sábado, 23 de agosto de 2014

1036 ¿Es usted creyente?



1036  LA CHISPA             
Lema: “En la indolencia, cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿ES USTED CREYENTE?
         Si lo es, ¿tiene usted idea del origen de sus creencias y de cómo llegaron a integrarse a  su personalidad?  De cualquier tipo de creencias, incluyendo las religiosas, desde luego. ¿Cómo llegaron a formar parte de usted?  ¿Fue por un proceso       de raciocinio y estudio, o simplemente se las impusieron por tradición o “educación”?  ¿O fueron el resultado de algún trauma, incidente o desgracia que lo obligó a buscar refugio en un mundo extraterrenal y divino?  ¿Hubo un proceso racional en su conversión, o solo fue un conjunto de circunstancias emocionales las que lo convirtieron en creyente?  Lo mismo es válido para el incrédulo, pues el proceso es idéntico, nada más que al revés.
Casi toda nuestra estructura mental está fundamentada en creencias; pues como casi no ejercitamos la razón como herramienta de conocimiento, nuestro pensamiento se encuentra en el aire, sustentado casi solo en supersticiones, sueños y deseos.  Toda nuestra vida “intelectual” se apoya únicamente en creencias diversas que muy poco tienen que ver con la ciencia o cualquier forma rigurosa de investigación.  Si revisamos nuestra agenda mental, nos daremos cuenta de cómo trabaja esta y en qué se basa la mayoría de nuestras reflexiones de la vida diaria: puras suposiciones (creencias), en donde el razonamiento lógico no solo es escaso sino molesto, ya que casi siempre este contradice las queridas conclusiones derivadas de nuestra asistemática manera de pensar. 
Las creencias son el producto de nuestros deseos; algo que creamos a nuestro capricho y antojos personales, y que podemos moldear a nuestro estilo y placer; y sobre todo, podemos hacer que calcen con todo el conjunto de ideas preconcebidas que forman nuestro modo de ser y pensar.  Las creencias son criaturas dóciles dispuestas a complacernos en cualquier dirección que queramos tomar.  En cambio la razón es insobornable, no atiende a nuestras predilecciones y tiene su modo único de actuar.  Es por eso que siempre escogemos la melosidad de las creencias (fe), en lugar de los términos ásperos pero verdaderos de la razón.  Aunque estos sean los correctos y benéficos a lo largo de todo el trecho de la vida.
         ¿Es usted creyente en Dios?  Es probable que la mayoría dirá que sí; pero… ¿en qué clase de dios creemos?  Sin parapetarnos en dogmas tomados de los libros de texto religiosos (lo que dijo Pablo o San Pedro) se nos hace casi imposible definir el porqué creemos en alguna deidad y sus historias.  Siempre la génesis de nuestras creencias se encuentra en un conjunto de ideas gratificantes, que nos ofrecen un mundo de placer y felicidad en donde todo se amolda a la medida de nuestros deseos.  Todo fácil y con happy end.  Y aunque la razón nos diga otra cosa, nos aferramos de la manera más terca, incluso a las ideas más absurdas e irracionales que nos proponen los “libros sagrados” (adoctrinamiento), siempre y cuando calcen con nuestros gustos personales.  Incluso se nos ha enseñado a apostatar en contra de toda forma de razonamiento, y se nos ha convencido de que debemos entregarnos rendidos en brazos de la fe.  Que debemos rehuir a las advertencias de la razón (Satanás) para ser dignos de todo aquello que nos ofrece la religión o lo que sea en lo que creemos: medicina, partidos políticos, equipos deportivos etc. etc.  Como la fantasía (creencias) no ofrece dificultad alguna para la mente, su elección está asegurada.  Y eso determina la calidad y condiciones del dios en el cual creemos.
         ¿Cómo es el dios en el que creemos?  Pero antes de responder, es necesario hacer  un análisis de quiénes somos y cuál es nuestra estructura moral.  No de lo que nos gustaría ser según nuestras creencias y ego, sino de lo que nos indica la razón, si es que podemos utilizarla para establecer juicios éticos objetivos sobre nosotros mismos.  Y una vez hecho esto, debemos pensar de nuevo en la clase de dios en el que creemos.     Si establecimos conclusiones correctas sobre nuestra moral, es probable que nos sintamos inclinados a modificar a ese dios y convertirlo, según nuestro provecho, en un ser perdonador, amoroso, complaciente y olvidadizo; casi cómplice de nuestra conducta.  En fin, lo transformaríamos en un dios a la medida de nuestros deseos y conveniencia. 
