, de mejoramiento como persona?  Porque hay billones de estos cambios que solo se producen en situaciones de angustia, ante la muerte o una calamidad familiar o personal.  O en una crisis religiosa.  De los miles de vicios morales que TODOS tenemos en diferentes escalas, escojamos uno: la ENVIDIA.  Todos decimos NO ser envidiosos, que nos alegramos del triunfo o el éxito ajeno.  Pero ¿es eso cierto?  ¿O tal creencia solo es producto del tipo de análisis que hemos hecho de nuestros sentimientos reales?  Veamos a fondo la naturaleza de la envidia, un vicio poderosísimo que se manifiesta de diferentes maneras, desde la furia abierta ante los logros ajenos, hasta un simple resquemor que nos perturba el ánimo.  Aunque jamás lo admitamos.  Todos somos envidiosos, incluso entre las familias; también entre los hermanos se da la envidia bajo los más sutiles argumentos, como cuando se pretextan las preferencias paternales.
         La MENTIRA.  TODOS SOMOS MENTIROSOS.  Con motivos o sin ellos, nadie se escapa de este pecado capital.  Y los peores embusteros son los que afirman, casi con rabia, que ellos son personas veraces que nunca mienten.  Estos individuos llegan a constituir un verdadero peligro si alguien les insinúa siquiera que son mentirosos.  Son aquellos que viven ponderando el valor de la veracidad y lo miserable de la conducta trapacera.  Este es el peor tipo de mentiroso, pues están convencidos de que son un ejemplo digno de imitar; son enfermos peligrosos porque se han desconectado de la realidad, y sus mentiras han adquirido para ellos, la categoría de una verdad particular.
         Por dicha, la mayoría de los mentirosos SABEN QUE LO SON.   Y aunque algunos son desvergonzados y no les importa que los pillen en su vicio, hay otros que, siendo mentirosos, procuran aparentar que no lo son.  Son los que se ponen serios y fingen enojos cuando los descubren; son los que inventan respuestas aclaratorias o les echan la culpa a los demás; que fueron mal informados o cualquier otro pretexto, pero que ellos no mintieron, al menos no deliberadamente. 
         La mentira (según su naturaleza y magnitud), es de los peores vicios de los que hacemos uso diaria y continuamente.  No importa que solo la utilicemos con el fin de divertir a los demás, lo que llamamos “mentiras blancas” y que consideramos inocuas.  No hay tal cosa; la mentira es la mentira, siempre dañina y peligrosa, incluso cuando tenemos la pretensión de que la utilizamos con un propósito noble para evitar dolor a las personas.
         ¿Podemos cambiar nuestra condición de mentirosos?  ¿Cuánto le ha durado a usted ese propósito?  ¿Lo ha intentado realmente?  Solo son dos vicios de la infinidad que tenemos.  Piénselo bien, porque un cambio en nuestra personalidad es muy difícil de notar, a menos que sea dramático.  Vea que no se trata de “ser menos envidioso o mentir menos, o solo en caso de necesidad”.  Tal cosa no existe.  Se es envidioso y mentiroso o no.  Son los envidiosos y  mentirosos los que han inventado esa categoría con la cual tratan de exculparse minimizando los efectos de sus vicios.  ¿Puede usted afirmar que “ha cambiado” en esos dos malos hábitos en los últimos años?  ¿Puede decir que ya no sufre esos defectos?  Seguramente que no.  Recuerde que CAMBIAR implica mucho más que una represión o un intento esporádico por ser diferente, mejor persona.  Pero si solo padeciéramos de esas dos lacras, la cuestión sería un tanto fácil, pero el asunto es que sufrimos centenares de vicios morales que nos convierten en esas personas abominables que siempre disfrazamos mediante mil máscaras sociales.  Veamos algunos de ellos: lujuria, egoísmo, avaricia, charlatanería, inconsciencia, cobardía, glotonería, impostura, entrometido-a, difamador, mezquino, vicioso (alcohol, tabaco, drogas), vengativo, intolerante, cínico, traidor, fanfarrón, iracundo, maledicente, ingrato-a, NECIO, exhibicionista, malicioso, hipócrita, irresponsable, malvado… y usted puede agregarle, por lo menos, dos docenas más.  Y por favor, no se precipite a negarlos en usted sin antes hacer una honesta y profunda reflexión sobre el significado de estas palabras.  No se le ocurra decir que no es egoísta, a menos que usted sea un santo de verdad; tampoco niegue ser vengativo o malicioso, no se engañe tratando de hacer creer a los demás que usted es una persona tolerante, sincera y bondadosa.  Talvez haya uno que otro tonto que le crea (según su habilidad en la impostura), pero eso no le funcionará con los que saben, con los que conocen la naturaleza humana.
