1065 “LA CHISPA” (2 de
agosto de 2016)
Lema: “En la indolencia cívica
del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿PODEMOS
CAMBIAR?
La sabiduría popular sentencia: “genio
y figura, hasta la sepultura”. Por algo
será. Pero hay quienes sostienen que sí
es posible realizar cambios en nuestra personalidad y conducta; cambios en nuestro carácter. ¿Pero es cierto y no solo una maniobra social
o religiosa con algún propósito ulterior y no un acto de corrección, de
mejoramiento como persona? Porque hay
billones de estos cambios que solo se producen en situaciones de angustia, ante
la muerte o una calamidad familiar o personal.
O en una crisis religiosa. De los
miles de vicios morales que TODOS tenemos en diferentes escalas, escojamos uno:
la ENVIDIA. Todos decimos NO ser
envidiosos, que nos alegramos del triunfo o el éxito ajeno. Pero ¿es eso cierto? ¿O tal creencia solo es producto del tipo de
análisis que hemos hecho de nuestros sentimientos reales? Veamos a fondo la naturaleza de la envidia,
un vicio poderosísimo que se manifiesta de diferentes maneras, desde la furia
abierta ante los logros ajenos, hasta un simple resquemor que nos perturba el
ánimo. Aunque jamás lo admitamos. Todos somos envidiosos, incluso entre las
familias; también entre los hermanos se da la envidia bajo los más sutiles
argumentos, como cuando se pretextan las preferencias paternales.
La MENTIRA. TODOS SOMOS MENTIROSOS. Con motivos o sin ellos, nadie se escapa de
este pecado capital. Y los peores
embusteros son los que afirman, casi con rabia, que ellos son personas veraces
que nunca mienten. Estos individuos
llegan a constituir un verdadero peligro si alguien les insinúa siquiera que
son mentirosos. Son aquellos que viven
ponderando el valor de la veracidad y lo miserable de la conducta
trapacera. Este es el peor tipo de
mentiroso, pues están convencidos de que son un ejemplo digno de imitar; son
enfermos peligrosos porque se han desconectado de la realidad, y sus mentiras
han adquirido para ellos, la categoría de una verdad particular.
Por dicha, la mayoría de los mentirosos
SABEN QUE LO SON. Y aunque algunos son
desvergonzados y no les importa que los pillen en su vicio, hay otros que,
siendo mentirosos, procuran aparentar que no lo son. Son los que se ponen serios y fingen enojos
cuando los descubren; son los que inventan respuestas aclaratorias o les echan
la culpa a los demás; que fueron mal informados o cualquier otro pretexto, pero
que ellos no mintieron, al menos no deliberadamente.
La mentira (según su naturaleza y
magnitud), es de los peores vicios de los que hacemos uso diaria y
continuamente. No importa que solo la
utilicemos con el fin de divertir a los demás, lo que llamamos “mentiras
blancas” y que consideramos inocuas. No
hay tal cosa; la mentira es la mentira, siempre dañina y peligrosa, incluso
cuando tenemos la pretensión de que la utilizamos con un propósito noble para
evitar dolor a las personas.
¿Podemos cambiar nuestra condición de
mentirosos? ¿Cuánto le ha durado a usted
ese propósito? ¿Lo ha intentado
realmente? Solo son dos vicios de la
infinidad que tenemos. Piénselo bien,
porque un cambio en nuestra personalidad es muy difícil de notar, a menos que
sea dramático. Vea que no se trata de
“ser menos envidioso o mentir menos, o solo en caso de necesidad”. Tal cosa no existe. Se es envidioso y mentiroso o no. Son los envidiosos y mentirosos los que han inventado esa
categoría con la cual tratan de exculparse minimizando los efectos de sus
vicios. ¿Puede usted afirmar que “ha
cambiado” en esos dos malos hábitos en los últimos años? ¿Puede decir que ya no sufre esos
defectos? Seguramente que no. Recuerde que CAMBIAR implica mucho más que
una represión o un intento esporádico por ser diferente, mejor persona. Pero si solo padeciéramos de esas dos lacras,
la cuestión sería un tanto fácil, pero el asunto es que sufrimos centenares de
vicios morales que nos convierten en esas personas abominables que siempre
disfrazamos mediante mil máscaras sociales.