Estimado lector, ¿cree usted que Dios puede perdonar a un asesino que ha segado vidas humanas solo porque este se “arrepiente” al final de su vida?  Como el “buen ladrón”.  A todos nos enloquece la idea del perdón de los pecados como recurso in extremis, después de una vida de inmoralidades y perjuicios en contra de nuestro prójimo pero, ¿en realidad cree usted en eso?  ¿O solo se trata de un placebo para su consciencia?  ¿Tiene alguien la autoridad moral para borrar las consecuencias y el dolor causado por un delincuente solo porque este “se arrepintió”?  ¿Así de fácil?  La razón nos dice otra cosa, por más agradables que sean las ofertas clientelistas de las religiones o grupos de cualquier naturaleza.  El simple sentido común nos indica que en un sistema lógico, no puede existir el absurdo de una causa sin resultados.  Incluso en el mundo humano, la impunidad es inaceptable. 
         Ante un dios como ese, es lógico que todos nos inclinemos a tomarlo como nuestra deidad preferida; es muy fácil, casi obligatorio, CREER en un ser que, además de perdonarnos una vida de disparates y maldades, nos garantiza la vida ETERNA en un Paraíso especial fabricado al gusto e imaginación de cada uno de nosotros.  Y tan solo con creer.  Claro que nos encanta ser creyentes, sobre todo, cuando tenemos la libertad de burlar las leyes morales, y de diseñar el mundo espiritual a nuestro antojo.  Es por eso que todos somos creyentes en alguna medida, en alguna dirección; incluso los “no creyentes”, porque eso significa la conveniencia de no tener ataduras con nada ni nadie (personas, dioses, Diablo, cielo, infierno), ya que se aplica la premisa de que “si yo no CREO en eso, NO EXISTE y, por lo tanto, no tengo compromiso alguno con nada.  La creencia es un largo mecate que nos permite un gran radio de acción en el campo de la ética; en cambio, la razón nos limita a un solo y estrecho sendero que no puede ser modificado al arbitrio de cada uno.  El individuo debe adaptarse, con placer o sin él, a la senda que marca este implacable y poderoso mecanismo intelectual.
         ¿Qué pasaría si Dios (dioses en general) eliminara toda la tolerancia de su agenda de trabajo?  Si se aplicara a rajatabla esa parte del Viejo Testamento que dice: “Ojo por ojo y diente por diente”, seguro que el cristianismo se quedaría casi sin feligreses.  Es por eso que, de manera conveniente, se hace caso omiso de tal mandamiento bíblico, y todo el aparato cristiano se refugia en la cómoda y tolerante teoría del perdón de los pecados.  Si Dios (dioses) declarara la ley del Karma como única forma de trabajo en el proceso evolutivo o de “salvación”, es casi seguro que perdería la fe de infinidad de creyentes, los cuales irían en busca de otras deidades más tolerantes con sus CREENCIAS.   Y así sucede en todas las relaciones de la vida del hombre.  Creemos solo aquello que nos gusta y conviene; y si alguien atenta en contra de esos queridos dogmas, se convierte en el enemigo a satanizar, el motivo de la intransigencia de todos los creyentes.  Cualquier individuo, de cualquier religión, se olvida de todos los principios de tolerancia que propone su fe, si alguien se atreve a contradecir cualquier dogma de su catecismo.  El cristiano más fervoroso se transforma en talibán, si alguien osa poner en duda algunos de los postulados que forman parte de su agenda de cosas agradables de su religión.  Se puede cuestionar libremente la objetividad del Infierno (porque este no es agradable) pero no la del Cielo.  Se puede poner en duda la existencia del Diablo (porque este no nos gusta), pero jamás la de Cristo o la teoría del perdón de los pecados.
         Entonces, ¿por qué cree usted?  ¿Tiene alguna RAZÓN para hacerlo, o simplemente se trata de que ha vislumbrado una posibilidad de ventajas de salvación y vida eterna?  La fe religiosa, muchas veces, solo suele ser un parapeto ante el miedo y la falta de buenas explicaciones ante la vida y los problemas que esta nos plantea; una especie de evasión ante las cosas desagradables, un refugio ideal e imaginario; la tierra donde estamos a salvo.  Y en la vida cotidiana, ¿por qué cree usted en tantas cosas que no tienen posibilidad alguna de convertirse en realidades?
         Somos creyentes porque nos gusta; si no fuera así, no lo seríamos.   ¿O tiene usted una mejor explicación?
         ¿Usted que cree?
         Creyencerescamente
                                               RIS
            

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