         La LUJURIA.  A los hombres nos tiene un poco sin cuidado que nos tilden de lujuriosos, pues se supone que es una condición natural del macho… y es cierto, hasta cierto punto.  ¿Cree usted que se puede controlar o eliminar esa tendencia en los humanos?  Recuerden que el sexo es el arma principal que la naturaleza esgrime para la supervivencia de las especies; es de un poder implacable que anula todo razonamiento, educación, respeto, prudencia y vergüenza.  Pero ¿es un vicio solo de los hombres como tratan de hacer creer muchas personas (mujeres)?  Desde luego que no, las mujeres son tan lujuriosas como los hombres, pero los condicionamientos sociales las han llevado a darle al sexo un enfoque social maquillado al gusto.  Cuando hablan entre ellas en la presencia de varones, siempre dan la impresión de que el sexo no les interesa, que solo lo hacen para la complacencia de sus maridos, por su deber de esposas y otros cuentos parecidos.  Pero la verdad es otra: son igualmente lujuriosas, salvo aquellas con  problemas de salud física y/o mental; con problemas hormonales o de personalidad desquiciada.  Toda mujer normal y sana, es tan lujuriosa como cualquier hombre.  Claro que la palabra es la que molesta.   Lujuriosa no suena muy bien.
         Todos somos NECIOS y maliciosos. Intolerantes e impostores.  La necedad es el defecto más abundante sobre la tierra, y la malicia está arraigada en cada célula de nuestros cuerpos; ni siquiera lo aprendemos, venimos de fábrica con esos chips.  Y la intolerancia es el distintivo de todos, a pesar de la máscara de comprensión con la cual afinamos las duras aristas de esta conducta ofensiva.  Pero uno de los defectos más difíciles de disimular es la IMPOSTURA, esa enfermiza tendencia que nos lleva impulsivamente a colocarnos siempre en un pedestal ficticio y a adoptar una personalidad irreal, superior, la de alguien que no somos nosotros.  ¿Cree usted que puede deshacerse de sus tendencias de impostor?  Recuerde que esta siempre está entretejida de mentiras y arrogancia, de manipulación y menosprecio por el juicio de los demás.
         ¿Y qué me dicen de la COBARDÍA?  Todos somos cobardes en alguna medida, a menos que seamos sicópatas.   Pero ni el peor de los cobardes aceptará serlo.  Tomará fuerza de su alma para probarnos que no lo es; llegará hasta el martirio, e incluso enfrentará la muerte con desparpajo con tal de probar que no es cobarde, aunque lo haga muriéndose de miedo.  Este es un vicio más exclusivo de los hombres.
         Entonces, volvemos a la pregunta inicial: ¿podemos cambiar?  ¿Podemos arrepentirnos, como piden las religiones, hacernos “buenos” y CAMBIAR?  Pero cambiar de verdad, desde adentro y no una simple impostura emocional, una mentira, un acto de cobardía ante la enfermedad o la muerte.
         ¿Qué cree usted?
                   Fraternalmente
                             Ricardo Izaguirre S.              Correo: rhizaguirre@gmail.com
Blow:            www.lachispa2010.blogspot.com

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