1036 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia, cívica del
ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿ES USTED CREYENTE?
Si
lo es, ¿tiene usted idea del origen de sus creencias y de cómo llegaron a integrarse
a su personalidad? De cualquier tipo de creencias, incluyendo
las religiosas, desde luego. ¿Cómo llegaron a formar parte de usted? ¿Fue por un proceso de raciocinio y estudio, o simplemente se las impusieron por
tradición o “educación”? ¿O fueron el
resultado de algún trauma, incidente o desgracia que lo obligó a buscar refugio
en un mundo extraterrenal y divino?
¿Hubo un proceso racional en su conversión, o solo fue un conjunto de
circunstancias emocionales las que lo convirtieron en creyente? Lo mismo es válido para el incrédulo, pues el
proceso es idéntico, nada más que al revés.
Casi
toda nuestra estructura mental está fundamentada en creencias; pues como casi
no ejercitamos la razón como herramienta de conocimiento, nuestro pensamiento
se encuentra en el aire, sustentado casi solo en supersticiones, sueños y
deseos. Toda nuestra vida “intelectual”
se apoya únicamente en creencias diversas que muy poco tienen que ver con la
ciencia o cualquier forma rigurosa de investigación. Si revisamos nuestra agenda mental, nos
daremos cuenta de cómo trabaja esta y en qué se basa la mayoría de nuestras reflexiones
de la vida diaria: puras suposiciones (creencias), en donde el razonamiento
lógico no solo es escaso sino molesto, ya que casi siempre este contradice las
queridas conclusiones derivadas de nuestra asistemática manera de pensar.
Las
creencias son el producto de nuestros deseos; algo que creamos a nuestro
capricho y antojos personales, y que podemos moldear a nuestro estilo y placer;
y sobre todo, podemos hacer que calcen con todo el conjunto de ideas
preconcebidas que forman nuestro modo de ser y pensar. Las creencias son criaturas dóciles
dispuestas a complacernos en cualquier dirección que queramos tomar. En cambio la razón es insobornable, no
atiende a nuestras predilecciones y tiene su modo único de actuar. Es por eso que siempre escogemos la melosidad
de las creencias (fe), en lugar de los términos ásperos pero verdaderos de la
razón. Aunque estos sean los correctos y
benéficos a lo largo de todo el trecho de la vida.
¿Es
usted creyente en Dios? Es probable que
la mayoría dirá que sí; pero… ¿en qué clase de dios creemos? Sin parapetarnos en dogmas tomados de los
libros de texto religiosos (lo que dijo Pablo o San Pedro) se nos hace casi
imposible definir el porqué creemos en alguna deidad y sus historias. Siempre la génesis de nuestras creencias se
encuentra en un conjunto de ideas gratificantes, que nos ofrecen un mundo de
placer y felicidad en donde todo se amolda a la medida de nuestros deseos. Todo fácil y con happy end. Y aunque la razón
nos diga otra cosa, nos aferramos de la manera más terca, incluso a las ideas
más absurdas e irracionales que nos proponen los “libros sagrados”
(adoctrinamiento), siempre y cuando calcen con nuestros gustos personales. Incluso se nos ha enseñado a apostatar en
contra de toda forma de razonamiento, y se nos ha convencido de que debemos
entregarnos rendidos en brazos de la fe.
Que debemos rehuir a las advertencias de la razón (Satanás) para ser
dignos de todo aquello que nos ofrece la religión o lo que sea en lo que
creemos: medicina, partidos políticos, equipos deportivos etc. etc. Como la fantasía (creencias) no ofrece
dificultad alguna para la mente, su elección está asegurada. Y eso determina la calidad y condiciones del
dios en el cual creemos.
¿Cómo
es el dios en el que creemos? Pero antes
de responder, es necesario hacer un
análisis de quiénes somos y cuál es nuestra estructura moral. No de lo que nos gustaría ser según nuestras
creencias y ego, sino de lo que nos indica la razón, si es que podemos
utilizarla para establecer juicios éticos objetivos sobre nosotros mismos. Y una vez hecho esto, debemos pensar de nuevo
en la clase de dios en el que creemos.
Si establecimos conclusiones correctas sobre nuestra moral, es probable
que nos sintamos inclinados a modificar a ese dios y convertirlo, según nuestro
provecho, en un ser perdonador, amoroso, complaciente y olvidadizo; casi
cómplice de nuestra conducta. En fin, lo
transformaríamos en un dios a la medida de nuestros deseos y conveniencia.