Veamos algunos de ellos: lujuria, egoísmo, avaricia, charlatanería,
inconsciencia, cobardía, glotonería, impostura, entrometido-a, difamador,
mezquino, vicioso (alcohol, tabaco, drogas), vengativo, intolerante, cínico,
traidor, fanfarrón, iracundo, maledicente, ingrato-a, NECIO, exhibicionista,
malicioso, hipócrita, irresponsable, malvado… y usted puede agregarle, por lo
menos, dos docenas más. Y por favor, no
se precipite a negarlos en usted sin antes hacer una honesta y profunda reflexión
sobre el significado de estas palabras.
No se le ocurra decir que no es egoísta, a menos que usted sea un santo
de verdad; tampoco niegue ser vengativo o malicioso, no se engañe tratando de
hacer creer a los demás que usted es una persona tolerante, sincera y
bondadosa. Talvez haya uno que otro tonto
que le crea (según su habilidad en la impostura), pero eso no le funcionará con
los que saben, con los que conocen la naturaleza humana.
La LUJURIA. A los hombres nos tiene un poco sin cuidado
que nos tilden de lujuriosos, pues se supone que es una condición natural del
macho… y es cierto, hasta cierto punto.
¿Cree usted que se puede controlar o eliminar esa tendencia en los humanos? Recuerden que el sexo es el arma principal
que la naturaleza esgrime para la supervivencia de las especies; es de un poder
implacable que anula todo razonamiento, educación, respeto, prudencia y
vergüenza. Pero ¿es un vicio solo de los
hombres como tratan de hacer creer muchas personas (mujeres)? Desde luego que no, las mujeres son tan
lujuriosas como los hombres, pero los condicionamientos sociales las han
llevado a darle al sexo un enfoque social maquillado al gusto. Cuando hablan entre ellas en la presencia de
varones, siempre dan la impresión de que el sexo no les interesa, que solo lo
hacen para la complacencia de sus maridos, por su deber de esposas y otros
cuentos parecidos. Pero la verdad es
otra: son igualmente lujuriosas, salvo aquellas con problemas de salud física y/o mental; con
problemas hormonales o de personalidad desquiciada. Toda mujer normal y sana, es tan lujuriosa
como cualquier hombre. Claro que la
palabra es la que molesta. Lujuriosa no
suena muy bien.
Todos somos NECIOS y maliciosos.
Intolerantes e impostores. La necedad es
el defecto más abundante sobre la tierra, y la malicia está arraigada en cada
célula de nuestros cuerpos; ni siquiera lo aprendemos, venimos de fábrica con
esos chips. Y la intolerancia es el
distintivo de todos, a pesar de la máscara de comprensión con la cual afinamos
las duras aristas de esta conducta ofensiva.
Pero uno de los defectos más difíciles de disimular es la IMPOSTURA, esa
enfermiza tendencia que nos lleva impulsivamente a colocarnos siempre en un
pedestal ficticio y a adoptar una personalidad irreal, superior, la de alguien
que no somos nosotros. ¿Cree usted que
puede deshacerse de sus tendencias de impostor?
Recuerde que esta siempre está entretejida de mentiras y arrogancia, de
manipulación y menosprecio por el juicio de los demás.
¿Y qué me dicen de la COBARDÍA? Todos somos cobardes en alguna medida, a
menos que seamos sicópatas. Pero ni el
peor de los cobardes aceptará serlo.
Tomará fuerza de su alma para probarnos que no lo es; llegará hasta el
martirio, e incluso enfrentará la muerte con desparpajo con tal de probar que
no es cobarde, aunque lo haga muriéndose de miedo. Este es un vicio más exclusivo de los hombres.
Entonces, volvemos a la pregunta
inicial: ¿podemos cambiar? ¿Podemos
arrepentirnos, como piden las religiones, hacernos “buenos” y CAMBIAR? Pero cambiar de verdad, desde adentro y no
una simple impostura emocional, una mentira, un acto de cobardía ante la
enfermedad o la muerte.
¿Qué cree usted?
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. Correo: rhizaguirre@gmail.com
Blow: www.lachispa2010.blogspot.com
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