Estimado
lector, ¿cree usted que Dios puede perdonar a un asesino que ha segado vidas
humanas solo porque este se “arrepiente” al final de su vida? Como el “buen ladrón”. A todos nos enloquece la idea del perdón de
los pecados como recurso in extremis, después de una vida de inmoralidades y
perjuicios en contra de nuestro prójimo pero, ¿en realidad cree usted en
eso? ¿O solo se trata de un placebo para
su consciencia? ¿Tiene alguien la
autoridad moral para borrar las consecuencias y el dolor causado por un
delincuente solo porque este “se arrepintió”?
¿Así de fácil? La razón nos dice
otra cosa, por más agradables que sean las ofertas clientelistas de las
religiones o grupos de cualquier naturaleza. El simple sentido común nos indica que en un
sistema lógico, no puede existir el absurdo de una causa sin resultados. Incluso en el mundo humano, la impunidad es
inaceptable.
Ante
un dios como ese, es lógico que todos nos inclinemos a tomarlo como nuestra
deidad preferida; es muy fácil, casi obligatorio, CREER en un ser que, además
de perdonarnos una vida de disparates y maldades, nos garantiza la vida ETERNA
en un Paraíso especial fabricado al gusto e imaginación de cada uno de
nosotros. Y tan solo con creer. Claro que nos encanta ser creyentes, sobre
todo, cuando tenemos la libertad de burlar las leyes morales, y de diseñar el
mundo espiritual a nuestro antojo. Es
por eso que todos somos creyentes en alguna medida, en alguna dirección;
incluso los “no creyentes”, porque eso significa la conveniencia de no tener
ataduras con nada ni nadie (personas, dioses, Diablo, cielo, infierno), ya que
se aplica la premisa de que “si yo no CREO en eso, NO EXISTE y, por lo tanto,
no tengo compromiso alguno con nada. La
creencia es un largo mecate que nos permite un gran radio de acción en el campo
de la ética; en cambio, la razón nos limita a un solo y estrecho sendero que no
puede ser modificado al arbitrio de cada uno.
El individuo debe adaptarse, con placer o sin él, a la senda que marca
este implacable y poderoso mecanismo intelectual.
¿Qué
pasaría si Dios (dioses en general) eliminara toda la tolerancia de su agenda
de trabajo? Si se aplicara a rajatabla
esa parte del Viejo Testamento que dice: “Ojo por ojo y diente por diente”, seguro
que el cristianismo se quedaría casi sin feligreses. Es por eso que, de manera conveniente, se
hace caso omiso de tal mandamiento bíblico, y todo el aparato cristiano se refugia
en la cómoda y tolerante teoría del perdón de los pecados. Si Dios (dioses) declarara la ley del Karma
como única forma de trabajo en el proceso evolutivo o de “salvación”, es casi
seguro que perdería la fe de infinidad de creyentes, los cuales irían en busca
de otras deidades más tolerantes con sus CREENCIAS. Y así sucede en todas las relaciones de la
vida del hombre. Creemos solo aquello
que nos gusta y conviene; y si alguien atenta en contra de esos queridos dogmas,
se convierte en el enemigo a satanizar, el motivo de la intransigencia de todos
los creyentes. Cualquier individuo, de
cualquier religión, se olvida de todos los principios de tolerancia que propone
su fe, si alguien se atreve a contradecir cualquier dogma de su catecismo. El cristiano más fervoroso se transforma en
talibán, si alguien osa poner en duda algunos de los postulados que forman
parte de su agenda de cosas agradables de su religión. Se puede cuestionar libremente la objetividad
del Infierno (porque este no es agradable) pero no la del Cielo. Se puede poner en duda la existencia del
Diablo (porque este no nos gusta), pero jamás la de Cristo o la teoría del
perdón de los pecados.
Entonces,
¿por qué cree usted? ¿Tiene alguna RAZÓN
para hacerlo, o simplemente se trata de que ha vislumbrado una posibilidad de
ventajas de salvación y vida eterna? La
fe religiosa, muchas veces, solo suele ser un parapeto ante el miedo y la falta
de buenas explicaciones ante la vida y los problemas que esta nos plantea; una
especie de evasión ante las cosas desagradables, un refugio ideal e imaginario;
la tierra donde estamos a salvo. Y en la
vida cotidiana, ¿por qué cree usted en tantas cosas que no tienen posibilidad
alguna de convertirse en realidades?
Somos
creyentes porque nos gusta; si no fuera así, no lo seríamos. ¿O tiene usted una mejor explicación?
¿Usted
que cree?
Creyencerescamente
RIS
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